Juntadme mis santos
Segunda parte
Continuando, siempre sobre el caso imaginario de la primera parte, desde luego que esta transformación tan maravillosa y halagüeña, en la práctica eclesial no se logra por
una sola propuesta aprobada por unanimidad. Para que realmente se cristalice es preciso que haya una búsqueda sincera y ferviente de Dios, con un espíritu de autocrítica
severa de uno mismo, pero acompañada de una actitud bondadosa y de misericordia y perdón para con los fallos y errores ajenos.
Un par de ejemplos ilustrará la forma en que, con fervor y toda instancia, se ha de buscar ese estado ideal de verdadera y estrecha unidad, recordando bien que así nació la iglesia en
Pentecostés, y así debe seguir, si ha de ser la fuerza expansiva e impactante que el mundo necesita ver.
El primero es el de dos hermanos de diferentes denominaciones, que a menudo discutían sobre temas de doctrina en que discrepaban.
De repente sobrevino una gran persecución, ambos cayeron presos y fueron destinados a celdas contiguas. Allí, por cierto que bien pronto quedaron olvidadas sus diferencias de
criterios, y se sintieron entrañablemente unidos, procurando alentarse mutuamente en medio de la fuerte prueba que se encontraban enfrentando. (Ver Juan 17: 21 y 23)
Un segundo ejemplo, todavía más fuerte que el primero, es el de un matrimonio con un hijito, digamos de unos cinco años, que padece de una enfermedad gravísima y está al borde la muerte.
Como marido y mujer, han tenido cada tanto alguna pequeña rencilla y tal vez una que otra discusión acalorada, por diferencia de opiniones o cualquier otra causa. Pero en
esta situación crítica, todo eso queda de lado y olvidado, y ambos se unen de la manera más estrecha y entrañable para: 1) Orar juntos de rodillas, clamando al Señor por esa
criaturita tan preciosa y amada – que la sane y restaure por completo.
2) Hacer cuanto esté a su alcance, incluso velando por la noche, para contribuir al restablecimiento tan deseado.
Creemos que ésta es la forma en que, una iglesia deseosa de restauración o de una mayor bendición, debe buscar al Señor: como algo absolutamente prioritario, y con toda sinceridad y tesón.
En suma, un acercarse y juntarse al Señor unidos de la manera más estrecha y entrañable. Y por supuesto que cuanto sea celos, envidias, rivalidades, malestar, amargura y cosas
afines, queden totalmente desterradas.
Mis santos.-
Al nacer de nuevo, pasamos a ser hijos de Dios, (no por creación, sino en virtud de nuestro nuevo nacimiento); también creyentes, hermanos unos de otros, corderos y ovejas,
y aún reyes y sacerdotes.
¡Cuán vasta y gloriosa es la herencia que nos ha tocado!
Pero para el caso particular que estamos tratando, la
palabra clave que se consigna por la inspiración del Espíritu es santos.
Dios desde luego que no quiere que lo seamos con una religiosidad artificial, dando muestras de beatería, ni tampoco como quienes se suscriben a una determinada y estricta
escuela de la santidad.
Sí se quiere que seamos personas normales y corrientes, que incluso en su momento pueden disfrutar de una cierta dosis de buen humor, sano y limpio, desde luego.
Sin embargo, en el andar cotidiano y sus muchas vicisitudes y encrucijadas, debemos ser personas limpias y transparentes, que no toleran ni festejan lo obsceno, ni el chiste verde, ni la trampilla, ni la burla; antes bien, se conducen con toda limpieza, honradez e integridad.
Eso es lo que Dios exige de Su pueblo, de los Suyos. Él sabe muy bien que quien consiente suciedades, mentiras y engaños
– lo entienda o no lo entienda – le está dando lugar al diablo, con todas sus nefastas consecuencias.
Es por esa razón que Él señala que ese juntarse a Él, debe ser de santos varones y mujeres, apartados de todo mal, para
estar en limpia y total disponibilidad ante Él. (Tito 2: 11-14)
Recordemos que en Su estupenda oración sumo sacerdotal de Juan 17, una de las cuatro peticiones fundamentales que Jesús hizo fue “santifícalos.” Las tres restantes fueron “guárdalos,” “que sean uno,” (esta última en estrecha relación con el punto anterior), y “que estén conmigo” en la gloria del
siglo venidero.
Por cierto que Él sabía, y sabe, a la perfección y más que ninguno, qué es lo que realmente interesa para el bien de Su iglesia.
No pidió grandes prodigios y señales, con resurrección de muertos, y demás cosas de esa índole, bien que son muy de desear, pero siempre en el tiempo y las circunstancias de la soberana voluntad divina.
En cambio, pidió esas tres primeras para nuestra peregrinación actual, con miras a la cuarta en el más allá.
Maduremos, pues, en nuestra comprensión, y concordemos con Jesús en nuestra visión, oración y metas a buscar.
“Los que hicieron conmigo pacto con sacrificio.”
El instinto natural es buscar una vida cómoda y regalada, exenta de grandes esfuerzos y de sacrificio. Sin embargo, esa
clase de vida tiende a llevarnos a ser cristianos superficiales, tibios y mediocres.
El esfuerzo, el sacrificio, y muchas veces la prueba y el dolor, bien enfrentados, tienen la virtud de ennoblecernos,
madurarnos y capacitarnos para alentar, consolar o socorrer a quienes estén atravesando por situaciones difíciles.
En no pocas ocasiones, Jesús nos advirtió que, quien quiera seguirlo, deberá negarse a sí mismo y tomar su cruz a diario.
Asimismo, a la iglesia de los laodicenses le dio un consejo que debe hacerse extensivo a toda iglesia y a todo siervo e hijo del Señor.
“Yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico.” (Apocalipsis 3: 18ª)
Él desea que seamos ricos, no sólo para nuestro bien, sino también para que podamos enriquecer a otros.
Esta riqueza no consiste en una gran abundancia de bienes, ni de tener una cuenta millonaria en algún banco, sino en vivir y recrearnos en la dicha de los valores más altos de lo celestial e imperecedero.
El perdón de nuestros pecados y la salvación son totalmente gratuitos – un don de Dios, totalmente inmerecido, que se nos brinda de pura gracia, sobre la base de un arrepentimiento sincero, y de una fe personal y viva en la muerte y resurrección de Jesucristo.
Pero esta riqueza – este oro de que se nos habla en el versículo citado –es algo distinto, algo que se compra de Él.
El precio que se ha de pagar es el ser refinado en el fuego de la prueba, en la que necesariamente habrá el esfuerzo, como asimismo el negarse a uno mismo, el sacrificio y de alguna manera, también el dolor.
No obstante, no podemos ni debemos buscar meternos nosotros mismos en problemas o situaciones difíciles, procurando alcanzar ese objetivo.
Sólo el Señor sabe con absoluta certeza lo que ha de ser indicado y eficaz para cada uno con el fin de lograrlo.
Hacer un pacto de sacrificio significa ponerse seria y formalmente de acuerdo con Él, para responder afirmativamente a cualquier mandato Suyo, aunque el mismo conlleve esos ingredientes que venimos señalando de esfuerzo, sacrificio y aun de dolor o sufrimiento.
Visto desde otro punto de vista, esto supone lo que Pablo afirma en Efesios 2: 10:-
“Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.”
Ya hemos dicho anteriormente que debemos tomar plena conciencia de que el Señor, por anticipado, tiene buenas obras programadas para cada uno de Sus hijos redimidos. Esto nos debería motivar a todos sobremanera, impulsándonos a descubrir cuáles son las que ha preparado para cada uno.
Para esto se debe estar en absoluta disponibilidad ante Él para lo que Él disponga, no lo que le gustaría a uno.
Al desenvolverse todo esto en una relación personal con Él, irán surgiendo cosas y situaciones – algunas de ellas seguramente que muy inesperadas! – en que se deba actuar de una forma u otra, y que no nos quepa la menor duda que varias o muchas de ellas exigirán esfuerzos, pagar el precio, sacrificio, y alguna vez también el sufrimiento.
Con todo, no debemos asustarnos, pues en cada caso nos acompañará Su gracia, y se comprobará que “sus mandamientos no son gravosos” tal como reza en 1ª. Juan 5:3b.
En suma, un decirle a Él con toda sinceridad y verdad: “Señor, renuncio a ser un comodón o un mediocre, que elude el compromiso y la entrega total. Toma de veras mi vida en Tus manos; dispón el camino en que he de andar, y aquello que debo hacer.” “Líbrame del error de tratar de emprender cosas que no son Tu voluntad para mí. Estoy dispuesto a pagar el precio, sabiendo que Tú me habrás de sustentar y apoyar para que pueda sobrellevar airosamente cualquier prueba, esfuerzo y negación de mí mismo que se vaya presentando.” “Y los cielos declararán su justicia porque Dios es el Juez.” ¿Cómo aplicamos estas palabras a todo lo que antecede? Pensemos en que en una iglesia determinada, tanto el pastor
o los ancianos que la lideran, comienzan a ver un gran cambio en todo el panorama.
Advierten en uno y otro hogar que hay una diferencia sustancial en todos los sentidos. Ya no se oye una sola palabra de crítica o de queja, y los chismes que antes afloraban por doquier, ahora están totalmente ausentes en la conversación, En cambio, la misma ha cobrado un tono muy distinto, tornándose edificante, y señalándose a menudo las buenas cualidades de otros hermanos, y dando gloria a Dios por lo que ha hecho y está haciendo en sus vidas.
La lectura de novelas baratas o de libros indignos de ser leídos por hijos de Dios, como así también los largos ratos ante el televisor mirando programas inapropiados, o viendo películas obscenas, y mucho más, que antes era normal y corriente, ahora ha desaparecido por completo.
Con frecuencia, en la sobremesa, después de ese hablar nuevo y distinto, se pasa a orar, con gratitud y alabanza, y encomendando al Señor cada evento del resto del día. En el nivel personal, la oración ahora se ha vuelto una constante en cada uno, subiendo al trono de la gracia a diario, con acentos de amor, fe y un sano fervor, plegarias y ruegos que brotan de lo más profundo del corazón.
Se ora un buen rato antes de salir para las reuniones, presentando a los siervos directivos, a todos los demás hermanos y hermanas, y aquellos inconversos que pudieran asistir, para que la bendición de lo alto repose sobre cada uno, de forma personal y también conjunta. En algunos casos, tal vez no pocos, esto también va acompañado del ayuno que se practica sin alardes, y como un compromiso, secreto hasta donde sea posible, de fidelidad al Señor.
Miembros que antes daban muestras de tibieza y apatía, han pasado a estar completamente comprometidos, y hay un manifiesto interés en las almas que todavía no son salvas. Además de todo ello, la conducta cotidiana refleja una tónica nueva, en la que se evita todo lo que sea malgastar el tiempo o las oportunidades.
Paralelamente a ello, ha surgido una muy saludable inquietud por vivir y actuar con absoluta limpieza y transparencia en todos los órdenes de la vida:- ni chistes verdes, ni cosas de mal gusto; nada que no sea estrictamente honrado en el terreno de las finanzas y de la economía; nada que suponga un vestir indecoroso y mucho menos indecente, y, en fin, todo cuanto se dice, hace y piensa, dentro de un marco de total corrección, brotado de un deseo muy grande de agradar al Señor, viviendo en la hermosura de la santidad. Ahora bien, ante todo esto, ¿puede pensar el lector que el Señor permanecerá impávido, y no hará ni dispondrá nada que corresponda a tan feliz y bendito estado de cosas? Por cierto que tal cosa es totalmente inconcebible. Ante tan precioso comportamiento de Sus hijos, de seguro que “los cielos declararán su justicia,” dado que “Dios es el Juez” y por cierto que no es ni podrá ser nunca un juez injusto. Muy por el contrario, habrá de premiar con creces a Sus hijos obedientes, serviciales y muy temerosos de Él. No queremos dar a entender con esto que seguro que habrá resurrección de muertos, portentosos milagros y conversiones multitudinarias, pues éstas son cosas extraordinarias que sólo Él sabe, en Su total soberanía y omnisciencia, cuándo, dónde y cómo deben acontecer.
Pero que habrá galardones maravillosos, algunos de ellos tal vez sorprendentes e inesperados – de eso, que no nos quepa la menor duda.En conclusión, lo dicho:- si la exhortación de los dos versículos que hemos tomado se asume y se pone por obra cumplidamente, en la iglesia donde suceda, con toda certeza que habrá una gran bendición en todos los aspectos.
Sepa cada pastor, anciano o líder, asimilar todo esto debidamente, y no permitir de ninguna manera que caiga en saco roto.
F I N
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