DERECHOS RESERVADOS
NUEVAS COSECHAS DE ANTIGUAS VERDADES
Ricardo Hussey
PRIMERA PARTE
Éste es el primer libro del autor que no se imprime, sino que solamente se incluye en su página web. Como el título lo indica, consigna nuevas cosechas de antiguas verdades.
Las verdades de Dios no sólo son antiguas y eternas, sino también invariables. No obstante, su riqueza es tal que siempre se pueden extraer nuevas cosechas de ellas.
El autor confía en que será de edificación y provecho para quienes lo lean.
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN.
Capítulo 1.- La fragua divina.
Capítulo 2.- Salmo 16 (a)
Capítulo 3.- Salmo 16 (b)
Capítulo 4.- Salmo 119 – una joya de hermosos y variados matices. (a)
Capítulo 5.- Salmo 119 – una joya de hermosos y variados matices.(b)
Capítulo 6 .- Confirmación, unción, sello y arras. (a) (2ª. Corintios 1: 21-22)
Capítulo 7 .- Confirmación, unción, sello y arras. (b)
Capítulo 8 .-Dios nuestro, otros señores fuera de ti se han enseñoreado de nosotros.
(Isaías 26: 13)
Capítulo 9 .- El partimiento del Pan (La Santa Cena) (a)
Capítulo 10.- El partimiento del Pan (La Santa Cena) (b)
Capítulo 11.- Cómo prepararse para enfrentar el día.
Capítulo 12.- Preguntas bíblicas.´
Capítulo 13.- Respuestas a las preguntas bíblicas.
Capítulo 14.- Lo más importante de todo. (El evangelio de la gracia)
Capítulo 15.- La iglesia en Éfeso. (a)
Capítulo 16.- La Iglesia en Éfeso. (b)
Capítulo 17.- La Iglesia en Éfeso. ©
Capítulo 18.- El profeta Amós
Capítulo 19- Análisis del estupendo primer capítulo de Efesios (a)
Capítulo 20.- Análisis del estupendo primer capítulo de Efesios (b)
CAPÍTULO 1
La Fragua Divina.
Las reflexiones de la primera parte de este capítulo estarán extraídas del libro de Job, viendo, como conclusión principal, que todo verdadero siervo del Señor, sin tener que pasar desde luego por las mismas calamidades que le tocaron a él, de una forma u otra tendrá que pasar por lo que el Señor llamó el camino de la cruz. Entre muchas otras cosas apuntando en esa línea, Él dijo “si alguno viene en pos de mí, tome su cruz y sígame.”
En el Antiguo Testamento no encontramos la palabra cruz, pero el principio es el mismo – perder para a la postre ganar, tristeza y congoja a convertirse en gozo inefable, y sobre todo, morir para vivir.
Antes de entrar concretamente en materia, consideramos necesario señalar algo importante. Sin entrar en polémica o controversia, nos referimos brevemente a una afirmación que se hace en algunos sectores, aunque muy reducidos, en el sentido de que Job no tendría por qué haber atravesado por todo ese sufrimiento que nos narra el texto. Basan dicha afirmación, entre otros, en el versículo 15 del capítulo 3 donde dice que el temor que le espantaba le había venido, y lo que él temía le había acontecido.
Este punto de vista sostiene que ese temor y falta de fe le habían costado todo el dolor que le tocó padecer.
Sin entrar en detalles, creemos que la tónica general del libro y sobre todo el feliz desenlace final, le dan un rotundo mentís a esa postura.
Comenzamos ahora con una cita muy importante del libro. “El cual hace cosas grandes e inescrutables y maravillas sin número.” (Job 5: 9) Esta sentencia, muy sabia por cierto, partió de los labios de Elifaz temanita, uno de los supuestos consoladores de Job. Al igual que los otros dos, puede generalizarse que sostenía que semejante infortunio no podía nunca recaer sobre una persona correcta, justa y bondadosa, lo que implicaba, de hecho, que lo suyo sólo podía ser atribuible a que su vida y conducta no respondían a esos calificativos.
La verdad es que delante de sus propias narices – las de Elifaz y sus dos compañeros Bildad y Zophar, y también las del joven Eliú, que más tarde tomó cartas en el gran debate del libro – Dios estaba haciendo algo grande e inescrutable, pero que iba en una línea abiertamente contraria a lo que ellos creían y sostenían.
En efecto, el Señor veía a Job como un hombre sinceramente temeroso de Dios y apartado del mal, y sin embargo se propuso someterlo a mucho dolor y desdicha.
Lo mismo hizo en cuanto a Su Hijo Amado, tal y cual leemos en Isaías 53: 9b-10ª – “…aunque nunca hizo maldad ni hubo engaño en su boca, con todo eso Jehová quiso quebrantarlo, sujetándolo a padecimiento.”
Apenas se hace necesario señalar que en ambos casos, y en los de muchos otros que figuran en los anales bíblicos, y también en las biografías de muy ilustres siervos y siervas de épocas post bíblicas, ese propósito de someterlos a padecimientos respondía al fin de enriquecerlos sobremanera, y convertirlos en canales de suma bendición a muchas otras vidas.
Para mayor abundamiento, citamos otra sabia sentencia, paradójicamente del mismo Elifaz temanita: “Porque él es quien hace la llaga y él la vendará; él hiere y sus manos curan.” (Job 5: 18) la cual muy bien puede relacionarse con las palabras de Ana en 1ª. Samuel 2: 6 – “Jehová mata y él da vida; él hace descender al Seol y hace subir.”
A continuación pasamos a citar expresiones de Job, en medio de su gran dolor, que merecen destacarse y comentarse, aunque no lo haremos de forma extensa.
“! Quién diese ahora que mis palabras fuesen escritas! ¡ Quién diese que se escribiesen en un libro; que con cincel de hierro y con plomo fuesen esculpidas en piedra para siempre”
“Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo; y después de deshecha ésta mi piel, en mi carne he de ver a Dios; al cual veré por mí mismo, y mis ojos lo verán y no otro, aunque mi corazón desfallece dentro de mí.” (Job 19: 23-27)
La primera parte señala un deseo plenamente cumplido, pues sus palabras fueron escritas en un libro, y no cualquiera, sino en el libro de los libros; y por cierto también esculpidas en las piedras vivas de muchos santos que han tenido que transitar de una forma u otra por la misma senda de la cruz y el dolor.
De paso digamos que el camino de la cruz no es sólo algo del Nuevo Testamento, sino que en el Antiguo también lo vemos en no pocas ocasiones, en las cuales siervos y siervas dignísimos han atravesado por quebrantos y dolores de la mayor diversidad, para luego entrar en la dicha y la realización de altísimos propósitos que el Señor tenía asignados para ellos.
En cuanto a la segunda parte del pasaje citado, se trata de una afirmación de fe inquebrantable. Una cosa es poder hacerse eco de ella en una situación digamos más o menos normal. Otra muy distinta es hacerlo estando en las condiciones en que el amado Job se encontraba – con un sufrimiento, un quebranto y una angustia resumidos en sus palabras finales en el versículo 27: aun cuando su corazón desfallecía dentro de él.
La siguiente cita que escogemos está en el capítulo 23 versículos 8 a 10: “He aquí, yo iré al oriente y no lo hallare; y al occidente y no lo percibiré; si muestra su poder al norte, yo no lo veré; al sur se esconderá y no lo veré. Mas él conoce mi camino; me probará y saldré como oro.”
Muchos son los santos varones y mujeres que en una etapa determinada de su trayectoria se han encontrado en una situación parecida. Los supuestos consoladores de Job nada real y concreto le aportaban, si bien algunas de sus sentencias eran acertadas y sabias. Él necesitaba por encima de todo encontrarse con Dios, el Ser Supremo, quien al fin de cuentas era el único que podría interpretar o descifrar el gran enigma que estaba viviendo.
Lo buscaba primero en el oriente, el punto donde el sol aparece anunciando un alba nueva, pero en vano; luego al occidente del ocaso y también sin resultado; pasaba entonces al cenit del norte, con esperanza de que allí sí lo hallaría, pero otra vez sin lograrlo.
Por último, con las poquísimas fuerzas que aún le quedaban, se vuelve al nadir del sur, pero su esperanza se disipa con lo que parece la ausencia total de ese Dios a quien tanto necesita. Por así decirlo, el Señor estaba totalmente borrado del mapa de la vida de Job.
No obstante todo ello, prorrumpe en una estupenda y bendita expresión de fe suprema – ese Dios invisible, aunque al parecer borrado totalmente del mapa de su vida, conocía muy bien su camino, y lo estaba probando en grado superlativo, y al fin saldría como oro puro, brillante y exento de toda escoria.
¡Un varón singular de verdad, que lo hace sentirse a uno como diminutamente pequeño!
La siguiente cita tiene un cariz distinto. Veamos:- “Nunca tal acontezca que yo os justifique; hasta que muera no quitaré de mí mi integridad. Mi justicia tengo asida y no la cederé; no me reprochará mi corazón en todos mi días.” (27: 5-6)
Por así decirlo, a Job esos tres consoladores lo habían sacado de quicio. Una y otra vez, en medio de diversas reflexiones y consideraciones, sostenían que él de una forma u otra había cometido maldad, dando a entender que a eso se debía su triste infortunio.
Exasperado por la insistencia de los tres en ese sentido, irrumpe en una declaración de justicia propia, sabiendo que ése no era su caso – no era un hombre malo y perverso, ni nada por el estilo.
Eso era verdad en cuanto a lo que ellos decían. Pero ante el gran Dios tres veces santo, no hay mortal que pueda formular semejante afirmación de justicia. Y el mismo Dios se encarga, hacia el final del libro de demolerla totalmente.
Pero el relato sigue con varios largos capítulos en los cuales Job se despacha extensamente. Eventualmente, al callar los tres citados consoladores, toma la palabra el joven Eliú y habla del capítulo 32 al 37 inclusive, en los cuales dice algunas cosas sabias y muy acertadas.
Sin embargo, también dice cosas totalmente inciertas, como:- ¿Qué hombre hay como Job que bebe el escarnio como agua, y va en compañía de los que hacen iniquidad, y anda con los hombres malos? (34: 7-8)
Asimismo en el versículo 17 del capítulo 36 dice: – “Mas tú has llenado el juicio del impío, en vez de sustentar el juicio y la justicia.”
Igualmente, en una línea distinta afirma:- “Que Job no habla con sabiduría, y que sus palabras no son con entendimiento.” (34: 35)
A todo esto, el Señor, con su paciencia tan grande, y siendo Él sólo quien tiene la razón y la verdad sobre el gran dilema, tras guardar silencio ante las largas disertaciones anteriores, cuando se acaban las palabras de Eliú, toma por fin la palabra.
En el capítulo 38, después de afirmar en cuanto a Eliú: ¿Quién es ése que oscurece el consejo con palabras sin sabiduría? a renglón seguido pasa a dirigirse a Job con una serie de preguntas totalmente demoledoras.
Muchas de ellas encierran una riqueza y sabiduría que para desgranarlas debidamente habría que escribir un libro entero y muy extenso por cierto.
Nos ceñimos a una sola: -“¿Has entrado tú en los tesoros de la nieve, o has visto los tesoros del granizo, que tengo reservados para el tiempo de angustia, para el día de la guerra y de la batalla? (38: 22-23) Baste decir que de la primera – los tesoros de la nieve – se ha escrito con profundidad y extensamente, sobre todo con la aplicación espiritual, la cual es tan rica y edificante.
Al terminar el Señor en el capítulo 42, Job se desploma y en total bancarrota sólo puede afirmar: “De oídas te había oído, mas ahora mis ojos te ven. Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza.” (42: 5-6)
Es el punto al que tarde o temprano, y de una forma u otra, todo verdadero siervo o sierva del Señor tiene que llegar. Eso es lo que da al Espíritu Santo una base firme para edificar con solidez, y producir un fruto sano, abundante e imperecedero.
Pero siguiendo con la narración, en primer lugar el Señor se encarga de justificar a Su siervo, y lo hace de manera categórica: – “…Jehová dijo a Elifaz temanita: Mi ira se encendió contra ti y tus dos compañeros; porque no habéis hablado de mí lo recto como mi siervo Job. Ahora, pues, tomaos siete becerros y siete carneros, e id a mi siervo Job, y ofreced holocausto por vosotros, y mi siervo Job orará por vosotros; porque de cierto a él atenderé para no trataros afrentosamente, por cuanto no habéis hablado de mí con rectitud como mi siervo Job.” (42: 7-8)
Llaman la atención, entre otras cosas, la forma en que el Señor se refiere a Job como Su siervo, y que a él sí atendería cuando orase por ellos. Tal como consta en el versículo siguiente, fueron los tres supuestos consoladores, e hicieron lo que el Señor les dijo, y Jehová aceptó la oración de Job.
Seguidamente nos encontramos con una importante verdad contenida en el versículo siguiente: – “Y quitó Jehová la aflicción de Job cuando él hubo orado por sus amigos…” (42: 10ª)
Antes de orar por ellos, todas las expresiones de Job eran en cuanto a su dilema, su dolor, su sufrimiento, el drama que estaba viviendo, etc. Pero ahora Dios le manda tres personas necesitadas para que él ore por ellas. Al hacerlo, ya no se queja ni habla de su problema, sino que se ocupa en interceder por sus tres amigos. Y es en ese punto que la aflicción que padecía es quitada para su gran alivio.
Se trata de un principio importante que muchas veces hemos podido experimentar los siervos del Señor – en medio de nuestras propias pruebas, sacando fuerzas de flaqueza, olvidar lo nuestro y ocuparnos de los demás y sus necesidades.
Y por supuesto, no se nos debe pasar por alto que Job pasa así a integrar el grupo selecto de los cinco intercesores más destacados del Antiguo Testamento, siendo los otros cuatro Moisés, Samuel, Noé y Daniel. (Ver Jeremías 15: 1 y Ezequiel 14: 14)
El relato continúa haciéndonos saber cómo sus hermanos y hermanas y los que antes lo habían conocido vinieron a consolarlo, y cada uno le dio una pieza de dinero y un anillo de oro, y además de ello el Señor mismo lo bendijo de tal manera que terminó con el doble de la riqueza que había tenido antes de su gran aflicción.
Y nos permitimos un pequeño tributo a su mujer, cuya actitud ante su dolor no fue paciente ni correcta como la de Job. Más tarde dio a luz nada menos que otros siete hijos y tres hijas, ¡y éstas hermosas como ninguna otra en la tierra!
Finalmente se nos dice que después de todo esto vivió la friolera de otros ciento cuarenta años, y vio a sus hijos, y los hijos de sus hijos hasta la cuarta generación. (42: 16)
Debemos detenernos a pensar un poco en esos ciento cuarenta años. ¡Qué caudal de sabiduría había acumulado a través de tan grande aflicción! ¡Cómo debe haber reflexionado y atesorado los caminos insondables del Señor! ¡De qué manera debe haber agradecido al Señor, que, aun a costa de tanto sufrimiento, le haya hecho atravesar por ese túnel tan oscuro y doloroso, para enseñarle tanto que él no sabía y terminar bendiciéndolo sobremanera!
Y desde luego, de ese riquísimo acopio de sabiduría divina, el querido Job habrá compartido largo y tendido con sus hijos, nietos y bisnietos, para su instrucción y enriquecimiento.
En suma, un desenlace final feliz y maravilloso, digno de un Dios inigualable como el nuestro.
Pero ahora una pregunta importante: ¿Quién escribió el libro de Job?
Creemos que la respuesta más razonable es que debe haber sido un escriba que vivió más de ciento cuarenta años desde el tiempo de sus calamidades. Además, debemos agregar que debe haber sido un escriba muy fiel, y al mismo tiempo una persona espiritual
Fiel por la forma meticulosa en que consignó el texto de cada uno de los numerosos discursos que figuran. De dónde los obtuvo es un tema que tiene que quedar sujeto a conjeturas, sin que haya indicio alguno de la fuente de que se valió.
Finalmente decimos que tiene que haber sido una persona espiritual, por cuanto debe haber recibido por revelación divina lo sucedido en las esferas celestes que aparece en los dos primeros capítulos. Ni Job, ni sus tres supuestos consoladores, ni el joven Eliú lo sabían, y sin embargo, los mismos nos dan la clave del libro, que sin ellos sería un enigma indescifrable.
Pero ahora debemos pasar a darle una aplicación práctica y a la vez personal a todo esto. Para ello nos trasladamos a Isaías 9: 6 donde nos encontramos con cinco nombres dados al Mesías y Redentor prometido.
“Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre sus hombros; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre eterno, Príncipe de Paz.”
Desde luego que el primero de los cinco – Admirable – nos encanta y es maravilloso sobremanera. Nos agrada y con mucha razón pensar en Él como el Unigénito del Padre, lleno de gracia y verdad, (Juan 1: 14) y que de Su plenitud tomamos todos, gracia sobre gracia. (Juan 1: 16)
No obstante, del segundo – Consejero – pocas veces hemos oído hablar. Lo encontramos en Apocalipsis 3: 15-18.
En primera instancia se está dirigiendo a miembros de una iglesia – concretamente la de Laodicea – a los cuales ve como tibios, lo que le da náuseas, al punto de que habla de vomitarlos de su boca.
No nos corresponde juzgar ni señalar a nadie. Cada uno debe saber si es un cristiano ferviente, plenamente consagrado y comprometido, o si es uno que cumple con lo estrictamente necesario o poco más.
Los de Laodicea se pensaban ricos, muy enriquecidos y que de ninguna cosa tenían necesidad. En seguida pasa a sacarles una radiografía desgarrante, mostrando cuán engañados estaban: – “…y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo.”
¡Cuánto necesitamos ver las cosas como el Señor en verdad las ve!
Y después de decirles eso, pasa en seguida a actuar como Consejero.
“Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas.” (Apocalipsis 3: 18)
Otra vez algo sorprendente. Aquí podemos imaginar a más de cuatro diciendo: – “Esto me confunde. He conocido siempre a ese Cristo Admirable, lleno de gracia y de amor, que nos ha salvado y nos da todo de pura gracia, y aquí nos habla de comprar cosas de Él, como si fuera un vendedor.”
Pues así son las cosas en verdad – no puede aducirse que haya ningún error en la traducción del texto original. Eso sí, su deseo en todo esto se enfoca para nuestro bien.
Examinemos los tres artículos que ofrece en venta.
1) Oro refinado en fuego. La prueba, pasando de una forma u otra por el horno de la aflicción, no probablemente en la medida en que le cupo a Job, pues debemos considerarnos muy pequeños para semejante cosa, pero sí en una escala que demande esfuerzo, sacrificio, y que también en alguna dimensión nos traiga sufrimiento, pena o dolor. ¿Estás dispuesto a ello, caro lector?
2) Vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez. Esto echa de ver algo que a menudo pasa inadvertido. Somos probablemente propensos a pensar de un creyente tibio, como uno no muy consagrado. Sin embargo, de estas palabras se desprende algo más que también resulta imprevisto y sorprendente – el tibio está en la desnudez del pecado. ¿Cómo se entiende esto? La respuesta es que el corazón humano siempre necesita algo en que satisfacerse y aun deleitarse, y si ese lugar no lo ocupa el Señor, necesariamente lo ocuparán amores extraños e intereses ajenos, que inevitablemente serán ídolos, aunque no de imágenes, lo que lleva a quien se encuentra en ese estado a una condición pecaminosa. De ahí pues la necesidad que expresa el fiel Consejero de comprar de Él vestiduras blancas. ¿Y cuál será el precio a pagar por ellas? Redondamente y sin vuelta de hoja: – el abandono completo de todo eso, para desalojarlos total y categóricamente del lugar que han usurpado, y que sólo debe ocupar Él, el único digno de estar entronizado en nuestro corazón y nuestra vida.
3) «Y unge tus ojos con colirio para que veas.» Éste es el tercer artículo, y por supuesto que no es un líquido a adquirirse en una farmacia para que se echen unas gotas dos o tres veces al día en los ojos de uno. En cambio es ese llorar profundo, en sincero arrepentimiento y contrición por la vida tibia y mediocre que tanto ha contristado al Señor. Los que lo hemos tenido que experimentar por una razón u otra, podemos dar fe de que su resultado es que se empieza a ver la vida y los valores eternos con la nitidez y la claridad meridiana con que el Omnisciente Dios nuestro las ve.
Todo esto nos presenta un desafío – el de ser ricos, vivir en la blancura de la santidad, y tener una visión certera y correcta, y no andar a tientas, sin ver las cosas desde la perspectiva divina.
Seguramente que en más de un lector – esperamos, por los menos – brotará el deseo grande de responder afirmativamente y proponerse alcanzar ese objetivo tan digno, incluso pagando el precio. Pero en esto debemos señalar nuestra propia incapacidad, en el sentido de que no podemos infligirnos sufrimiento o dolor nosotros mismos. Eso sería caer en el error del ascetismo, que Pablo puntualiza con toda claridad en Colosenses 2: 20-23 que resulta totalmente ineficaz e inoperante.
Lo que entendemos ser el camino correcto se desprende de una preciosa canción, dedicada al herrero, que aprendimos en nuestra niñez. La misma nos conecta por fin con el título que hemos dado al capítulo – La Fragua Divina.
¡Pan Pin! Mueven los fuelles un sano trajín;
¡Pin Pan! Rojas de fuego las fraguas están;
Y el hierro suena, y el hierro siente,
Y si a la fragua se entrega luego,
El hierro sale todo de fuego,
Como una fuerza pura y ardiente.
La clave está en entregarse a la fragua – es decir, poner la vida incondicionalmente en las manos del Eterno Herrero, el Sapientísimo de la destreza sin igual – para que con su trato personal con cada uno, pueda forjar ese fin tan elevado y noble de ser toda una fuerza pura y ardiente.
Sin pretensiones de ser más que un pequeño siervo del Señor, pero por aquello de que no se debe exhortar a lo que uno no ha vivido y experimentado, me permito remitir al lector a la sección de mi autobiografía que abarca desde el último párrafo de la página 51 hasta el segundo párrafo de la número 54.
Para finalizar el capítulo, la gran pregunta a la cual cada uno de nosotros debe responder: ¿Estarás tú, querido lector, quizá en bancarrota total como le tocó hacerlo a quien esto escribe, dispuesto a entregarte de veras y de lleno a la fragua divina?
– – – – – – ( ) – – – – – –
Capítulo 2.- Salmo 16 (a)
Desdoblamos el comentario de este salmo en dos partes en atención a que su contenido es tan denso, que así lo requiere; además queremos ocuparnos en detalle del versículo 7 en que David se refiere a la conciencia, por medio de la cual el Señor le aconsejaba.
Comienza con las palabras “Guárdame, oh Dios, porque en ti he confiado.”
Es la plegaria y súplica de uno que ha confiado en el Señor, pero que sabe muy bien de cuántos peligros de la más grande variedad debe ser guardado. En su gran oración sumo – sacerdotal el Señor Jesús oró en primera instancia por los Suyos que fueran guardados.
“No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal.” (Juan 17: 15)
Podríamos pensar en que hubiera orado por sanidades, milagros portentosos y liberaciones, pero Él, que sabe mejor que nadie qué es lo que es más importante para el bien de Sus amados, oró en primer lugar por esto – que seamos guardados.
Sobre todo en estos postreros días en que vendrán tiempos peligrosos, según Pablo se lo advirtió al joven Timoteo (Ver 2ª. Timoteo 3: 1) ¡cuánto necesitamos ser guardados!
Los peligros que nos acechan son tantos y tan variados, que es como si se abrieran en un abanico muy grande de toda suerte de eventualidades.
El peligro de que se enfríe nuestro amor; el de caer en un conformismo que nos conduzca a una mediocridad deplorable; el de convertirnos en unos escépticos tras vez tantos fracasos aun en las filas de creyentes que anteriormente andaban con paso firme; el de descuidar la oración y no darle a las Sagradas Escrituras el lugar que deben ocupar en nuestras vidas, y en fin, un largo etcétera, y esto sólo en el nivel espiritual.
Está también, por ejemplo, el riesgo de accidentes en la carretera – en una fracción de segundo, por descuido nuestro o de otro conductor, puede sobrevenir una colisión con resultado fatal. Cada vez que regreso sano y salvo de un viaje llevando el volante en carretera o por cualquier otro medio – avión, tren, autobús – trato de acordarme de darle las gracias al Señor por haber terminado el viaje ileso y llegar a mi destino sano y salvo.
También me edifica mucho meditar en las palabras de Deuteronomio 33: 27:- “El Eterno Dios es tu refugio, y acá abajo los brazos eternos.” Muchas veces lo alabo y le agradezco por haber sido mi refugio, seguro y maravilloso, a través de mis noventa y dos años de edad.
Al continuar reflexionando sobre este salmo, uno no puede dejar de expresar su admiración por la sabiduría, profundidad y gracia que se desprende del mismo, y desde luego de tantos otros salmos de David. Cuando pensamos que era un humilde pastor, cuidando a menudo en la soledad las ovejitas de su padre, nos preguntamos de dónde o cómo adquirió semejante capacidad para escribir de la forma en que él lo hizo.
Por cierto que no fue cursando estudios especializados, ni siguiendo una carrera universitaria, ni nada de esa índole. La única razón que nos queda es esa unción del Espíritu Santo que reposó sobre su vida desde aquel momento memorable en que Samuel, habiendo llenado su cuerno de aceite por mandato del Señor, lo derramó sobre su cabeza.
¡Qué diferencia abismal entre algo producido por el intelecto humano, por ingenioso, interesante o virtuoso que fuere, y lo que en verdad viene de lo alto, destilando frescura, fragancia, sabiduría y tantas otras preciosas virtudes!
Sigamos ahora con el texto: – “Oh alma mía, dijiste a Jehová; Tú eres mi Señor, No hay para mí bien fuera de ti.” Un ¡oh! Como interjección que denota un profundo sentir por algo que era primordial y prioritario en su vida. Ése Señor que había venido a su vida con tanta bondad y claridad, y de forma totalmente inesperada para los que lo conocían – ¿quién iba a pensar en ese jovencito al cuidado de unas ovejas y lejos del mundo de los grandes e importantes? – ése Señor, decimos, era el más alto bien de su vida, y estar sin Él, aunque tuviese todo lo que la vida le puede dar a uno, ya sea en riquezas terrenales, placeres o fama, seria quedarse sin nada, en un vacío total y tristísimo a la vez.
Que el Señor ocupe ese lugar en nuestras vidas y no haya ningún interés terrenal ajeno, ni amor extraño, de esos que a veces se suelen infiltrar sutilmente, para usurparle a Él el lugar que por todas las razones le debe corresponder – a Él y solamente a Él.
Continuamos con el versículo 3:- “Para los santos que están en la tierra, y para los íntegros, es toda mi complacencia.”
Esto da lugar a un punto muy importante, y sobre el cual es necesario tener las cosas bien claras. Por una parte, no hemos de ser insociables, evitando todo trato con personas incrédulas. Por el contrario, será bueno tratar de trabar amistad con ellas si las circunstancias lo permiten, e incluso tratar de ganarnos su estima y confianza, pero siempre con el fin de poder hablarles del Señor y de alguna manera, lograr el ideal, si resultase posible, de llevarlos al Señor.
Pero necesitamos un sano equilibrio, cuidando que esa amistad con ellos no sea haga demasiado estrecha, para llevarnos a ir adquiriendo paulatinamente sus costumbres, que casi siempre han de ser distintas de las de un verdadero hijo de Dios.
Tenemos presente el caso de un hermano creyente que por unos buenos años anduvo certeramente en los caminos del Señor. No obstante, a una etapa más avanzada, en parte por las obligaciones que le acarreaban los trabajos que tenía, empezó a acercarse mucho a personas del mundo de los negocios, asistiendo a copetines, procurando también pasar por ser muy pudiente, y en fin, enredándose en una manera mundana de vivir.
Tristemente esto le trajo resultados ruinosos para su vida. Estaba casado con una hermana muy fiel en todo sentido, que le había alumbrado siete u ocho hijos, y en un punto dado le dijo con muchas lágrimas que lo sentía mucho, pero tenía que dejarla y vivir con una jovencita de la edad de una de sus propias hijas.
Ese tener que dejarla y unirse con otra, tenía una explicación muy evidente:- su forma de vivir con personas del mundo y buscar complacerlas, fue forjando inevitablemente unas cadenas que lo amarraron y llevaron a lo que es tan corriente en el mundo: la infidelidad matrimonial. Oramos que el Señor tenga misericordia de él, y de alguna forma pueda arrepentirse y recobrar el norte que ha perdido.
Incuestionablemente, la afinidad más cercana y estrecha debe ser con nuestros hermanos en la fe, los santos que le aman de verdad, lo cual está tan bien puntualizado por David en este versículo.
Desde luego que dentro de ese círculo habrá aquéllos con quienes tengamos una relación más estrecha, ya sea por tener una identidad espiritual muy semejante, por un fuerte vínculo de compañerismo en el ministerio, u otras causas similares.
Pero todo esto, sobre la base de que nuestros lazos fraternales con verdaderos hermanos en la fe, deben estar por encima de cualquiera relación con personas inconversas.
La primera parte del versículo 4 – “Se multiplicarán los dolores de aquellos que sirven diligentes a otro dios.” corrobora lo dicho anteriormente en el triste caso a que nos hemos requerido. No se trataba de dioses falsos como Baal, Milcom, Moloc, Quemos y otros del Antiguo Testamento, sino los dioses de la fama, el dinero, el ambiente mundano y de los negocios, que tantas veces exigen que se renuncie a los principios que rigen la vida de un verdadero hijo de Dios.
Los dolores de la aberración y el inmenso error de abandonar a la compañera amada de su juventud, con repercusiones dolorosas en la vida de sus hijos e hijas, son algunos de los dolores que lamentablemente se le han multiplicado.
David con mucha claridad y contundencia termina el versículo con un voto y un compromiso que demuestra su clarísima comprensión de estas verdades: “No ofreceré yo sus libaciones de sangre, ni en mis labios tomaré sus nombres.”
Pero ahora, en los versículos 5 y 6 pasamos a una parte hermosa y muy deleitosa de este precioso salmo.
“Jehová es la porción de mi herencia y de mi copa; tú sustentas mi suerte.”
“Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos, y es hermosa la heredad que me ha tocado.”
¡De qué forma espontánea y que nos brota de lo más hondo de las entrañas, damos un rotundo amén a estas palabras de David!
Visto o dicho de otra forma, ¡qué habría sido de nuestras pobres vidas, de no haber mediado Su amor tan grande, que sin merecerlo nos escogió para que fuésemos Suyos por toda la eternidad!
El mismo Señor es la bendita porción de nuestra herencia, y ¡qué porción! El Eterno y Todopoderoso, Omnipotente, Omnipresente y Omnisciente, en Su triple personalidad de Padre, Hijo y Espíritu Santo, como el don más preciado y maravilloso, y que abarca y engloba todo lo bueno, noble y puro a que uno pueda aspirar – una herencia tan vasta, que en realidad, si bien se sabe dónde empieza, no se sabe dónde termina.
Empieza desde luego en el nuevo nacimiento, en que se nos otorga un perdón absoluto y eterno por nuestras muchas faltas y pecados, a la par que una vida nueva, teniendo ahora un Padre Celestial sumamente amante, que cuida de sus hijos como ningún padre terrenal sabe ni puede hacerlo; un hermano mayor que nos ha amado con un amor que excede a todo conocimiento, al punto de sufrir lo indecible y que jamás comprenderemos sino en el más allá en toda su colosal magnitud, para poder librarnos de la condenación que pesaba sobre nuestras almas por nuestro pasado pecaminoso; y un Espíritu Consolador que nos guía a toda verdad y nos capacita para vivir una vida nueva, en un nivel totalmente distinto de la anterior, al punto que con toda razón se la ha llamado una vida de alta definición.
Desde luego, también están las bendiciones muy prácticas que se derivan de esa nueva vida, y que a veces no apreciamos en su debido valor. El ser liberados de vicios tales como el tabaco, el alcohol, y en algunos las drogas, todos ellos tan perjudiciales tanto para la salud como para la economía.
Se cuenta que en Inglaterra, en tiempos de los hermanos Wesley y George Whitefield, había un descontento muy grande por la gran diferencia en el nivel financiero de la gente de la clase obrera y personas adineradas. La situación amenazaba con desencadenar una revolución que habría sido muy sangrienta.
No obstante abortó, y por una razón maravillosa que habla con elocuencia de una faceta más – bendita por cierto – del evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo a que el apóstol Pablo se refiere en Efesios 3: 7.
En efecto: a raíz de la conversión de millares y decenas y centenas de millares de gente de la clase trabajadora, esa pobreza en que se encontraban se redujo considerablemente, y ahora veían que el dinero que ganaban les alcanzaba, y por una sencilla razón – ¡ya no consumían alcohol ni tabaco!
Otra bendición de la misma índole práctica es la de pertenecer a la gran familia de la fe, diseminada por el mundo entero. Estando de viaje por cualquier parte que fuere, casi seguro que uno se podrá encontrar con hermanos y hermanas en el Señor.
Y por supuesto que en muchas oportunidades, eso mismo le podrá brindar no sólo el beneficio de amor y comunión, de los cuales uno no puede disfrutar con personas inconversas, sino el de recibir ayuda práctica necesaria y provechosa.
Tengo presente el tiempo en que hice el servicio militar en la lejana Argentina, hace ya unos setenta años. Al quedar de franco o licenciamiento los fines de semana, yo no tenía dónde ir, y el sueldo reducidísimo que se percibía no daba para un hostal ni mucho menos.
Además, un buen número de soldados, de la misma compañía y compañeros de milicia, se precipitaban a ir a prostíbulos para saciar su apetito sexual. Por la gracia del Señor, un matrimonio cristiano amablemente me abrió las puertas de su hogar, situado en la ciudad adyacente al cuartel, y así me alojaba con ellos, a salvo de toda esa corrupción y pudiendo disfrutar de comunión y bienestar con ellos.
También leemos que el mismo apóstol Pablo, al acercarse a Roma, después de su accidentado viaje, cobró aliento y nuevas fuerzas por la presencia de hermanos que fueron a recibirlo.
“De allí, costeando alrededor, llegamos a Regio; y otro día después, soplando el viento sur, llegamos al segundo día a Puteoli, donde habiendo hallado hermanos, nos rogaron que nos quedásemos con ellos siete días; y luego fuimos a Roma, de donde, oyendo los hermanos, salieron a recibirnos hasta el Foro de Apio y Las Tres Tabernas; y al verlos Pablo dio gracias a Dios y cobró aliento.” (Los Hechos 28: 13-15)
Las palabras del versículo 6 del Salmo 16 en que estamos – “…tú sustentas mi suerte” – merecen un breve pero importante comentario.
Esa suerte y gloriosa porción que nos ha tocado, no solamente la ha elegido Él para cada uno de nosotros, sino que también la sustenta, o mantiene, según la versión en inglés del Rey Santiago.
De haber elegido nosotros, ¡quién sabe por qué locura habríamos optado! ¡Y qué consecuencias ruinosas nos habría acarreado! Pero con Su sabiduría amorosa ha escogido lo mejor para cada uno, respondiendo a nuestra idiosincrasia, y a Su propósito personal para con cada uno de nosotros, Sus hijos de verdad.
Ninguna otra elección, propia o de parte de algún otro a favor nuestro, por más bien intencionada que pudiese ser, sería comparable a la que Él ha hecho, a lo cual agregamos con todo énfasis las palabras del mismo David en otro salmo – el 139 – aunque en un contexto distinto – “Y mi alma lo sabe muy bien”
Mi querido padre, que ya está en la presencia del Señor, y que me amaba y deseaba lo mejor para mi vida, pensaba que sería seguir en un colegio comercial para graduarme de perito mercantil y de allí pasar a ser contador público. De haber seguido ese camino me habría consumido la vista, el tiempo y las energías en confeccionar balances de sumas y de saldos, efectuar arqueos de caja, de los bienes activos y las deudas u obligaciones de cada empresa, y demás aspectos afines, propios de la contaduría.
¡Cuánto mejor lo que el bendito Señor tenía elegido para mí! Y ¡con cuánta gracia y paciencia ha mantenido mi suerte, cuando con torpezas, fallos y errores, muy bien me podría haber desviado de Su camino, con resultados nefastos!
Las palabras “Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos y es hermosa la heredad que me ha tocado” nos abren un abanico muy grande de dichas, tanto de esta vida como del más allá, que nada de este pobre mundo podría jamás igualar.
Por nuestra parte, dejando librado al lector que dé rienda suelta a su mente para visualizar y reflexionar sobre ellas, nos damos por satisfechos con lo expuesto – aunque conscientes de que nos hemos quedado cortos – y pasamos al capítulo siguiente,
– – – – – – ( ) – – – – – –
Capítulo 3 – Salmo 16 (b)
“Bendeciré a Jehová que me aconseja; aun en las noches me enseña mi conciencia. A Jehová he puesto siempre delante de mí; porque está a mi diestra no seré conmovido.” (Versículos 7 y 8)
Ahora pasamos a reflexionar sobre lo que acabamos de citar, y que nos lleva por una tónica o línea muy distinta, pero que resulta indicado tratar bien en detalle.
Empezamos, pues, por hablar de la conciencia. La definimos como un juez moral interno con que hemos sido creados. En esto vemos otro rasgo más de los innumerables que nos hablan de la sabiduría de Dios y de lo muy justificada que fue la apreciación que Él mismo hizo de Su creación tras acabarla el sexto día: “Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera.” (Génesis 1: 31)
¿Se imagina el lector qué habría sido del género humano de no haber sido dotado de la conciencia? Casi resulta impensable.
Ahora bien, ese juez moral interno, para que funcione debidamente necesita un trato correcto. El mismo, para un hijo de Dios significa, además de ser tierno y sensible cada vez que nos indique que algo está mal, o no es verdad, o no es bueno, cultivar a diario la lectura de la palabra de Dios, que es una lámpara que nos ilumina para bien.
Cuando no se le da ese trato y se consiente en hacer algo que no está bien, o no del todo bien, siguiendo razonamientos tales como “total, muchos lo hacen y no pasa nada,” uno se pone en el camino que desemboca en lo que Pablo llama una conciencia corrompida al decir en Tito 1: 15 “…mas para los corrompidos e incrédulos nada les es puro, pues hasta su mente y su conciencia están corrompidas.
Y de ese punto de tener una conciencia corrompida, a menos que haya un giro de ciento ochenta grados en sentido inverso, casi inevitablemente se pasa a algo peor, que es la conciencia cauterizada.
El mismo Pablo, del cual no nos cansamos de decir que su pluma tan fecunda nos ha dejado un legado tan maravilloso de verdades y principios de toda índole relacionados con el Reino de Dios, nos da una clara advertencia en 1ª. Timoteo 4: 1-2 :–
“Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios; por la hipocresía de mentirosos que, teniendo cauterizada la conciencia…”
El pasaje abarca muchos aspectos más, que, por razones de espacio y para no extendernos en demasía, omitimos. Pero sí creemos oportuno y muy importante puntualizar que la conciencia cauterizada aquí aparece en estrecha relación con los mentirosos.
Cuando se invierten los valores, y a la verdad se la llama mentira y a la mentira verdad, entonces la conciencia pasa a estar endurecida como la piel de un elefante – valga la expresión del argot o la jerga popular – y quien ha llegado a ese estado tan lamentable sólo le aguarda un horrendo fin, junto al malvado padre de mentira, tal como el Señor Jesús nombró y definió a Satanás.
Avanzando ahora, notemos que el número 3 entra repetidas veces en el patrón creativo y en el orden del Señor, brotando todo de Su triple persona – Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Tomemos algunos casos: vivimos en un mundo de tierra, mar y aire; el Padre nuestro consiste de tres tríos, a saber, Santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad como en el cielo aquí en la tierra; – danos hoy el pan de cada día, perdona nuestras faltas como así también nosotros perdonamos a otros, no nos metas en tentación y líbranos del mal; – porque tuyo es el reino, el poder y la gloria.
El cuerpo humano, si bien consiste de numerosas células, músculos, tendones y, demás, podemos decir que básicamente consiste de carne, sangre y huesos. El ser entero, de espíritu, alma y cuerpo – y cada uno de estos, de otros tres tríos.
Así en el espíritu discernimos la conciencia, la intuición y la adoración. De la primera de estas tres ya hemos dicho que es ese juez moral interno con que cuenta cada ser humano.
Recordamos un caso muy interesante que nos narró hace unos buenos años un siervo del Señor ya fallecido. Se encontraba en una zona poblada por indígenas en el Paraguay, y en un momento dado divisó a cierta distancia a uno de ellos que estaba castigando cruelmente a un caballo.
El siervo del Señor no le dijo nada, solamente se quedó mirándolo. Advertido de esto, el indígena, inclinándose en señal de vergüenza dejó de inmediato de castigarlo.
Creemos que esto es un indicio muy claro de que ese indígena, sin educación intelectual alguna, contaba sin embargo con una conciencia, la cual, iluminada por la mirada de un siervo de Dios, le hizo entender muy bien que estaba haciendo el mal.
También debemos citar Romanos 2: 15b:- “…dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos.” Por esto entendemos que la conciencia está en el fuero interno, es decir el corazón, pero tiene una forma de funcionar que en un sentido se asemeja al piano o al órgano.
Nos explicamos: al tocar una nota cualquiera, de forma simultánea repercute en la equivalente que se encuentra en el interior del instrumento. Así, cuando la conciencia nos da un sí aprobatorio o un no desaprobatorio, el mismo se transmite de forma inmediata a la mente – el razonamiento – y esto, por supuesto que resulta totalmente necesario.
La única diferencia es que la ubicación es inversa, dado que en el piano u órgano la nota que primero se toca está en la parte exterior y la equivalente en el interior, mientras que la nota de la conciencia que se da primero está en el interior – el fuero interno – y la equivalente en el razonamiento, que es a nivel mental, o del alma, como vamos a ver con más detalle dentro de poco.
Según dicho más arriba, como parte del nuestro espíritu también reconocemos la intuición, es decir un sentir en el interior que no brota del razonamiento. Marcos 2: 7-8 nos da una clara muestra de esto.
¿Por qué habla éste así? Blasfemias dice. ¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios? Y conociendo luego Jesús en su espíritu que cavilaban de esta manera dentro de sí mismos, les dijo ¿Por qué caviláis así en vuestros corazones?
Los escribas que estaban presentes al pronunciar Jesús las palabras “Hijo, tus pecados te son perdonados” no dijeron nada, sino que lo pensaron, cavilando en sus corazones. No obstante, la intuición de Jesús en su espíritu, sin razonamiento o indicio externo que se lo indicara, pero digamos con el radar de su espíritu bien diáfano y despejado, lo captó con toda claridad y nitidez.
Y por último el tercer elemento de nuestra espíritu es la adoración, según brota de Juan 4: 23-24.
“Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren.”
“Dios es Espíritu, y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren.”
Hemos subrayado por una parte Espíritu, con mayúscula, al referirse al Padre, tal cual está – con toda precisión entendemos – en la versión de 1960, y con minúscula al referirse al espíritu del ser humano que le adora.
Antes de la conversión estábamos muertos en delitos y pecados según Efesios 2: 1. Al renacer fuimos engendrados de Dios según Juan 1: 13, de manera que del Dios Padre – Espíritu, con mayúscula – brotó un engendro en nuestro interior de espíritu – con minúscula. Así como la criatura se nutre de la madre que la dio a luz y se cobija en ella, nuestro espíritu lo hace en el Espíritu del cual procedió.
Estamos tratando de temas espirituales, y las analogías terrenales que presentamos nos ayudan a comprenderlas mejor, aunque la analogía en sí no siempre concuerde de manera precisa y exacta con lo que estamos tratando, dado que esto último se encuentra en otro reino – el espiritual.
Ahora debemos pasar al alma y resulta muy importante que comprendamos bien la diferencia – muchos piensan, sin ahondar debidamente, que las dos cosas son lo mismo, pero no es así.
“Y el mismo Dios de paz os santifique por completo, y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo.” (1ª. Tesalonicenses 5: 24)
Aquí se establece claramente que somos tripartitos, y debemos notar que Pablo coloca las tres partes en su debido orden – primero el espíritu, luego el alma y por último el cuerpo.
Recordamos el caso, bastante triste, de un siervo que en un tiempo tuvo su auge, pero notábamos que siempre decía cuerpo, alma y espíritu, en ese orden, y sin precisar detalles innecesariamente, lamentablemente tuvo un fin muy poco glorioso.
Citamos ahora Hebreos 4: 12: “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta.”
Seguimos con un ejemplo ilustrativo que conceptuamos provechoso. No hace mucho, preparándome para una reunión en Madrid, sentí hablar sobre el libro de Job, y su aplicación práctica para todo verdadero hijo de Dios, en cierto modo según el primer capítulo titulado La Fragua Divina.
No obstante, al llegar el tiempo de la alabanza y escuchar las canciones gozosas y vibrantes que se entonaban, con un grupo de jóvenes que evidentemente denotaban mucho entusiasmo y optimismo, razoné en el sentido de que debía cambiar el mensaje y presentar algo más apropiado para esa ocasión.
Sin embargo, al sopesarlo ante el Señor, sentí claramente que debía seguir adelante con lo que tenía pensado al llegar, y a pesar de que parecía inapropiado, resultó de bendición y desafío para ellos y todo el resto de la congregación.
Lo que sucedió fue en realidad que en mi espíritu estaba correctamente establecido el tema que debía tratar, pero mi razonamiento – como parte de mi alma – al ver las apariencias externas, se inclinaba por otro rumbo. Allí, al sopesar las cosas ante el Señor, se produjo la separación entre lo que era del alma, basado en las apariencias, y lo que era del espíritu.
Dos aclaraciones:- la primera es que para que se produzca esa separación no necesariamente se debe estar leyendo la Biblia, dado que la palabra debe morar en nuestra mente y corazón; lo importante es que sopesemos las cosas con toda transparencia ante el Señor.
En Romanos 9: 1 leemos: “Verdad digo en Cristo, y no miento, y mi conciencia me da testimonio en el Espíritu Santo.” Efectivamente, al reflexionar ante el Señor de esa forma sincera, despojándonos de toda segunda intención, nos encontramos con que el Espíritu Santo testifica en nuestra conciencia, que es parte de nuestro espíritu como ya señalamos, la voluntad de Dios y la verdad divina para cada situación.
Por otra parte, el razonamiento muy bien puede ser acertado y correcto, pero en tales casos no habrá una desaprobación por parte de la conciencia, sino una clara concordancia.
La segunda aclaración va por una línea distinta. Manifestamos previamente la verdad bíblica de Efesios 2: 1 ya citada de que antes de la conversión estábamos muertos en delitos y pecados. Esa muerte espiritual no alcanzó, misericordiosamente, a nuestra conciencia, si bien muchos por su maldad y perversión muy bien pueden haber llegado al estado de tenerla corrompida, y peor aún, cauterizada. No obstante, una persona normal digamos, aunque inconversa, cuenta con una conciencia, (parte del espíritu) con la medida de sensibilidad que le acuerde ella misma según el trato que le dé.
Recuerdo que hace unos buenos años un buen hermano, tras oírme presentar las cosas de esa forma, un tiempo más tarde me obsequió un tratado en que se sostenía que el ser humano, aun inconverso, también es tripartito.
No quise entrar en polémica de modo que no le dije más nada sobre el asunto. No obstante, al sustentar el punto de vista ya expresado, me baso exclusivamente en lo que Efesios 2: 1 nos dice en el sentido de que antes estábamos muertos en delitos y pecados, avalado también para mayor abundamiento por Ezequiel 36: 26-27 donde dice, refiriéndose proféticamente a la conversión o renacimiento del Nuevo Pacto: “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros…»…y pondré dentro de vosotros mi Espíritu…”
Y resulta harto evidente que lo manifestado por Pablo en Efesios 2: 1 – el estar muertos en delitos y pecados – no se aplica ni al cuerpo ni al alma, y ¿a qué entonces se puede referir, sino al espíritu?
Tratando ahora concretamente sobre el alma, mencionamos que también constituye un trío, a saber, mente o razonamientos, emociones y la voluntad.
No hace falta entrar en muchas explicaciones. Lo correcto es que funcione debidamente, vale decir que acompañe a la voz interior de la conciencia en nuestro espíritu y no se sobreponga a ella. Por otra parte, hay cosas o situaciones tan claras que basta el sentido común de nuestra mente o razonamiento, y no habrá que indagar si son o no la voluntad del Señor, y si en el fuero interno hay o no aprobación, pues la misma estará claramente presente.
En cuanto al cuerpo, lo sencillo es saber cuidarlo tanto en el comer como en el evitar trasnochadas innecesarias. En el mundo occidental, a diferencia de lo que sucede en el llamado tercer mundo, hay muchas personas enfermas por comer en exceso.
Sin querer hacer una doctrina de ello, a veces señalo que a Elías el Señor le mandaba los cuervos con comida dos veces al día, no tres o cuatro. Personalmente me encuentro mejor con dos comidas, y en todo caso algo muy ligero y fácil de digerir como un par de yogures por la noche, aplicando la conocida regla de desayunar como un rey, almorzar como un príncipe y cenar como un mendigo.
En Hebreos 10: 22 se nos exhorta a acercarnos “con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura.”
Después de una jornada intensa de trabajo, alguien puede sentir una necesidad grande de derramar su alma ante el Señor sin demora, con todo el mal olor de la traspiración de un día entero.
No obstante, siempre que las circunstancias lo permitan, personalmente siento la necesidad de darme una buena ducha al comenzar el día, para andar delante del Señor limpio no sólo en mi espíritu y alma, sino también en mi cuerpo, ya que se nos dice en 1ª. Corintios 3: 16 que el mismo es templo del Señor.
Con todo, no quiero tampoco hacer una doctrina en cuanto a esto, ni ser contencioso de manera alguna sobre el particular, respetando la opinión de otros que tal vez no estén totalmente de acuerdo.
Las palabras que siguen en el versículo 8 nos presentan un desafío: “A Jehová he puesto siempre delante de mí; porque está a mi diestra no seré conmovido.”
¿Qué es lo que ponemos siempre o mayoritariamente delante de nosotros? ¿El dinero, el éxito, la aprobación de los demás, la fama, una adicción indebida a la televisión, o tal vez al deporte, o a nuestro equipo favorito?
¿O es, en cambio, no hacer nada que desagrade al Señor, y vivir en la esfera de Su voluntad, para que nada empañe nuestra comunión con Él?
Son dos preguntas importantes que el lector hará bien en plantearse en un saludable auto análisis.
El resto del salmo sigue una línea mesiánica, prediciendo la resurrección de nuestro amado Señor Jesús sin ver corrupción.
“Se alegró por tanto mi corazón y se gozó mi alma; mi carne también reposará confiadamente, porque no dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que su santo vea corrupción.”
Vale la pena relacionar esto con lo dicho por Pedro en Los Hechos 2: 24, en la ocasión de su discurso el día de Pentecostés.
“Al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella.”
Jesucristo murió en condiciones distintas de todos los demás seres humanos, en el sentido de que no lo hizo debido a la ley claramente reiterada en las Escrituras:- “…el alma que pecare, ésa morirá.”
Su vida totalmente exenta de todo pecado lo puso totalmente fuera del alcance de esa ley, y Su resurrección bien podemos decir que era inevitable – “…imposible que fuese retenido por ella.” tal y cual lo señaló Pedro bajo la inspiración divina.
El versículo 11 con que termina el salmo nos presenta una riquísima y bendita culminación, de proyecciones eternas, y magníficas en el más amplio sentido de la palabra.
“Me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre.”
En primer lugar, haciendo esto extensivo a nosotros Sus santos amados, debemos pensar en un continuo aprender, en la escuela maravillosa del Maestro de los maestros, que nos enseña como ningún otro lo que verdaderamente interesa y vale, tanto para esta vida como para el siglo venidero.
En segundo término las palabras “…en tu presencia hay plenitud de gozo” claramente dan a entender que el mismo será inmensamente mayor y más puro que cualquier gozo que podamos haber experimentado en la vida presente.
Y en tercer lugar “delicias a tu diestra para siempre” nos hablan de algo que ha de trascender los límites del tiempo y perdurar por toda la eternidad. No habrá ningún punto en que el Señor nos diga – “Hasta aquí hemos llegado – ya no tengo más para mostraros.”
Las delicias que Él nos irá revelando nunca se agotarán – siempre habrá más para una eternidad deleitosa y maravillosa.
Bien podemos citar aquí las palabras de San Pablo en su epístola a Tito – “La esperanza bienaventurada.” Por cierto que lo es y que no hay nada que remotamente se le pueda comparar.
Que esto sea un fuerte estímulo para que ordenemos y modelemos nuestras vidas, o mejor dicho lo que nos queda por vivir todavía, en armonía y concordancia con tanta dicha que el Señor nos tiene reservada.
Como una sana advertencia, estimamos oportuno citar lo que el venerable apóstol Juan escribe en su primera epístola:
“Y ahora, hijitos, permaneced en él, para que cuando se manifieste, tengamos confianza, para que en su venida no nos alejemos de él avergonzados.” (1ª. Juan 2: 28)
Cuando esos ojos de fuego nos contemplen a Su venida, ¡QUE SEA LO PRIMERO Y NO LO SEGUNDO!
– – – – – ( ) – – – – – –
Capítulo 4 – Salmo 119 – una joya de hermosos y variados matices. (a)
El salmo 119 es muy particular por varias razones. Es el más extenso de todos, y el lector notará que contiene 22 partes de 8 versículos cada una, y que como encabezamiento de cada una de esas partes, figura el nombre de una letra del abecedario hebreo, que en total consta precisamente de igual número de letras, dándose así un total de 176 versículos.
Además, en el original hebreo cada sentencia empieza con la letra del respectivo encabezamiento. Naturalmente esto no se puede reflejar en la traducción al castellano, ni a ningún otro idioma suponemos, por razones obvias.
Lo ejemplificamos como si fuera en nuestro idioma, tomando la primera letra de nuestro alfabeto.
Alabo al Señor por todas Sus mercedes;
Alma mía, no olvides ninguna de sus muchas misericordias,
Agrega a esa alabanza una profunda gratitud,
Añadiendo también dos cosas importantes,
Amarlo por sobre todas las cosas en la vida,
Además de adorarlo en la hermosura de la santidad,
Etc. etc.
Otra particularidad muy importante es que en cada uno de los 176 versículos – exceptuando el 122 y el 132 en la versión 1960 de nuestra Biblia en castellano – se habla de la palabra de Dios, empleando una variedad de vocablos que se refieren a ella de una manera u otra, tales como tu ley, tus preceptos, tus mandamientos, tus juicios, tus estatutos, etc.
Todo esto compagina una verdadera joya literaria, sobre todo en el original hebreo, la cual presenta de muchas formas distintas la gran excelencia y utilidad de la palabra de Dios.
A veces, en nuestra exposición oral de las Escrituras, lo hemos planteado de esta forma: Si es que hay un Dios – como sin duda lo hay – y ese Dios nos ha dado un libro – como tampoco cabe duda de que lo ha hecho – entonces ese libro, la Santa Biblia, debe desde todo punto de vista, ser el libro primordial de nuestra vida, rigiendo nuestra conducta cotidiana con sus maravillosas enseñanzas, advertencias, principios y verdades.
Muchos conocen el caso de la famosa sentencia del “sabio” francés Voltaire. Afirmó que en cien años la Biblia iba a ser un libro desaparecido y olvidado.
El Señor esperó que se cumpliese el siglo estipulado por Voltaire para dar Su respuesta – contundente e irrebatible. La misma vivienda en París donde había pronunciado dicha sentencia se encontraba como depósito de las Sociedades Bíblicas, con pilas y pilas de ejemplares en cada recinto ¡del libro que iba a desaparecer y quedar olvidado para siempre!
Extrayendo ahora del rico caudal que se encuentra en el salmo en que estamos, nos parece oportuno comenzar con el versículo 18.
“Abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu ley.”
Desde luego que para el incrédulo – cegado su entendimiento por el dios de este siglo – no hay ninguna maravilla en la ley divina. Por el contrario, casi siempre le resulta una locura incomprensible y carente de todo sentido, por lo menos en mucho de su contenido.
David, que se supone que fue el autor de este salmo, nos revela en el mismo la vasta comprensión que él tenía de tantas verdades y principios sabios y maravillosos de esa ley.
Entre paréntesis, no debemos entenderla en la estrecha comprensión del decálogo, ni tampoco en la extensa parte ceremonial de la ley mosaica que encontramos en el Pentateuco.
Más bien debemos comprenderla en los términos que aparecen en el versículo 96: “A toda perfección he visto fin; amplio sobremanera es tu mandamiento.”
Es decir que tenía un claro concepto de la perfección de la misma, que sobrepasaba toda otra perfección por él conocida. Pero además veía que la magnitud de la misma era totalmente inconmensurable. Y esto lo tenemos que relacionar con el versículo 18 ya citado, en que pide al Señor que le abra los ojos para poder mirar las maravillas de ese mandamiento amplio sobremanera.
Aquí debe entrar en nuestra consideración la necesidad de la revelación divina. Es imprescindible que se nos abran los ojos de nuestro espíritu, y eso es una gracia especial que se otorga a los pequeñitos y humildes, no a los sabelotodos autosuficientes que se sirven de su propia capacidad y recursos.
Nuestro amado Señor Jesús dio bien en el clavo cuando alabó al Padre en Mateo 11: 25b-26 al decir “…escondiste estas cosas de los sabios y entendidos, y las revelaste a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó.”
El Señor nos conceda el don y la gracia de vivir como niños delante de Él, necesitándolo en todo y para todo, y confiando en Él implícitamente.
Dentro de la extensa gama que nos brinda este riquísimo salmo, escogemos ahora el versículo 136: – “Ríos de aguas descendieron de mis ojos, porque no guardaban tu ley.”
Tal vez no plenamente consciente del vasto alcance de estas palabras, David puntualiza aquí por la inspiración divina lo que llamaríamos el profundo arrepentimiento. Sólo aquéllos que lo han podido experimentar – notoriamente los apóstoles Pedro y Pablo, pero sin duda muchísimos otros santos a través de la historia – lo comprenden en buena parte de su gran magnitud.
Esos ríos de aguas – lágrimas a raudales – no son algo propio del emocionalismo, como algunos pudieran suponer. Son aguas que tienen la función de efectuar lavados internos de la maleza y suciedad acumuladas por no haber andado debidamente en el camino del Señor. Una vez seguido su debido curso, dejan al alma en dichosa paz, como quien ha experimentado un alivio bendito y una saludable limpieza interior.
Se podría agregar mucho más sobre el tema, pero sería prolongar en demasía, y aún nos queda mucho terreno que abarcar en este salmo.
“Antes que fuera yo humillado, descarriado andaba; mas ahora guardo tu palabra.” (Versículo 62)
Esta verdad tan importante se ratifica, aunque en otros términos, en el versículo 71:- “Bueno me es haber sido humillado, para que aprenda tus estatutos.”
Ser humillado por los hombres, o por el enemigo de nuestras almas, es algo doloroso y casi siempre totalmente improductivo. Por el contrario, cuando es el Señor Quien lo hace, siempre resulta para nuestro inmenso bien.
Nos vacuna, por así decirlo, contra el envanecimiento, esa aberración horrible, de la cual la primera víctima fue el Lucifer, quien busca desde entonces propagarla a cuantos pueda.
A sus amados y escogidos, Dios se encarga de humillarlos, como un seguro contra algo tan pernicioso y a la vez engañoso. Decimos engañoso, porque el maligno tiene la astucia de propagarlo de tal manera que la víctima no se percata de ello. Y decimos pernicioso porque si no se corrige a tiempo, el mal que acarrea desemboca necesariamente en gran deshonra y, en última instancia, en pérdida irreparable.
Siempre tenemos presente, de manera que resulta innecesario explayarnos sobre el mismo, el aguijón que le tocó soportar al apóstol Pablo, pero que tenía la triple función de impedir que se envaneciese, de aprender a apoyarse en la gracia suficiente para sobrellevarlo, y de experimentar una mayor medida del poder de Cristo, al descubrir el principio dorado de que “cuando soy débil, entonces soy fuerte”.
Este tema de ser humillado se proyecta a una culminación bendita y feliz por lo expresado en los versículos 75 y 76:- “Conozco, oh Jehová, que tus juicios son justos, y que conforme a tu fidelidad me afligiste. Sea ahora tu misericordia para consolarme, conforme a lo que has dicho a tu siervo.”
El experimentar la humillación y aflicción es algo que David reconoce – como debemos también hacerlo nosotros – que responde a los justos juicios del Señor, que sabe por qué y para qué lo hace, y también a Su gran fidelidad. De no hacerlo, Él sabe que en la primera de cambio, o bien en la hora del éxito, se nos subirían los humitos a la cabeza, como solemos decir.
Pero a quien somete el Señor a este tratamiento de Su gracia, siempre le hace saber que es para su bien, y que a su debido tiempo vendrá la cosecha de su gran misericordia y consuelo, que no sólo nos servirá de bálsamo bendito, sino que nos enriquecerá grandemente.
“Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán.” (Salmo 126: 5)
“Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación.” (Mateo 5: 4)
En un papel con anotaciones me di cuenta de que se trataba de puntos sobre este mismo salmo 119 que traté en una predicación más bien reciente. Como los puntos son todos distintos de lo que hemos visto hasta ahora en este capítulo, me resulta evidente que nos queda mucho terreno que cubrir, por lo cual, para evitar que éste sea demasiado extenso, seguramente que tendremos que suspender a cierta altura, para continuar en el capitulo siguiente.
Con todo, antes de hacerlo añadimos dos o tres párrafos.
Amplia, vasta y con una perfección que supera a todo lo que David había conocido es la palabra de Dios.
Sólo el Dios infinito puede conferir infinitud a algo, y, ¡por cierto que lo ha hecho con Su palabra bendita!
“Para siempre, oh Jehová, permanece tu palabra en los cielos.” De generación en generación es tu fidelidad. Tu afirmaste la tierra y subsiste. Por tu ordenación subsisten todas las cosas hasta hoy, pues todas ellas te sirven.” (Versículos 89-91)
Por el mismo principio, sólo el Dios eterno puede conferir eternidad a algo – y ¡por cierto que también lo ha hecho con Su palabra, la cual permanece firme para siempre en los cielos! Allí estará, absolutamente inmutable, por los siglos de los siglos.
Lo mismo tenemos que decir de Su fidelidad – “sin mudanza ni sombra de variación”, como se expresa con tanto acierto en Santiago 1: 17b.
Y por la ordenación de mismo Dios Altísimo y Omnipotente, la tierra ha sido afirmada y subsiste, al igual que todas las cosas hasta el presente, y todas ellas le sirven para el desarrollo y la concreción de Sus vastos propósitos universales para cada cosa creada.
Ahora sí suspendemos a esta altura para continuar en el capítulo siguiente.
– – – – – – ( ) – – – – – –
Capítulo 5 – Salmo 119 – Una joya de hermosos y variados matices. (b)
“Pues tus testimonios son mis delicias y mis consejeros.” (Versículo 24)
Para David los testimonios del Señor eran todo un deleite, y así, sin duda, debiera ser con nosotros, los hijos de Dios, renacidos por el Espíritu Santo. En ellos encontramos perlas de sabiduría, luz, justicia, verdad, de los caminos eternos, y en fin, un cúmulo de preciosas virtudes más, propias todas de la persona maravillosa de nuestro amado Dios y Señor.
Agrega que esos testimonios, en su carácter ya sea de palabra, dichos, juicios, preceptos, estatutos o mandamientos, eran consejeros que seguramente le valían para todas las vicisitudes y alternativas por las cuales le tocaba atravesar.
En el primer capítulo – La fragua divina – vimos, extrayendo de la maravillosa profecía de Isaías 9: 6, que uno de los nombres del bendito Mesías prometido seria Consejero, y también comentamos sobre Su función en tal carácter en cuanto a la iglesia de los laodicenses.
La trayectoria de David fue muy distinta de la de la iglesia de Laodicea, pero igualmente esos consejos a que se refería le valían para todas y cada una de las muchas circunstancias diversas y variadas que tuvo que enfrentar.
Tenemos presente, entre otras, las muchas ocasiones en que tenía que escaparse del Rey Saúl, que lo perseguía con tanta saña y maldad. Venía con muchos soldados, liderados por Abner, el general del ejército, y dónde esconderse, si debía pasar la noche en algún lugar oculto, alejarse a otra zona desértica o arbolada, etc. etc. – para todo eso necesitaba el consejo, junto desde luego con la providencia divina, para mantenerse a salvo, rodeado como estaba de tantos peligros.
Hilamos esto con el salmo 27: 3 donde dice:
“Aunque un ejército acampe contra mí, no temerá mi corazón; aunque contra mí se levante guerra, yo estaré confiado,” a lo que agrega en el conocidísimo versículo 4 su petición de poder contemplar cada día la hermosura del Señor e inquirir en su templo.
Desde luego que David debía valerse de los consejos de la palabra, con todos sus diversos matices, en una gran multiplicidad de otras formas y situaciones.
Pero para darle un fin práctico y subjetivo a estas reflexiones, debemos preguntarnos si en nuestra propia experiencia los testimonios y estatutos de Dios son de veras nuestros consejeros.
El sagrado libro – la Biblia – lo abarca todo, y como hijos Suyos debemos cultivar su lectura cotidiana con avidez, y así Sus palabras serán también nuestros consejeros.
Sabremos si debemos emprender un rumbo determinado o desecharlo; nos servirá para todas las decisiones que habremos de tomar, en términos materiales, espirituales, económicos, familiares, etc.
Si le damos a la bendita Biblia esa atención y el trato esmerado que se merece, el Espíritu Santo habrá de iluminarnos para que siempre tomemos la decisión o el camino acertado.
Todo esto lo enlazamos con el versículo 105: “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino.”
Efectivamente, en medio de las tinieblas que nos rodean por doquier, la luz diáfana y preciosa de la palabra divina, como lumbrera nos ilumina, señalando el camino correcto que debemos seguir.
Con todo, cabe señalar algo importante. Se trata del principio que a menudo hemos puntualizado oralmente y por escrito: el Antiguo Testamento con frecuencia nos habla a través de de lo externo, y visible, para señalar los valores internos, eternos e invisibles del Nuevo.
Así entonces la palabra del Señor nos habla, no como una lámpara a nuestros pies, sino en el fuero interno y por el Espíritu Santo que mora en nosotros, indicando el camino o la senda de la luz de la voluntad de Dios en que debemos andar.
Continuamos reflexionando sobre la forma tan amplia y sabia en que David se explaya sobre las excelencias de la ley de Dios.
“Guardaré tu ley siempre, para siempre y eternamente.” (Versículo 44)
Aquí David hace un voto que estaba dispuesto a cumplir todo el resto de su vida; pero no se detiene ahí, sino que lo hace extensivo a la eternidad – eternidad ésta que sabe que le ha conferido el Eterno Dios.
En el versículo 19 ya había escrito “Forastero soy en la tierra,” lo que da a entender claramente que no consideraba que su vida en este mundo era su única porción, como tristemente lo hacen los incrédulos. Muy por el contrario, sabía muy bien que había un más allá que se prolongaría por siempre jamás.
Hay además otros indicios en las Escrituras que apuntan en ese sentido, entre ellos lo que afirmó tras enterarse de la muerte del primer hijo que le dio a luz Betsabé: “Yo voy a él, más él no volverá a mí.” (2ª, Samuel 12: 23)
Quienes hemos nacido de nuevo tenemos esa esperanza bienaventurada de un más allá de dicha sin par, a continuar por los siglos de los siglos.
Es una bienaventuranza que quizá no siempre valoramos ni paladeamos como debiéramos, y que se encuentra en un contraste abismal con la porción de los que no conocen al Señor, cuya expectativa sólo está en su vida terrenal.
“Más que todos mis enseñadores he entendido, porque tus mandamientos son mi meditación.”
“Más que los viejos he entendido, porque he guardado tus mandamientos.” (Versículos 99 y 100)
El meditar en los mandamientos divinos y guardarlos le había reportado a David un caudal de sabiduría tan vasto, que iba mucho más allá de lo que le habían inculcado sus enseñadores.
Suponemos que esto habrá sido en su niñez y juventud; pero creemos que sin ser jactancioso va más allá, diciendo que el guardar esos mandamientos le había hecho entender, saber y comprender más aún que los ancianos, cargados de años y experiencia.
Esto se debe conectar con lo que el mismo David afirma en el Salmo 19: 11 – “Tu siervo es además amonestado con ellos; en guardarlos hay grande galardón.”
Tenemos presente el caso de un siervo del Señor que tenía un riquísimo ministerio de la palabra. Creemos recordar que alguien le preguntó en cierta ocasión cómo había adquirido semejante caudal.
La respuesta fue que mientras otros cursaban estudios de diversa índole para seguir una carrera determinada, él se había pasado las horas por años y años, devorando por así decirlo las Sagradas Escrituras.
En otra línea, y en aras de retener un sano equilibrio, debemos acotar que las palabras del versículo 99 “Más que todos mis enseñadores he entendido” no deben motivar a que uno desprecie lo que los verdaderos maestros de la palabra nos pueden inculcar, pensando que uno se basta a sí mismo con lo que cosecha con sus propios estudios, sin necesitar de los demás.
En Efesios 4:11-12 Pablo señala que el Señor constituyó, y desde luego que sigue haciéndolo, ministerios “a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo” y entre ellos figuran los de pastores y maestros.
Desconocer esto supone un grave desatino, y una clara muestra de orgullo y envanecimiento.
“En mi corazón he guardado tus dichos para no pecar contra ti.” (Versículo 11)
El estudio asiduo y esmerado de la palabra de Dios nos trae grandes beneficios de diversa índole.
Uno de ellos, pensamos a menudo, es el de agradar al Espíritu Santo, el inspirador de la misma, según se nos dice en 2ª. Pedro 1: 20-21.
Lo contrario sucedería si no le diéramos ese trato que se merece, leyéndola mucho menos de lo que debiéramos, y sin mayor apetito espiritual.
Otro beneficio es el de adquirir paulatinamente la perspectiva divina en cuanto a los valores importantes de esta vida, sobre todo en su proyección hacia lo eterno e imperecedero del más allá-
Otro más es el de recibir advertencias en cuanto a peligros que nos acechan y nos rodean en nuestra peregrinación, por ejemplo el que se puntualiza en la oración del versículo 36: “Inclina mi corazón a tus testimonios, y no a la avaricia.”
Aunque nos salimos del ámbito de este salmo, debemos señalar aquí como algo muy importante que el libro de Proverbios está virtualmente saturado de advertencias y amonestaciones contra un gran número de males que nos pueden perjudicar y dañar en nuestra carrera.
Pero debemos afirmar que hay un algo muy fundamental e imprescindible que debe acompañar al estudio asiduo y esmerado a que nos hemos referido.
Esto se refleja en no pocos versículos del salmo dorado en que estamos, tales como el 2, «Bienaventurados los que…con todo el corazón te buscan.” Versículo 10 “Con todo mi corazón te he buscado” el 111: “Porque son el gozo de mi corazón,” el 145 ”Clamé con todo mi corazón.
Es decir que no se trata de un estudiar con avidez, pero solamente por la vía del intelecto o razonamiento mental.
El corazón debe anhelarlo y ser, por así decirlo, la fuerza motriz que nos impulsa a hacerlo.
Otra vez nos valemos del libro de Proverbios esta vez para citar el versículo 23 del cuarto capítulo –“Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida.”
El corazón es la fuente o el manadero del cual brota todo lo que hablamos y hacemos. Y redondeando sobre el versículo 11 del subtítulo, David sabía que era por sobre todo en su corazón que debía guardar y atesorar la palabra de Dios, como un seguro, si cabe, contra el mal gravísimo de pecar contra el Dios al cual le debía todo.
Y finalmente, nos atrevemos a elevarlo a un nivel más alto, expresado en la aspiración de no hacer ni decir nada que suponga desagradarlo en absoluto – una aspiración muy encumbrada por cierto, pero que creemos que es alcanzable por Su gracia, si nos lo proponemos seriamente, aun cuando, como seres finitos y falibles que somos, cada tanto no lo alcancemos.
Antes de continuar, debemos detenernos aquí para introducir una nota solemne, y en un sentido aterradora, pero necesaria, que se desprende del versículo 53: “Horror se apoderó de mí a causa de los inicuos que dejan tu ley.”
Al no valorar sino despreciar las maravillosas riquezas y excelencias de la ley divina, quien lo hace se coloca de hecho en la parcela opuesta del enemigo declarado de las almas.
Allí imperan las fuerzas contrarias del odio, la iniquidad, y toda toda suerte de mentiras y engaños.
Por una parte, tengamos siempre una temblorosa gratitud por saber que estamos situados en la parcela bendita del amor y la gracia de la ley divina; por la otra, oremos y busquemos en lo que nos sea posible ayudar a los que se encuentran atrapados en la otra, en concordancia con el deseo del Señor, Quien no quiere que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento.
“Sumamente pura es tu palabra y la ama tu siervo.” (Versículo 140)
Este versículo debemos relacionarlo con el Salmo 12, también de David, que en el versículo 6 nos dice: “Las palabras de Jehová son palabras limpias, como plata refinada en horno de tierra, purificada siete veces.”
Por supuesto que no debemos entender por esto que a la palabra de Dios hay que someterla a ese proceso de purificación. El verdadero sentido es que el resultado final de ese proceso tan intenso – siete veces, es decir el número que denota algo perfecto y completo – será que se logre plata absolutamente refinada y exenta de todo vestigio de impureza, lo cual constituye el estado o la condición permanente de la palabra eterna en sí – siempre ha sido así, y por siempre jamás lo seguirá siendo.
Esa pureza tan impecable – tan inmaculada – motivaba a David a amarla – entrañablemente agregaríamos. Tenemos claras muestras de ello en los siguientes versículos: 14:”Me he gozado en el camino de tus testimonios más que de toda riqueza.” Versículo 24: “Pues tus testimonios son mis delicias.” Versículo 72: “Mejor es la ley de tu boca que millares de oro y plata.” Versículo 103: “! Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! Más que la miel a mi boca.”
Es decir que se gozaba poniéndola por encima de toda riqueza y de millares de oro y plata – se deleitaba en ella y la encontraba dulcísima a su paladar, más que la miel.
¡Qué ejemplo maravilloso, digno de que lo emulemos!
Si bien con lo escrito no le hemos hecho plena justicia a este salmo tan especial, y por cierto que mucho menos hemos alcanzado a agotar sus enormes riquezas, nos damos por satisfechos con estos dos capítulos.
Concluimos con el deseo y la oración de que sirvan para incrementar grandemente nuestro cariño y devoción a ella – la bendita palabra de Dios que vive y permanece para siempre, – y que más allá de eso, a verla personificada en el amado Señor Jesucristo, el Verbo que era en el principio, y que era con Dios y que era Dios. (Juan 1: 1)
– – – – – ( ) – – – – – –
CAPÍTULO 6 – Confirmación, unción, sellos y arras. (2ª. Corintios 1: 21-22)
“Y el que nos confirma con vosotros en Cristo, y el que nos ungió, es Dios, el cual también nos ha sellado, y nos ha dado las arras del Espíritu en nuestros corazones.”
En estos dos breves versículos, lo que no nos cansamos de llamar la pluma tan fecunda del apóstol Pablo, nos señala cuatro puntos cardinales, por la gran importancia que revisten, importancia ésta que nos mueve a dedicarles todo este capítulo.
Por empezar, desde luego que lo primordial en la vida es que uno se convierta de las tinieblas a la luz admirable de Cristo, o, en los términos de Jesús dirigiéndose a Nicodemo en la primera parte del capítulo 3 de San Juan,, nacer de nuevo, de agua y del Espíritu, para así ver el reino de Dios y entrar en él.
Los corintios, a quienes Pablo dirige esta segunda epístola, ya habían tenido esa bendita experiencia. Los cuatro puntos del título van dirigidos a ellos, con el fin de que prosigan satisfactoriamente en su vida espiritual, y lleguen a la postre a una culminación feliz.
Pasamos ahora a reflexionar sobre cada uno.
I) Confirmación.
Pablo dice “…el que nos confirma en Cristo…”
Debemos partir de esas dos palabras que hemos subrayado: en Cristo.
En toda verdadera conversión eso es precisamente lo que sucede.
“Si alguno está en Cristo nueva criatura es; las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas.” (2ª. Corintios 5: 17)
El mismo Señor Jesús lo ilustra y amplía sobremanera en Juan 15:-
“Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que no lleva fruto lo quitará; y todo aquél que lleva fruto lo limpiará para que lleve más fruto. Permaneced en mí y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.” (15: 1, 2 y 4)
Su exhortación a que permanezcamos en Él es clara y terminante; así como una rama cortada y separada de la vid no puede dar fruto, sino que se seca y sólo sirve para quemarse como leña, o bien para hacer tal vez algunos enseres sin vida, así tampoco nosotros aparte de Él.
El hecho de que añada “…y yo en vosotros” no ha de tomarse por cierto como una exhortación a sí mismo, ni un recordatorio de que debe hacerlo.
Debe entenderse, en cambio, en el sentido de que le permitamos a Él permanecer en nosotros, sabiendo muy bien que a veces podemos ser tan propensos en la primera de cambio a saltarnos por la tangente, pasando al temor, la desobediencia, o a una actitud carnal o egoísta, todo lo cual nos desubica totalmente, con el doble efecto de no permanecer en Él, ni permitir que Él lo haga en nosotros.
Hace unos buenos años, estando en la obra misionera en la provincia de Mendoza, al Oeste de la República Argentina, alguien me prestó un libro que trataba sobre el tema de injertos.
Recuerdo que afirmaba que había una diferencia entre el de un peral o un manzano, por ejemplo, y el de la vid.
En aquéllos bastaba quitar toda la corteza de la vara a injertarse, y haciendo un tajo en el árbol en sí y colocando una venda, normalmente se lograba un injerto satisfactorio.
Por el contrario, con la vid había que cortar hasta el centro de la vara a injertarse, llamado significativamente el corazón, y recién entonces proceder al vendaje y al injerto.
La lección que se desprende de esto es que la espada de doble filo de la palabra de verdad tiene que penetrar bien dentro del fuero interno, para que el injerto del pámpano resultante sea satisfactorio y, a la postre, fructífero también.
Por otra parte, nos conmueve pensar que el corte en la vid verdadera, que es nuestro Señor Jesús, ya fue hecho, y muy dolorosamente por cierto, en el Calvario, cuando los clavos de los que lo crucificaron horadaron Sus manos y Sus pies – Salmo 22: 16 – y la lanza del soldado le abrió el costado – Juan 19: 34.
Pero ahora pasamos a considerar la forma en que los dos quizá más grandes apóstoles del Nuevo Testamento – Pedro y Pablo – realizaron en sus trayectorias una labor confirmatoria, tanto en el nivel conjunto de iglesias como individualmente en la vida de los discípulos de aquel entonces.
– Pedro.
“…y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos.” (Lucas 22: 32)
De cómo Pedro asumió plenamente este mandato del Señor tenemos claras evidencias en las Escrituras.
En Los Hechos 9: 32 leemos “Aconteció que Pedro, visitando a todos, vino también a los santos que habitaban en Lida.”
Esas visitas por cierto que no serían de cortesía, ni con la brevedad con que algunos médicos, apremiados por sus muchas obligaciones, a veces las deben efectuar.
Creemos que sería para exhortarlos, recordándoles tantas cosas de gran importancia para continuar firmes en el camino del Señor.
Acercándose al final de su vida, escribió en 2ª. Pedro 1: 13-15 –“Pues tengo por justo, en tanto que estoy en este cuerpo, el despertaros con amonestación; sabiendo que en breve debo abandonar el cuerpo, como nuestro Señor Jesucristo me ha declarado.”
“También yo procuraré con diligencia que después e mi partida vosotros podáis en todo momento tener memoria de estas cosas.”
Bien podemos imaginar cómo los discípulos que le habían oído se recordarían mutuamente los consejos, advertencias, exhortaciones y amonestaciones que con tanto amor, gracia y fidelidad les había hecho.
Y además de esto tenemos sus dos epístolas, que son un legado precioso para todos los discípulos de todos los tiempos.
En suma, vemos la soberana gracia del Señor en su vida, tomándolo así como era, un humilde pescador, del vulgo y sin letras, para forjar un vaso para honra, dotado de tanta sabiduría, gracia y fidelidad.
b) Pablo.-
Resulta interesante que a un hombre tan versado en la ley mosaica y que aventajaba a muchos de sus contemporáneos, el Señor le encomendó el ministerio a los gentiles, mientras que a Pedro, el humilde pescador a que ya nos hemos referido, lo destinó para la circuncisión, o sea el pueblo de Israel.
La lógica nuestra hubiera sido disponer lo contrario, pero así son los caminos imprevistos e insondables del Señor.
En la vida de Pablo lo prioritario era llevar almas al conocimiento de Cristo. No obstante, enseñado por el Señor, y al mismo tiempo por la experiencia práctica, sobre todo a partir de su primer viaje misionero, vio con toda claridad que eso no bastaba – era imprescindible confirmarlas.
Y así vemos cómo, paralelamente a la proclamación de la palabra de verdad del evangelio, en su ministerio se destacaba una labor confirmatoria, que como veremos era tesonera y podríamos decir hasta exhaustiva, tal era la forma en que la desarrollaba.
Aun durante el primer viaje misionero que hizo, acompañado por Bernabé, en el trayecto de retorno después de llegar a Derbe, el punto más distante, tenemos claros indicios de una labor confirmatoria.
“…volvieron a Listra, Iconio y Antioquía (los lugares donde habían fundado iglesias) confirmando los ánimos de los discípulos, exhortándoles a que permaneciesen en la fe, y diciéndoles: Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios.” (Los Hechos 14: 21b-22)
Vieron también la necesidad de constituir ancianos, orando con ayunos y encomendándolos al Señor en quien habían creído.
Sobre este particular no nos detendremos, pues sería desviarnos en algo del hilo conductor.
En cambio subrayamos el peso y la autoridad con que esos dos esforzados siervos del Señor, Pablo y Bernabé, que como dijimos lo acompañaba, ministraron en esas tres iglesias, trayendo palabras saturadas de fe y de unción santa para fortalecerlos, procurando que quedasen firmemente arraigados en el Señor.
También debe tenerse muy en cuenta que no les prometían un camino de rosas, con dicha y mucha alegría, y exento de dificultades. Muy por el contrario, les advertían que era menester entrar en el Reino de Dios a través de muchas tribulaciones, un énfasis no muy usual por cierto en estos días.
Siguiendo el orden cronológico fijado por el libro de Los Hechos, vemos que a continuación surgió el problema de los judaizantes. Algunos de ellos, llegados a Antioquía de Siria, sostenían que a los creyentes gentiles había que circuncidarlos – de otra manera no podían ser salvos.
El problema fue tratado en Jerusalén, decidiéndose que de ninguna manera se impusiese semejante carga a los gentiles. Pablo y Bernabé volvieron a Antioquía acompañados por dos varones principales de entre los hermanos – Judas Barsabás y Silas – y leyeron la carta confirmando la decisión de absolverlos de esa carga, lo cual trajo un regocijo general.
Leemos también que Judas y Silas, siendo ambos profetas, consolaron y confirmaron a los hermanos, trayendo abundancia de palabras a ese fin.
Aun cuando no se trata específicamente de Pablo, él evidentemente vivía intensamente esas cosas, y habrá sido muy de su agrado oír a estos dos varones hablar con tanto peso y autoridad, confirmando la postura clarísima de que a los preciosos convertidos entre los gentiles no había que turbarlos con esa carga.
Refiriéndose a la misma, Pedro al dirimirse el asunto, preguntó a los judaizantes
“…¿por qué tentáis a Dios, poniendo sobre la cerviz de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar? (Los Hechos 15:10)
A esto agregó en el versículo siguiente “Antes creemos que por la gracia del Señor Jesús seremos salvos, de igual modo que ellos.”
Resulta reconfortante comprobar la absoluta concordancia entre estos dos apóstoles, a los cuales debemos agregar desde luego a Juan, en cuanto al evangelio de la gracia de nuestro Señor Jesucristo.
Aquí encaja muy bien lo que leemos en Hebreos 13: 9 – “No os dejéis llevar de doctrinas diversas y extrañas; porque buena cosa es afirmar el corazón con la gracia.»
Una vez dirimido el tema planteado por los judaizantes, Pablo sintió que sería bueno visitar a las iglesias que habían levantado en el primer viaje.
Sobrevino la separación entre él y Bernabé, debido al fuerte desacuerdo entre ambos sobre si Juan Marcos debía o no acompañarlos.
Como resultado emprendió el segundo viaje acompañado por Silas, mientras que Bernabé lo hizo con Juan Marcos navegando a Chipre.
Sin detenernos a comentar exhaustivamente, creemos que Pablo tenía razón, pero hubiera sido mejor que, ante la discrepancia, decidiesen buscar al Señor al respecto. Nos parece muy probable que la respuesta fuera en el sentido de la postura de Pablo, pues evidentemente Juan Marcos no estaba preparado para las fuertes persecuciones que sobrevendrían.
Así Pablo salió con Silas encomendado por la iglesia, lo cual, significativamente, no lo hizo Bernabé.
Lo primero que leemos sobre este segundo viaje es que “ … pasó por Siria Cilicia, confirmando a las iglesias.” (Los Hechos 15: 41)
Seguidamente llegó a Derbe y a Listra, donde se habían levantado iglesias en el primer viaje, y reconociendo en Timoteo un joven con aptitudes promisorias, decidió que los acompañase.
Pasando por las distintas ciudades, les entregaban la carta de los apóstoles y ancianos que estaban en Jerusalén con la decisión tomada, y a continuación leemos:- “Así que las iglesias eran confirmadas en la fe, y aumentaban en número cada día.” (16:5)
Aquí tenemos el ideal que le habrá resultado muy caro y alentador a Pablo. Por una parte, un incremento numérico cada día, y por el otro, las iglesias confirmadas en la fe.
El relato pasa seguidamente a hacernos ver que los apóstoles no tenían su agenda propia, sino que dependían de la expresa guía del Espíritu Santo.
Después de que se les prohibiera predicar la palabra en Asia – la provincia de ese entonces, no el continente, como lo conocemos hoy – intentaron ir a Bitinia, pero tampoco ése era el lugar indicado. Finalmente, a través de una visión de noche de Pablo, entendieron que debían ir a Macedonia.
Así llegaron eventualmente Filipos, la principal ciudad de Macedonia, donde les esperaba una feroz persecución. Entendemos que esto fue el alto precio que tuvieron que pagar por hacer pie con el evangelio en el continente europeo, en el cual en siglos posteriores iban a acontecer grandes derramamientos de la gracia divina, con repercusiones mundiales, ya que de ellos salieron misioneros para muchas naciones propagando la verdad del Evangelio de la Salvación en Cristo Jesús.
Después de levantar la iglesia en Filipos, siguió junto a Silas marchando a Tesalónica, donde también en medio de fuerte persecución se levantó otra iglesia, muy fiel por cierto.
Debido a la obstinada oposición de los judíos tuvieron que marchar muy pronto, pasando a Berea, de allí a Atenas, siguiendo la marcha hacia la región de Acaya, deteniéndose en Corinto por un buen tiempo, pues el Señor le hizo saber que tenía mucho pueblo en esa ciudad.
En un principio Silas estuvo con él, y se añadió a ellos el matrimonio de Aquila y Priscila, pero por el relato del capitulo 18 todo indica que en un momento dado Silas no continuó con él, y terminó el viaje solamente acompañado por el matrimonio citado.
Después de visitar a la iglesia en Jerusalén descendió a Antioquía de Siria, su iglesia base. Estuvo allí por un tiempo – no muy prolongado al parecer – tras lo cual emprendió su tercer viaje misionero, esta vez sin acompañante, por lo menos en un principio.
Leemos que “ salió, recorriendo por orden la región de Galacia y de Frigia, confirmando a todos los discípulos.” (18: 23)
Sería muy extenso detallar más sobre su trayectoria posterior, de manera que nos ceñimos a citar algunas partes muy pertinentes de su discurso de despedida a los ancianos de Éfeso, que se trasladaron a la isla de Mileto a pedido suyo.
“…y como nada que fuese útil he rehuido de anunciaros y enseñaros, públicamente y por las casas.” (20: 20)
“Por tanto, velad, acordándoos que por tres años de noche y de día, no he cesado de amonestar con lágrimas a cada uno.” (20:31)
Resumiendo y para visualizar lo casi increíble de su labor confirmatoria, señalamos que la hizo en las iglesias a nivel conjunto, a todos los discípulos, públicamente y por las casas, inculcando todo cuanto les fuese útil, de noche y de día, a cada uno con lágrimas.
En esto tenemos un ejemplo supremo de una labor tesonera como tal vez pocas otras, lo cual nos hace estar muy agradecidos al Señor, por darnos con su vida y ministerio un ejemplo de semejante altura y talante.
Nos detenemos aquí, para proseguir en el capítulo siguiente con los tres restantes temas del título.
– – – – – ( ) – – – – – –
Capítulo 7 – Confirmación, unción, sello y arras. (b)
Unción.-
Comenzamos con el principio ya señalado de que lo externo y visible del Antiguo Testamento nos habla figurativa o simbólicamente de lo interno, eterno e invisible del Nuevo.
Para ello pasamos a Éxodo 30: 22-33. En este pasaje tenemos expresas instrucciones que el Señor le hizo a Moisés.
Notamos que los ingredientes – mirra excelente, canela aromática, cálamo aromático, casia y aceite de olivas – no quedaban al arbitrio del que lo confeccionaba, sino que debían estar en la proporción exacta que se había prescripto.
Por otra parte, se haría según el arte del perfumador.
Aquí entonces tenemos el equilibrio perfecto: por un lado, la precisión de estar ceñido escrupulosamente a los parámetros de la verdad bíblica; por el otro, la originalidad y frescura que siempre proviene de lo alto.
Quienes ministran con la verdadera unción siempre ostentarán, de una forma u otra, estas dos virtudes imprescindibles y preciosas.
Pero notemos que en Éxodo 30: 25b se la llama unción santa y para mayor abundamiento, en el versículo 32 del mismo capítulo se advierte: “Sobre carne de hombre no será derramado.”
Como si fuera poco, en el versículo siguiente se añade: “Cualquiera que compusiere ungüento semejante, y que pusiere de él sobre extraño, será cortado de entre su pueblo.”
Esto es una clara advertencia de que de ninguna manera debe haber una falsificación de manera que resulte algo espurio. La unción auténtica proviene de lo alto, del Espíritu del Señor, que por algo se llama el Espíritu Santo.
En las Sagradas Escrituras con muchísima frecuencia se nos exhorta a vivir en santidad, y quien no lo hace, de ninguna manera puede esperar que la unción santa repose sobre lo que dice o hace.
Este fuerte hincapié en la santidad lo tenemos también reflejado en el tema siguiente.
SELLO.-
Son varios los versículos que aportan sobre este tema. Antes de entrar a considerarlos acotamos que, como es bien sabido, en el libro de Apocalipsis se habla de los que estarán sellados con el número 666.
A los auténticos hijos de Dios, renacidos del Espíritu Santo, nos resulta muy reconfortante y alentador saber que el Señor se ha anticipado a todo eso, sellándonos de antemano para sí mismo.
Tomamos seguidamente Efesios 1: 13 – “En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa.”
¡Qué hermoso y precioso sello! La misma morada de Dios en nuestros corazones por Su bendito Espíritu, y esto en cumplimiento de una expresa promesa divina en ese sentido.
En 2ª. Timoteo 2: 19 se nos ensancha la comprensión del precioso tema.
“Pero el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos, y: apártese de iniquidad todo el que invoca el nombre de Cristo.”
El anverso de este sello, o la cara como se suele decir, nos habla de la posesión o pertenencia. Se está hablando de vidas que el Señor sabe que son absolutamente suyas – Él es el amo y dueño absoluto de las mismas – las cuida, guía y bendice, encargándose bien de que anden siempre en Sus caminos y en hacer Su voluntad cada día.
En el reverso, o sea la seca, se puntualiza que todo el que invoca el nombre del Señor necesariamente debe apartarse de iniquidad, pues sin santidad nadie verá al Señor, como se señala y repetimos en Hebreos 12: 14.
Sin referirse precisamente al sello, el apóstol Pedro en su primera epístola afirma con fuerte énfasis:- “…sino, como aquél que os llamó es santo, sed vosotros también santos en toda vuestra manera de vivir.” (1: 15)
Es decir que abarca todo: el hablar de la boca, el mirar de los ojos, el trato con los hermanos o hermanas, es decir tanto con los del sexo propio como del opuesto, el andar de los pies, es decir adónde van, el manejo del dinero, y en suma, absolutamente todo lo relacionado con la vida cotidiana.
“Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención.” (Efesios 4: 30)
Esto es algo que hace resaltar la verdad de la personalidad del Santo Espíritu. No es una mera influencia, como algunos sostienen, sino una persona bien definida, que a los hijos de Dios nos habla y comunica Su estado de ánimo en cuanto a nuestra conducta, ya sea para dar el sello aprobatorio de paz cuando le agradamos, de gozo especial en algunas ocasiones, y de tristeza cuando hacemos o decimos cosas indebidas.
Por encima de nuestra experiencia, tenemos el testimonio de las Escrituras, que nos hacen entender con toda claridad que es así.
Tomamos algunas de las muchas citas en esa línea a fin e ejemplificarlo debidamente.
“Y dijo Pedro: Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo…? Esto denota claramente Su personalidad – estaba presente en todo lo acaecido, y la mentira de Ananías estaba dirigida hacia Su persona. (Los Hechos 5: 3)
Tenemos también las palabras del profeta Agabo al predecir la persecución que le esperaba a Pablo al subir a Jerusalén –“Esto dice el Espíritu Santo…” (Los Hechos 21: 11)
Asimismo vemos Su inspiración del hablar de los verdaderos siervos de Dios, como así también en la interpretación de las Escrituras, según se desprende claramente de 2ª. Pedro 1: 21 y Hebreos 9: 8, respectivamente: “…los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo,” y “… dando a entender el Espíritu Santo con esto que aún no se había manifestado el camino al Lugar Santísimo…”
Redondeando sobre el tema, tomemos muy en cuenta la exhortación de Pablo en Efesios 4: 30 ya citada, y cuidémonos celosamente de no contristarlo, antes bien, de agradarle en todo cuanto hagamos, pensemos y digamos.
ARRAS.-
Nuestro diccionario usual de la lengua española (Larousse) define este vocablo diciendo – Lo que se da en prenda de un contrato.
En otro encontramos lo siguiente: Pago parcial dado como anticipo, especialmente para confirmar un contrato.
En el caso nuestro en vez de contrato corresponde pacto, ya que estamos en la dispensación del Nuevo Pacto.
Encontramos la palabra en tres versículos, a saber, 2ª. Corintios 1: 22, 5: 5 y Efesios 1: 14.
“…el cual también nos ha sellado, y nos ha dado las arras del Espíritu en nuestros corazones.”
“Mas el que nos hizo para esto mismo es Dios, quien nos ha dado las arras del Espíritu.”
“…que es (el Espíritu Santo) las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria.”
Esto nos da un abanico amplio de verdades sobre el tema.
En primer lugar, este anticipo para confirmar la verdad y solidez del pacto es nada menos que el Espíritu Santo del Dios viviente – revestido en Su deidad de Omnipotencia, Omnisciencia y Omnipresencia.
En segundo término, según el contexto, el futuro que nos aguarda es ser vestidos de una nueva vivienda, una casa no hecha de manos, eterna en los cielos, para que lo mortal sea absorbido por la vida. Como prenda de esto se nos han dado esas benditas arras.
En tercer lugar, estas arras son el anticipo de nuestra herencia celestial y eterna, hasta tanto se consume la redención de la posesión adquirida. Y todo esto para alabanza del Dios del cual proviene este eterno y glorioso bien, del que nos ha tocado ser los dichosos beneficiarios.
Finalmente nos permitimos añadir otra faceta, brotada de una promesa del Antiguo Testamento, en Deuteronomio 11: 21 – “…para que sean vuestros días, y los días de vuestros hijos, tan numerosos sobre la tierra que Jehová juró a vuestros padres que les había de dar, como los días de los cielos sobre la tierra.”
Hay ocasiones muy especiales en que el Señor nos bendice tan maravillosamente, a veces para consolarnos tras fuertes escollos que hemos tenido que superar. Y en las mismas derrama raudales de gracia, dicha y bendición, que suponen un fiel anticipo de lo que nos espera en el más allá.
– – – – ( ) – – – – – –
Capítulo 8.- Dios nuestro, otros señores fuera de ti se han enseñoreado de nosotros. (Isaías 26: 13)
Estas palabras reflejan el clamor de quienes, por escoger caminos indebidos, entregarse a la idolatría – no de imágenes o ídolos hechos por mano de hombre, sino mayormente de cosas tales como una pasión o interés obsesivo de cosas ajenas al Reino de Dios – han quedado atrapados.
En otras palabras, otros señores, tal como dice el texto citado, se han hecho dueños y señores de la vida de ellos.
La misericordia del Señor, al verlos en esa situación de esclavitud, se manifiesta en su trato con ellos, a fin de llamarlos al arrepentimiento y a retomar la buena senda.
“Jehová, en la tribulación te buscaron; derramaron oración cuando los castigaste” (26: 16)
Se trata de un castigo punitivo, pero a la vez correctivo. El resultado de ese castigo – tribulación, falta de paz, angustia interior, tristeza, etc. – se convierte en un medio muy eficaz para que se lo busque a Él, el solo Dios verdadero.
Esto además derramando oración, es decir, no algo superficial y transitorio, sino lo que brota de lo hondo de las entrañas de un corazón acongojado y consciente de su profunda necesidad de volver al Dios, al cual le debe todo, y del cual neciamente se ha apartado sirviendo a otros señores.
Este capítulo 26 de Isaías, como así también el 28 y algún otro en la sección que se extiende hasta el 29, abundan en reprensiones a Su pueblo por su infidelidad, y en diversas advertencias y trato punitivo y correctivo, a fin de restaurarlos y encaminarlos otra vez por la buena senda.
Veamos algunos pasajes en esa línea
“De esta manera, pues, será perdonada la iniquidad de Jacob, y este será todo el fruto, la remoción de su pecado; cuando haga todas las piedras del altar como piedras de cal desmenuzadas, y no se levanten los símbolos de Asera, ni las imágenes del sol.” (27: 9)
Esto echa de ver que más de una vez, al venir el escarmiento por la idolatría, se producía un arrepentimiento, pero superficial. No seguían ofreciendo sacrificios a esos dioses falsos, pero las imágenes y efigies seguían en pie.
El Señor requería que fueran drásticos, de tal manera que las piedras de los altares fueran desmenuzados como piedras de cal, es decir que no quedara ningún vestigio de ellas, como prueba de que el arrepentimiento era sincero, y así entonces podría haber un perdón acorde y el fruto de la remoción de su pecado.
¡Cuántas veces sucede así, o algo por el estilo, cuando tras un escarmiento dispuesto por el Señor sobreviene un arrepentimiento, pero superficial!
Se deja de hacer el mal, pero no se hace el corte final y definitivo, y queda una puerta abierta para que en la primera de cambio se pueda reincidir.
El arrepentimiento debe ser sincero y radical – con renuncia absoluta del mal que se ha estado cometiendo, y a veces hasta quemando cosas relacionadas con el mal turbio o pecaminoso en que se ha estado viviendo.
En otras palabras – QUE EL SEÑOR VEA QUE SE VA BIEN EN SERIO.
“Muertos son, no vivirán; han fallecido, no resucitarán; porque los castigaste, y destruiste y deshiciste todo su recuerdo.” (Isaías 26: 14)
Otro versículo que nos habla en términos muy radicales en cuanto al trato que se debe dar a esos enemigos declarados de nuestra alma – hacerlos morir, sin posibilidad de resucitar, y sepultar en el más profundo olvido todo recuerdo de ellos.
Reforzamos esto con dos citas del Nuevo Testamento.
“Haced morir, pues, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría” (Colosenses 3: 5)
Subrayamos haced morir señalando, como a veces lo hemos hecho en la prédica oral, que no dice tened a raya, dominad, domad, venced, sino el camino drástico de hacer morir.
Y otro versículo que encaja perfectamente con todo esto es Romanos 8:13 –
“…porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis.”
Una de dos – por así decirlo, uno lo mata al pecado, o el pecado lo mata a uno. Efectivamente, si mimamos a la carne consintiendo en hacer sus obras, eso irá estrangulando nuestra vid espiritual y acabará con ella.
La otra opción es hacer morir las obras de la carne, pero notemos bien que Pablo antepone las palabras por el Espíritu. Por nuestras propias fuerzas y recursos por cierto que no podremos – tiene que ser por la gracia del Espíritu operando en nosotros.
Ahora bien, aquí tenemos que volver a lo dicho anteriormente – la gracia del Espíritu está a nuestra disposición, pero Él necesita que también lo deseemos, y en serio, como pusimos algunos párrafos más arriba. De poco o nada vale que uno lo haga de una manera superficial, o a medias.
Hay que tomar conciencia de que se trata de enemigos declarados de nuestra alma tal como dijimos más arriba, y que nos hacen muchísimo daño, y casi agregaríamos que es necesario odiarlos – detestarlos, por seductores y placenteros que se presenten, sobre todo algunos de ellos.
Si el Espíritu Santo ve en uno esta disposición intransigente y drástica, seguramente que no tardará en extenderle Su gracia y así pasará a disfrutar de la maravillosa promesa hecha por el Señor Jesús en Juan 8: 36 – “…si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres.”
“¿A quién se enseñará ciencia, o a quién se hará entender doctrina? A los destetados, a los arrancados de los pechos.
Este es el primer versículo de un pasaje que se extiende del 9 a 13 del capítulo 28 de Isaías. Nos presenta un caso distinto – el de niños espirituales – niños mimados agregaríamos – y cuya visión de la vida cristiana se define por lo que reza en el versículo 10:- “Porque mandamiento sobre mandamiento, mandato sobre mandato, renglón tras renglón, línea sobre línea, , un poquito allí, otro poquito allá”.
Al decírseles: “...Éste es el reposo, dad reposo al cansado; y éste es el refrigerio; (versículo 12) se agrega con pena –“mas no quisieron oír”.
Es decir que representa un no querer saber nada de prodigarse sirviendo a otros, ya sea cansados, o necesitados, de alguna otra forma. Mas bien que se les sirva a ellos – “ ¿Y a ti cómo te gusta la lechecita? Tibia ¿verdad? ¿Y a ti con almíbar, no es cierto?
El resultado de una vida de esa índole – egoísta y no queriendo tener nada que ver con la invitación del Maestro – “Llevad mi yugo sobre vosotros…” (Mateo 11: 29) – sólo puede ser lo que figura en la parte final del pasaje: – “…hasta que vayan y caigan de espaldas, y sean quebrantados, enlazados y presos.”
Somos llamados para seguir en las pisadas del Maestro, y eso presupone servir – Él vino a servir y a dar Su vida en rescate por todos.
Aunque no parezca, esto guarda estrecha relación con el titulo del presente capítulo ‘ “Dios nuestro, otro señores fuera de ti se han enseñoreado de nosotros.”
En este caso el señorito que se ha enseñoreado de uno es el que puede ser el peor de todos los enemigos – el ego que sólo busca una vida cómoda y regalada, disfrutando de los beneficios y ventajas de la vida cristiana, pero sin abrazar en absoluto el esfuerzo, el brindarse a los demás, y menos todavía a lo que pueda significar sacrificio.
¿A qué otro fin puede llegar una vida como ésa, sino el que se puntualiza en el final del pasaje ya citado?
A cordel y a nivel.-
Lo que sigue en realidad está reñido con el título de la obra – Nuevas Cosechas – dado que me consta que ya apareció en uno de mis libros anteriores en un capítulo titulado Albañilería espiritual.
No obstante, lo incluimos por estar estrechamente relacionado con el tema en que estamos, y porque además, aparece en la misma sección de Isaías sobre la cual estamos comentando.
Pero antes de entrar en materia hacemos una salvedad importante. Habiendo tratado hasta ahora sobre el trato del Señor, ya sea por el escarmiento o bien por otros medios, de remediar la situación de aquéllos sobre los cuales se han enseñoreado otros señores, ahora pasamos al lado positivo de llevarlos al nivel óptimo de restauración.
Prescindiendo totalmente entonces del contexto, en que los términos a cordel y a nivel se emplean en relación con una parte muy rebelde del pueblo, lo hacemos en ese nivel de restauración óptima ya citado.
Comenzamos entonces por A Cordel.
“Y ajustaré el juicio a cordel…” (Isaías 28: 17ª)
Recuerdo como niño de siete u ocho años de edad, allá en la lejana Argentina, estar contemplando la labor de unos albañiles que estaban construyendo una vivienda nueva.
Uno de ellos tomó dos pares de ladrillos, utilizándolos como pequeños pilares situados en un lugar donde iba a levantar una puerta.
A continuación tomó una cuerda a la que había dado un color rojizo sumergiéndola en polvo de ladrillo de ese color o tono. Hecho esto, la ató a cada uno de los dos pares de ladrillos que servían de pilares, y estirándola para que estuviese tensada al máximo, la soltó.
Para mi admiración de niño que nunca había visto una cosa semejante, quedó una línea absolutamente recta del color rojizo de la cuerda, y entonces el albañil pasó a colocar la puerta.
Pero todo quedó sepultado en el olvido, hasta que unos doce lustros más tarde, al leer este pasaje de Isaías, recordé el pequeño episodio vívidamente y pude vislumbrar una aplicación espiritual muy importante.
Visualizando dos columnas – la de la fe en la palabra de Dios que vive y permanece para siempre por un lado, y la de la entrega total de la vida al Señor por la otra – y al mismo tiempo, el Espíritu Santo motivándolo a uno a extenderse al máximo en la búsqueda del Señor.
En una hora determinada, quizá con ayuno y dándose a todo esto de lleno y con toda la fuerza del ser, un tirón del cordel hacia arriba para tensarlo aun más, y de inmediato la hermosa raya recta y rojiza, con el poder de la sangre latente en la misma, como prenda de que ahora se puede levantar la nueva puerta en condiciones totalmente satisfactorias.
En más de una ocasión nos ha tocado experimentar ese precioso ajuste del Espíritu – a cordel – con sus felices consecuencias para el desarrollo y progreso espiritual.
Nos consta que en la actualidad en vez del cordel se usa el tiralíneas, y que la raya que traza es azul, no roja. Sin embargo, eso no quita validez a la analogía, la cual, como dijimos, resulta plenamente aplicable.
A nivel-
“Y a nivel la justicia…” (Isaías 28: 17)
En cuanto al nivel, es otro instrumento del cual tanto el albañil como el carpintero, se valen para las muchas tareas que realizan.
Como sabemos, tiene una burbuja situada entre dos rayas, y cuando la burbuja está exactamente entre las mismas es señal de que el nivel es el correcto.
Si se encuentra aunque con un mínimo de diferencia – es decir a un milímetro por ejemplo, más cerca de una que de otra raya, es un indicio certero de que no se tiene el nivel exacto que es de desear.
Tomando una de las rayas como si denotase obediencia a carta cabal, y la otra las virtudes primordiales de amor, fe y humildad, podemos aplicar el mismo principio que para el cordel.
O bien, hablando ahora en términos del mantenimiento de un automóvil, una buena puesta a punto.
Por cierto que en nuestra carrera necesitamos puestas a punto espirituales, y ellas nos dejan en condiciones óptimas para continuar airosamente en nuestra marcha.
Con esto concluimos este capítulo, confiando en que el mismo sirva para ensanchar nuestra visión del Señor como el que nos ama de verdad y cuando uno ha llegado a una situación en que otros señores fuera de Él se han enseñoreado de su vida, sepa que ese Dios – muy recto y santo por una parte – es también muy misericordioso.
No sólo se empeña en liberarlo de los otros señores fuera de Él que se han enseñoreado de su vida.
¡Va mucho mas allá, poniéndolos a cordel y a nivel, a fin de que terminen con una trayectoria feliz y victoriosa!
Que así sea de verdad con cada lector y con quien esto escribe.
– – – – ( ) – – – – – –
Capítulo 9.- El partimiento del pan (La Santa Cena)
De un tiempo a esta parte he estado sintiendo una inquietud, por no decir insatisfacción, por la forma en que se toma la Cena del Señor.
En algunos casos he observado con desagrado la forma en que, tras tomar la porción del pan, se pasa rápidamente al vino o zumo, según el caso, con copitas de plástico descartables, las cuales, tras beberse prestamente el contenido, se colocan donde corresponda para el descarte, y a continuación a otra cosa – ni siquiera detenerse unos momentos para reflexionar sobre lo que se ha hecho.
En otros lugares se advierte más reverencia, pero igualmente me he quedado con la impresión de que debe haber una manera mucho mejor de hacer las cosas.
Al instituir la cena, e invitar a los discípulos, tanto a comer el pan como a beber la copa, el Señor agregó: “haced esto en memoria de mí.”
Lo que nos exhortó a recordar es algo de altísima envergadura, no sólo por ser solemne y sagrado, sino también por las proyecciones eternas que se derivan de ello.
Estimamos que corresponde entonces que consideremos detenidamente lo que debemos recordar.
Evidentemente, en primer lugar debemos ubicar los sufrimientos del Señor, que no nos cansamos de afirmar – solamente en el más allá, cuando conozcamos como se nos conoce, los comprenderemos en su total y suprema magnitud.
En segundo lugar, los resultados de esos sufrimientos, primeramente desde el punto de vista nuestro, los verdaderamente renacidos por el Espíritu, como beneficiarios directos, tanto en nuestra vida terrenal como en la del siglo venidero.
Y esto, desde luego, en contraste con lo que hubiera sido de no haber mediado ese bendito renacimiento.
Y en tercer término, lo enseñado por el Señor en cuanto al pan y al vino, para ver más allá del emblema o símbolo, las verdades espirituales importantísimas que yacen en ellos.
Es por demás obvio que sobre todo esto se podrían escribir varios tomos muy voluminosos, y por supuesto que no es eso lo que nos proponemos.
Lo que sí nos anima, es puntualizar una serie de verdades que nos sirvan de inspiración para participar del pan y de la copa, y nos ayuden a hacerlo en mayor profundidad digamos, y al mismo tiempo de una forma plenamente reverente, procurando además que de nuestras entrañas brote una sincera y honda gratitud y alabanza hacia Aquél a quien tanto le debemos.
También aclaramos que no estamos pensando que cada vez que se celebre la Cena del Señor habrá que recapitular sobre todas las verdades que aquí, a continuación, iremos consignando. Antes bien, anhelamos que de todas ellas se escojan algunas, según la ocasión y las circunstancias lo indiquen.
O bien, para expresarlo de otra forma, pretendemos presentar un caudal del cual los siervos encargados de administrar la Santa Cena, y aun los miembros participantes, puedan elegir algunas que en cada ocasión determinada les resulten de inspiración y provecho.
Comenzamos, pues, a reflexionar sobre cada uno de los puntos mencionados.
– Los sufrimientos del Señor Jesús.
Quizá estrictamente hablando habría que empezar por Su nacimiento en un pesebre, rodeado por el olor del guano. O por cierto tener muy presente el Getsemaní, con la agonía que supuso y la necesidad de que un ángel lo fortaleciera para seguir adelante, según se nos dice en Lucas 22: 43-44.
En nuestra prédica verbal, al abordar el tema, hemos señalado que estando Su alma muy entristecida – hasta la muerte – según Marcos 14: 34 y Mateo 26: 37-38, Su reacción fue distinta de la de otros siervos insignes, que en circunstancias parecidas, pero no iguales en intensidad, pidieron al Señor que se les quitara la vida.
Nos referimos a Moisés, Job y Elías, pero sin detallar más sobre las tres ocasiones, porque sería extendernos en demasía. Dejamos en cambio librado al criterio de cada uno el explayarse sobre las mismas.
Lo más destacado es que a diferencia de ellos, como se nos indica en Hebreos 5: 7, Jesús, “…ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverencial.”
Es evidente que este versículo sólo puede relacionarse con su agonía en el Getsemaní – por cierto que en la cruz no ofreció tal ruego, ni hay otra constancia fiable de que pueda referirse a una ocasión distinta.
Tenemos pues el contraste en cuanto a los tres ya señalados – Moisés, Job y Elías. Ellos pidieron morir, para así escapar de la situación en que se encontraban, cruciales y dolorosas las tres, a no dudar.
En cambio Jesús, en un trance aun más agonizante, rogó y clamó no morir, sino vivir. Y ¿para qué? ¿Tener un respiro, poder descansar y reponerse?
¡Nada de eso! Para seguir adelante, con todo lo peor que le aguardaba.
Como para derretirnos dentro, de emoción santa y agradecida por amor tan supremo y sublime.
Y seguimos pensando en la forma en que fue azotado con látigos crueles, no sabemos a ciencia cierta cuántas veces. Personalmente, un solo latigazo de esos me haría dar un grito horripilante de dolor y espanto, y no creo que de ninguna forma sobreviviría que se me dieran veinte o treinta.
Después claro está vino el ser escupido, recibir cachetadas y puñetazos en el rostro, y afrentas y burlas de los soldados, como cuando le golpearon en la cabeza con una caña, diciéndole que profetizase quién era el que lo había hecho.
Eventualmente, ser llevado al Calvario a la vista de todos, Él, el Santo de los santos y el puro de los puros, como si hubiera sido un delincuente. Seguidamente, levantado en alto con las manos y los pies horadados por los clavos de los que lo crucificaban, según la predicción precisa de Salmo 22: 16b.
Todo esto seguido de las siniestras burlas de los sacerdotes y escribas – “Él que salvaba a otros y no se podía salvar a sí mismo” y que bajase de la cruz para que así pudieran creer en Él, sin saber que todo eso que estaba padeciendo era para poder ofrecerles a todos, incluso a ellos mismos, salvación, perdón y vida eterna.
El dolor físico, emocional y espiritual fue tan indescriptiblemente intenso que sucedió algo también predicho con exactitud varios siglos antes, y que se encuentra en Isaías 52:14 – “Como se asombraron de ti muchos, de tal manera fue desfigurado de los hombres su parecer, y su hermosura más que la de los hijos de los hombres.”
Los retorcijones del cuerpo por el dolor agonizante que estaba padeciendo llegaron a desfigurar Su rostro de tal manera que Él, el hermoso de los hermosos, pasó a afearse increíblemente.
Podríamos seguir bastante, pero sólo terminamos con su hablar en esa ocasión. Recordamos Sus palabras cuando era llevado al Calvario, dirigiéndose a las mujeres que lloraban y hacían lamentación por Él – “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino llorad por vosotras mismas…” (Lucas 23:28) y además otras pronunciadas en el Calvario mismo:-
“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.” (Lucas 23:34)
“De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso. (Lucas 23: 43)
“Mujer, he ahí tu hijo.” (Juan 19:26b)
“He ahí tu madre.”(Juan 19:27ª)
Sufriendo lo increíble, lo indescriptible, y en cada una de las cinco que hemos citado ¡se preocupa de los demás y no de sí mismo, como si el padecimiento de Él no tuviese ninguna importancia!
¡Qué diferencia abismal entre Él y nosotros! Si tuviéramos un fuerte dolor de muelas, por ejemplo, y nos trajeran alguien para que le consolemos, seguro que reaccionaríamos diciendo “Déjame tranquilo que este dolor de muelas me está haciendo ver las estrellas – no estoy para consolar a nadie.”
Tanta nobleza y amor y preocupación por los demás, en medio de tanta agonía y dolor propio, nos deja atónitos, en total asombro y postración.
¡Con cuánto acierto Pablo califica Su amor, diciendo de él en Efesios 3:19 que“excede a todo conocimiento!”
Volvemos con asombro a lo dicho en un principio – sólo en el más allá, cuando conoceremos como somos conocidos, tendremos una comprensión cabal de su inconmensurable magnitud.
Pero eso sí, nos alegramos sobremanera de que todo eso ha terminado y quedado atrás para siempre, y ahora está viendo del fruto de la aflicción de su alma y quedando abundante y eternamente satisfecho.
2) Los resultados o el fruto de Sus sufrimientos.-
Los beneficiarios directos de esos sufrimientos desde luego somos los agraciados que hemos sido renacidos del Espíritu Santo, y hemos pasado de las tinieblas a Su luz admirable. A la vez, hemos visto el Reino de Dios y entrado en él al nacer de nuevo, tal como el Señor Jesús se lo explicó a Nicodemo en esa memorable noche en que se le acercó, reconociéndolo como maestro venido de Dios debido a las señales que hacía.
Enumerar esas bendiciones no es nada nuevo o novedoso, pero vale la pena que lo hagamos, pues nunca debemos olvidarlas, sino valorarlas debidamente.
Empezamos por el perdón amplio, gratuito y eterno de todos nuestros pecados, aun los más terribles y vergonzosos.
Mientras que algunas religiones piensan en penitencias, el purgatorio y otras formas de ser absueltos, sabemos que el sacrificio expiatorio y totalmente suficiente de Cristo en el Calvario, nos lo acuerda; sobre la base, claro está, de un arrepentimiento genuino y fe en Su muerte y resurrección, según se nos promete en las Sagradas Escrituras en reiterados pasajes, mayormente del Nuevo Testamento.
Esto, que implica un renacimiento, nos brinda una nueva vida en Cristo, es decir que somos una nueva criatura, sin historia pasada – de nuestros pecados e iniquidades Dios no se acuerda más, lo que supone una gracia maravillosa.
En esta nueva vida contamos con la morada en nuestros corazones del Espíritu Santo, el cual nos guía a toda verdad, a la par que se contrista y nos redarguye si desobedecemos al Señor haciendo o diciendo algo de Su desagrado.
Nos sabemos verdaderos hijos de Dios, no por mera creación sino por ser engendrados por Él al nacer de nuevo, y experimentamos la dicha de conocerlo como un Padre amantísimo que nos protege, provee para nuestras necesidades de todo orden y vela para nuestro bien en todo momento.
Se nos confiere el altísimo privilegio de servirlo a Él, el Rey de reyes y Señor de señores, siendo hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.
Al ser miembros de la familia real, como solemos llamarla, tenemos hermanos y hermanas entrañables no sólo en la congregación a que pertenecemos, sino también en casi cualquier lugar donde podamos estar.
La muerte ya no es algo a lo cual tememos, como algunos tristemente al no tener ninguna esperanza, como la bienaventurada que Él nos ha dado.
Si bien tendremos que comparecer ante el Tribunal de Cristo para rendir cuentas de lo que hemos hecho con nuestras vidas, los talentos y las oportunidades que hemos tenido durante nuestra peregrinación, esto será sobre otra base – la de creyentes redimidos y salvos de la ira venidera, que aguarda a los que han rechazado la gracia infinita que el evangelio de salvación ofrece a todo verdadero arrepentido que fija su fe en la muerte y resurrección del Señor Jesús.
Un más allá de plenitud de gozo – un gozo cual nunca hemos conocido antes, cuando toda lágrima quedará enjugada y no habrá más tristeza, enfermedad, muerte ni dolor, y en el cual habrá delicias para siempre que nuestro bendito Dios nos ha de ir mostrando para nuestra dicha inefable.
Dada la infinitud de Su bendita trinidad – Padre, Hijo y Espíritu Santo – no habrá fin de todo esto, o, en otras palabras, como ya hemos dicho en otro lugar,nunca llegará un momento en que nuestro Dios nos diga – “Hasta aquí hemos llegado – ya no tengo más delicias que daros.” Seguirán por siempre jamás.
Desde luego que esto no abarca el fruto de Sus sufrimientos de forma exhaustiva, pero intentar hacerlo así demandaría varios tomos muy voluminosos.
Así que nos damos por satisfechos, y como el tercer punto – la enseñanza y verdades del pan y de la copa es muy denso – suspendemos aquí para brindarles todo el capítulo siguiente.
– – – – – ( ) – – – – – –
Capítulo 10.- El partimiento del Pan – (La Santa Cena) (b)
Pasamos ahora a considerar la enseñanza que el Señor dio sobre el pan y la copa, que se encuentra mayormente en el pasaje de San Juan 6 que se extiende del versículo 48 al 63, aunque también debemos relacionarlo con la institución de la cena que se consigna en los evangelios sinópticos y la revelación en cuanto a la misma que recibió Pablo según 1ª. Corintios 11: 23-32.
Partimos de las palabras de Jesús “…tomó Jesús el pan, y bendijo, y lo partió, y dio a sus discípulos, y dijo, Tomad, comed, esto es mi cuerpo. Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto que por muchos es derramada para remisión de los pecados. (Mateo 26: 26-28)
Conocemos la interpretación que hace la iglesia católica romana tomando estas palabras al pie de la letra. Entienden así que al tomarse el pan para ofrecerlo a los participantes de la misa, se convierte en el mismo cuerpo, e igualmente la copa en la misma sangre del Señor, es decir lo que se conoce como la transubstanciación.
No queremos ser indebidamente críticos ni entrar a profundizar en polémicas, pero en aras de la verdad bíblica nos hacemos un deber señalar dos cosas fundamentales en cuanto a esto.
La primera es que, de ser así, sería repetir el sacrificio del cuerpo de Cristo, lo cual resulta en verdad inadmisible desde todo punto de vista. En Hebreos 9: 25ª -26 leemos “…pero ahora, en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado.”
En segundo término tomamos las palabras de Jesús en Juan 6: 63:- “El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida.”
Consideremos lo que evidentemente es la interpretación carnal. Con reverencia lo decimos – si al tomar el pan a mí me tocase, por así decirlo, el meñique y a otro fiel el pulgar del cuerpo del Señor, ¿seríamos por esos más humildes, más santos, más espirituales?
Por cierto que no, porque la carne para nada aprovecha. Como tampoco nos serviría de nada encontrar restos de las sandalias de San Pedro – hay en ello una superficialidad que se aproxima bastante a la superstición.
Y Jesús, después de afirmar lo ya dicho – la carne para nada aprovecha – con todo peso agrega: “…las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida.”
Entonces, esas palabras son espíritu y son vida ¿a quién se refieren? ¿A los judíos que estaban en las inmediaciones, o a sus discípulos? Por cierto que no – se referían a sí mismo, es decir Su espíritu y Su vida.
Esto nos da una perspectiva panorámica mucho más amplia y muy enriquecedora por cierto.
¡Bendito Pan de Vida!
Comencemos por el pan. Cuando Jesús le habló a los judíos en la sinagoga en Capernaum en la ocasión que se nos cuenta en Juan 6, a ese pan que lo representa a Él mismo, además de Pan de Vida, lo llamó de varias formas más, a saber:
“El verdadero pan del cielo” (versículo 32b)
“El pan de Dios” (versículo 33)
“El pan que desciende del cielo” (versículo 50)
“El pan vivo que descendió del cielo” (versículo 51)
En su exposición subrayó el incalculable bien que recibe quien come de él, y que se resume de la siguiente manera:
a) Vivirá eternamente o para siempre (versículos 51 y 58b)
b) Tendrá vida eterna, no sólo en cuanto a duración, sino también esa calidad de vida inmensamente superior a la mera existencia o vida natural. (v.54)
c) Ese pan es verdadera comida (v. 55) y el que come permanece en Cristo, y Cristo en él. (v.56)
d) Asimismo el que lo come vivirá por Él (Cristo) (v. 57)
Debemos asociar esto con el proceso entero que se sigue en la elaboración del pan, y que esbozamos sintéticamente a continuación, para apreciar un poco más el precio y el sacrificio que le costó a Jesús para lograr todo eso a favor nuestro.
1) El grano de trigo que cae primero en tierra y muere.
2) La molienda, a través de la cual debe pasar el grano para convertirse en harina y ser amasada,
3) El horno a muy alta temperatura porque debe pasar, y que nos habla del horno que se extendió desde el Getsemaní hasta Su muerte en el Calvario, y por el cual tuvo que pasar imprescindiblemente para poder llegar a ser el verdadero pan de vida.
4) Por último, el pan no se puede comer entero, sino que hay que partirlo, cosa que de hecho manifestó de Su cuerpo, atravesado por los clavos de los que lo crucificaron, al decir: “Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí.” (1ª. Corintios 11: 24)
¡Bendita copa de la comunión de Su sangre!
Jesús dijo con todo énfasis “…mi sangre es verdadera bebida.” (Juan 6: 55b)
Tenemos citas muy significativas en cuanto a la sangre, y una de ellas, entre otras, se encuentra en Deuteronomio 12: 23 “…la sangre es la vida.”
Los libros de hematología nos hablan bastante, diciéndonos que el número de glóbulos blancos, comúnmente llamados defensas debe andar por los 100,000, y el de glóbulos rojos por una cifra ligeramente superior a los 5,000.000 para el varón y algo ligeramente inferior para la mujer.
Pero también el estado, y tamaño de la próstata en los varones, cualquier incidencia importante como traumas, depresiones, etc. está reflejado en la sangre y aparece en los análisis de laboratorio.
Los hombres de ciencia también reconocen a través del microscopio un gran número de partículas que suben y bajan, entran y salen, van y vienen. De muchas de ellas comprenden con claridad la función que desempeñan, pero de otras tienen que reconocer que no entienden para qué están – todo lo cual nos habla de un Sapientísimo Creador Supremo.
Por nuestra parte, ciñéndonos ahora a los valores espirituales, a continuación pasamos a examinar los rasgos o facetas de la sangre de Jesucristo, valiéndonos para ello del microscopio de las Sagradas Escrituras.
En primer lugar vemos que en esa sangre no se advierte ningún vestigio de que se haya padecido de temor en momento alguno. El mismo resultado en cuanto a señales de haber padecido enfermedades – se la encuentra totalmente exenta de todo vestigio.
Moralmente, la menor tacha de algo turbio, torcido, engañoso, fraudulento, o todo cuanto pueda considerarse inmoral, también resulta totalmente inexistente.
Se encuentra por lo tanto una señal de algo inexistente en la sangre de todo otro ser humano – la de una limpieza absolutamente inmaculada.
Y también se descubre otra, también solamente propia de esta sangre – la señal de eternidad – es decir que se trata de un Ser que ha sido, es y será para siempre jamás.
Refiriéndonos otra vez a los muchos libros que se han escrito sobre hematología, hay algo que, por lo que sabemos, no se nos dice en ninguno de ellos, y que sin embargo lo afirma la Biblia – que la sangre no es muda, sino que clama y habla.
Esto lo tenemos en Génesis 4: 10 en que, dirigiéndose a Caín el Señor le dice: “¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra.”
Por otra parte, en Hebreos 12: 24 leemos:-“…y la sangre rociada que habla mejor que la de Abel.”
Aquí, pues, tenemos los dos conceptos – la sangre que clama y la sangre que habla.
¿Qué es lo que clamaba la una, y qué es lo que habla la otra?
En la respuesta tenemos un acopio de verdades sencillamente maravillosas.
En cuanto a la de Abel, su clamor lo podríamos describir así: “Soy la sangre de una vida inocente, que rebosaba salud y que no ha hecho nada malo a nadie, y ha sido cruelmente asesinado; reclamo venganza por este crimen horrible.”
En cuanto al hablar de la sangre del Señor Jesús, en primer lugar está claramente definido por Sus palabras al ser crucificado. “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.” (Lucas 23: 34)
Es decir, una sangre que pide perdón para una ofensa increíble – la de clavar en una cruz para Su muerte al Ser bendito, al cual le debía la vida, el hálito de sus narices y el latir de su corazón.
Pero hay mucho más. Notemos que refiriéndose a la sangre de Jesucristo, el autor de Hebreos, inspirado desde luego por el Espíritu Santo, la define como rociada.
Aquí tenemos en primer término un contraste muy significativo. Nos explicamos: en Juan 7: 38 al hablar del Espíritu Santo que los Suyos habrían de recibir, el Señor Jesús dijo “…de su interior correrán ríos de agua viva.”
Con esto se señala una gran abundancia – raudales y raudales.
Al decir rociada se está hablando de unas gotas, casi diminutas diríamos, y ello nos puntualiza el valor inestimable de cada una de ellas.
Por ser de ese personaje tan singular, sin tacha alguna, y lleno de las virtudes más nobles, preciosas y celestiales que se puedan concebir, Su valor es infinito e inefable.
En 1ª. Pedro 1: 2 leemos: “…elegidos según la presciencia de Dios Padre, en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo…”
Enlazando la dos cosas – la sangre rociada por una parte y la sangre que habla por la otra – tenemos un abanico de verdades maravillosas y sorprendente a la vez.
Ese rociado de que habla Pedro, evidentemente debe considerarse como algo hecho en el corazón de redimidos, elegidos según la presciencia de Dios Padre, en santificación del Espíritu y – redimidos obedientes – desde luego.
Debemos pues concebirlo como una bendita semilla depositada por la obra del Espíritu en el corazón de los redimidos y escogidos. Y su hablar debemos interpretarlo como declararnos o constituirnos, en embrión desde luego, como depositarios de la misma con su vasto cúmulo de virtudes.
Es como si su hablar fuera así:
Este varón – o esta mujer desde luego – rociada con esa sangre, está destinado/a, por ser la sangre de quien es la Verdad personificada, a ser un hombre o mujer – de absoluta verdad.
Igualmente por ser la sangre de un personaje lleno de amor, a ser un hombre – o mujer – verdadero hijo/hija del amor.
Por ser la sangre del Santo Varón Jesucristo, a ser también una santa persona.
Por ser la sangre del Varón que siempre hizo la voluntad de Dios, a ser una persona que a diario se desempeña en ese camino de la voluntad divina.
Por ser la sangre del Varón en el cual están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y el conocimiento (Colosenses 2:3) a ser una persona sabia y de mucho conocimiento – no según se interpreta en el mundo, desde luego, sino en cuanto a los más altos valores prácticos y de proyección eterna.
Por ser la sangre de Quien ha sido, es y será, a ser una persona revestida de eternidad.
Desde luego que se podría agregar mucho más a lo ya expuesto, pero dejamos librado al lector, que con oración y dependencia del Señor, valiéndose además de las Sagradas Escrituras, explore con ahínco y avidez todo este vasto campo de verdades gloriosas.
En conclusión, confiamos en que esto dos capítulos sirvan para que la Cena del Señor se celebre de un manera más digna, acorde con su solemne importancia, y no de la forma más bien superficial y de rutina con que, lamentablemente, se lo hace en algunas partes.
– – – – – -( ) – – – – – –
CAPÍTULO 11 – –
Cómo prepararse para enfrentar el día.
Un gran siervo de antaño de nombre Jeremy Taylor, escribió libros tan inspiradores que se dice que John Wesley los llevaba en su alforja, y los leía durante sus largos viajes a caballo, recorriendo el Reino Unido para proclamar la palabra de Dios.
Creo que él fue quien en una famosa sentencia aconsejó la mejor manera de enfrentar el día.
La misma era sencillamente: Cada mañana piensa primero en los horrores del infierno y luego en las glorias del cielo, y estarás bien preparado para enfrentar el día que comienzas.
La primera parte no es nada agradable y por cierto que no pensamos detallar demasiado sobre ella, porque sería horripilante y creemos que también desaconsejable.
Debemos señalar que, humanamente hablando, a todos nos gustaría saber que no hay ni habrá un infierno. No obstante, la verdad es que Jesucristo en más de una ocasión lo mencionó como una realidad absoluta.
En Mateo 25: 41 leemos:- “Apartaos de mi, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles.”
Esto nos hace saber que, en primera instancia, el infierno fue preparado para el diablo y los ángeles que se le unieron en su rebelión contra Dios.
En el pasaje de Marcos 9 que se extiende del versículo 43 al 48, en tres ocasiones Jesús habló de ser echado al infierno, donde el gusano no muere y el fuego nunca se apaga.
También en el caso del mendigo Lázaro y el rico que se vestía de púrpura y de lino fino, y hacía cada día banquete con esplendidez, Jesús habló claramente del infierno.
Notemos que no se nos cuenta como una parábola, sino como un hecho concreto acaecido después de la muerte de ambos. Del rico dice que clamaba “…estoy atormentado en esta llama.” (Lucas 16: 24b)
Baste eso para estremecernos de horror, y motivarnos a que acojamos de muy buen grado y con prontitud, si todavía no lo hemos hecho, la salvación gratuita que el evangelio de la gracia nos ofrece.
Las condiciones para hacelo están al alcance de todo el que la desee – se trata de que uno se arrepienta de verdad de todos sus pecados, y crea de todo corazón que Jesucristo murió en lugar suyo y resucitó al tercer día, pasando así a recibirlo como su Salvador personal.
Desde luego que es mucho más grato hablar del siglo venidero, y las glorias inefables que nos aguardan a quienes somos verdaderos hijos de Dios por renacimiento espiritual.
Pero antes de hacerlo sentimos que es necesario señalar algunas exclusiones claramente puntualizadas, sobre todo en el libro de Apocalipsis.
En primer lugar están las de pecados groseros: – “Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda.” (Apocalipsis 21: 8)
“No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación o mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero.” (21: 27)
Los cobardes muy bien puede incluir los que se niegan a confesar al Hijo del hombre por el temor de los hombres, y de los cuales Jesús afirmó que Él también los negará delante de Su Padre que está en los cielos. (Mateo 10: 33)
Se presupone que ningún hijo de Dios, verdaderamente renacido, andará en hechicerías, cosas inmundas, abominables, ni será un fornicario u homicida.
Los incrédulos, desde luego que al negarse a creer el testimonio que Dios ha dado acerca de Su Hijo, lo hacen a Él mentiroso, según se afirma claramente en 1ª. Juan 5: 10. En otras palabras, al decir «No creo lo que Dios dice en Su palabra» – la Santa Biblia – de hecho está diciendo «eso que está diciendo es una mentira «, No obstante, al convertirse y creer en el evangelio de todo corazón uno deja totalmente de ser un incrédulo.
En cuanto a idólatras, notemos con cuidado que en Colosenses 3: 5b se califica a la avaricia como idolatría, lo cual nos debe motivar a guardarnos del amor al dinero – “…una raíz de todos los males” según 1ª. Timoteo 6: 10,
En cuanto a los mentirosos, cuidado con poner menos en la declaración de la renta (¡), o faltar a la verdad para eludir impuestos, o evitar perjuicios económicos.
Pero pasando ahora a las dichas sin par, resulta maravilloso pensar que “…Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos, y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron.” (Apocalipsis 21: 4)
Nos resulta casi difícil creer que cosas como la enfermedad, que a unos y a otros nos ha afligido en distintas formas y medidas en la peregrinación terrenal, ya no existirá más – gozaremos de excelente salud con nuestro nuevo cuerpo espiritual de resurrección, sin ni siquiera sentir el menor cansancio.
Pero también tenemos muchas más hermosas promesas. Una de ellas es:- “He aquí, yo hago nuevas todas las cosas.” (21: 5)
¡Qué bueno nos resulta entrar a poseer algo flamante, absolutamente nuevo! Cuando recibo mis libros de la imprenta a veces abro un ejemplar y lo huelo, y tiene ese olor tan agradable – para mí por lo menos – que es todo un deleite.
Así será todo lo nuevo que el Señor haga, pero en un grado superlativo, es decir, mucho mayor del que podamos experimentar aquí en la tierra.
¡Cuántas veces uno ha visto situaciones muy tristes, en que algunos se desenvuelven en un terrible círculo vicioso en que todo sale mal, y uno advierte que de una forma u otra allí hay una verdadera maldición!
¡Qué grato y qué dulce bálsamo de consuelo saber que allí ya no habrá más maldición. (22: 3)
Intercalado en medio de todo, para que no nos quepa la menor duda, tenemos la maravillosa afirmación: “Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas.” (21: 5b)
Y siguen las preciosas y fieles promesas: al sediento se le promete que puede beber gratuitamente de la fuente del agua de la vida (21: 6b)
El que venciere – y para eso nos ha dado Su Espíritu, que es el de un auténtico y maravilloso vencedor – heredará todas las cosas y vendrá a ser un hijo en total y absoluta plenitud. (21: 7)
La descripción de la nueva Jerusalén es otra bendita maravilla, pero todavía algo mucho mejor y más sublime es saber que “el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella y el Cordero” y que “La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella, porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera.” (21: 23) y además que “sus puertas nunca serán cerradas de día, pues allí no habrá noche.” (21: 25)
Como conclusión absolutamente categórica y terminante, para que no se tenga la menor duda, se vuelve a afirmar que “Estas palabras son fieles y verdaderas” (22: 6) y finalmente se cierra con la expresa y severa advertencia de no quitar ni agregar nada a estas palabras, que son sin duda divinamente inspiradas por el Espíritu Santo del Dios viviente.
Somos conscientes de que en el texto todavía figuran más glorias y grandezas eternas, pero nos damos por satisfechos con lo que hemos consignado.
Cerramos con el deseo de que este capítulo nos sirva a todos para prepararnos bien para enfrentar cada día, según el sabio consejo de Jeremy Taylor.
– – – – – – ( ) – – – – – –
CAPÍTULO 12
Preguntas Bíblicas
A veces, en medio de la predicación, resulta provechoso interponer alguna ilustración, o bien algo de carácter humorístico, con el fin de amenizar.
Conceptuamos que esto es aceptable, si bien con la salvedad de que sea humor sano y limpio, y sin abusar del mismo. Como hemos dicho alguna vez en nuestra prédica oral, la Biblia no contiene ninguna página cómica, dedicada a chistes y bromas, pues trata sobre cosas muy serias, relacionadas con la vida ante el Santo Creador Supremo, y el destino eterno de las almas.
En ese plan, pues, de amenizar en algo, paso a hacer algo que no recuerdo haber hecho en ninguno de mis dieciséis libros anteriores – dedicar un capítulo para plantearle al lector una serie de preguntas bíblicas.
Las respuestas estarán dadas en el capítulo siguiente, pero animamos al lector a que no se adelante a verlas, sino que compruebe primero su grado de conocimiento del libro de los libros, procurando dar las respuestas por su propia cuenta.
1) El salmo 119 tiene la particularidad de que en cada uno de sus 176 versículos se menciona la palabra de Dios de una forma u otra, i.e. tus dichos, juicios, estatutos, mandamientos, etc. ¿En nuestra versión castellana de 1960 cuáles son los dos versículos en que esto no sucede?
2) 2) Exceptuando el salmo 119, ¿cuál es el capítulo que tiene más versículos de toda la Biblia?
3) ¿¿Cuál es el libro más extenso del Antiguo Testamento en número de páginas, si exceptuamos el libro de los Salmos?
4) ¿Cuál el más extenso del Nuevo Testamento, también en número de páginas?
5) Cite veinte nombres de personajes bíblicos – masculinos o femeninos – que comienzan con la letra jota?
6) ¿Cuál es el nombre más largo – es decir, que tiene más letras – de toda la Biblia? ¿Y el segundo?
7) ¿¿Cuál es el único personaje del Antiguo Testamento que era a la vez sacerdote y rey? – entendiéndose que los sacerdotes en Israel sólo podían ser de la tribu de Leví.
8) ¿Cuál es el único siervo del Señor del Antiguo Testamento que se desempeñó en las tres funciones, tanto de sacerdote, como de profeta y juez?
9) ¿Quiénes son los cinco siervos del Señor a los cuales, al dirigirse a ellos, dijo su nombre dos veces?
10) ¿Hay alguno o alguna más?
11) ¿Qué significa el nombre Icabod, y dónde aparece en la Biblia?
12) ¿Cómo se llamaban los dos hijos del anciano sacerdote Elí?
13) ¿¿Cuál es el versículo más breve de toda la Biblia.
14) ¿Cuál es el versículo con más palabras en el Antiguo Testamento?
¿Cuál es el versículo con más palabras en el Nuevo Testamento) (Sujeto a que se me corrija)
15) ¿De cuántos libros consiste el Antiguo Testamento, y de cuántos el Nuevo?
16) ¿En qué evangelios está la parábola del sembrador?
17) ¿Qué evangelios nos cuentan la negación de Pedro?
18) ¿En qué evangelios se narra la muerte y resurrección del Señor Jesús?
19) ¿En qué evangelios se narra la ascensión del Señor Jesús?
20) ¿Quién escribió el libro de Los Hechos?
21) ¿Cuál fue la última ocasión en que echaron suertes en la Biblia?
22) ¿Por qué le parece que después de esa ocasión nunca más se lo hizo? (en los anales bíblicos se sobreentiende)
23) ¿Cuántas veces después de su nombramiento se menciona al reemplazante de Judas Iscariote?
24) Después de Los Hechos 1: 14 ¿cuántas veces se menciona en el resto de la Biblia a María, la madre del Señor Jesucristo?
25) Aparte de Hebreos, en qué otro libro del Nuevo Testamento se menciona a Melquisedec?
26) ¿Cuál fue la primera separación de siervos de Dios consignada en el Nuevo Testamento?
27) ¿A qué separación del Antiguo Testamento le hace recordar, aunque haya sido por causas muy distintas?
28) ¿Quién acompañó a Pablo al iniciar su segundo viaje misionero?
29) ¿Cree que terminaron juntos ese viaje? Sea su respuesta afirmativa o negativa, explique la razón de la misma.
30) ¿Cree que por agregarse a la expedición en Listra en ese segundo viaje Timoteo pasó a ser apóstol?
31) Aparte de la ocasión del encuentro con Abraham narrada en Génesis 14, ¿en qué otro pasaje del Antiguo Testamento se nombra a Melquisedec?
32) Relacione la misma con el resto del pasaje para probar que se está refiriendo proféticamente al Señor Jesucristo.