Capítulo 8
Eliseo el digno sucesor
Segunda parte

La sanidad de Naamán.

Éste es otro acontecimiento al cual se refirió el Señor Jesús en Su predicación en la sinagoga de Nazareth, consignada en Lucas 4. Esto, ya de por sí, le da suma importancia.
Naamán, general del ejército de Siria, se nos dice que era varón grande delante de su señor el rey, y la razón que se nos da resulta muy significativa.
“…porque por medio de él había dado Jehová salvación a Siria.”
Esto nos muestra la soberanía de Dios, no sólo sobre el pueblo Suyo, sino también sobre todas las demás naciones.
Pero se nos dice más sobre él:
“Era este hombre valeroso en extremo pero leproso.” (2a. Reyes 5:1) lo cual echa de ver una gran verdad – se puede ser muy importante y contar con muchas buenas cualidades, pero igualmente ser una víctima de la lepra, enfermedad ésta que en el Antiguo Testamento se presenta como un claro simbolismo del pecado.
No sólo el drogadicto o criminal – aun el que lleva una vida normal – sin cometer delitos penados por la ley, y aunque ostente títulos y tenga buena fama y buen nombre – es un ser que, al igual que todos los demás, incluyéndome a mí mismo desde luego – padecemos de la misma enfermedad – el pecado.
No alcanzamos a comprender cómo este hombre, siendo leproso, pudo desenvolverse con tanto éxito en el campo de batalla. Tal vez sus éxitos se habían logrado con anterioridad a que contrajese la lepra.
Lo cierto es que en Siria no había esa ley sanitaria que imperaba en Israel, que prescribía que el leproso debía estar apartado de la sociedad para evitar el contagio a los demás.
La forma en que discurre el relato, nos hace ver cómo el Señor orienta y dispone las cosas para lograr los fines que se ha propuesto.
En una incursión de las tropas sirias en tierra de Israel, se habían llevado cautiva a una muchacha israelita que pasó a ser sierva de la mujer de Naamán.
La jovencita, al saber que el marido de su ama padecía de lepra, le dijo a su señora:
“Si rogara mi señor al profeta que está en Samaria, él lo sanaría de su lepra.” (5:3)
Sus palabras fueron repetidas por su mujer a Naamán, quien a su vez entró en la presencia del rey y se las repitió a él.
Antes de seguir, notemos cómo el humilde testimonio de la muchacha israelita, se convirtió en un eslabón importante para el cumplimiento del propósito divino que había en este caso.
Otro ejemplo más, también, de la forma en que el Señor usa a vasos pequeños – personas que no llaman la atención, y a las cuales nadie les daría la menor importancia – para llevar adelante Sus fines benéficos y misericordiosos.
Sé fiel, querido lector u oyente, en dar esa palabra o testimonio en sazón, y en hacer ese trabajito que el Señor te ha dado. Tal vez a su tiempo te enteres que fueron de provecho y bendición para otros, y quizá para extender el reino de Dios también.
Siguiendo con el relato, el rey de Siria interpretó la situación con mucha inexactitud, y después de darle a Naamán el visto bueno para que fuese con plata, oro y mudas de vestido, redactó cartas dirigidas al rey de Israel en estos términos:
“Cuando lleguen a ti estas cartas, sabe por ellas que yo envío a mi siervo Naamán para que lo sanes de su lepra.” (5:6)
El rey de Israel se sintió perplejo, y rasgó sus vestidos, pensando que era una provocación: “¿Soy Dios que mate y dé vida, para que éste envíe a mi a que sane un hombre de su lepra?”( 5:7)
Enterado de esto, Eliseo, rebosando de fe y autoridad, envió a preguntarle al rey por qué se había rasgado sus vestidos reaccionando de esa forma. Además le instó a que Naamán viniese a él, que así sabría que había profeta en Israel.
Entonces Naamán se presentó con su carro, sus caballos y su pequeño séquito a la puerta de la casa de Eliseo.
Esperaba que éste saliese a atenderle, vista la importancia de su persona, y que puesto en pie invocaría el nombre de Jehová su Dios – alzaría la mano, tocando el lugar de la llaga y así él quedaría sano – en fin, como quien vislumbra un gran ceremonial!
La sencilla respuesta de Eliseo, a través de un mensajero, y sin molestarse ni siquiera para saludarle, hizo que Naamán se marchase sumamente indignado.
“Me dice que vaya y me lave siete veces en este río insignificante de Israel, cuando en Damasco tenemos dos ríos – Abana y Farfar – que son mejores que todas las aguas de Israel. Si me lavare en ellos, ¿no seré también limpio?”
Esto nos habla figurativamente del que es consciente de la necesidad de perdón de pecados, y de que renueve su vida, pero quiere que la conversión sea a su manera, tal vez como algo muy especial y particular, vista la importancia de su caso y su persona!
Le cuesta rebajarse al común denominador en que Dios nos ha puesto a todos por igual – somos todos pecadores e indignos, y todos necesitamos ir, contritos y humillados, a la misma única fuente de salvación – Cristo Jesús – para así ser lavados, limpiados y transformados.
Para evitar que Naamán regresase defraudado y todavía leproso, el Señor se valió de los criados que le acompañaban – un caso más de vasos pequeños y de poca estima ante los hombres, pero de valor y utilidad en los ojos de Dios.
“Padre mío, si el profeta te mandara alguna gran cosa ¿no la harías? ¿Cuánto más, diciéndote Lavate y serás limpio? (5:13)
Un razonamiento sencillo, pero de una lógica convincente.
Cuántas veces se puede estar dispuesto a hacer grandes cosas, aun con esfuerzo y sacrificio, y no querer someterse a lo pequeño, sencillo y fácil que Dios nos pide!
“Quiero ser un mártir, o hacer un gran sacrificio, y que Dios así me premie y me dé lo que necesito” – todo dentro del marco de las obras, de acumular méritos y así merecer el cielo porque uno se lo ha ganado.
Cuánto más sencillo y sabio, ser humilde, reconocer que uno nada vale, nada tiene y nada puede, y recibir con tierna gratitud aquello tanto mejor que Dios ha preparado para nosotros!
Aquello tanto mejor es la obra completa y perfecta consumada por Jesucristo en la cruz, a la cual nada se le puede quitar, y nada se le debe añadir. Basta con que, realmente arrepentidos, la recibamos con fe y de buen grado.
Por otro lado, el no someterse a ocupar ese lugar en el denominador común que Dios ha establecido para todos, implica de hecho un desprecio de la obra redentora y tan sacrificada, dolorosa y costosa del Señor Jesús en el Calvario.
Cualquier lector u oyente que todavía no lo ha hecho, tiene ahora la oportunidad de hacerlo, interrumpiendo la lectura, para postrarse ante el Señor y recibir de Él el perdón, la limpieza de corazón y la vida eterna.
Que no la desaproveche.

Afortunadamente, Naamán obedeció el sensato consejo de sus criados, y fue y se zambulló siete veces en el Jordán , y su carne se volvió como la de un niño y quedó completamente limpio.
Las siete veces, digámoslo de paso, nos hablan de la necesidad en ciertos casos de la perseverancia y la persistencia de la fe.
Uno se puede imaginar que, después de cada zambullida, miraría su piel para ver si había alguna diferencia. Al ver que después de la segunda, la tercera y la cuarta, etc. todo seguía igual, podría haberse desanimado y abandonar. No obstante, tenía que perseverar, y al mimo tiempo, obedecer plenamente el mandato del profeta,
Nos recuerda la ocasión a que ya henos aludido anteriormente, en que Elías en la cumbre del Carmelo, mientras oraba al Señor que mandase lluvia, instó a su siervo siete veces a que mirase el cielo a ver si llovía. (1a. 18: 42-44)
No obstante, debemos hacer la aclaración de que para que el Señor nos otorgue la salvación y la vida eterna, no hace falta que se lo pidamos siete veces! Con hacerlo una vez, pero con toda sinceridad, basta.

Profundamente agradecido, Naamán regresó al varón de Dios, para decirle que ahora sabía sin ninguna duda que no hay dios en toda la tierra, sino en Israel, y para ofrecerle de lo que traía como obsequio y recompensa.
La respuesta de Eliseo fue rotunda y terminante:
“-Vive Jehová en cuya presencia estoy(calco y figura de su predecesor y padre espiritual!) que no lo aceptaré.”
De nada valió la insistencia de Naamán, quien se marchó con la promesa de que de ahí en adelante no ofrecería holocausto ni sacrificio a otros dioses, sino a Jehová.
Con todo, el relato no termina en esto. Continuó con un episodio final que nos trae una severa advertencia.
El criado Giezi, que vivía tan cerca del varón de Dios, demostró estar tan lejos de él en su espíritu, y totalmente ajeno a lo sagrado y maravilloso de lo que acababa de suceder.
Pensando “Mi señor desaprovechó la ocasión de recibir de este sirio las cosas tan valiosas que traía, agregó textualmente:
“Vive Jehová que correré yo tras él y tomaré de él alguna cosa.” (5:20)
Qué diferencia en la pronunciación de esas solemnes palabras – “Vive Jehová” por parte de un auténtico siervo de Dios y un pillo sinvergüenza como demostró ser Giezi!
Corrió tras Naamán, mintiéndole descaradamente, y se salió con la suya, tomando de él dos talentos de plata en dos bolsas y dos mudas de vestidos nuevos.
En seguida se marchó, haciéndolos guardar en un lugar secreto, y pensando que nadie se enteraría, se puso delante de Eliseo como de costumbre, y como si no hubiera pasado nada.
No obstante, para su sorpresa y gran consternación, Eliseo supo perfectamente lo que había pasado, merced al Espíritu de
verdad que reposaba sobre él.
La sentencia que pronunció, y la secuela inmediata , son algo que debería infundirnos a todos un sano temor y temblor, que nos haga cuidarnos siempre de andar en absoluta verdad, rectitud y transparencia.
“Por tanto, la lepra de Naamán se te pegará a ti y a tu descendencia para siempre. Y salió delante de él leproso, blanco como la nieve.” (5:27)
“Dios no puede ser burlado, pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará.” (Gálatas 6:7)

El hacha recobrada del fango.(2a. Reyes 6:1-7)
El siguiente milagro que tomamos es el del hacha de uno de los hijos de los profetas, cuya cabeza cayó en el fango, en el lecho del Jordán.
El lugar en que se encontraban les resultada muy estrecho, como señal tal vez de que estaban experimentando un crecimiento numérico. Por lo tanto, pensaron que sería oportuno trasladarse a la ribera del Jordán, para construir una vivienda más amplia que los albergara mejor.
Eliseo les dio su aprobación, y ellos, los hijos de los profetas que estaban ahora bajo su tutela, le pidieron que fuese con ellos, a lo cual accedió.
Llegaron al lugar que habían escogido, y se pusieron a derribar árboles, de los cuales iban cortando la madera para construir la nueva vivienda.
Sucedió entonces que “… mientras uno derribaba un árbol, le cayó el hacha en el agua, y gritó diciendo: Ah señor mío, era prestada.”
Nos detenemos aquí para pasar de aquí en más a desgranar el relato figurativamente, como otra presentación simbólica del evangelio, terreno en el cual las Escrituras son tan fecundas.
En ese simbolismo, el hacha representa nuestra alma, la vida natural que se nos ha acordado, pero que no es nuestra para que hagamos con ella lo que se nos antoje. Esta vida no es para siempre, sino que, por así decirlo, nos ha sido prestada por unos años, después de lo cual tendremos que rendir cuenta de lo que hemos hecho con ella ante el Juez supremo.
En sus buenos tiempos ha, quien esto escribe usaba bastante el hacha, mayormente para partir trozos de leña para la chimenea. Una de las cosas que aprendió era que tenía que estar muy pendiente de que la cabeza de metal no estuviera floja, lo cual supondría el peligro de soltarse y causar algún daño.
Al menor asomo de que no estuviese bien firme, se detenía para asegurarla, generalmente colocando una cuña que la fijase con firmeza.
El joven hijo de los profetas que tuvo el percance del relato, no debe haber prestado la debida atención, pues antes de caerse la cabeza del hacha, le debe haber estado dando señales de que estaba floja y que había peligro.
Nos hace pensar que en la vida algo parecido puede suceder: querer abrirse paso triunfando en la vida a hachazo limpio, a menudo el pecado, el vicio, los placeres y cosas peores, sin darle importancia a las señales de peligro gravísimo que se van recibiendo.
Inevitablemente, así se termina sepultado en el fango, destrozado e impotente.
Es entonces, y sólo entonces, que se da el grito de Socorro! – generalmente dirigido a Dios, o a uno de Sus siervos o siervas.
Eliseo, ante esta situación, lo primero que dijo fue: “¿Dónde cayó?”
El joven tenía que ubicar y reconocer el lugar preciso de la caída, lo que le facilitaría al profeta el poder auxiliarlo.
Como parte importante del arrepentimiento, esto concuerda con Apocalipsis 2:5:- “Recuerda, por tanto, de dónde has caído.”
“Y se le mostró el lugar.” (2a. Reye 6:6)
Se trata de reconocer el lugar o los lugares, la noche o las muchas noches que llevaron a semejante desenlace.
Sobre esta única base – arrepentimiento sin excusas ni atenuantes – se puede proceder a aplicar el remedio.
Eliseo cortó un palo y lo echó allí, en ese preciso lugar, e hizo flotar el hacha.
No hace falta mucha imaginación para visualizar en esto un pálido reflejo del Calvario. En el mismo, el bendito Crucificado “…fue hecho pecado por nosotros…” (2a. Corintios 5:21) , quedando, durante Su crucifixión, sepultado en el fango de nuestros pecados, por así decirlo.
Se entiende que para hacer flotar el hacha, el palo que arrojó Eliseo tuvo que haberse colocado debajo del hacha, lo que nos da otra idea del sacrificio hecho por Jesucristo a favor nuestro.
Con el milagro logrado a través de ese palo, como vemos por el relato, el hacha volvió a la superficie. Sin embargo, eso no bastaba, como no basta que asintamos a lo que el Señor ha hecho en la cruz, pero sin que pase de ello.
Eliseo en seguida dijo: “Tómalo. Y él extendió la mano y lo tomó.”
Debe haber más que un reconocimiento del milagro redentor – un echar mano del mismo, apropiándolo personalmente de manera concreta y bien definida.
De una forma u otra – unas más graves, otras menos – todos hemos estado hundidos en el fango del pecado.
Querido lector u oyente, ¿Ya has sido levantado por el Señor, o sigues en ese lugar y en ese estado tan grave?
De se así, acude a Él en busca de pronto auxilio, y toma para ti lo que con tanto amor se te ofrece, poniéndolo bien al alcance de tu mano.
No lo postergues, hazlo sin tardar – tal vez no tengas otra oportunidad.

Saeta de Salvación y victoria plena. (2a. Reyes 13:14-19)
Este último episodio que tratamos no constituye un milagro propiamente dicho. En él se consignan las palabras que pronunció Eliseo al acercarse el final de su vida. Estaban cargadas del rico potencial milagroso de la virtud divina.
El milagro anterior de hacer flotar el hacha lo hemos visto como una presentación simbólica del mensaje de salvación que nos trae el evangelio.
En lo que viene a continuación, hemos de vislumbrar alegóricamente la vida de victoria y redención plena, a través del prisma sumamente particular y original que nos brinda el texto.
Se acercaba el fin de la larga trayectoria de Eliseo. Joás, el rey de Israel en ese entonces, nieto de Jehú, de quien hemos de hablar en el capítulo siguiente, consciente de que se acercaba la muerte de Eliseo, se llegó a él, y llorando exclamó:
“Padre mío, padre mío, carro de Israel y su gente de a caballo.”
Era una expresión efusiva de su intenso pesar y la angustia que le embargaba, sintiendo que con su partida quedaría un vacío tremendo. Esa voz profética inconfundible, que se había hecho oír por unas buenas décadas ya, no resonaría más, y en el horizonte no aparecía ninguno como el digno sucesor de un varón de Dios de semejante calibre.
Con todo, la respuesta de Eliseo estuvo exenta de sentimentalismo, y en cambio, tuvo un cariz absolutamente práctico.
“Toma un arco y unas saetas” le dijo. Luego le indicó que pusiera su mano sobre el arco, y poniendo su mano sobre la suya, le mandó que abriera la ventana que daba al Este y que disparase una saeta.
Al hacer esto el rey, Eliseo exclamó:
“Saeta de salvación de Jehová, y saeta de salvación contra Siria, porque herirás a los sirios en Afec hasta consumirlos.”
De los muchos enemigos que rodeaban a Israel en aquel entonces, los sirios eran los que los acosaban continuamente.
Nos detenemos aquí brevemente para aclarar que el verdadero cristianismo que nos ha inculcado Jesucristo, nada tiene que ver con guerras, odios y enfrentamientos nacionalistas, racistas o de ninguna otra índole.
Él murió por todos – judíos, árabes. sirios, europeos, americanos, etc., – es decir por todo el género humano.
Resulta lamentable que en países orientales que practican el islamismo, el hinduismo, budismo, etc., toman como punto de referencia para el cristianismo a los países occidentales. De esta manera, asocian con la fe cristiana costumbres, prácticas y aun leyes imperantes en estas naciones, que son totalmente ajenas y contrarias al auténtico cristianismo.
Como dijo Jesús, Su reino no es de este mundo, ni tampoco lo somos los que pertenecemos a Él de verdad.
Ahora bien, en el régimen del Antiguo Testamento, Israel, el pueblo elegido de Dios, estaba rodeado por enemigos tales como los filisteos, los amonitas, moabitas, edomitas, sirios, etc.
Cuando Israel obedecía a Dios, en general estaba en paz con todos ellos, o los tenían sujetos, pero cuando desobedecían, ellos los atacaban y a menudo los oprimían fuertemente. Esto era un medio por el cual el Señor se valía para llevarlos al arrepentimiento y al retorno a la fidelidad hacia Él.
En los tiempos de Eliseo en que estamos, los sirios, como dijimos, eran los enemigos que más luchaban contra Israel. De ahí, pues, el relato de la flecha disparada hacia el oriente, que representaba a Siria.
Sin entrar en más pormenores históricos de aquella época, pasamos a desgranar el contenido alegórico de este episodio, en el cual tenemos la última profecía pronunciada por Eliseo.
En términos prácticos, le está diciendo al rey Joás que, si bien él ha de partir y no estar más, le dejaba como legado los recursos de Dios para luchar exitosamente contra los sirios y consumirlos.
Esto se encuentra en un claro paralelo con las palabras del Señor Jesús, no sólo de darnos vida en abundancia, sino también de conocer la verdad y ser por ella libertados por Él, para ser – no bastante ni mayormente – sino verdaderamente libres.
Aclarado esto, ahora seguimos viendo cómo Eliseo pasó a decirle al rey que tomase el arco y con las flechas y golpease sobe la tierra.
Joás le obedece y da uno, dos y tres golpes y ahí se detiene, pensando que lo ha hecho muy bien.
Cuál habrá sido su sorpresa al ver que el profeta, lejos de mostrarse satisfecho, le reprende, exclamando con gran indignación:
“Mal hecho! Mal hecho! Tendrías que haber golpeado cinco o seis v veces, y los consumirías totalmente.” Ahora sólo ganarás tres batallas, que era como decirle “y las restantes las perderás.”
¿Qué sacamos en limpio de todo esto? Pues el ejemplo hipotético, pero muy práctico y que se da muchas veces, de uno que se inicia en la carrera cristiana, y comienza a echar mano de los medios de gracia que el Señor pone a su alance – la oración, la palabra, la fe, la sangre, el Espíritu Santo – para vencer a las fuerzas enemigas de su alma.
Así empieza y da un primer golpe “PUM – me quité la droga”, y luego un segundo, “PUM” – me quité el tabaco, y un tercero” PUM, también me he liberado del alcohol.”
Llegado a este punto se relaja, durmiéndose sobre estos tres laureles, y pensando que ahora toda estará bien.
“¿Y el mal genio de cascarrabias o de sisebuta, según el sexo?” “¿Y la adicción a películas sucias y mundanas?” “¿Y la coquetería para que todos la miren y admiren como la más guapa?” “¿Y l trampilla y la mentirilla para que no se sepa la verdad?” “¿Y la pereza y el desgano cuando es hora de levantarse y ponerse a trabajar en cosas útiles y necesarias?” “¿Y la lengua larga, chismosa y quejosa, que propaga veneno por doquier?” o bien “¿el contar cosas de mal gusto, o la repetición y el reírse de chistes verdes?” y en fin muchas cosas más que se podrían agregar.
Pablo nos exhorta en 2a. Corintios 2: 1 a que nos limpiemos de toda contaminación de carne y espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de, Señor-”
Asimismo en Romanos 8:13 leemos: “Si vivís en la carne moriréis, mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne viviréis.”
Una de dos: o terminamos con el pecado, o el pecado terminará con nosotros.
En fin, no te quedes corto como el rey Joás. Echa mano de todos los medios de la gracia que el Señor ha previsto para ti, y por el poder del Espíritu sé implacable con las obras del pecado y la carne, venciéndolas por completo.
Así reinarás en vida por Cristo Jesús. (Romanos 5:17)

Fin de una trayectoria ilustre y ejemplar.-

“Estaba Eliseo enfermo de la enfermedad de que murió.” (2a. Reyes 13:14)
“Y murió Eliseo, y lo sepultaron.” (13:20)
Desde luego que no se debe tener esta enfermedad como debida a falta de fe, o porque había pecado en su vida, como algunos extremistas afirmarían, dando muestras de fanatismo y una crasa ignorancia.
Después de la caída de Adán y Eva, el ser humano ha sido y será siempre propenso a la enfermedad, en mayor o menor medida.
Nótese además, que la tónica del relato apunta a que Eliseo aceptaba el fin de su vida que se avecinaba debido a su enfermedad, y no hay ningún indicio de que la estuviera rechazando o reprendiendo, y ni siquiera que estaba orando para que el Señor lo sanase.
Hecha esta aclaración, pasamos ahora a sopesar brevemente su trayectoria, que fue, desde todo punto de vista, ilustre y ejemplar, como reza el subtítulo.
Según ya señalamos, al recibir el llamamiento se encontraba arando con una yunta de bueyes, y por supuesto con la mirada fijamente hacia adelante, nunca hacia atrás.
Así fueron sus buenos y largos decenios de servicio al Señor.
Nunca tuvo una etapa de claudicación, ni un desviarse a diestra o a siniestra – fue toda una línea recta ininterrumpida de devoción y fidelidad.
Así, después de su sepultura, el Señor quiso dar otro sello aprobatorio y de beneplácito por su vida, al hacer que resucitase un muerto.
En efecto, durante una incursión de los enemigos moabitas, mientras varios hombres iban a enterrar un muerto, al avistar una banda armada que se acercaba, arrojaron al muerto inadvertidamente sobre el sepulcro de Eliseo.
“…y cuando llegó el muerto a tocar los huesos de Eliseo, revivió y se levantó sobre sus pies.”
Precioso broche de oro de una larga vida que dejó un rico legado de bendición hasta el final, y aun después de la muerte.
Valga como tributo final, el testimonio de la importante mujer sunamita que lo invitaba a comer y hospedarse cuando él pasaba por el lugar.
“Y ella dijo a su marido: He aquí, yo ahora entiendo que éste que pasa siempre por nuestra casa, es santo varón de Dios.”(2a. Reyes 4:9)
Varón santo, y además de gran calibre y autoridad.

F I N