LAS IGLESIAS DE GALACIA (3)

“QUE CRISTO SEA FORMADO EN VOSOTROS.”
Para quienes son adeptos al comentario y la exposición de la palabra de forma ordenada, versículo por versículo, quizá el estilo de estas páginas no sea de su agrado, o bien le resulte algo desacostumbrado o aun chocante.
La verdad es que en nuestra vida ministerial, sin descartar el estudio ordenado y sistemático, nos hemos desempeñado de una forma que se asemeja en cierto modo a la labor de la abeja.
Efectivamente, en el tiempo de intensa floración, teniendo muchas flores que elegir, por un instinto interno se posa sobre una determinada, y se detiene bastante sobre ella para extraer todo el polen y néctar que pueda. A continuación, con muchas otras flores alrededor, movida por el mismo instinto interno, vuela hacia otra algo más lejos, sabiendo que en la misma va a encontrar mucho más polen y néctar que en las otras que estaban más cerca. En sus consideraciones, como quiera que se las formule, no entra el crear en sus desplazamientos un dibujo geométrico armonioso y ordenado para el deleite de quien quiera la esté observando. En cambio, lo que sí pesa y le interesa es almacenar la colmena con lo de la mejor calidad y en la mayor abundancia posible. Y así, deja de lado muchas otras flores que sin duda tienen contenido de polen y néctar, pero en menor medida que las otras que va escogiendo y seleccionando.
En esta pauta, pues, pasamos – valiéndonos de nuestro sencillo símil – a una flor muy abundante en polen y néctar de primerísima calidad. Nos referimos a las palabras de Gálatas 4:19.
“Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros.”
Para empezar, otra vez esta palabra hijitos, dirigida a personas bien adultas. Ya la vimos con anterioridad, cuando el Señor Jesús la usó para dirigirse a los siete discípulos que habían estado toda la noche en la barca sin pescar nada.
Cuando por la gracia de Dios se ha podido engendrar o alumbrar hijos en la fe, insensiblemente se forja un amor tierno y solícito para con ellos. Cuando andan bien en el camino, uno se regocija en gran manera; cuando experimentan dificultades o caen en desviaciones y errores, uno se entristece con esa pena que es paternal y maternal a la vez, como lo es el amor divino.
Desde luego que Pablo estaba viviendo todo esto y de una forma muy acentuada. Al decir “por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto” nos da a entender con toda claridad que ya al principio le había costado mucho el darlos a luz en el evangelio.
De ser correcta la primera tesis que enunciamos con anterioridad, en el sentido de que la epístola iba dirigida a las iglesias fundadas en su primer viaje misionero, la cosa estaría muy clara. Casi ni hace falta hacer alusión a la fuerte persecución que incluso lo llevó a ser apedreado cruelmente y ser dado por muerto.
Si se prefiere la segunda tesis, que se inclina por identificar a las iglesias destinatarias como levantadas en el segundo viaje misionero, al atravesar Frigia y la provincia de Galacia, basándose en Los Hechos 16:6, tampoco faltan pruebas del alto precio que tuvo que pagar. En efecto, su referencia a la enfermedad de su cuerpo y la prueba que le supuso anunciarles el evangelio en un principio -ver Gálatas 4:13-14 -tendría aplicación indiscutible en este caso también, al igual que el de la primera postura.
Ahora había de volver a sufrir dolores de parto. En esta oportunidad no se trataba probablemente de padecer físicamente por la persecución o enfermedad, sino de la angustia, esa congoja del alma que aflige y embarga a padres amantes al saber que sus hijos preciosos se están descarriando.
Como ya hemos visto, la endiablada levadura de los judaizantes les había hecho un daño incalculable en todos los niveles. Esto le hacía padecer intensamente, y al sopesar la mejor manera en que aconsejarles para que volviesen a andar en la gracia que habían conocido en un principio, se le iban presentando ideas y líneas directrices. Las mismas se han volcado una tras otra en gran profusión, y con mucho peso en todos los capítulos de esta epístola tan aleccionadora.
En este versículo 4:19 bajo revista toca algo medular, muy lógico y clarísimo. El hecho de que habían caído presos en una aberración semejante, con todas sus malas consecuencias, era prueba evidente de que Cristo no estaba formado en ellos.
En un principio, al abrirse ante la verdad del evangelio como la flor al sol, la nueva vida en Cristo había nacido en sus corazones. Pero a una etapa muy temprana – según se desprende de las palabras “Estoy maravillado de que tan pronto os hayáis alejado…” del capítulo 1:6, cuando esa nueva vida todavía se encontraba en un estado incipiente, su desarrollo se interrumpió bruscamente por lo que sucedió. Lo evidente era que para salir de esa situación, se hacía imprescindible que el flujo de la nueva vida se reanudase y consolidase, hasta el punto tal que Cristo quedase formado en ellos.
Porque -¿hará falta decirlo? -Cristo de ningún modo cae engañado por doctrinas erróneas; no vuelve a edificar las cosas que le costó tanto destruir; o buscar acabar por la carne lo comenzado en el Espíritu, y por supuesto que no se come ni muerde con sus hermanos.
Tan sencillo para verlo y entenderlo: al estar Cristo de veras formado en ellos, todo el grave problema quedaría superado y en su lugar aflorarían en estos amados hijitos, los hermanos gálatas, todas esas benditas cualidades que cimentan y adornan la vida cuando Él, el inigualable Cristo de amor, luz y verdad, realmente vive y se expresa a través de un hijo de Dios.
Qué bien lo sabemos! Verdad diáfana, indiscutible e irrebatible, aceptada totalmente por todo creyente de las distintas vertientes del Cuerpo de Cristo. Pero – del dicho al hecho hay mucho trecho. Aun hoy día vemos tantos gálatas, corintios o laodicenses de los tiempos modernos, que esto lo saben muy bien, y mucho más también, pero con su conducta y andar cotidiano lo desdicen todo, evidenciando que el auténtico Cordero de Dios – manos y humilde, santo, sabio y valiente – por cierto que no está formado en ellos.
Creemos que cualquier siervo de Dios que esté estrechamente involucrado en la tarea de formar el carácter de los miembros de la congregación que pastorea, estará absolutamente de acuerdo que en esto estamos tocando algo absolutamente fundamental y prioritario.
Naturalmente, nos surge ahora la pregunta ¿cómo se forma Cristo en una vida?
Trataremos de dar algunas respuestas, basándonos mayormente, pero no de forma exclusiva, en algunas claves que hallamos en esta misma epístola a los gálatas que estamos considerando.
En primer lugar, están los dolores de parte de quien tiene una paternidad y maternidad espiritual. Esto le hace prodigarse y derramarse en ruegos y sùplicas por el Espíritu a favor de sus hijos, para que este precioso ideal se plasme en ellos. Con esto van los desvelos, y a veces hasta la angustia y el dolor que se experimentan al verlos todavía tan inmaduros y faltos de solidez.
Huelga decir que para que los ruegos y súplicas prosperen, es menester que quien los presente sea alguien en quien Cristo básicamente ya está formado. Sólo así podrá reproducir según su especie y género. de acuerdo con el principio establecido en Génesis capítulo 1 por el Creador Supremo, aplicable tanto para lo natural como para lo espiritual.
Tales ruegos y súplicas irán acompañados con la esperanza, la fe y el amor que se identifica tiernamente con ellos, los hijos espirituales, en su necesidad. Además, irá el ejemplo de una vivencia totalmente consecuente que les servirá de referencia, y un brindarse a ellos de lleno en cuanto sea necesario para su ayuda, instrucción y guía.
Como resultado de lo anterior, en el ministrarles por escrito como en este caso, o bien por la vía oral o verbal, habrá en su momento un fluir del Espíritu transmitiendo la misma verdad que ya ha operado en uno para llevarlos al lugar en que se encuentran de ser un siervo o una sierva en quien Cristo básicamente ya está formado. (Al igual que en un párrafo anterior, hemos puesto básicamente para denotar que, desde luego, no estamos hablando de una forma total y absoluta de estar formado en Cristo, cosa que creemos que ninguno en su sano juicio podrá pretender haber alcanzado ya.)
Si bien esto a que nos referimos siempre estará basado en claras verdades bíblicas, nunca debemos perder de vista la necesidad absoluta de que vaya acompañada de esa gracia vivificante del Espíritu, sin la cual será poco más que una teoría inoperante.
Ahora bien, esa comunicación de la verdad y el consejo de lo alto, empapados en la unción del Consolador, normalmente no llevará de inmediato a la meta deseada. En cambio, será una fuerza viva que capacitará a los beneficiados a ponerse en marcha hacia ella, debiendo ellos ejercer decididamente su voluntad y poner su parte, para avanzar y lograr progresos sólidos. En muchos casos hará falta una o más dosis de esa comunicación de gracia, impartidas periódica o esporádicamente, según corresponda y se presente la situación.
Debemos recalcar aquí que lo señalado en los párrafos precedentes nada tiene que ver con un paternalismo autoritario, el cual ha estado en boga en algunos círculos desde hace ya varias décadas. El mismo insiste en que debe haber una fuerte sujeción a lo que se suele llamar la cobertura, coyuntura o referencia, no tomando decisiones sin su previo conocimiento y aprobación.
A menudo esto ha desembocado en un muy malsano control de las vidas. En algún caso hasta hemos oído de llegar a entregarse de lleno a quien lo asesora de esa forma, lo cual, desde luego, supone ni más ni menos que un atropello a la libertad e identidad del que supuestamente está siendo aconsejado para su bien. Por cierto que esto constituye una seria desviación, que necesariamente debe causar muchísimo daño, y que está totalmente reñida con el verdadero amor.
El orden correcto es muy distinto de todo eso -algo espontáneo que surge de un engendrar, alumbrar o bendecir, con una ministración honesta y desinteresada de amor y de vida. Los así engendrados, alumbrados o bendecidos acudirán de por sí, sin ninguna imposición, para pedir consejo
o ayuda cuando los necesiten, pero nunca por la obligación de un pacto o compromiso que los obligue a hacerlo. Nada de esto encontramos en el régimen actual de la gracia, marcado por las Escrituras, para avalar semejante procedimiento.
El verdadero padre espiritual es uno que se lo ha ganado con una labor honrada de llevar a alguien a la luz. Si bien le guiará, ayudará, protegerá y aconsejará en todo lo posible, lo normal será que se alegre cunado su hijo espiritual esté firmemente establecido, para poder tomar sus propias decisiones, habiendo alcanzado la ansiada meta de mayoría de edad en su andar con Dios y los hombres. Esto no descarta una correcta relación con otros siervos del Señor y hermanos en la fe en distintos niveles, que será sobre la base del amor, el respeto mutuo, y las demás normas de la palabra, y exenta de toda imposición o manipuleo.
La experiencia de Pablo.­
A esta altura estimamos que puede ser provechoso vislumbrar, por lo menos en parte, la forma en que Cristo fue formado en Pablo. “Pero cuando agradó a Dios que me apartó desde el vientre de mi madre y me llamó a su gracia, revelar a su Hijo en mí…” (Gálatas 1:15-16)
Hemos subrayado la preposición en porque es muy importante, dado que lo define como una revelación interna y subjetiva – en o dentro de él – y no una externa y objetiva, que sería tener una comprensión o revelación de cómo es Cristo, pero sin que Su carácter y vida estén manifestados interiormente.
Aunque la comparación no es perfecta ni totalmente adecuada, pensamos en algunos puntos de coincidencia en cuanto a una cámara fotográfica. Tras enfocarse cuidadosamente en la persona que se desea fotografiar, se espera el momento oportuno para pulsar, de manera que se produzca la apertura necesaria para captar la imagen dentro de la cámara, simultáneamente con un “flash” que la ilumine para poder lograrla con la mayor nitidez posible.
Después de esto el operario experto procederá a lo que comúnmente se suele llamar revelar la foto. Para ello trabajará en un recinto oscuro, cuidando bien de que ninguna luz extraña se infiltre para estropear su trabajo, que culminará con el logro de lo que ha de ser una réplica veraz y fiel de la persona que se ha querido fotografiar.
Podemos pensar en su marcha hacia Damasco, cuando todavía era conocido como Saulo de Tarso. Al mediodía, estando el sol en su mayor fulgor, de repente estalló un fogonazo de luz celestial. Algo se abrió en su interior, mientras que la voz del que pronto supo era del mismo Jesús a Quien estaba persiguiendo con tanta saña, le estaba hablando en forma audible.
Luego vinieron los tres días en Damasco, sin comer ni beber, en los cuales estaba recluido y haciendo sus primeras armas en la escuela de la verdadera oración. El Artífice Divino comenzó entonces con Su maestría y destreza a revelar la imagen viva del Hijo de Dios dentro de él.
Pero antes de hacerlo, no nos cabe duda que la primera prioridad habrá sido la de vaciarlo de tanto odio y blasfemia que llevaba adentro. De esto nos ocuparemos más a fondo más adelante, mirando esos tres días desde otro enfoque.
Lo cierto es que al cabo de ellos, el Señor, como dándose por satisfecho con ese buen comienzo, envió a Ananías para orar que recobrase la vista que había perdido, y como culminación muy importante, fue también lleno del Espíritu. (Los Hechos 9:17)
Esta experiencia, que tanto en las ocasiones concretas que figuran en el Nuevo Testamento, como a lo largo de la historia, se ha producido y se produce en muchas y variadas formas, no puede separarse ni disociarse de ninguna manera de la formación de Cristo en nuestra vida.
Esa plenitud o llenura podrá tener diversas derivaciones beneficiosas, como mayor poder y autoridad en la predicación o enseñanza, una mayor efectividad en el ministerio, o una relación más profunda con el Señor, etc. Pero entendemos que acompañando esa cosas, e igualmente otras muy positivas que también se pueden dar, debe haber una obra interior de asemejarnos más a Cristo en nuestra vida cotidiana.
Aclaración. El escribir todo esto, presentando el ejemplo de la cámara fotográfica, sucedió hace unos buenos años, a través de los cuales la fotografía ha experimentado progresos muy sensibles. Eso hace que, desde luego, la comparación resulte algo anticuada y pasad de moda. No obstante, estimamos que en sí tiene plena validez.
El tiempo de Pablo en Arabia.­
El siguiente punto que consideramos es el tiempo que pasó en Arabia. (Gálatas 1:17) Aunque mucho se ha escrito sobre esto, y desde luego que es posible formular conjeturas de mucho interés y valor, nos limitaremos a unas breves consideraciones.
Las palabras “no consulté en seguida con carne y sangre” del versículo anterior, son quizá lo único concreto que nos puede dar alguna clave sobre ese tiempo en Arabia.
La magnitud de la experiencia de su conversión, y sus implicaciones para él y su futuro, hacía necesario que no se diese prisa para ir a divulgarlo a otros, sino que reflexionase y estuviese a solas con el nuevo Señor de su vida. Esto tendría la virtud de que “se asentase el polvo,” se consolidase en su interior la nueva vida en que tan de golpe se encontraba, y pudiese llegar a una orientación clara en cuanto al nuevo rumbo que debía seguir.
Desde luego que en ese aislamiento en Arabia, habrá invertido una buena parte de su tiempo en la oración y comunión con el Cristo a Quien ahora había pasado a amar apasionadamente, como lo revela claramente el resto de su trayectoria.
Sin duda, en esas largas horas de estar en la presencia divina, además de recibir mucha revelación, experimentaría el toque sabio y certero del Espíritu Santo, forjando un nuevo carácter y disposición, acordes con el modelo del varón perfecto, Cristo Jesús.
“Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí.”
“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí.” (Gálatas 2:20)
Solamente estamos tomando unos puntos importantes de su carrera, reconociendo que se podría ahondar mucho más sobe el proceso tan rico de su formación.
En sus escritos de Romanos 6 Pablo nos habla de la cruz de Cristo como el remedio para anular el viejo hombre, “para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado.” (Romanos 6: 6b)
En el capítulo siguiente, expone en términos muy claros el drama de la impotencia de uno en la lucha interna contra la ley del pecado y de la muerte, prorrumpiendo a principios del octavo capítulo con el glorioso testimonio de que la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús lo había librado de esa horrible ley. (Romanos 8:2)
No es nuestro propósito sumergirnos en las profundidades de todo esto, sobre lo cual grandes teólogos y eruditos han alcanzado conclusiones a veces muy dispares, y tomando posturas opuestas. Solamente nos hemos ceñido a citar y resumir la esencia de lo que Pablo nos dice en estos dos capítulos.
Ahora, en este versículo clave de Gálatas 2: 20, tan ampliamente conocido y asiduamente citado, creemos que Pablo nos lleva a un peldaño más alto todavía.
No es aquí la naturaleza carnal, es decir el viejo hombre, ni la ley del pecado y de la muerte que están sobre el tapete. En cambio, se trata de él, como persona y de su vida propia o natural -su yo. Debemos entender que esta vida propia no es necesariamente pecaminosa en sí, pero que hay una sola forma de evitar que pase a serlo, y es ponerla continuamente bajo el señorío del Espíritu y en disponibilidad absoluta para hacer la voluntad del Señor.
Recordemos las palabras del Señor Jesús, repetidas tantas veces: “Si alguno quier venir en pos de mí, niéguese a sí mismo y tome su cruz y sígame.” El vocablo niéguese es muy distinto del empleado por Pablo en Romanos 6: 6 con respecto al viejo hombre y el cuerpo de pecado.
Creemos que Pablo llegó a la conclusión – cuándo nos nos aventuramos a opinar -de que esa vida propia y natural de él era en verdad un estorbo para el obrar de Dios en él y a través de él. Y como la mejor forma de supeditarla totalmente al Espíritu, recibió la clara revelación de que debía mantenerse a diario en un estado de crucifixión con Cristo. Como algo muy importante, notemos el tiempo presente del verbo – el de una acción habitual, continua y progresiva. Y esto, a diferencia de Romanos 6: 6 y 8: 2 donde se trata de algo que acaeció en el pasado.
Esto significaba quitarse a sí mismo de en medio, creando voluntariamente un vacío en su interior para que el mismo Cristo lo pudiese ocupar y llenar. O bien, dicho de otra forma, se dejaba deliberadamente desplazar por Cristo, haciéndose a un lado al asirse del principio de la cruz, para que Él pudiese ocupar el lugar central y directivo en su vida.
Esto sin duda se convirtió en una constante en su andar diario, el cual condujo a la formación real y progresiva de Cristo en él.
Aun cuando evidentemente se habrán dado otros factores más en la experiencia de este gran apóstol, nos conformamos por ahora con lo ya expuesto, que de por sí nos da mucho en qué pensar, y sobre lo cual trabajar, para así intentar emular su ejemplo.
De la verdad que Cristo estaba clara y ricamente formado en él, tenemos fehaciente testimonio en Gálatas 4: 14b:

“…me recibiste como a un ángel de Dios, como a Cristo Jesús.”
Casi están demás las palabras. La dolencia y la debilidad física de que padecía según el contexto, no eran óbice en lo más mínimo, para que viesen en su semblante, su hablar y su presencia, al mismo Cristo fielmente reflejado.
Si bien el término que usa es distinto – perfecto en vez de Cristo formado en uno – en Colosenses 1:27b-29 tenemos claros indicios de cómo Pablo funcionaba en su intento de llevar a otros a ese lugar de plena estabilidad y formación espiritual.
“Cristo en vosotros, la esperanza de gloria, a quien anunciamos amonestando a todo hombre y enseñando a todo hombre en toda sabiduría, a fin de presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre; para lo cual también trabajo, luchando según la potencia de él, la cual actúa poderosamente en mí.”
Según lo ya adelantado, en vez de usar la expresión “que Cristo sea formado en vosotros”, aquí Pablo la presenta abajo el prisma de “presentar (a otros) perfectos en Cristo Jesus”. Aun cuando esto no es totalmente equivalente, guarda una semejanza que nos permite utilizarlo adecuadamente para los fines que perseguimos.
Pero antes de hacerlo, debemos hacer un paréntesis de varios párrafos para referirnos a los vocablos perfecto, perfección y derivados, tal cual se los usa en el Nuevo Testamento.
Sin entrar en disquisiciones minuciosas, digamos en primer lugar que perfecto no significa en las Escrituras una persona totalmente exenta de fallos y errores, con la única excepción de Cristo mismo, como por ejemplo en Efesios 4:13.
En cambio, quiere decir alguien que según su edad en la fe, sus posibilidades y la voluntad de Dios para su vida, ha alcanzado un desarrollo acorde con todo ello, y está agradando al Señor con su conducta consecuente.
Estos nos da a entender que también hay distintos grados de perfección. Un niño sano que evoluciona satisfactoriamente hacia una adolescencia formal y responsable, por así decirlo ha alcanzado la perfección que es dable esperar a esa altura de su vida. Desde luego que con el correr del tiempo deberá avanzar más para lograr la perfección que será propio esperar de él más adelante. Y con esto queda claro que en todo este avance hacia una meta más allá, está también latente el concepto de la madurez.
En la vida de nuestro amado Señor Jesucristo, el modelo maravilloso para nosotros, vemos esto clarísimamente ejemplificado.

“Y siendo Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia, y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de salvación a todos los que le obedecen.” (Hebreos 5:8-9)
Como criatura, niño, joven y adulto, Él siempre fue las dos cosas – obediente y perfecto. Mas llegada la hora crucial y final de Su vida, fue necesario que aprendiese la obediencia en un nivel que no le había tocado antes. Ahora se trataba de obedecer entregando Su vida al horrible suplicio de Su pasión y muerte, yendo desde el Getsemaní al Calvario sin volverse atrás en absoluto, y sin formular una sola queja
o protesta.
Esto no lo había tenido que enfrentar nunca, y en ese sentido Él aprendió la obediencia a ese nivel máximo de exigencia. Lo hizo de forma plenamente satisfactoria, y así también fue perfeccionado en una grado mucho más alto de lo que jamás había experimentado, alcanzando la perfección en una medida suprema y sublime.
Aunque nos sabemos por supuesto incomparablemente inferiores a Él, esta progresión Suya nos da una idea del rumbo que debemos seguir. A medida que avanzamos en edad, experiencia y conocimiento de Dios, nos vendrán exigencias mayores de parte de Él, y si las enfrentamos adecuadamente, habrá también en nosotros una progresión escalonada en distintos grados de perfección.
Retomando ahora el hilo de lo que Pablo nos está diciendo en el pasaje que hemos tomado de Colosenses capítulo primero, vemos que él tenía como meta el presentar a los hombres perfectos en Cristo Jesús, bajo ese prisma de “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” fijado por el contexto del versículo 27. Para ello luchaba, lo que nos da a entender que había esfuerzo y sacrificio. Esto tiene afinidad en buena parte con los dolores de parto de que habla en Gálatas 4:19.
Esa lucha – y es muy importante que esto se pueda comprender con claridad – él la acometía con el poder del Señor que actuaba poderosamente en él. Es decir, que había un fluir del poder de la gracia o la virtud de Dios en su vida, el cual operaba poderosamente en él para llevarlo a alturas mayores de madurez y perfección. Al mismo tiempo, ese poder, gracia o virtud llevaba en sí el impulso o la inclinación de transmitirse a otros, para que ellos también se beneficiasen del mismo.
Todo siervo o sierva medianamente experimentado, atestiguará sobre la realidad de este principio o fuerza interior de cada cosa que se recibe de lo alto, y que pugna de por sí para comunicarse a otros. Esto responde sencillamente al principio o la propensión de reproducir que Dios ha puesto en su orden creativo, y funciona tanto en lo natural como en lo espiritual.
Antes de seguir adelante, presentamos algunas consideraciones y reflexiones sobre este particular, las cuales creemos merecen tenerse en cuneta.
En primer lugar, un aspecto más bien delicado en esto, es el hecho de que en el orden moral y aun espiritual, constituyen un arma de doble filo, es decir que pueden operar para bien así como para mal.
Como tantas otras cosas fundamentales, esta verdad se encuentra en forma de semilla en la primera parte del Génesis, concretamente en el capítulo 3. Ahí vemos como Eva, ni bien hubo probado del árbol de la ciencia del bien y del mal, casi diríamos que instintivamente se lo dio a su marido para que él también participase del mismo.
No es sin razón que se ha comentado que la fuerza de este instinto o principio – para mal en este caso – ilustrándolo con el hecho de que una gran mayoría de “mediums” que actúan en el espiritismo son mujeres. Esto va en el sentido de poner de relieve su tendencia a impartir o comunicar a otros un poder que opera en sus vidas, en este caso, lamentablemente para mal, y muy grave y peligroso por cierto.
Con el ánimo de no ofender a las hermanas, dando pie a que se piense que vemos a la mujer con malos ojos, nos apresuramos a dar la otra cara de la moneda. Cuando se trata de testificar del Señor y transmitir la gracia del perdón y la vida eterna a otros, la mujer suele ser en general bastante más celosa y tesonera que el hombre, salvo algunas honrosas excepciones.
Otra faceta, también delicada en cuanto a este tema es que al comunicar a otros los bienes celestiales, debemos procurar que sea con la mayor pureza y responsabilidad posibles. A veces un don o una gracia pueden ir acompañados de una fuerza anímica, es decir del alma o de la vida natural, de parte de quien los ejerce, y esto traerá a la postre efectos perjudiciales.
No es éste el lugar para extendernos demasiado sobre este asunto, que volvemos a decir, es muy delicado. Baste señalar dos cosas: una es que quien tenga un don espiritual, acompañado de un fuerte deseo personal de compartirlo, o más bien comunicarlo a otros, a veces podrá realizar o lograr una transmisión anímica – como decimos, brotando de la fuerza del alma o sea la vida natural – y esto pensando que es un genuino impulso del Espíritu Santo, cuando en realidad no lo es. Los resultados de esto serán siempre muy insatisfactorios.
La otra tiene que ver con la necesidad de una estricta honradez ministerial, que se despoja conscientemente de todo lo que pudiese ser de uno mismo, para que la transmisión o comunicación pueda ser puramente espiritual, y no estar acompañada de ninguna proyección propia de quien la imparte. Bástele al beneficiario con sus propias debilidades y fallos, y no sea que con la bendición, también les añadamos de los puntos flojos y las lagunas de nuestra propia vida!
Volviendo más atrás, sobre no impartir de forma anímica o con el impulso del alma, la vida natural de uno, en lugar de un impulso o motivación espiritual, damos un ejemplo que bien podría ilustrarlo.
Sería el de un joven o una joven, en ambos casos convertido/a, y que conoce a otro u otra del sexo contrario que no es convertido/a, pero del cual, o de la cual, gusta y siente un fuerte atractivo. Así se dispone a testificarle del Señor, y lo hace con una expresión de cariño especial. De este modo, casi con seguridad, salvo alguna que otra rarísima excepción, se ha de dar una pseudo conversión, que a la larga ha de aparejar resultados sumamente perjudiciales.
Ahora sí avanzamos más sobre nuestro tema de que Cristo sea formado en nosotros.
Mirando…la gloria del Señor.
En todo lo antedicho tenemos material bastante abundante, al que sólo queremos añadir un aspecto adicional que encontramos en 2a. Corintios
3:18.
“Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor.”
Es un principio bien conocido que aquello que miramos y contemplamos, fijando nuestra atención y afecto en ello, insensiblemente se va reproduciendo en nuestro interior.
Así, quien mira y piensa mucho en billetes y grandes sumas de dinero, va alimentando una codicia que termina en abierta avaricia.
En otro orden, pero con alguna afinidad, dos personas que conviven por largo tiempo y pasan mucho de su vida juntas, llegan a asimilarse mutuamente de tal manera que llegan a semejarse mucho en su parecer.
El autor recuerda una visita de un matrimonio misionero a su hogar hace unos buenos años, cuando aún era soltero. Al hablar con sus padres, a quienes no habían visto ni conocido antes, y que por ese entonces llevaban unos treinta años de casados, comentaron que veían tal semejanza entre ellos, que casi se les hacía que eran hermano y hermana.
También hemos oído casos de misioneros europeos en la China, que después de muchos años, al volver a su país natal de vacaciones y descanso, llamaban la atención por haber cambiado en algo sus facciones, sobre todo en los ojos, que parecían haberse alargado horizontalmente. Esto se debía naturalmente a la asimilación natural de los rasgos propios de la gente china, con la cual habían estado en estrecho contacto por buenos años.
Por supuesto que todo esto es en la esfera natural, y no siempre se verifica tan claramente como en los ejemplos dados.
No obstante, no cabe duda, y lo confirman las palabras del versículo que hemos citado, que el Espíritu Santo aplica el concepto de la contemplación de Cristo para ir reproduciendo Su imagen en escalas progresivas en nuestra vida.
Y en esto entra la aplicación y devoción personal de cada uno. Amándolo de veras, podemos pasar unos buenos ratos a diario recogidos quietamente en Su presencia en oración y comunión con Él. Con el agregado de que con la contemplación de Su persona, con todas Sus preciosas virtudes, valiéndonos de la revelación que se nos da de Él en las Escrituras, hemos de darle al Espíritu Santo la oportunidad de operar día a día de forma gradual, lenta pero segura, para ir realizando una transformación interior que nos haga más semejantes a Él.
En esa contemplación debe haber una actitud humilde para con el Espíritu Santo, dejándonos ser corregidos y moldeados en cada cosa. La prisa excesiva, el no perseverar debidamente, la impaciencia o el no darle a esto el tiempo necesario, han de ser estorbos que impidan que haya verdadero progreso.
A propósito de progreso, mientras sigamos en una línea consecuente y perseverante, podremos contar con el aliciente de un avance verdadero y sostenido. No obstante, la experiencia nos enseña a veces que no nos conviene estar muy conscientes de nuestros logros, como parte de la sabia gracia del Señor, que no nos permite ver los progresos que otros ven en nosotros, no sea que nos envanezcamos. Incluso, parece que hay ocasiones que nos conviene que nos llevemos un pequeño y saludable desengaño!
El aspecto de la contemplación de la hermosura del Señor, en comunión con Él, era la práctica asidua de David, según vemos en el Salmo 27:4.
Para algunos esto podría parecer lirismo, o algo que bordea en un misticismo algo alejado de la realidad de la vida moderna, algo así como “eso estaba bien para los tiempos de antaño, pero como está el mundo hoy día, eso ya no tiene lugar ni sentido.”
Sin embargo, para apreciar su debido valor, aparte de recordar las muchas exhortaciones contenidas en la palabra en ese sentido, por ejemplo Colosenses 3:1-2, Hebreos 12:1-2, etc., tengamos en cuenta algo fundamental en todo esto: si bien en Su economía el Señor nos da funciones, llamamientos y dones distintos, hay un algo mucho más importante para lo cual todos hemos sido creados y llamados: para ser a imagen y semejanza de El, el varón perfecto – el todo codiciable Hijo de Dios.
Además, aunque no necesariamente en resultados numéricos, pero sí en materia de fruto verdadero y duradero, esto nos ha de dar los réditos más altos en nuestro servicio cristiano.
Por otra parte, también está el hecho, contundente e incontrovertible, de que el primer y mayor mandamiento, es el de amar al Señor nuestro Dios de todo corazón, con toda nuestra mente y nuestras fuerzas, y en esto con toda seguridad se ha de dar la contemplación de Su hermosura y demás de que hablamos anteriormente. Y como acotación muy importante, amándolo y viendo su belleza sin par, seguramente que ha de crear en nosotros un deseo muy grande de asemejarnos a Él, de ser como Él.
Largo camino te resta.­
Desde luego que en esta formación de Cristo en cada uno de nosotros hay escalas y medidas. Mientras que aquéllos que llevan años y decenios en la marcha ascendente, seguramente que habrán alcanzado sensibles y visibles progresos, como ya dijimos, ninguno en sus cabales podrá profesar que el Cristo glorioso ya está plenamente formado en él. Antes bien, muy consciente de Su perfección sin par, y Su grandeza inigualable, cada uno se habrá de repetir a sí mismo las palabras dichas por el ángel a Elías en 1a. Reyes 19:7b. Aunque en un contexto y un sentido muy distinto, aquí tienen una clara aplicación, aun para los más maduros y experimentados:
“…largo camino te resta.”
Pero el Espíritu Santo, que es Quien impulsa y anima a los verdaderos santos de Dios a seguir escalando posiciones, nos alienta a no desmayar, sino a continuar con el más noble empeño y ahínco en nuestra marcha hacia esa meta, más sublime que ninguna otra.
Que en el corazón de cada uno brote una respuesta acorde con la grandeza de nuestro llamamiento, aun ahora en que estamos en este mundo. El amado Maestro se lo merece, y el mundo que nos rodea y la misma iglesia universal lo necesitan ver ejemplificado y demostrado más que nunca antes en la historia.
El Señor nos ayude a todos, para que el profundo anhelo de Pablo por los gálatas también se cristalice en nuestras vidas – que Cristo de veras sea formado en nosotros.
Como un agregado muy importante, y que por cierto, no está totalmente ni mucho menos, fuera del tema que hemos venido tratando, quien esto escribe se complace en testimoniar – confiando que en el hacerlo no haya el menor atisbo de presunción o inmodestia – el enorme beneficio derivado de recogerse por una media hora, poco más o menos, en la presencia del Señor. El fin consiste en así sondear delante de Él. siempre implorando previamente la inspiración del Espíritu Santo, la maravillosa paternidad de Dios el Padre para con uno, y la vasta y sin par herencia que nos ha legado el Señor Jesús.
En realidad, esto era algo desconocido para mí hasta hace poco más de dos años, pero leyendo un libro que en realidad es oro puro, me enteré cómo muchos santos antiguos tenían en su vocabulario espiritual el término recollectedness. La traducción más aproximada en que uno puede pensar es recogimiento, o bien el recogerse quedamente ante Él. Esto no se hace de forma pasiva, sino mencionando ante Su presencia, inaudiblemente, la vastísima e inagotable riqueza de tanto la una como la otra, es decir la paternidad del Padre Eterno y la herencia en Cristo Jesús de que hemos sido los agraciados depositarios. Muchas veces, con el aporte de experiencias vividas en la larga trayectoria de uno; otras muchas, sencillamente abarcando la grandeza, majestad, esplendor y gloria indescriptibles del Padre Eterno y del Hijo amado.
Se encuentra en esto un campo, como decimos, inagotable y maravilloso, y la norma es que al concluir ese rato de recogimiento, uno queda profundamente conmovido y bendecido por tanta bondad y misericordia, derramadas por ese Dios tan estupendo, sobre uno tan pequeño e indigno, de lo cual, bien puede hacerse eco cada uno que ha sido redimido y pasado a ser un hijo de Dios de verdad.
Finalmente, somos conscientes de que esta tercera parte es muy extensa, demasiado quizá. Por lo tanto, la semana próxima hemos de presentar, Dios mediante, algo ameno y muy distinto y breve, para dar así prácticamente dos semanas para considerar y asimilar esta muy larga tercera parte.
FIN