Ezequías – Un retorno ejemplar y la masa de higos

Segunda parte

 

Continuando donde dejamos al final de la primera parte, notamos ahora que completada la limpieza del templo, lo siguiente fue ofrecer sacrificios sobre el altar, tanto para expiación como holocausto.

Como bien sabemos, en el orden del Nuevo Testamento, la parte expiatoria,  representada por poner los sacerdotes sus manos sobre las víctimas inocentes, consiste en el sincero reconocimiento de que la culpa y el pecado nuestros han sido cargados sobre el Codero de Dios que quita el pecado del mundo.

En cuanto al holocausto, es decir la ofrenda encendida del animal entero “de olor grato a Jehová,” como tantas veces se nos dice en Levítico y otras partes del Pentateuco, nos habla de la consagración total al Señor, de tal manera que ardamos sobre el altar, despidiendo ese perfume que a Él tanto le agrada, de una vida entregada por completo a Él, sin retaceos y de puro amor.

Durante el tiempo de desobediencia y estar apartados de Dios nada de eso sucede. Por ser en todo sentido lo que le corresponde al Señor, resulta imperativo que se restablezca y de forma cabal.

 

El siguiente paso fue poner los levitas con címbalos, salterios y arpas, según lo dispuesto en sus tiempos por el rey David, junto con los sacerdotes con trompetas, esto último conforme a lo prescrito por la ley de Moisés. Así, mientras se ofrecía el holocausto, después de tanto tiempo que no se oía, comenzó otra vez el cántico de Jehová, con las trompetas y los instrumentos musicales dispuestos por David.

“Y toda la multitud adoraba, y cantores cantaban, y los trompeteros sonaban las trompetas; todo esto duró hasta consumirse el holocausto…”

“…y ellos alabaron con gran alegría, y se inclinaron y adoraron.” (Capítulo 29: 28 y 30)

Un cuadro realmente hermoso e inspirador: al volver a ponerse cada cosa en su lugar, retornan a la casa de Dios la melodía musical, la canción que alaba y ensalza con alegría al que es verdaderamente digno,  y la                                                   adoración que se inclina ante Él, dándole otra vez ese lugar del único Dios verdadero que se le había negado por tanto tiempo. 

Debemos notar el orden correcto, que como ya hemos visto, es primero abrir las puertas cerradas, limpiar la casa y volver al altar con la expiación y el holocausto, y después la música, la canción, la alegría y la adoración.

A veces hemos visto situaciones en que se ha ido a esto último primero, sin pasar antes por todo  lo anterior, y se ha podido percibir que sonaba hueco y carente de vida, y de aprobación de lo alto.

 

Aunque la restauración todavía iba a cobrar una proyección mucho mayor, aquí ya se ha alcanzado un resultado  muy importante y feliz con el restablecimiento  del servicio dentro del templo de una manera consciente y correcta: el pueblo, mayormente de Jerusalén y alrededores, vuelto a su Dios, ahora le honra y le sirve con gran alegría.

Muchas veces nos podemos desanimar al ver la manera tan fácil y rápida en que el mal, en sus múltiples ramificaciones, se contagia y se propaga, no sólo en el mundo sino también a veces en la iglesia.

Que nos sea de estímulo saber que lo mismo sucede con el bien,, como lo demuestra esta hermosa historia del rey Ezequías. En efecto, aunque todavía nos resta mucho que comentar, notemos bien que lo que comenzó con una sola persona, clave desde luego como lo fue él como rey, se transmitió primero a los sacerdotes y levitas, y luego a todo el pueblo de la periferia inmediata.

Y que esto nos sirva de aliciente para seguir trabajando y sembrando el bien, que a su tiempo segaremos si no desmayamos. (Gálatas 6: 9)

 

El retorno al Señor se afianza y propaga.-

Ezequías, como se sabe, sólo reinaba en Judá, el reino del Sur, con Jerusalén como capital, a lo cual tenemos que agregar la tribu de Benjamín.

En el del resto del reinado, compuesto por las diez tribus restantes las cosas habían ido de mal en peor. Con una situación continua de muy malos reyes, y varias sublevaciones, a menudo militares, para derrocar al monarca reinante, las cosas desembocaron en un caos casi absoluto. La idolatría y desobediencia a Jehová, el Dios al cual le debían tanto, imperaba por doquier, y ni las autoridades ni el pueblo prestaba atención a las amonestaciones que de parte del Señor les traían Sus siervos y profetas. 

Así las cosas, a una altura temprana del reinado de Ezequías, Salmanasar,  rey de Asiria, conquistó Samaria. que era  en ese entonces la capital del reino del Norte, y asiento del rey, llevando en cautiverio a buena parte del pueblo de Israel.

Ezequías, demostrando un loable amor y comprensión por Israel también, en consulta con sus príncipes y toda la congregación reunida en Jerusalén, decidió convocar la celebración de la pascua a Jehová, establecida por la ley de Moisés. Esto constituía un evento de suma importancia – por cierto una festiva solemnidad en la cual el pueblo entero debía reunirse en Jerusalén para conmemorar con gratitud y alegría la maravillosa liberación del yugo de Faraón, rey de los egipcios.

Como se sabe, esa liberación representa en figura la redención del cristiano, con muchos ricos matices que no viene al caso comentar ahora.

Lo cierto es que el pueblo de Dios, como consecuencia de haberse apartado del Señor, había abandonado el observar la pascua con el consiguiente perjuicio que esto suponía en todos los órdenes. 

Movido por su celo por el Señor, Ezequías, apoyado por los príncipes, sacerdotes y levitas y el pueblo de Judá, dispuso que la invitación a la pascua se hiciese extensiva a todo el pueblo de Israel, desde Beerseba en el extremo sur hasta la tribu de Dan en la frontera situada al Norte. 

Como las cosas no se podían tener bien preparadas para el día catorce del primer mes, se decidió hacerlo el mismo día, pero del segundo mes.  Mostrando inquietud y amor por todos sus hermanos, incluso los de Israel donde él no reinaba, el rey y sus príncipes enviaron correos por toda la extensión de los dos reinos, exhortando a que viniesen a celebrar la pascua.

Los términos de las cartas eran de verdad muy conmovedores. Citamos algunas partes:-

“Hijos de Israel, volveos a Jehová, el Dios de Abraham, Isaac e Israel, y él se volverá al remanente que ha quedado de la mano de los reyes de Asiria someteos a Jehová y venid a su santuario…Porque si os volviereis a Jehová, vuestros hermanos y vuestros hijos alcanzarán misericordia delante de los que los tienen cautivos y volverán a esta tierra, porque Jehová vuestro Dios es clemente y misericordioso , y no apartará de vosotros su rostro si os volviereis a él” (2a. Crónicas 30: 6-9) 

Como ocurre hoy día muchas veces cuando se presenta a las personas el mensaje de salvación, también en ese entonces muchos despreciaron la invitación del rey, riéndose y burlándose  de los mensajeros.

Con todo, algunos de varias tribus del Norte fueron lo suficientemente humildes y receptivos como para aceptarla y venir a Jerusalén.

Además leemos que en en el capítulo 30:12:-”En Judá estuvo también la mano de Dios para darles un sólo corazón para cumplir el mensaje del rey y los príncipes, conforme a la palabra de Jehová.”

Como se ha dicho anteriormente, en Judá la apostasía había sido en general mucho menos pronunciada que en Israel. Si bien había tenido épocas oscuras como la ya comentada bajo el pésimo reinado de Acaz, y otros más también, había tenido tiempos de fidelidad y bendición, merced a los reinados de buenos monarcas que honraron al Señor con vidas y conductas muy dignas.

La expresión  “para darles un sólo corazón”  merece un párrafo aparte. Muchas veces la raíz de una desviación del camino del Señor está en que se tiene un corazón dividido. Por un lado se ama al Señor, por lo menos hasta cierto punto;  pero al mismo tiempo se anidan en el mismo corazón inclinaciones y deseos muy fuertes de cosas contrarias a Dios, y en  verdad, sean placeres sensuales, amigos cercanos que no aman a Dios, los negocios y el afán de ganar mucho dinero y muchas cosas más de índole parecida. En el momento de la tentación, se da lugar a estas cosas, y de ahí en más comienza la ruta descendente.

La misma promesa de dar a Su pueblo un corazón y un camino a la hora del retorno y la restauración en que estamos, la encontramos en Jeremías 32: 39 y y Ezequiel 11: 19, y es de la mayor importancia para evitar que el volverse atrás se repita.

Notemos también que las mismas palabras – “para darles un solo corazón” – también deben interpretarse en un sentido masivo, que abarcaba a todo Judá.

“…un solo corazón para cumplir el mensaje del rey y de los príncipes, conforme a la palabra de Jehová.”  

En esta segunda mitad del versículo, que hemos vuelto a citar, vemos también de forma muy condensada, pero también con toda claridad, un precioso principio divino en cuanto al gobierno de Su pueblo. En efecto, una palabra clara de retorno a la buena senda, es recibida, obedecida y transmitida por las autoridades puestas por Dios sobre Israel. Y todo el resto del pueblo, movido por la mano del mismo Dios que la dio, la recibe y obedece de buen grado.

Esto refleja el ideal del Señor, que se traduce en armonía y unidad. Fue eso lo que pasó también en esencia en el día de Pentecostés al nacer la iglesia, y lo que debiéramos buscar como meta en toda expresión conjunta de la obra del Señor.

Tanto en los anales bíblicos como en la historia posterior, encontramos que antes y durante un derramamiento auténtico de lo alto, se han dado, aunque rodeado de matices externos diferentes, estos mismos factores, a saber un pueblo bien dispuesto para con Dios y muy respetuoso y sumiso en cuanto a los siervos que lo lideran, y éstos, bien conectados con el cielo, recibiendo palabra viva y sólida, a la par que visión certera que señala el rumbo.

La obediente asistencia del pueblo de tantas tribus a Jerusalén, generó una vasta reunión que culminó con una maravillosa celebración de la solemne fiesta de los panes sin levadura. No vamos a entrar en el rico significado simbólico de la misma, seguramente bien conocido por muchos. En cambio, miraremos algunas facetas prácticas de la misma que la hicieron muy especial, y con toda seguridad inolvidable para todos los que participaron en ella.   

Como ya vimos, se celebró el día catorce del segundo mes, en lugar del primero, como estaba prescrito. Esto se debió en parte a que no todo el pueblo se había reunido en Jerusalén, pero también había otra razón que había influido para ello: algunos sacerdotes no se habían purificado para una ocasión tan solemne (capítulo 30: 3)

Sintiéndose sin duda redargüidos por el mal ejemplo que habían dado,  leemos que, llegado el segundo mes:-

“…los sacerdotes y levitas, llenos de vergüenza, se santificaron.”(capítulo 30: 15) 

A veces, la negligencia y despreocupación de los que debieran ser un ejemplo para los demás puede estorbar o demorar la bendición que el Señor desea derramar. Es muy posible que la fuerte exhortación del rey Ezequías les haya dado un claro toque de atención, que como vemos, se derivó en el arrepentimiento                                                                                                                                                     tan aptamente expresado  en las palabras “llenos de vergüenza” que henos subrayado  al citar el versículo. Y gracias a Dios la dificultad fue superada y las cosas pudieron seguir adelante,

Como moraleja, cualquiera sea nuestro lugar o cargo, nunca olvidemos el buen consejo que se nos da en Eclesiastés 9: 8:-

“En todo tiempo sean blancos tus vestidos, y nunca falte ungüento sobre tu cabeza.”

 

Un paso importante que tampoco se nos debe pasar por alto, fue el que tomaron con anterioridad a la celebración, consistente en quitar todos los altares que había en Jerusalén, levantados a dioses  falsos por Acaz, el monarca anterior. Desde luego que hubiera sido una gran contradicción celebrar la pascua sin antes hacerlo.

“Así los hijos de Israel que estaban en Jerusalén celebraron la fiesta de los panes sin levadura por siete días con grande gozo, y glorificaban a Jehová todos los días los levitas y los sacerdotes, cantando  con instrumentos resonantes a Jehová.”   (30: 21)   

El retorno al Señor hecho de todo corazón y en el orden y la armonía que siempre imperan cuando Su Espíritu está verdaderamente obrando y dirigiendo, de ninguna forma termina en algo pesado y árido. Por el contrario, trae el gozo que supone el reencuentro con Dios, con la luz, la verdad y la genuina libertad. Asimismo, se hace acompañar por la alabanza, no como una obligación, sino como el brotar espontáneo del corazón bendecido y agradecido.

 

“Y toda aquella asamblea determinó que celebrasen la fiesta por otros siete días; y la celebraron por otros siete días con alegría.” (30: 23)

Esto es lo que produce la bendición de lo alto!  

Era una verdadera fiesta que estaban celebrando , y era tan hermoso y agradable estar juntos que siete días les parecía poco, y decidieron que la fiesta siguiera una semana más. Y la iniciativa vino de toda la asamblea, no del rey y los príncipes solamente.                                                                                                                                                                                                                      

 

“Hubo entonces gran regocijo en Jerusalén, porque desde los días de Salomón hijo de David rey de Israel no había habido cosa semejante en Jerusalén.”

“Después los sacerdotes y levitas, puestos en pie, bendijeron al pueblo, y la voz de ellos fue oída y su oración llegó a la habitación de su santuario, el cielo.” (30:26 y 27)

Un digno y precioso broche de oro que habrá traído tanta alegría y satisfacción al rey Ezequías, que había heredado esa situación tan lamentable al comenzar su reinado, En contraste, ahora estaba viendo algo tan maravilloso que por varios siglos no se había visto ni experimentado en la santa ciudad de Jerusalén.

 

Pero todavía era necesario llevar la restauración más adelante. Como triste resultado de la extrema apostasía imperante en reinados anteriores, tanto en Judá como eN Israel quedaban reductos de imágenes, estatuas, lugares altos y altares que eran una afrenta al Dios de Israel.

Llenos de celo por el nombre y la causa de Jehová su Dios, salieron para derribar y destruirlos, tal como estaba ordenado en la ley (ver Deuteronomio 7:5)  Esto lo hicieron por todo Judá y Benjamín, y también en Efraín y Manasés hasta no dejar uno en pie, y recién entonces cada uno regresó a su lugar de residencia. (31:1)

En tiempos de un genuino volverse a Dios, a través de la historia se han dado muchos casos con manifestaciones de este tipo. Sin que se tratara necesariamente de imágenes o ídolos propiamente dichos, redargüidos profundamente por el Espíritu, creyentes que habían estado buscando ponerse a cuentas con el Señor en forma cabal, han tenido que ir a sus hogares, bibliotecas y aun a su andar cotidiano en diversas formas, para quitar, y a veces quemar o destruir cosas impropias, y hasta una vergüenza que ocuparan lugar en sus vidas y hogares.

Además, también al hacerlo llegaron a ver que esas cosas no sólo eran un insulto al Señor, sino que también estaban dando cabida al enemigo para dañar sus vidas, familias y hogares.

Interrumpimos aquí para continuar en la tercera parte.

 

F I N