Del Antiguo al Nuevo

Capítulo 2

Yonosoy–Yo soy

Al ser preguntado por los sacerdotes y levitas ¿Tú quién eres? Juan el Bautista respondió: “Yo no soy el Cristo.”
Insistieron entonces preguntándole “¿Qué pues? ¿Eres tú Elías? E igualmente les replicó “No soy.” Y como persistieron inquiriendo si era el profeta, les respondió con un tercer “No,” lacónico y rotundo. (Juan 1: 19­21)
Posteriormente, al venir los judíos y señalarle a Juan que Jesús -que había estado con él al otro lado del Jordán, y de quién él había dado testimonio -bautizaba y que todos venían a Él, volvió a reiterarles:
“Vosotros mismos me sois testigos de que dije: Yo no soy el Cristo.” (Juan
3:26 u 28) En más de una ocasión Jesús afirmo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo.” (Mateo 16:24,
Marcos 8: 34 y Lucas 9: 23)
Este negarse a uno mismo, desde luego supone negarse a los apetitos carnales, al egoísmo, a la comodidad excesiva e indebida, al conformismo, al lujo, a la ambición personal y muchas cosas más.
Para el siervo del Señor, una de estas muchas cosas más la constituye la importancia de su propia imagen ante los demás – lo que se piensa de él, ya sea en comparación con otros siervos, o bien en cuanto a su ministerio, a su visión, a la unción que reposa sobre él, etc.
Se sobreentiende que sí, debe preocuparse de que su conducta y testimonio ante todos sean limpios y ejemplares. Recordamos haber oído afirmaciones de alguno en el pasado, tales como:
“las cintas de mi ministerio son las que más se venden.”
Otros, citando comentarios de terceros sobre su persona:
“Usted, con ese caudal que tiene, hace mucha falta que venga a radicarse en mi país” o palabras parecidas.
Otro más, después de haberse estado hablando de su ministerio, dijo en voz baja, pero que alcanzamos a percibir, “el mejor del mundo.”
Ésas y otras similares nos resultaron chocantes, entre otras razones por haber tenido en nuestra juventud el ejemplo de siervos que eran exquisitamente prudentes y cuidadosos en ese sentido.
Nunca oímos de sus bocas algo que haya olido a auto alabanza, o a la proclamación de sus propias virtudes o de sus éxitos. Se cuidaban mucho de no hacerlo, y a veces, al contar experiencias que habían tenido, tendían a elegir aquéllas en que el Señor los había reprendido o corregido por algún error o desliz – no otras que, seguramente habían tenido, en que el Señor los utilizó significativamente para beneficio de otros.
Con todo, al citar los tres anteriores, no hemos querido pronunciar enjuiciamientos, dado que sabemos que la tendencia natural en el hombre
o la mujer que no ha sido tratado o tratada por el Señor, siempre ha de inclinarse de una forma u otra a buscar las loas de los demás.
Por otra parte, reconocemos que esos tres – los cuales ya han partido para estar con el Señor, y cuyos nombres desde luego no divulgamos – fueron buenos siervos que en su tiempo evidentemente fueron usados por Dios para el bien de muchos.
Por la otra, no dudamos de que no todos han tenido el privilegio de contar con ejemplos tan irreprochables, en esto que, con un poco de condescendencia, se puede mas bien considerar como cosa más bien de modales y buen gusto.
Con todo, esos modales y buen gusto están reflejados en la palabra de Dios:
“Alábete el extraño y no tu propia boca; el ajeno y no los labios tuyos.” (Proverbios 27:2)
Por lo tanto, corresponde a todos adoptarlos como principios normativos en nuestra conducta cotidiana. Esto, de paso, nos servirá para evitarnos el peligro de caer en el envanecimiento, que ha acarreado la ruina espiritual de tantos que corrían bien.
Pero volviendo a Juan el Bautista, vemos que la misma tónica aparece en muchos de sus dichos. Veamos algunos de ellos:
“Viene tras mí el que es más poderoso que yo, a quien no soy digno de desatar encorvado la correa de su calzado.” (Marcos 1:7)
“Éste es aquél de quien yo dije: Después de mí viene un varón, el cual es antes de mí; porque era primeo que yo.” (Juan 1: 30)
“El que de arriba viene es sobre todos; el el que es de la tierra es terrenal y cosas terrenales habla; el que viene del cielo es sobre todos.” (Juan 3:31)
Muy significativamente, al irrumpir en el escenario, y comenzar a desarrollar Su ministerio, el Señor Jesús en muchas ocasiones usó esas otra dos palabras: YO SOY.
Las mismas están en abierta contraposición a las anteriores de Juan el Bautista – YO NO SOY.
Dese luego que en el uso que les dio Jesús no había nada que se pudiese tildar ni remotamente de jactancioso o envanecido. En todos los casos se trataba de afirmaciones claras y precisas de verdades incuestionables de Su
persona y de Su obra como Redentor del género humano.
Si bien son muy conocidas, pasamos a citar algunas de ellas.
“Yo soy la luz del mundo.” (Juan 8:12)
“Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Juan 14:6)
“Yo soy la vid verdadera” (Juan 15:1)
“Yo soy el pan de vida” (Juan 6:15)
“Yo soy la puerta” (Juan 10:9)
“Yo soy el buen pastor” (Juan 10:11)
“Antes que Abraham fuese YO SOY.” (Juan 8:58)
Tenemos entonces el contraste entre Juan el Bautista que decía Yo no soy y el Señor Jesús que afirmaba Yo soy.
Esto nos da con claridad un principio fundamental en cuanto a todo auténtico siervo del Señor: el de negarse así mismo, desde luego en todos los aspectos, pero en particular en el de no proyectar su imagen, personalidad, carisma, logros o méritos para que él sea visto y admirado.
Por lo contrario, su conducta, espíritu y enfoque han de llevar impreso el Yo no soy de Juan el Bautista, reconociendo que de por sí y aparte de la gracia divina nada puede, nada sabe, nada vale y nada tiene.
Al mismo tiempo, siguiendo también el ejemplo de Juan el Bautista, su mensaje y su prédica -orales o escritas -han de centrarse en proclamar las virtudes, la grandeza y la gloria de Jesús, señalándolo a Él en toda instancia como el único digno de que se le acuerde la preeminencia en todo.
Esta doble proyección de negarse a sí mismo, y hacer de Cristo el tema y el centro de todo, desde luego que también la tenemos fielmente manifestada en la vida y el ministerio de los primeros apóstoles después de Pentecostés. Y desde luego también se hace extensiva a todo verdadero siervo o sierva del Señor.
Desde luego que no se trata de palabras. De decir “yo no soy nada” pero con actitudes y aires que luego lo desdicen.
Lo que venimos diciendo es tan conocido que algún lector se podrá preguntar “Y quién no sabe todo eso.”
Sin embargo, a pesar de que con las palabras se diga lo que suena correcto y glorifica a Dios, en tantos casos la gloria del hombre, su personalidad, unción y ministerio, andan flotando en la atmósfera y en las loas de muchos admiradores.
Incluso, en algunos casos se han colocado grandes cuadros o murales del siervo encumbrado, ya sea en la plataforma o en lugares destacados de los edificios de reuniones, o bien en tiendas de campañas masivas.
No cabe duda de que los buenos servos del Señor son dignos de honra y corresponde que se les honre siempre que proceda hacerlo.
No obstante, hay una gran diferencia en hacer esto con sabiduría, prudencia y recato, y crear por parte del siervo mismo y sus admiradores un ambiente de continuas loas para con su persona. Y por supuesto que esto muy bien puede provocar un envanecimiento peligroso, que podría acarrear consecuencias funestas, como en no pocas ocasiones tristemente ha sucedido.
Se dice que el círculo de colaboradores del ya fallecido Billy Graham, siempre escatimaba sobremanera los elogios de su persona, teniendo como fin al proceder de esa forma el evitar que llegase a envanecerse -algo muy sabio y digno de tenerse en cuenta.
Resumiendo entonces, el YO NO SOY de Juan Bautista, correctamente asumido en el espíritu de la verdad que contiene, es lo que ha de dar lugar en nuestras vidas y servicio al Señor, a que Él los rubrique con el sello aprobatorio de Sus YO SOY.
Con todo, desde ese lugar a que hemos llegado, nos trasladamos hacia adelante, situándonos como hombres y mujeres redimidos en el ámbito o la esfera del Nuevo Testamento.
Sin que esto suponga una contradicción de lo anterior, como beneficiarios del vasto legado que nuestro Señor nos brinda, está, entre muchos otros, el inmenso bien de poder decir, también nosotros, YO SOY.
Nos explicamos para evitar cualquier confusión.
Antes de experimentar una verdadera conversión, un alma que está buscando a Dios, sentirá o dirá que está intentando o tratando de ser o lograr algo en esa búsqueda a que está abocada.
Pero al cristalizarse la misma en un verdadero renacimiento, descubrirá que no se trata en realidad de procurar o intentar ser algo, sino sencillamente llegar a serlo en virtud de ese renacimiento, que es una gracia que se le confiere, y por la cual ahora puede decir con toda razón y propiedad: YO SOY un hijo de Dios – un redimido, un sacerdote -un santo – un escogido – un amado de Dios.
Pablo expresa esto de alguna forma en 1a. Corintios 15.10 al escribir:
“Pero por la gracia de Dios soy lo que soy.”
En otras palabras, Jesús como Cabeza de la nueva raza a la cual ahora pertenecemos, y como el Eterno YO SOY que es, nos confiere y otorga también que nosotros también podamos afirmar con toda propiedad, pero desde luego sin ningún atisbo de engreimiento:
YO SOY un hijo de Dios, una oveja de Su redil – un redimido, etc.
No obstante, con una salvedad: por buen gusto y para cerrar toda puerta
al egocentrismo, omitimos como Pablo el YO y en vez decimos Por Su
gracia soy – un hijo de Dios – soy un redimido – soy un rey – etc.
FIN