Capítulo 8
Primera parte
Bautismo en agua para arrepentimiento

“…yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento.” (Mateo 3;11)
“Y él fue por toda la región contigua al Jordán, predicando el bautismo de arrepentimiento para perdón de pecados.” (Lucas 3:3)
Ahora entramos en el vasto e importantísimo tema del bautismo, el cual trataremos en dos parte, destinando un capítulo a cada una de ellas.
Por empezar, y sin ánimo de entrar en polémicas, creemos que hay sobrada evidencia de que el bautismo que se administraba en el Nuevo Testamento era por inmersión; es decir, sumergiendo el cuerpo totalmente en agua.
Por otra parte, esto coincide con la analogía que Pablo expone en Romanos 6, de estar sepultados por el bautismo con Cristo para muerte y resurrección, lo cual examinaremos con cierto detalle en el próximo capítulo. (Ver Romanos 6:4)
Antes de continuar, también debemos señalar que en el Antiguo Testamento no encontramos el bautismo como parte del ritual del sacerdocio levítico instituido por la ley mosaica.
Lo único que se asemeja vagamente son las ablusiones o lavajes para quienes tenían impurezas, antes que el sacerdote los pudiera pronunciar limpios.
Las siete zambullidas de Naamán, general del ejército de Siria en el Jordán, fueron un hecho único y no pueden presentar ningún precedente valedero.
De modo que, antes de entrar en vigor el Nuevo Testamento, Dios quiso introducir el bautismo de Juan para arrepentimiento como algo nuevo, y con un fin preparatorio, con miras a los bienes mayores y mejores que habían de venir inmediatamente después.
Algunas parte del resto de este capítulo podrán aparecer, a primera vista, no del todo importantes ni relevantes. No obstante, si se las lee con detenimiento, a fin de comprenderlas y ubicarlas debidamente, será de mucho provecho para comprender mejor lo que corresponde al régimen mejor del nuevo pacto, diferenciándolo correctamente de lo que a su vez corresponde al antiguo pacto.
Hecha esta aclaración, y continuando con nuestro hilo del bautismopara arrepentimiento
Hecha esta aclaración, y continuando con nuestro hilo del bautismo para arrepentimiento, no está demás decir que el Señor siempre necesita que la tierra se prepare de antemano. Es un principio que el hombre conoce muy bien en lo natural: nunca se ha de echar la semilla con miras a una buena cosecha, sin antes labrar y preparar la tierra adecuadamente.
En lo espiritual, la preparación de la tierra tiene como elemento y factor primordial el arrepentimiento. Desde la caída de nuestros primeros padres, a lo largo de todo el recorrido del Antiguo Testamento, también desde entonces y hasta el fin de los tiempos, el arrepentimiento ha sido, y seguirá siendo, una de las columnas fundamentes establecidas en Su gran sabiduría por el Señor.
En realidad, es imprescindible que así sea. En efecto, al haber entrado el pecado en el género humano, cada hombre y cada mujer de este mundo está afectado por el mismo, con las horribles consecuencias que acarrea, tanto en términos de estar separados de Dios, como también de estar expuestos a la ira venidera.
Ahora bien, el hombre o la mujer que no se arrepiente y considera que no necesita hacerlo, pues se piensa justo o justa, y que sus faltas y pecados no son por culpa suya, sino de algún otro, de las injusticias de la vida, o de lo que fuere, ese hombre o esa mujer, decimos, está apoyándose en un terreno falso, de mentira, y totalmente exento de la realidad y la verdad.
Por ser un Dios de pura y estricta verdad, Él nunca podrá establecer una relación de absolución y perdón con quien está ubicado en ese terreno falso. Aquí es donde, con Su sencilla y clarísima lógica, Él ha establecido el arrepentimiento como el puente que permite superar el problema y llevarlo a una solución satisfactoria.
La razón estriba en que el arrepentimiento, empieza por sacar al pecador de ese terreno falso en que se encuentra, para situarlo en el de la verdad, al llevarlo a reconocer su propio pecado y culpabilidad.
Al estar entonces, en virtud de su arrepentimiento, correctamente ubicado en el terreno de la verdad, el Dios al cual ya hemos calificado de ser de pura y estricta verdad, puede ahora, y recién ahora, establecer un trato con él sobre una base sólida y correcta – la única en verdad.
El simbolismo de ese bautismo de Juan para arrepentimiento, representaba un reconocimiento de estar manchados y sucios por el pecado, y un someterse a ser sumergidos en el agua para ser lavados y perdonados.
La autocompasión o lástima de uno mismo, el conceptuarse justo, o el intentar acumular méritos propios para obtener el favor divino, todos, absolutamente todos, quedan excluidos.
Esto nos explica el por qué las Escrituras, en tantos lugares, nos dan un fuerte hincapié en la necesidad del arrepentimiento. Ver, entre muchas otras citas, Lucas 13:1-5, Los Hechos 17:30 y 2a. Pedro 3:9.
Desde luego que era algo transitorio que apuntaba a lo que había de venir pronto, lo cual iba a estar apoyado sobre las bases más firmes y solidas del Nuevo Pacto.
Pero aun así, ese bautismo exigía más que el reconocimiento de haber pecado y la necesidad de ser perdonados. Para merecer la aprobación debía debía ratificarse con un cambio, del cual resultase el abandono del mal que se practicaba anteriormente. Como vemos por la cita de Lucas 3:3 que pusimos al principio de esta primera parte del capítulo 8 en que estamos, Juan recorrió todo lo largo de la región contigua al Jordán, predicando este bautismo denominado del arrepentimiento para perdón de pecados.
Inspirado por el Espíritu Santo, Lucas cita inmediatamente a continuación el pasaje de Isaías 40:3-5 en que se predice el ministerio preparatorio de Juan el Bautista, dando así a entender claramente que eso que estaba aconteciendo en la ribera del Jordán era el cumplimiento puntual de esa profecía.
Dada su importancia, la transcribimos íntegramente:-
“Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas.”
“Todo valle se rellenará, y se bajará todo monte o collado; los caminos torcidos sean enderezados, y los caminos ásperos serán allanados, y verá toda carne la salvación de Dios.” (Lucas 3:4-6)

La proclamación de Juan Bautista cundió poderosamente, y grandes multitudes fueron a su encuentro para ser bautizados. No obstante, él pronto advirtió que muchos de ellos no eran sinceros, y sólo venían con la motivación de escapar de la ira venidera.

Aunque cortamos en la mitad de esta sección, para que esta primera parte no sea más extensa que la segunda, interrumpimos aquí para
continuar en la segunda. FIN