Malaquías el mensajero fiel
Primera parte

El nombre Malaquías significa “mi mensajero”, y éste era uno de los verdaderos y auténticos. El texto de su breve libro, que pone fin al Antiguo Testamento, no nos da indicios de su lugar de procedencia ni de su linaje. Se estima que la fecha sería en tiempos de Nehemías, o ligeramente posterior, aproximadamente el año 450 A.D.
Como un dato de interés que señala la gran superioridad del Nuevo Testamento sobre el Antiguo, tenemos el hecho de que este último, en sus albores comienza con las palabras “Este es el libro de las generaciones de Adán” (Génesis 5:1) y termina con la palabra maldición.
En abierto y feliz contraste, el Nuevo, que empieza diciéndonos: “Libro de la genealogía de Jesucristo” (Mateo 1:1) termina diciéndonos “…y no habrá más maldición” (Apocalipsis 22:3) merced a las palabras postreras con que se cierra la Biblia:”La gracia de nuestro Señor Jesucristo…” Apocalipsis 22:21)

Malaquías es un libro muy breve, pero está saturado de importantes verdades y principios, y también de detalles que resultan de inspiración y provecho.
La tónica general es la de una severa reprensión al sacerdocio de ese entonces, que se había apartado del camino y corrompido en grado sumo. Con todo, contiene también dos promesas mesiánicas y varios puntos más de indudable valor.
Con ser muy breve, entre otras cosas, tiene la particularidad de tener muchas preguntas, veintiséis en total, diez de ellos a Dios y dieciséis del Señor a ellos.
Las primeras, en varios casos son muy impertinentes e irrespetuosas, y echan de ver el estado lamentable de insensibilidad y dureza de los corazones de quienes las hicieron.
Veamos la que aparece al principio, en Malaquías 1:2. Después que el Señor les ha dicho: “Yo os he amado” contestan con casi increíble osadía: “¿En qué nos amaste?”
Líbrenos el Señor del olvido y desprecio de Sus muchas mercedes, y de Su infinita bondad y misericordia para con nosotros.
El corazón de esos sacerdotes se había endurecido y pervertido, al punto que habían perdido toda sensibilidad espiritual.
Cuidémonos bien de que nada de eso nos acontezca a nosotros, antes bien, por un andar humilde y plenamente obediente, procuremos que nuestro corazón se mantenga siempre tierno y receptivo en cuanto a los sagrados valores del reino celestial.
En el capítulo 2, versículos 4 a 6, se les recuerda a los sacerdotes el altísimo privilegio que se les había conferido, al hacerlos participantes del pacto levítico, y el buen principio que habían tenido. Esto fue a través de algunos de tiempos anteriores, tales como Aarón en la parte postrera de su vida, su hijo Eleazar, su nieto Finees y otros más.
“Y sabréis que yo os envié este mandamiento para que fuese mi pacto con Leví…Mi pacto con él fue de vida y paz, las cuales cosas yo le di para que me temiera, y tuvo temor de mí, y delante de mi nombre anduvo humillado.”
“La ley de verdad estuvo en su boca e iniquidad no fue hallada en sus labios; en paz y en justicia anduvo conmigo y a muchos hizo apartar de la iniquidad.”
“Porque los labios del sacerdote han de guardar la sabiduría, y de su boca el pueblo buscará la paz, porque mensajero es de Jehová de los ejércitos.”
En este último versículo se prescribe claramente la pauta que debía seguir el sacerdocio, la cual guarda una estrecha relación con lo establecido en Deuteronomio 17:8-13.
En estas citas de Malaquías 2, las palabras boca y labios aparecen dos veces cada una, indicando con mucho hincapié que el halar debía ser limpio, sobrio y sabio, es decir, exento de cosas banales, de mal gusto o sencillamente inapropiadas.
Era el medio por el cual se aconsejaba al pueblo, y se transmitía el mensaje del Señor, y por lo tanto, no se debía hallar en el mismo nada vulgar, superficial y mucho menos corrompido, a fin de que el consejo y el mensaje llegasen con peso y autoridad.
Sepamos comprender y atesorar cosas como éstas que son de mucho valor, y busquemos que por la gracia del Espíritu Santo se puedan plasmar en nuestras vidas, y traducir en un andar cotidiano que sea digno y edificante.

En el capítulo anterior, por medio de Su mensajero y siervo, el Señor los reprende severamente por varias cosas que estaban completamente fuera de lugar.
Una de ellas era el ofrecerle un animal ciego, o bien cojo o enfermo, sabiendo que de la venta del mismo poco o nada podían obtener. Seguramente que no se atreverían a ofrecer semejante ofrenda a su príncipe, quien la vería con total desagrado y no la aceptaría de ninguna forma.
Sin embargo, en una actitud de abierto desprecio e irrespetuosidad, se la ofrecían a Él, el Señores de señores.
Otra era la de no hacer nada desinteresadamente:-
“¿Quién hay de vosotros que cierre las puertas o alumbre mi altar de balde.?”( 1:10)
El autor le agradece al Señor, que en los tiempos en que cursó estudios bíblicos, y comenzó a trabajar llevando el evangelio en zonas de las afueras del Sur del Gran Buenos Aires, en la República Argentina, lo pudo hacer en la escuela dura, pero muy sana, de ganarse la vida y costearse los gastos él mismo, y sin esperar ni recibir compensación económica alguna, ni
siquiera para los gastos de viaje (autobús, tren, etc.)

Una tercera cosa que desagradaba al Señor en sumo grado, eran el trato que daban a Su mesa, diciendo que la mesa era inmunda y su alimento despreciable. (1:7 y 12)
Esto seguramente lo hacían con respecto a las porciones de los sacrificios que les correspondían a ellos. No obstante, según vemos en Números 18:12 y también en otros pasajes, eran porciones de verdadero privilegio. “De aceite, de mosto y de trigo, todo lo más escogido, las primicias de ello que presentarán a Jehová, para ti las he dado.”
Cuando el corazón y la conciencia se han corrompido, uno de los tristes resultados es el no saber ni poder valorar las bendiciones que el Señor nos da con tanta bondad y generosidad. En esas condiciones se llega hasta despreciarlas.
Como vemos, el panorama en que se debió desenvolver Malaquías era muy sombrío, pero había cosas aun peores.
Habían corrompido el pacto de Leví y habían hecho tropezar a muchos por su pésima conducta. En consecuencia, el Señor los había hechos ser bajos y viles delante del pueblo, el cual les había perdido el respeto ante tanta falsedad e hipocresía.
Cuando uno honra a Dios debida y cumplidamente, con una vida acorde con el llamamiento sagrado que se ha recibido, Él se encarga a su tiempo de honrarlo ante sus semejantes.
En contraste, cuando no se lo honra a Él, y las cosas preciosas y santas son despreciadas y maltratadas, se termina en un lamentable estado en que se ha perdido el respeto de los demás, y uno es mirado con total desaprobación y desprecio.
Al leer estos párrafos nos debería inundar un saludable temor y temblor, que nos induzca a andar con suma cautela y prudencia ante el Señor, cuidándonos sobremanera de no caer nunca en un estado tan grave y peligroso.
Que éste sea tu sentir, querido lector u oyente, y no el de una fría indiferencia.

Pero continuemos, que había mucho más.
Varones de Judá, que sabían muy bien por mandato divino, y para su bien, que debían casarse con hijas del pueblo de Dios y temerosas de él, no lo habían hecho, y en cambio, habían optado por hija de dios extraño.
Todo esto se hacía cubriendo al mismo tiempo el altar de lágrimas, llanto y clamor, en un alarde de hipocresía y absoluta falsedad. Como resultado, se les dice que las ofrendas de ellos ya no serían bien vistas ni aceptadas.
Al preguntar ellos con extrema insensibilidad ¿Por qué? Les llega una respuesta que repentinamente pasa del plural al singular, para sacar a luz aun otra cosa gravísima.
“Porque Jehová ha atestiguado contra ti y la mujer de tu juventud, contra la cual has sido desleal, siendo ella tu compañera y la mujer de tu pacto.”(2:14)
Muchas vecesla palabra del Señor funciona de esa forma, dirigiéndose al pueblo en forma general y colectiva, para pasar súbitamente a un nivel personal, y a menudo intimo, señalando una necesidad o una falta individual. Con frecuencia esto sucede sin que el que está dando la palabra sea consciente de ello.
Sin embargo, el Espíritu Santo que está sobre él, le da un giro determinado y particular a algo que está diciendo, que hace que llegue a la conciencia de alguien como un dardo certero.
Tristemente, la deslealtad en el matrimonio está a la orden del día en el mundo, y se está introduciendo en la iglesia también.
Por una parte, debemos ser tiernos y misericordiosos para con aquéllos que, lamentablemente, se les ha roto el matrimonio, sobre todo en los casos en que no ha habido deslealtad, y ha sido causado en cambio por una fuerte incompatibilidad. Pero aun en los otros, no nos erijamos en jueces, sino oremos para que el Señor tenga misericordia de ellos, y les conceda la gracia de un arrepentimiento genuino y real, y sane además sus heridas, para que puedan ponerse en pie otra vez y servirle fielmente.
Por otra parte, no podemos eludir la clara sentencia que pronuncia Malaquías, como fiel mensajero del Señor.
“Porque Jehová Dios de Israel ha dicho que él aborrece el repudio, y al que cubre de iniquidad su vestido…Guardaos, pues, en vuestro espíritu, y no seáis desleales. (2:16)
El traicionar a la mujer o al marido del pacto es algo que el Señor aborrece y detesta. Es torcido y pérfido, y tiene su procedencia en las mismas entrañas del malvado enemigo de nuestras almas, que en la antigüedad traicionó al Dios Creador supremo, al cual le debía todo lo que era y tenía.
Que nuestro corazón sea conforme al de Dios, de manera que siempre nos mantengamos fieles a nuestras esposas y maridos.

La serie de cosas que el Señor tenía contra el sacerdocio y Su pueblo era en realidad impresionante. Notemos algo que omitimos decir al principio, i.e. la forma en que comienza el libro.
“Profecía de la palabra de Jehová contra Israel, por medio de Malaquías.” (1:1)
Venía cargada y saturada de indignación santa contra tanta maldad.
En el último versículo del capítulo segundo en que estamos, los reprende por haberlo cansado con sus palabras totalmente impertinentes.
“Cualquiera que hace mal agrada a Jehová, y en los tales se complace, y si no,¿dónde está el Dios de justicia? (2:17)
El razonamiento que ellos se hacían, y que muchos hacen hoy día, es que hay tantos que cometen fechorías de toda índole, y lejos de ser castigados, les va bien y prosperan. Por lo tanto, Dios debe complacerse en ellos, y si no es así ¿Dónde está Él que no los castiga?
En el capítulo siguiente esta forma de pensar la llevan a un grado mucho peor, con palabras contra el Señor que a Él le resultan violentas.
“Por demás es servir a Dios. ¿Qué aprovecha que guardemos su ley y que andemos afligidos en presencia de Jehová de los ejércitos?
“Decimos, pues, ahora: Bienaventurados son los soberbios, y los que hacen impiedad; no sólo son prosperados, sino que tentaron a Dios y escaparon.” (3:14-15)
Creían que guardaban Su ley, y además se jactaban de estar afligidos delante de Él, pero al mismo tiempo se quejaban de que eso de nada valía.
¿Por qué?
Porque veían al soberbio y al malo prosperar, tentando a Dios con sus maldades, y sin embargo no recibían ningún castigo.
Era como decir: ¿para qué guardar Su ley y afligirnos, sin lograr ningún beneficio? Muy bien podríamos ser como ellos, los soberbios, y disfrutar de la prosperidad que les toca a ellos, y quedar igualmente impunes.
Sus mentes estaban tan entenebrecidas, que no comprendían que en ese supuesto guardar la ley y estar afligidos delante del Señor, había tal grado de hipocresía y engaño, que nunca les podría traer satisfacción a sus almas, ni la bendición del Señor.
Totalmente engañados, pensaban que mejor y más provechoso sería no servirlo, y en vez ser como los soberbios y los malvados, a los cuales les iba tan bien.
Como vemos, una forma totalmente torcida y perversa de ver las cosas.
Tal como hemos afirmado en más de una ocasión, cuando se persevera deliberadamente en el pecado, el mismo a uno lo endurece, lo ensordece, lo enceguece, y finalmente lo enloquece.
La respuesta que el Señor da a semejantes falacias por medio de Su siervo es muy inspiradora. Si bien es algo extensa, la transcribimos totalmente, antes de pasar a comentarla brevemente.
“Entonces los que temían a Jehová hablaron cada uno a su compañero, y Jehová escuchó y oyó, y fue abierto un libro de memoria delante de él para los que temen a Jehová, y para los que piensan en su nombre.”
“Y serán para mí especial tesoro, ha dicho Jehová de los ejércitos, en el día que yo actúe, y los perdonaré como el hombre perdona su hijo.”
“Entonces os volveréis y discerniréis la diferencia entre el justo y el malo, entre el que sirve a Dios y el que no le sirve.” (3:16-18)
Esto nos pinta un cuadro muy distinto y que es hermoso sobremanera. Nos habla de los que temen al Señor de verdad, y a menudo se hablan entre sí, consolándose, animándose mutuamente en preciosas tertulias de compañerismo, solidaridad y comunión.
Eso, lejos de pasar desapercibido, es visto y oído por el Señor con muchísimo agrado. No sólo eso, sino que Él también hace que sus ángeles escribientes lo registren fielmente en el libro de memoria, que ocupa un lugar de suma importancia en la estupenda y formidable biblioteca celestial.
La misma está compuesta de millares y millones de tomos, sobresaliendo como el mejor de todos para los redimidos El Libro de la Vida del Cordero (Apocalipsis 21:27) Ver además Éxodo 32:32, Números 21:14, Salmo 40:7 y 139:16, Ezequiel 2:9 y 3:3, Daniel 7:10, 10:21 y 12:1, Filipenses 4:3, Apocalipsis 5:1 y 20:12, etc.

Continuando ahora, el Señor agrega que habrá un día en el que Él ha de actuar, saldando todas las cuentas, y poniendo casa cosa en su debido lugar. Esos que le temen de verdad, brillarán entonces como su especial tesoro, y les perdonará cuantas fallos y faltas hayan tenido, – ¿y quién de nosotros está o estará exento de ellas? – reconociendo que son hijos Suyos y que le sirven a Él.
Termina señalando ese entonces como el tiempo en que las cosas estarán en clara y definitiva evidencia, y se verá y se sabrá, sin la menor duda, la gran diferencia entre el justo y el malo, y entre el que sirve a Dios y el que no lo hace.
Como vemos, se trata de una refutación fiel y preciosa de todo ese razonamiento pervertido que desvirtuaba la razón y la justicia. Para los que le amamos y servimos sinceramente, esto debe constituir un fuerte consuelo y un poderoso acicate, para continuar en el buen camino con renovados bríos y confianza.
Interrumpimos aquí para continuar en la segunda parte.
F I N