Capítulo 6 – Dos jotas de gran valía
Segunda parte
Pasamos ahora a la segunda jota
JOTAM.-
Cronológicamente nos ubicamos ahora unos buenos siglos más tarde.
Israel ya estaba divido en dos reinos: el del Norte, y el del Sur, con asiento este último en Jerusalén como capital.
Jotam fue uno de los muy pocos buenos reyes en Judá – que así se llamaba el reino del Sur – y no deja de ser una lástima que de él, en general, tan poco se sepa.
Su nombre significa Jehová es perfecto, algo que tenemos que entender, quizá con más amplitud de lo que es normal y corriente.
Como Dios Supremo y sumamente Sapiente, muy por encima de lo que, como seres finito nos podemos imaginar, cuanto hace y permite en nuestras vidas es para nuestro bien; no el de ser más prósperos, o estar bien cómodos y satisfechos, sino el de asemejarnos más a Su Hijo Amado, ya que éste es el fin primordial para el cual hemos sido creados, según hemos señalado en más de una oportunidad.
No debemos incluir entre lo que él permite el pecado o la desobediencia en que se pueda o se quiera incurrir. Aunque, si somos hijos Suyos de verdad, Él actuará en esos casos para disciplinar, escarmentar y humillarnos, lo cual a la postre, traerá un progreso hacia ese fin de ser hechos conforme a Su imagen.
Quizá haya influido para bien en Jotam el trágico fin de su padre, Uzías, también llamado Azarías, que reinó en Judá antes que él por cincuenta y dos años.
Después de unos buenos años de un reinado feliz, en el que alcanzó mucho éxito y gran fama, “…se enalteció para su ruina.” (2a. Crónicas 26:16)
Sabiendo muy bien que por disposición divina, sólo los sacerdotes de la tribu de Leví podían ofrecer incienso en el santuario, entró atrevida y obstinadamente para hacerlo por su propia cuenta.
El principal sacerdote Azarías, y otros ochenta fieles que lo acompañaban, en seguido le increparon diciéndole que no le correspondía hacer semejante cosa, y que lo que estaba haciendo no redundaría en nada para su bien.
Lleno de ira, insistió en hacerlo, y en ese momento le brotó la lepra en su frente y tuvo que salir del templo apresuradamente.
El resto de su vida habitó como leproso en una casa apartada, quedando excluido de la casa de Jehová, y pasando a reinar su hijo Jotam como príncipe regente.
Creemos que el trágico fin de su padre tiene que haber influenciado en gran manera a Jotam, y según se nos dice en 2a. Crónicas 27: 6 él “preparó sus caminos delante de Jehová su Dios.”
Eso sin lugar a dudas lo dispuso para el bien, así como inversamente un monarca antepasado suyo, Roboam, hijo de Salomón, se inclinó hacia el mal, por no disponer su corazón para buscar al Señor. (2a. Crónicas 12:14)

Preparar nuestros caminos delante de Jehová nuestro Dios.
Qué postulado fundamental, y qué camino acertado para quien desee que su vida espiritual transite por sendas de paz, bendición y vida!
Lamentablemente, no son muchos los que lo ponen en práctica de forma cabal.
En estos tiempos, el avance vertiginoso de la tecnología, a menudo se recurre para la preparación con miras al ministerio, a los medios que provee la informática, que son de los más diversos matices.
No hemos de ser demasiado estrechos, restando valor al buen caudal de conocimientos que se puede obtener de esa forma, siempre y cuando se tenga el discernimiento necesario, para escoger solamente lo que concuerda con los parámetros básicos de las Sagradas Escrituras.
Sin embargo, a la hora de la verdad, lo que más le dará a uno solidez y consistencia en el terreno al cual nos estamos refiriendo, es la preparación asidua y perseverante ante el Dos Eterno, única fuente auténtica de las virtudes y cualidades que pueden dar peso y sustancia a nuestra vida.
Huelga decir que este camino – el de derramar el alma a diario y en profundidad ante el Trono de la Gracia – es el que anduvieron los primeros discípulos y apóstoles, y todos los verdaderos héroes espirituales de la historia, tanto anteriores como posteriores a ellos.
Es un camino arduo y laborioso, que va contra la corriente del activismo febril de esta época, que deja muy poco tiempo y energías para ésa, que no vacilamos en calificar como la labor más importante de todas, para quien quiera que su vida y servicio par el Señor descanse sobre bases firmes y sólidas.
No prepares tu camino, amado lector u oyente, delante del televisor, ni del ordenador, ni de ninguna otra cisterna rota; hazlo en cambio delante del Eterno Dios, verdadera fuente de agua viva. (Jeremías 2: 13)

El reinado de Jotam, si bien no famoso, fue muy exitoso, como consecuencia natural de la sabia preparación de sus caminos, por la cual él había optado.
Se nos dice que edificó mucho y bien, empezando por la puerta mayor de la casa de Jehová, lo cual debe siempre conceptuarse como algo principal y prioritario.
También edificó sobre el muro de la fortaleza, y además ciudades de las montañas, y fortalezas y torres en los bosques.
Desde la perspectiva espiritual, esto nos habla de levantar torres de contención y defensa contra los embates del mal que nos asedian por todas partes.
Hemos de llenarnos del bien, de la verdad, del amor y de toda otra virtud y cualidad que nos sirvan de muralla y baluarte. Contra los mismos, por la gracia de Dios, nada podrán las fuerzas de las tinieblas.
Jotam fue también un poderoso luchador en el campo de batalla. Tuvo que afrontar un buen número de guerras, en las cuales fue fortalecido y salió airoso, también precisamente por haber preparado sus caminos delante de Dios.
Contra los amonitas, enemigos acérrimos de su pueblo, luchó y venció, poniéndolos bajo tributo de plata, trigo y cebada.
Cuando, fortalecidos por el Señor, enfrentamos con éxito pruebas, guerras y dificultades que se ciernen sobre nosotros, somos aprobados, enriquecidos y así, capacitados para nutrir y enriquecer a otros.
Los versículos 7 y 8 del breve capítulo 27 de 2a. Crónicas, en que se consigna su reinado, nos dan dos puntos significativos que no debemos pasar por alto.
Ambos versículos se repiten, casi como un refrán, en muchas ocasiones, ya sea al principio, o al fin de la crónica de un buen número de reinados, sobre todo de Judá.
“Los demás hechos de Jotam, y todas sus guerras y caminos, he aquí están escritos en el libro de los reyes de Israel y de Judá,” 2a. Crónicas 27: 7)
Esto nos hace pensar en Daniel 7:10b, donde dice: “…el Juez se sentó, y los libros fueron abiertos.”
Los realmente renacidos por el Espíritu Santo no tendremos que enfrentar el trono blanco de Apocalipsis 20:11-15.
En cambio, tendremos que comparecer sin duda ante el Tribunal de Cristo, para dar cuenta de lo que hemos hecho durante nuestra peregrinación terrenal.
Esto es algo sobre lo cual debemos reflexionar con mucha seriedad. Cada mirada, cada palabra, cada acción y aun cada motivación y cada pensamiento, están siendo consignados por un ángel escribiente, quedando como constancia que ha de presentarse ante ese tribunal.
En realidad, no podemos aseverar que las cosas se desenvuelvan al pie de la letra de esa manera. Con todo, la verdad de que todo cuanto hagamos y vivamos aquí en la tierra, como hijos de Dios, habrá de ser juzgado, ya sea para castigo o para galardón, debe quedar firmemente establecida en nuestra mente y corazón.
Eso no puede sino infundirnos un sano temor y temblor, a la vez que impulsarnos a guardarnos celosamente en cuanto decimos, pensamos y hacemos, para no desagradar al Señor ni contrariar Su voluntad en lo más mínimo.
Arrepintámonos de cuanta cosa grosera, o de mal gusto, o fuera de lugar que hayamos hecho, y vivamos de hoy en adelante, con sabia prudencia, cordura y plena obediencia.

“Cuando comenzó a reinar era de veinticinco años, y dieciséis años reinó en Jerusalén.(2a. Crónicas 27:8)
Este es el segundo punto, también brotado de lo que se repite a menudo en la narración bíblica.
Jotam, por ser de linaje real, desde su nacimiento ya estaba destinado a reinar, al igual qu sus antecesores y sucesores. Empero, si bien se desempeñó como príncipe regente en los últimos años de la vida de su padre Uzías, no comenzó a reinar hasta alcanzar la edad de veinticinco años.
Lo que puntualizamos aquí es figurativo o simbólico; no obstante, representa una verdad muy práctica de la vida cotidiana.
Sabemos que los verdaderamente renacidos, por gracia disfrutamos de un linaje real, derivado del Rey de reyes.
Ese linaje nos constituye en reyes para nuestro Dios, según Apocalipsis 1:5-6 y 5:9-10.
No debemos visualizar esto en un sentido futurista solamente, relacionándolo solamente con el siglo venidero. En el mismo, desde luego que alcanzará su cumplimiento pleno. No obstante, en Romanos 5:17 Pablo nos habla de un reinar en vida.
“Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia.”
Este reinar en vida no significa desde luego, que estemos cómodamente sentados en un trono de marfil, con reposabrazos cubiertos de terciopelo, pulsando un botón para que la servidumbre acuda y satisfaga nuestras necesidades y deseos.
Se trata de algo muy distinto y eminentemente práctico.
Veamos: a menos que un hijo de Dios esté bien arraigado en Cristo, andando a diario en el Espíritu, se observará que en su vida habrá lagunas y fallos, ligeros algunos y gruesos otros.
Así las cosas, sin querer ser condenatorios, sino en aras de estricta verdad y para el bien de cada uno, podemos afirmar que no se está reinando en vida, sino que esas lagunas y fallos, sobre todo si se manifiestan de forma constante, están reinando sobre uno.
De esa forma, en algunos reina el desorden, en otros la impuntualidad como algo crónico, en otros la incredulidad o el temor, la duda o la depresión, o la tibieza o falta de compromiso, la insumisión, el amor indebido a cosas que nos enajenan y separan del Señor, y un sinnúmero de cosas semejantes.
Todo esto encaja bajo el denominador común de pecado, y cuando sucede en forma habitual, nos esclaviza, según el mismo Señor Jesús lo señaló en Juan 8:34.
Felizmente, tanto en el contexto de ese versículo, como Pablo en el que hemos citado de Romanos 5:17 y también en Romanos 8:1-2, nos presentan una opción mucho mejor.
La misma es la de ser emancipados de esa esclavitud y se inviertan los papeles, pasando nosotros a reinar sobre esas cosas negativas que hemos enumerado, o cualquiera otra semejante.
La provisión divina para ese fin es doble, a saber:
a) Pasamos a recibir el don de justicia y ser depositarios
agraciados del mismo. Simbólicamente hablando, esto representa el despojarnos de nuestros vestidos harapientos y pecaminosos, los cuales fueron cargados sobre Jesucristo en el Calvario, para revestirnos en cambio de la justicia de Dios. (Ver 2a. Corintios 5:21)
Estas palabras – justicia de Dios – deben comprenderse en toda su amplitud. No se trata de la justicia de un juez, jurado o tribunal humano, sino de la de Dios mismo. Al ser Él el Juez Supremo, sabio como ninguno y total y absolutamente justo, esa justicia Suya es inapelable y a la vez irreprochable.
b) Pero además de esto, tenemos el complemento indispensable de “recibir la abundancia de la gracia “ lo cual resulta en que disfrutemos de “justicia impartida, o bien comunicada.”
¿Cómo funciona esto?
Romanos 6:14 nos da una clara respuesta.
. “Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros,pues no estáis bajo la ley son bajo la gracia.”
La ley nos hace saber lo que debemos ser, lo que debemos hacer, y lo que no debemos hacer, pero nos deja librados a nuestros propios recursos y fuerzas para lograrlo.
En lugar de ello, la gracia va mucho más allá, en que nos capacita para ser y hacer lo que la ley nos exige, y para no ser ni hacer lo que la ley condena.
“…para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.” (Romanos 8:4)
No queremos que esto se convierta en una mera disquisición teológica, sino que resulte en algo de limpia y clara relevancia práctica, en la vida del lector y oyente que se encuentre necesitado en este terreno
Para ello, le exhortamos a que con ánimo resuelto, fe y firme convicción, eche mano de la provisión divina.
Reconozca que en esta dispensación del Nuevo Testamento, el Señor no lo trata con el dedo condenatorio de la ley. Feliz y maravillosamente, lo hace con la efusión de Su gracia soberana, que por cierto no es magra ni mezquina, sino viva y abundante.
Gracia para que todas esas cosas, tan feas y contradictorias, no se enseñoreen en tu vida, sino que, por el contrario, tú reines sobre ellas.
Una gracia que se recibe por fe, y de la cual se sigue echando mano cada día, y una gracia que también a diario debe ir acompañada de un andar en el Espíritu, escogiendo en todo tiempo lo provechoso, limpio y edificante, y desechando lo carnal, egoísta, improductivo e indigno de un hijo de Dios.
Acércate con persistencia al Trono de la gracia, y persevera, hasta que en tu vida comiences a reinar, que para eso Él, que es el Rey de reyes, te ha llamado y derramado Su sangre real – para conferirte Su bendita Realeza.

Así llegamos al final de este capítulo, en el que rendimos tributo a dos jotas de gran valía, que por cierto se merecen más notoriedad y aprecio de los que habitualmente suelen recibir.

F I N