LA INTERCESIÓN DE CRISTO

SEGUNDA PARTE – HEBREOS 7

 

Antes de dar este tema ante la congregación se recomienda leer detenidamente este capítulo 7 de Hebreos.

Continuando con este tema, tan amplio e importante a la vez, ahora pasamos al capítulo 7 de la epístola a los hebreos. El mismo está saturado de ricas verdades, las cuales están basadas, en su mayoría, en la semejanza del sacerdocio de Cristo al de Melquisedec.

Por empezar, toma el significado del nombre de Melquisedec – Rey de Justicia – y el de la ciudad sobre la cual reinaba – Salem, Rey de Paz.

En el Salmo 85: 10 tenemos una preciosa perla, relacionada con esto, y que a veces pienso que es un versículo que todo amante de la Biblia tendría que tener subrayado y aprendido:- “La misericordia y la verdad se encontraron; la justicia y la paz se besaron.”

Toda la intercesión de Cristo, como bien sabemos, está basada en Su obra expiatoria consumada en la cruz del Calvario. En la misma, la verdad de la pecaminosidad del género humano se encontró con la misericordia divina, y el bendito y maravilloso resultado fue que la justicia y la paz se besaron, en feliz concordancia con los nombres de Melquisedec ya citados – Rey de Justicia y Rey de Paz.

En el versículo 3 del capítulo en que estamos, tenemos trazada con mucho acierto la preexistencia y eternidad de Cristo, cosa que, desde luego, está claramente afirmada en muchas otras partes de las Escrituras.

Ahora bien, casi siempre en las Escrituras, y sobre todo en el orden hebreo del Antiguo Testamento, al tratarse la vida de algún personaje importante, se consigna su genealogía, con indicación de sus antepasados y su descendencia.

El autor de la epístola, como decimos, con sumo acierto, nos puntualiza el punto importante de que nada de esto se encuentra consignado en cuanto a Melquisedec. Es como si se dijese que apareció, valga la expresión, como llovido del cielo – sin que se supiese quién fue su padre, ni quienes sus hijos, quedando magistralmente subrayado con las palabras “…que ni tiene principio de días, ni fin de vida, sino hecho semejante al Hijo de Dios”.

En este mismo capítulo en que estamos, también se puntualiza con claridad la debilidad e ineficacia de la ley mosaica, y el sacerdocio aarónico, en contraste con el régimen del nuevo pacto, trazado éste, como venimos viendo, por la semejanza del orden de Melquisedec. El autor se vale de dos versículos del Salmo 110 para enfatizar este contraste claramente.

En efecto, el primer versículo del salmo – “Jehová dijo a mi Señor: siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies.” – está incuestionablemente referido al Señor Jesús. Y en el 4 leemos “Juró Jehová y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec.”

Como vemos, este orden del nuevo está ratificado por juramento divino. Nada de eso hubo en cuanto al régimen anterior; mal podría jurarse por Aarón, recordando la increíble aberración en que incurrió en lo del becerro de oro. (Ver Éxodo 32:1-6)

Muy por el contrario, la confianza de Jehová en cuanto al Hijo amado era tal, que podía pronunciar un solemne e inquebrantable juramento. Desde luego, esto debe constituir un fortísimo estímulo para cada uno de nosotros – saber que nuestra fe y esperanza están basadas en algo de fiabilidad tan superlativa y absoluta.

Otro contraste que se señala es que en el régimen aarónico los sacerdotes no continuaban indefinidamente, sino que sus hijos les sucedían en el cargo, según vemos en los versículos 15 a 17 del capítulo 7 de Hebreos en que estamos: “Y esto es aun más manifiesto, si a semejanza de Melquisedec, se levanta un sacerdote distinto, no constituido conforme a la ley del mandamiento acerca de la descendencia, sino según el poder de una vida indestructible. Pues se da testimonio de él: tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec.”

En el versículo 22 se puntualiza la importante verdad de que Jesús es hecho fiador de un mejo pacto. Esta verdad queda sólida y eternamente avalada por dos razones que ya hemos consignado, a saber, Su vida indestructible y el juramento divino.

Pero además, paralelamente a esto, tenemos un pasaje en el capítulo anterior que da todavía mayor asidero a nuestra seguridad y confianza, a saber, la motivación que tuvo nuestro Dios al pronunciar Su juramento:- “Por lo cual Dios, queriendo mostrar más abundantemente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de su consejo, interpuso juramento; para que por dos cosas inmutables en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos un fortísimo consuelo…” (Hebreos 6:17-18)

Dios mismo quiere que a los que somos en verdad herederos de la promesa, no nos quepa el menor atisbo de duda, antes bien, que tengamos la más absoluta confianza, dado que su consejo de bendición eterna con para nosotros es totalmente inmutable e inquebrantable.

¡Qué dicha y qué esperanza bienaventurada la nuestra!

Y ahora, el autor de la epístola pasa a hacer desembocar su enseñanza en la importantísima clave del versículo 25, tras citar los dos precedentes. “Y los otros sacerdotes llegaron a ser muchos, debido a que por la muerte no podían continuar; mas éste, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable. POR LO CUAL PUEDE TAMBIÉN SALVAR PERPETUAMENTE A LOS QUE POR ÉL SE ACERCAN A DIOS, VIVIENDO SIEMPRE PARA INTERC EDER POR ELLOS.”

Cotejando en varias versiones llegamos a la conclusión de que perpetuamente se puede interpretar tanto en función de tiempo – para siempre jamás – como en el sentido de algo absolutamente completo. Si a esto agregamos la parte final del versículo – viviendo siempre para interceder por ellos – podemos visualizar algo completo y perfecto, nos atrevemos a acotar, a la enésima potencia.
No obstante, no se nos debe quedar en el tintero el hecho de que los dichosos y benditos beneficiarios de esta intercesión tan maravillosa, son los que por Él se allegan a Dios. Al allegarnos a Dios, Él siempre está dispuesto a recibirnos, pero siempre y cuando lo hagamos por medio de Él, de Sus méritos y Su obra expiatoria en el Calvario. Cuando nuestro acercarnos se deba a alguna falta o pecado, Él intercede en Su carácter de propiciación.

Con todo, hay ocasiones en que nuestro allegarnos no se relaciona con faltas y pecados, sino en provisión material, sanidad, guía espiritual, etc.

Se podría pensar que para tales casos no necesitamos de Su intercesión a favor nuestro. Sin embargo no es así, pues ¿quién de nosotros es digno de que un Dios tan lleno de majestad, honor y gloria le responda a sus peticiones? Seguramente que ninguno; pero en esos casos nuestra petición se debe basar como su firme apoyo en el hecho de que Él, y sólo Él, es digno, absolutamente digno.

Como conclusión, que esto sea un fuerte aliciente: siendo hijos de Dios por renacimiento y redimidos por Su sangre preciosa, Él siempre está allí, a la diestra de la Majestad en las alturas, para interceder a favor nuestro.
Con todo, si bien en el carácter del Digno necesitaremos siempre que lo haga según lo requieran nuestras circunstancias, se recomienda que tratemos a toda costa de darle el mínimo posible de labor en su carácter de propiciación!

Por último, sin comentar más sobre este riquísimo capítulo, citamos el versículo final que con tanto acierto lo cierra: “Porque la ley constituye sumos sacerdotes a débiles hombres; pero la palabra del juramento, posterior a la ley, al Hijo, hecho perfecto para
siempre.”