SAMUEL EL GRAN RESTAURADOR

 

Séptima parte

 

Recuperando las ciudades perdidas- (2)

La palabra de Dios

Y continuando con este tema, que nos resulta tan interesante como importante, pasamos a la segunda ciudad a recobrarse, la ciudad de la palabra de Dios.

La misma constituye otro de los valores fundamentales que se resiente y se pierde al entrarse en decadencia espiritual, y que, por lo tanto, resulta imperativo recuperar. La oración y la palabra de Dios deben ir de la mano, entrañablemente acompañadas.

En los primeros capítulos de Los Hechos, si miramos bien, veremos algunas de las tentaciones y estratagemas que el enemigo trató de utilizar contra la iglesia primitiva. Así, en el capítulo 5, en el caso de Ananías y Safira, se perfilan con toda claridad la mentira – siendo Satanás el mismo padre de mentira – y el amor al dinero. Ésta última ya se había manifestado antes en Judas Iscariote, al traicionar a Jesús por treinta piezas de plata, después de haber entrado en él Satanás.

En el capítulo 6 vemos por una parte la murmuración, es decir la lengua suelta y quejosa, que desde entonces y hasta el día de hoy ha causado tantos estragos en la iglesia del Señor. Acompañándola en ese entonces, iba un sentimiento de nacionalismos enfrentados – griegos y hebreos – que bien puede manifestarse si no somos sabios para vivir y proceder como auténticos hijos de Dios, con ciudadanía celestial, y despojados de nacionalismos, regionalismos y banderías políticas.

Pero detrás de ello iba también una intención diabólica muy sutilmente enmascarada, maliciosa y perversa: la de distraer y apartar a los primeros apóstoles de su tarea principal – fundamental – la de la oración y el ministerio de la palabra.

Llenos del Espíritu Santo y plenamente conscientes de la situación, los doce apóstoles bien pronto convocaron a la multitud de los discípulos, a fin de dejar bien en claro que de ninguna manera estaban dispuestos a dejar la oración y el ministerio de  la palabra de Dios, permitiendo que otras actividades les desviasen de ellas. Así, después de proponer el nombramiento de siete varones idóneos para que se encargase de soluciona el problema práctico que se había suscitado, afirmaron de la manera más rotunda:

“Y nosotros persistiremos en la oración y en el ministerio e la palabra.” (6:4)

Lo tenían muy claro. Ésas eran dos columnas básicas sobre las que se apoyaba y sustentaba todo lo demás, y de ninguna forma iban a permitir que otras cosas, por importantes que pudieran parecer, les hiciesen dejarlas o descuidarlas.

Qué advertencia, y a la vez qué ejemplo para todos nosotros! Aun cuando muchos no seamos llamados al ministerio a tiempo pleno, como se lo suele llamar, resulta de la mayor importancia que ni lo uno ni lo otro se descuide.

Es tan fácil, aun para siervos y siervas dedicados a la obra, caer en una maraña de activismo de todos los matices: programas, debates o controversias, visitas sociales, elaboración de metas y del organigrama, y a veces algún “hobby” o pasatiempos, etc. Pueden incluso resultar muy atractivas y aun justificadas todas estas cosas, pero cuántas veces nos encontramos con que absorben nuestro tiempo y energías, y que, tristemente, al final del día no ha quedado tiempo ni fuerzas para lo más importante en la vida cristiana: la oración y la bendita palabra del Señor!

Al ser el libro de Dios para el ser humano, la Biblia debe ocupar con toda razón el primer lugar en nuestra vida. Su lectura y estudio cuidadoso debe tener prioridad sobre toda otra lectura. Para que ello se concrete necesitamos tener un buen apetito espiritual, para dedicarle el tiempo y el esfuerzo que se merece. 

“Fueron halladas tus palabras, y yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón.”   (Jeremías 15:16)

“Y me dijo: Hijo de hombre, alimenta tu vientre y llena tus entrañas de este rollo que yo te doy. Y lo comí, y fue en mi boca dulce como miel.”  (Ezequiel 3: 3)  

Estos dos pasajes hacen resaltar algo que a veces pasa desapercibido.  En efecto, se piensa en estudiar, analizar y/o memorizar la palabra, todo lo cual, desde luego, tiene su debido lugar e importancia  Pero aquí tenemos algo que va más allá: comer la palabra de manera que alimente y nutra nuestro ser interior y la absorbamos de tal forma que llegue a formar parte de nuestra misma persona y carácter. Esto lo conocían muy bien no sólo Jeremías y Ezequiel, sino también todos los verdaderos siervos del Señor de otrora, aun cuando no lo expresasen con los mismos términos que empleamos aquí. 

En Lucas 11: 11-12 encontramos estas palabras del Señor Jesús:”¿Qué padre de vosotros, si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si pescado, en lugar de pescado le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?

Debemos notar que el Señor no tomó como ejemplo la prosperidad, ni posesiones, ni siquiera ropa o vestido, sino que escogió cosas muy pequeñas y sencillas – pan, pescado y huevo – y las tres coinciden en señalar algo también muy sencillo, pero absolutamente fundamental: ¡hambre!

El contexto de esta cita es la oración en general, y el Espíritu Santo en particular, esto último, según vemos en el versículo 13.  Pero sin la menor duda, es aplicable también a la palabra y ¿porqué no decirlo? a todas las demás facetas de nuestra vida de cristianos renacidos por el Espíritu.

A menudo hemos tomado el caso supuesto de un niño, que a la hora de la comida no tiene apetito, y por más que intente  llevarse la cuchara o el tenedor a la boca, no alcanza a tragar ni la sopa, ni un solo bocado de comida. Extrañada la madre pregunta qué le pasa, pues eso no es normal en él. ¿Estás enfermo que hoy no quieres comer?

Después de un silencio total de su parte, una hermana algo mayor que está bien enterada de lo que ha sucedido, al poco rompe la pausa diciendo:

“Ha estado comiendo chocolates y caramelos con el niño del vecino.”

Muy infantil, por cierto, pero qué fácil resulta en la vida cotidiana caer en esa misma trampa!: librillos baratos y entretenidos, películas atractivas, el papeleo burocrático, horas divertidas jugando con el ordenador y por internet, conversaciones huecas sobre política, la economía, y en fin, la lista se haría muy larga…

Esos “bocaditos” pueden ser muy tentadores, pero a la postre nos quitan el apetito y las ganas de darnos a lo que verdaderamente alimenta y nutre nuestro organismo espiritual – la palabra del Señor y los valores espirituales que perduran para siempre.

Seamos sabios y no nos dejemos atrapar ni engañar.

Recordemos que estamos de paso, en una peregrinación de unos pocos años, para luego pasar a una eternidad que se extiende por siglos y siglos sin fin. Y al transponer el umbral y entrar en el más allá, ya no habrá tiempo ni oportunidad para ponernos a cuentas – ya la suerte, si vale el vocablo, estará echada y tendremos que comparecer “ante el Tribunal de Cristo, para que cada uno reciba  según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo.”   (2a. Corintios 5: 10)    

 

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