EL LIBRO DE HAGEO

  Comenzamos ahora el estudio de este breve, pero sumamente interesante y muy aleccionador libro del profeta Hageo. Para comprenderlo bien es necesario relacionarlo con los primeros seis capítulos del libro de Esdras. En el comienzo del mismo tenemos un pasaje que es prácticamente una repetición del fin del libro precedente, el de 2ª. Crónicas.

  En el mismo se nos consigna un decreto del gran emperador Ciro, en que manifiesta que Dios le había mandado que le edificase casa en Jerusalén, para lo cual exhortó a los del pueblo de Dios que estaban en cautiverio que subiesen a Jerusalén con ese fin.

  Esto fue en cumplimiento de la profecía de Jeremías de que el cautiverio iba a durar setenta años, después de los cuales habría un remanente que volvería. Además, el profeta Isaías unos buenos años antes había predicho hasta el nombre de Ciro, afirmando

“…que dice de Ciro: Es mi pastor y cumplirá todo lo que yo quiero, al decir a Jerusalén: Serás edificada; y al templo: Serás fundado” (Isaías 44:28)

  Bien podemos imaginar el regocijo con que los israelitas que se encontraban en el cautiverio habrán visto la proclamación  de Ciro como emperador, y que, ya en el primer año de su reinado, había decretado el regreso de ellos. Además, que en cualquier lugar donde morasen, los de ese lugar de su propio pueblo le diesen toda clase de ayuda con plata, oro, bienes y ganados, amén de ofrendas voluntarias para la casa de Dios en Jerusalén. (Esdras 1: 4)

  Así las cosas, y en medio de este panorama tan favorable, los jefes de las casas de Judá y Benjamín, y los sacerdotes y levitas, se sintieron despertados en su espíritu para subir a Jerusalén y acometer la obrase de edificar el templo.

  En el capítulo 2 de Esdras se da una larga lista de los que emprendieron el viaje, en número de cuarenta y dos mil trescientos sesenta, si contar sus siervos y siervas, los cuales eran siete mil trescientos treinta y siete, y además doscientos cantores y cantoras.

  La lista detalla bastantes cosas, como el número de los sirvientes del templo, y hasta el número también de sus caballos, mulas, camellos y asnos. Sin embargo, se podría pensar, y algunos de los israelitas posiblemente se lo hayan pensado – ¡Caramba, qué extraño – aquí nos hace falta un profeta!

  Pero la providencia divina no había omitido ese punto tan importante. Inadvertido por el resto del numeroso contingente que emprendió el viaje, había dos varones que iban a desempeñar un rol principal y fundamental en realidad.

  Uno de ellos se llamaba Hageo, el breve libro de cuyo nombre iba a quedar incorporado al canon de las Sagradas Escrituras, dejando además lecciones de orden sumamente práctico e importante para los santos de todos los tiempos.

  Ni siquiera se da el nombre de su padre o madre, ni se dice si tuvo hijos o no. El primer versículo nos dice que le vino la palabra del Señor en el primer día del mes sexto en el año segundo del rey Darío. Iba dirigida a Zorobabel, hijo de Salatiel, y a Josué hijo de Josadac.

  Esto nos ayuda a ubicarnos dentro de la situación imperante. Zorobabel era el gobernador de Judá, mientras que Josué – en nada relacionado  con el homónimo suyo sucesor de Moisés – era el sumo sacerdote, es decir el primero estaba a cargo de la parte práctica propia de un gobernador,  y el segundo de la del culto a Dios.

  La palabra que traía Hageo era una de reprensión al pueblo, que manifestaba que aún no había venido el tiempo de que la casa del Señor fuese  reedificada.

  Debemos comprender, por una parte, que era un pueblo que había regresado del cautiverio, y por lo tanto tenía la necesidad práctica, comprensible por cierto, de establecerse cada uno, o cada familia, en su vivienda propia.

  No obstante, había un celo desmedido por tener esa vivienda propia en óptimas condiciones, mientras que para justificarlo decían que aún no había llegado el tiempo de reedificar la casa de Jehová. Era una excusa “espiritual” digamos – todo tiene su tiempo, y ya ha de venir el de la reedificación.

  El Señor les había estado dando muchas muestras de su desaprobación, pero en increíble insensibilidad no se daban cuenta. Sembraban mucho y recogían poco; comían y no se saciaban; bebían y no quedaban satisfechos; se vestían y no se calentaban; y el que trabajaba a jornal recibía su jornal en saco roto.

  Por lo tanto, a través del profeta les insta a que mediten sobre sus caminos, y les hace una importante exhortación. “Subid al monte y traed madera, y  reedificad la casa; y pondré en ella mi voluntad, y seré glorificado, ha dicho Jehová.” (1:8)

  Una exhortación que en si, además de su aplicación práctica para aquel entonces, nos enseña mucho de sumo valor. En realidad, por el mandato de Ciro, habían subido a Jerusalén con ese fin – el de reedificar el templo. Tenían que poner su parte, poniendo manos a la obra – subiendo al monte, trayendo madera y edificando. (Ya ampliaremos sobre esto, que figurativa o simbólicamente tiene mucho que decirnos)

  Pero así, viendo el Señor que ellos en realidad se estaban esmerando  y dándose a la obra, Él por Su parte pondría Su voluntad en la misma y sería glorificado. Él necesita que en toda empresa para Él demos muestras acabadas de estar empeñados en la misma con ahínco y tesón; no podemos esperar de ninguna manera que Él la bendiga y prospere, si no la acometemos debidamente y como Él se merece.

  Ampliamos ahora sobre subir al monte y traer madera, etc. En efecto, subir al monte nos habla de ascender a las alturas para la comunión, alabanza, y oración. ¿Por qué subir al monte? porque implica esfuerzo, una cuesta arriba. Bien sabemos que tal cual las cosas hoy día, hay una multiplicidad de demandas sobre nuestro tiempo y energías que conspiran contra el cultivo de la oración y comunión con el Señor. Uno tiene que disciplinarse muy seria y severamente para no caer en el error y la trampa de descuidarlo, so pena de desembocar pronto en un serio declive espiritual.

   De ese lugar de verdadera oración y comunión con el Trono de gracia, es de donde se trae la madera de la fe, el verdor y la frescura espiritual, el amor renovado y tantas otras virtudes, las cuales nos permiten acometer nuestras labores para el Señor de manera limpia y eficaz.

  Hecho este breve, pero creemos importante paréntesis, continuamos ahora con el texto del libro de Hageo en que estamos. En los versículos 9 a 11 del primer capítulo el Señor continúa señalándoles por la palabra de Hageo las muchas pruebas de su desaprobación.

Buscaban mucho pero hallaban poco; lo encerraban en sus casas, pero Él lo disipaba en un soplo, y la razón era que Su casa estaba desierta, y cada uno corría a lo suyo en su propia vivienda.     Además detenía la lluvia y, consecuentemente, la sequía resultante malograba las cosechas del vino, el aceite, y sobre lo que la tierra produce, y además afectaba a los hombres, las bestias y sobre todo trabajo que se hacía.

 La insensibilidad del pueblo era increíble e hizo falta que viniera un auténtico varón de Dios con la palabra de lo alto para despertarlos del profundo letargo en que se encontraban.

  Pero ahora viene algo fundamental – precioso, rico y enriquecedor a la vez,

“Y oyó Zorobabel hijo de Salatiel, y Josué hijo de Josadac, sumo sacerdote, y todo el esto del pueblo la voz de Jehová su Dios,  y las palabras del profeta Hageo, como le había enviado Jehová su Dios;  y temió el pueblo delante de Jehová.”(1:12)

  Hemos subrayado la voz de Dios porque es muy posible, y a menudo sucede, que se da la palabra de Dios, exactamente tal cual como está en la Biblia, pero sin la voz del Señor. Y así es como muy bien puede sonar, ya sea hueca, o como la vara que fustiga, o el dedo acusador.

  Un cantante de primera línea, por ejemplo, antes de dar su concierto se encarga bien de que sus cuerdas vocales y garganta estén en  óptimas condiciones. Aunque de otra manera, el verdadero siervo de Dios tiene necesariamente que llenar ciertos requisitos;   saber lo que el Señor quiere que diga, y ceñirse a ello, sin agregados innecesarios; vivir cerca del Señor y muy pendiente de Su omnipresencia y omnisciencia; prepararse bien antes de cada ocasión, y en su diario vivir conducirse con un sano y santo temor reverencial.

  Es una máxima muy cierta que, lo que somos y cómo nos conducimos en la vida, se transmite a quienes nos oyen por medio de lo que decimos. Aquí tenemos un caso puntual en este último sentido.  No cabe duda que el profeta Hageo que dio esa palabra, vivía muy cerca del Señor y con un sano y saludable temor reverencial.

  Cuánta falta hace que hoy día se dé y se oiga la palabra de Dios de esa manera!

  Como resultado de esa buena acogida de la palabra, vino una promesa del Señor de que Él estaba con ellos – ahora que ellos estaban bien dispuestos, el Señor se complacía en poner Su parte. Y lo hizo de una manera que resulta de inspiración y de enseñanza muy importante.

 “Y despertó Jehová el espíritu de Zorobabel hijo de Salatiel, gobernador de Judá, y el espíritu de Josué hijo de Josadac, sumo sacerdote, y el espíritu de todo el resto del pueblo, y vinieron y trabajaron en la casa de Jehová de los ejércitos, su Dios.” (1:14)

  En primer lugar, recordemos que ya anteriormente vimos en Esdras 1: 5 que el Señor había despertado el espíritu de ellos. Pero al llegar de regreso del cautiverio y tener que establecerse en sus viviendas, la preocupación excesiva de que las mismas estuvieran en óptimas condiciones, los llevó al terreno material.

  La consecuencia inevitable fue que volvieron a un adormecimiento espiritual, y hubo la necesidad de que se los despertara otra vez. Esto nos habla con elocuencia, y a montones, de la necesidad de que no nos dejemos arrastrar a lo material, en detrimento de lo espiritual, que al final de cuentas es lo imperecedero y eterno.  Es tan fácil caer, casi insensiblemente, en un letargo espiritual, pero a la vez, estar bien despiertos en lo material!

   El resultado, muy bueno por cierto, de ese nuevo despertar de su espíritu, fue que vinieron y trabajaron en la casa de Jehová de los ejércitos, su Dios. Antes, cada cual en lo suyo, y la casa del Señor desierta; ahora, todos juntos y trabajando en la obra de la reconstrucción del templo, que, no debemos olvidar, fue el verdadero motivo por el cual el rey Ciro los había enviado a Jerusalén.

  Finalmente, vemos que esas palabras del profeta Hageo, traídas con la voz de Jehová, tuvo la virtud de unificar al pueblo en la empresa tan importante que tenían que llevar a cabo.

  De esto sacamos la conclusión,  por contraste, de que cuando una palabra que se trae al pueblo no viene en realidad de parte del Señor, surte el efecto contrario. Así, algunos, tal vez novatos e incautos, la reciben muy bien como algo nuevo y distinto, mientras que los más maduros captan que no es de edificación, ni trae el auténtico sabor y sello de lo que viene de lo alto. El consiguiente resultado: no unifica sino que separa.

  En el capítulo 2, al mes y 21 días más tarde, viene una nueva palabra del Señor por intermedio de su siervo. Va dirigida a Zorobabel el gobernador, a José el sumo sacerdote, y al resto del pueblo.

 ¿Quién ha quedado  entre vosotros que haya visto esta casa en su gloria primera, y cómo la veis ahora? ¿No es ella como nada delante de vuestros ojos? (2:3)

  Para comprender bien el sentido de esta pregunta, tenemos que recordar que en el contingente de los que regresaron había algunos muy ancianos que habían visto el templo construido por Salomón, con toda su gloria. Al ver el que estaban ahora reedificando, seguramente que les parecería muy pequeño y modesto en comparación.

  Y a continuación viene una palabra sumamente alentadora, que transcribimos a continuación.

“Pues ahora, Zorobabel, esfuérzate, dice Jehová; esfuérzate también, Josué hijo de Josadac, sumo sacerdote; y cobrad ánimo, pueblo todo de la tierra, dice Jehová, y trabajad, porque yo estoy con vosotros, dice Jehová de los ejércitos.”

“Según el pacto que hice con vosotros cuando salisteis de Egipto, así mi Espíritu estará en medio de vosotros, no temáis.” (2:4-5)

    Jehová les insta a esforzarse y cobrar ánimo, porque Él estaba con ellos con todo lo que ello implica. Y lo hace sobre todo por ser un Dios fiel, que cumple con el pacto hecho con Su pueblo. Notemos, no obstante, que en ese pacto el Espíritu estaba en medio de ellos ,mientras que en la dispensación el nuevo pacto el Espíritu Santo mora en nosotros.

  A renglón seguido, en los versículos 6 a 9 del mismo capítulo viene una profecía mesiánica de largo alcance. La citamos textualmente antes de pasar a comentarla.

“Porque así dice Jehová de los ejércitos: De aquí a poco yo haré temblar los cielos y la tierra, el mar y la tierra seca, y haré temblar a todas las naciones, y vendrá el Deseado de todas las naciones; y llenaré de gloria esta casa, ha dicho Jehová de los ejércitos.”

  “La gloria postrera de esta casa será mayor que la primera, ha dicho Jehová de los ejércitos; y daré paz en este lugar, dice Jehová de los ejércitos.”

 Al lector seguramente le podrá llamar la atención el hecho de que en estos tres versículos que hemos citado, el nombre Jehová de los ejércitos aparece varias veces. Pero había una razón muy importante.

  En efecto: dijimos en un principio que el contingente que viajó por mandato de Ciro para reconstruir el templo en Jerusalén, lo hizo de una forma muy auspiciosa y favorable, Como ya vimos, hasta gente del imperio persa de los lugares en que se encontraban los que viajaron, les dieron oro, plata y demás ofrendas útiles para la reconstrucción.

  Sin embargo, al ponerse a emprender la obra en Jerusalén les esperaba una lucha muy encarnizada por cierto, con una oposición sumamente maliciosa de parte de la gente pagana que estaba en Jerusalén y alrededores.

  De ahí entonces nos parece muy indicada la forma en que el profeta Hageo se sintió inspirado a emplear este nombre del Señor tan particular. El Dios Omnipotente con Sus poderosas huestes celestiales – Jehová de los ejércitos -sería más que suficiente para salvaguardarlos en la lucha y llevarlos a una rotunda victoria final.

  Continuando ahora con el pasaje, no cabe ninguna duda de que el Señor ha hecho temblar a las naciones. Sin entrar en detalles para puntualizarlo, baste recordar el sueño de Nabucodonosor, interpretado por Daniel, en el que uno  tras otro de los grandes imperios se fueron derrumbando.

  “…y vendrá el Deseado de todas las naciones, y llenaré de gloria esta casa, ha dicho Jehová de los ejércitos.”

  Lo que sigue – “Mía es la plata, y mío es el oro, dice Jehová de los ejércitos. La gloria postrera de esta casa será mayor que la primera, ha dicho Jehová de los ejércitos, y daré paz en este lugar, dice Jehová de los ejércitos.” no cabe duda que constituía una palabra de aliento para los dos líderes, Zorobabel y Josué, y todo el resto del pueblo.

  La forma en que esa gloria iba a superar la del templo anterior, construido en el reinado de Salomón, no nos resulta fácil de comprender. Tal vez como algo que se nos sugiere ahora, podría ser que la triste apostasía de Salomón hacia el final de su carrera, deslució y manchó todo el bien anterior que había hecho. 

  Pero lo que es innegable y resulta clarísimo, es que este pasaje, dado que menciona la venida del Deseado de las naciones, ha de verse a la luz del nuevo templo, no de ladrillos, hormigón armado, madera y piedras costosas y oro finísimo, sino espiritual y con alcances imperecederos. Es decir, el templo de la iglesia universal de los miles y millones de redimidos por la sangre del Cordero inmolado, en el régimen del Nuevo Pacto, cuya gloria es inmensamente superior a la de todos los templos construidos por el hombre.

  Hablamos unos buenos párrafos atrás de la encarnizada lucha que les tocaba enfrentar contra la gente pagana que vivía en Jerusalén y alrededores. Ahora pasamos a comentarlo, y veremos que nos enseña cosas muy prácticas, y además, latentes y vigentes en la obra del Señor en la actualidad.

   Para ello recurrimos otra vez al libro de Esdras, que en sus primeros seis capítulos, como ya dijimos, nos da un relato amplio de la situación en ese entonces, y nos ensancha la visión que nos da el libro de Hageo.

  En realidad, las cosas empezaron bien. En el capítulo 3 leemos que, llegado el mes séptimo y estando los hijos de Israel ya establecidos en las ciudades, se juntó el pueblo como un solo hombre en Jerusalén.

  Como vemos, un comienzo muy auspicioso. Lo primero que hicieron fue edificar el altar y ponerlo sobre su base, para ofrecer de inmediato holocaustos, pues tenían miedo de los pueblos de los alrededores, intuyendo ya que veían con muy malos ojos lo que ellos estaban haciendo.

  La obra prosiguió bien, cumpliéndose el mandato de Ciro, rey de Persia, de que se les diera todo lo necesario para la reconstrucción del templo. El punto álgido fue cuando echaban los cimientos y los sacerdotes vestidos de sus ropas, y los levitas alababan con címbalos, mientras el pueblo aclamaba con gran júbilo por ese hecho tan importante de que se echasen los cimientos de la nueva casa.

  Resulta muy conmovedor leer que había entre el pueblo muchos ancianos que habían visto el primer templo, edificado por Salomón, y ahora veían echarse los cimientos de este nuevo templo, y lloraban de emoción. Al mismo tiempo, había los más jóvenes que daban grandes gritos de alegría, de manera que se mezclaron los dos – los de la alegría y del lloro de emoción – y no se podía distinguir el uno del otro, y el ruido se oía desde lejos.,

  Algo muy hermoso por cierto, pero ahí fue donde empezó a manifestarse la fuerte oposición de los pueblos de la tierra. Concluido el capítulo 3 con ese clímax tan estupendo, en el siguiente empieza la encarnizada lucha que ya anticipamos tendrían que enfrentar.

     “Oyendo los enemigos de Judá y de Benjamín que los venidos de la cautividad edificaban el templo de Jehová dios de Israel, vinieron a Zorobabel y a los jefes de casas paternas y les dijeron: Edificaremos con vosotros, porque como vosotros buscamos a vuestro Dios, y a él ofrecemos sacrificios, desde los días de Esar-hadón, rey de Asiria, que nos hizo venir aquí.” (Esdras 4: 1-2)

   Un incauto ingenuamente se gozaría pensando: Qué bien – toda esta gente viene a ayudarnos – eso va a facilitar la tarea y se la podrá terminar con mayor prontitud.

  Pero había una trampa muy sutil. Uno de los muchos ardides del enemigo es infiltrarse en las filas de los fieles, ya sea con semi-convertidos, o bien con pseudo6-convertidos.

  Tenemos otros casos en que algo semejante había sucedido.  En Éxodo 12:38 leemos que al salir de Egipto los hijos de Israel, una grande multitud de toda clase de gentes los acompañaba.

  Más tarde en Números 11: 4 vemos que “…la gente extranjera que se mezcló con ellos tuvo un vivo deseo, y los hijos de Israel también volvieron a llorar y dijeron: Quién nos diera a comer carne!”

  Como si la murmuración y la desobediencia de Israel fueran poca cosa, se añadieron a las mismas las de la gente extranjera que subió con ellos desde Egipto!

  Felizmente, en el caso en que estamos los dirigentes Zorobabel, Jesúa y los demás jefes de casas paternas reaccionaron sabiamente, diciendo “…no nos conviene edificar con vosotros casa a nuestro Dios, sino que nosotros solos la edificaremos a Jehová Dios de Israel, como nos mandó el rey Ciro, rey de Persia.”(Esdras 4: 3)

  Esto produjo una fuerte y maliciosa reacción del pueblo de la tierra, y empezaron a intimidar y atemorizar a los hijos de  Judá y Benjamín, para que no edificaran. Además sobornaron contra ellos a los consejeros de la zona para frustrar sus propósitos, y escribieron cartas con acusaciones falsas en el principio del reinado de Asuero. Asimismo en días de Artajerjes, rey de Persia enviaron una escritura en arameo acusando a los que edificaban, redactada de manera maliciosa, diciendo que Jerusalén era una ciudad rebelde y perjudicial a los reyes y a las provincias, y que de tiempo antiguo formaban en ella rebeliones, por cuyo motivo la ciudad había sido destruida.

Como vemos, una tergiversación muy sutil de lo que en realidad había acontecido.

  Desafortunadamente, el rey, después de hacer indagaciones, llegó a la conclusión de que había habido en el pasado reyes fuertes en Jerusalén que dominaban toda esa zona allende el río, y que se les pagaba tributo, impuesto   y renta. Por lo tanto ordenaba que la obra cesase y no continuase hasta que por él – el rey Artajerjes – fuese dada nueva orden. Los dirigentes de los adversarios, fueron entonces apresuradamente a Jerusalén llevando la carta e hicieron cesar la edificación con poder y violencia.    Como se ve, lo anticipado anteriormente, en el sentido de que les esperaba una oposición muy encarnizada, se confirma cabalmente.

  Pero, gracias al Señor, ésta no era la última palabra. En el capítulo siguiente, en el primer versículo se nos dice significativamente: “Profetizaron Hageo, y Zacarías, hijo de Iddo, ambos profetas, a los judíos que estaban en Judá y en Jerusalén, en el nombre del Dios de Israel que estaba sobre ellos.”

  A esta altura notamos que el otro profeta, de nombre Zacarías, se une a Hageo en la labor muy importante que estaba desarrollando, como un refuerzo muy oportuno.

  Como resultado, Zorobabel y Jesúa (o sea Josué)  pusieron manos a la obra, ayudados incluso por los dos profetas. Entonces un tal Tatnai, gobernador allende el río, y otro de nombre Setar-boznai y sus compañeros, vinieron y les preguntaron  quién le había dado orden de edificar, y cuáles eran los nombres de los que dirigían la obra.

  Empero la mano del Señor estaba sobre los dirigentes de la obra, y les explicaron las cosas, puntualizando que fue por orden del rey Ciro en el primer año de su reinado y dándoles además todos los antecedentes del caso.

  La carta de los adversarios fue al rey Darío, pidiéndole que hiciera buscar si  lo que decían los judíos era verdad. Hechas las averiguaciones pertinentes, se verificó que en los registros del palacio situado en Acmeta, en la provincia de Media, efectivamente había una fiel constancia de la orden dada por Ciro en el primer año de su reinado.

  Como feliz resultado, el rey Darío contestó dando orden a los enemigos de los judíos de que se alejaran del lugar y permitiesen que se continuase la obra sin impedimento alguno, so pena de que, de lo contrario, cualquiera que dejase de cumplir la orden suya, se arrancase un madero de su casa y fuese colgado en él, y su casa fuera hecha un muladar. (Esto, digamos de paso, era típico en aquellos tiempos, como castigo a los que desobedecían las órdenes reales.)

  Además de esto, se daba orden de que del tributo del rey se les diese a los judíos puntualmente todo lo necesario para que la obra continuase, como así también becerros, carneros y corderos para holocaustos al Dios del cielo, y trigo, sal, vino y aceite, según lo necesitaran los sacerdotes del pueblo judío, y que estos orasen por la vida del rey (Darío) y sus hijos.

 Así fue que la obra de reconstrucción pudo llegar a feliz término, el tercer día del mes de Adar (ignoramos su equivalencia en castellano) en el sexto año del reinado de Darío. Consecuentemente, se celebró la dedicación del templo con las debidas ofrendas por expiación según el ritual prescrito en la ley mosaica, como así también la pascua, a los catorce días del mes primero.

  Y así, la encarnizada lucha por la maliciosa oposición de los pueblos antagónicos de la zona, concluyó con una rotunda victoria del pueblo de Dios, celebrada con gran júbilo por la forma en que el corazón del rey de Asiria había sido influenciado por el Señor para fortalecer las manos de los judíos y llevar a buen fin – por fin! – el mandato de Ciro de que se reedificase el templo, dado el primer año de su reinado.

   Después de este largo paréntesis, impuesto por el hecho de que hemos estado trabajando con los dos libros – el de Esdras, y el de Hageo – volvemos a este último.

  Vemos que en el capítulo 2:15-17, se les recuerda los castigos con que el Señor les llamaba la atención, después de lo cual sobreviene una preciosa promesa, a saber: “Meditad, pues, en vuestro corazón, desde este día en adelante, desde el día veinticuatro del noveno mes, desde el día en que se echó el cimiento del templo de Jehová; meditad, pues, en vuestro corazón…desde este día os bendeciré.” (Versículos 18 y 19b)

  La fecha precisa del día veinticuatro del mes noveno no era algo sin la muy debida razón. En efecto, el Señor había advertido el ahínco y la intensa labor de cavar y echar los cimientos del templo, y por lo tanto les hace saber que ahora que han dejado lo suyo para darse de lleno a la reedificación, Él sí que está satisfecho, y a partir de ese día los ha de bendecir.

  Pero otra vez, con mi fuerte inclinación de ver algo simbólico o figurativo que señala los valores mejores y mayores del nuevo pacto, paso a dar otro caso.

  De paso, añado para justificarlo, que puede darse como un principio correcto que, bajo la inspiración del Espíritu Santo, muchos acontecimientos y aun personajes del Antiguo Testamento simbolizan lo del Nuevo Testamento – baste mencionar como ejemplos la historia de José, el hijo amado de Jacob, y Melquisedec, clarísima figura de Cristo.

  En esa inclinación a que me he referido, cito ahora Lucas 6: 47-48: “Todo aquel que viene a mí, y oye mis palabras y las hace, os indicaré a quién es semejante. Semejante es al hombre que al edificar una casa, cavó y ahondó y puso el fundamento sobre la roca.”

  Hace unos días, leyendo un libro del famoso santo francés de otrora Francois de Salignac de La Motte Fénelon, noté con interés que uno de los capítulos del mismo se titulaba semi conversiones.

  Cuánta verdad hay en esto! Y por cierto que lo vemos en la practica hasta la enésima potencia. Cavar un poquito por encima, se hizo profesión de fe y ya se pasó por las aguas del bautismo ‘ soy salvo por toda la eternidad… etc. pero se sigue viviendo en la carne, con muy poca mira en lo celestial e imperecedero y menos aun en cuanto a la oración y el cultivo de la palabra.

  De ahí las palabras del Señor Jesús apuntando a que es necesario cavar y ahondar,  lo cual supone quitar toda la tierra, arena y aun basuras y residuos que han quedado sepultados por años, hasta llegar a tocar roca firme. Y desde ese punto edificar – es decir nada superficial, por encima nomás, sino ahondando de verdad. Y claro está que esto concuerda con lo visto en el pasaje de Hageo ya citado – desde el día en que echaron el fundamento – desde ese preciso día y no antes – el Señor los iba a bendecir.

  Que seamos todos de los que han cavado y ahondado, para tener confianza cuando Él se manifieste, y no tengamos que alejarnos de Él avergonzados. (Ver la primera Epístola de Juan 2: 28),

  El libro concluye con una preciosa promesa del Señor para Zorobabel. Se cumpliría en un tiempo en que Jehová haría temblar los cielos y la tierra,  trastornaría el trono de los reinos y destruiría la fuerza de los reinos de las naciones.

  No nos resulta posible identificar con certeza ese tiempo, y nos ceñimos a acotar que a través de los siglos, vez tras vez, se ha levantado un reino o nación, para caer eventualmente ante el poder de otro, y así sucesivamente, llenando páginas y más páginas de la historia con guerras y derramamiento de sangre por doquier.  Creo que no me equivoco al afirmar que un muy alto porcentaje de la historia es la que trata sobre las numerosas guerras que ha habido – o en otras palabras, que al estudiar historia la mayor parte abarca guerras y más guerras.

  Pero ahora citamos la promesa en sí, para luego pasar a comentarla. ”En  aquel día, dice Jehová de los ejércitos, te tomaré, oh Zorobabel, hijo de Salatiel, siervo mío, dice Jehová, y te pondré como anillo de sellar, porque yo te escogí, dice Jehová de los ejércitos.”

  La conjunción exclamativa oh que precede al nombre de Zorobabel al dirigirse a él, denota evidentemente dos cosas: el gran amor del Señor para con él, pero también un deseo profundo de tomar su vida en Sus manos como nunca antes, para así poder cristalizar plenamente el precioso propósito que tenía para él.

  Ese propósito era nada menos que ponerlo como anillo de sellar. El anillo es circular, es decir que no tiene ninguna arista puntiaguda, de esas que lastiman. Además, su rol y su destino es estar en un dedo de la mano de Su dueño.  Donde va él, va también el anillo; fuera del dedo y la mano a que pertenece no tiene función ni sentido.

  Y para explicar en qué consiste el sello – en términos neotestamentarios, por supuesto – citamos 2a. Timoteo 2:19:- “Pero el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos, y Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo.”

  Es decir, pertenencia absoluta al Señor, y santidad, sin la cual nadie ha de verlo.  

  Imprimirlo sobre otras vidas, para que lleven bien grabado en el corazón y la vida ese sello inconfundible, que es la credencial real y verdadera de los auténticos! Qué privilegio indecible!

  Hace unos buenos años, al realizar un estudio a fondo de este libro de Hageo, recuerdo haberme enterado que el nombre Zorobabel significaba uno  esparcido en Babilonia. Y en el caso suyo, trasladado de ese lugar para construir el templo del Señor.

  ¿Podrá ser presunción u osadía de parte nuestra, que hemos sido rescatados de la Babilonia de este mundo, tener la aspiración de ser también anillos de sellar en las manos del Señor?

  Creemos que si se tiene la misma con la debida humildad y mansedumbre, seguramente ha de contar con la plena aprobación del Señor. Pero, debemos recordar que implica todo lo que dijimos en cuanto al anillo, su rol, destino, pertenencia, pureza y santidad.

FIN