COSAS NUEVAS Y COSAS VIEJAS

Capítulo 5 – 1a. Parte – La gran noche de su vida

Cuánto colorido y cuánta inspiración ha volcado el Espíritu Santo. en tantas y tantas páginas del que no vacilamos en calificar el libro de los libros, la Santa Biblia!
Antes de pasar a comentar la batalla, nos adelantamos a dejar bien claro que, como cristianos que seguimos fielmente las enseñanzas del Señor Jesucristo, no consentimos ni aprobamos las guerras, ni ninguna matanza, sea cual fuere su índole.
El relato de Gedeón pertenece a otra época, y a otra dispensación, inferior a la del amor y la gracia en que nos encontramos actualmente.
Entrando en materia ahora, los que acudieron al llamado de Gedeón, como ya dijimos, fueron 32,000, muy pocos en comparación con los madianitas, amalecitas y orientales, que eran numerosísimos.
Sin embargo, el Señor le dijo a Gedeón que eran demasiados! Que si Él les diese la victoria se jactarían, pensando que había sido por sus propias fuerzas.
Así dispuso una criba doble. La primera consistió en pregonar que quien tuviera miedo se marchase, y como resultado, veintidós mil desertaron.
Esto bastaría en sí para desanimar a Gedeón y sus colaboradores inmediatos, pero cabe la reflexión de que salir al combate con tantos miedosos en la tropa, no les habría augurado nada bueno.
Quizá para el asombro de Gedeón, el Señor le hizo saber que los 10,000 que habían quedado eran demasiados!
El relato no lo dice, pero uno se pregunta si Gedeón no se habrá tomado la cabeza, preguntándose para sus adentros: “¿En qué me he metido? ¿Adónde irá a parar todo esto?
La segunda criba nos presenta un simbolismo muy instructivo y significativo.
Tenía que llevar a todos a beber a las aguas, y separar a los que se le llevaban con la mano a la boca, de los que se arrodillaban para beberla.
Aun cuando, evidentemente, puede haber otras interpretaciones, la que se nos presenta con más claridad es la siguiente:
Beber agua es una necesidad normal y natural del ser humano, y en este caso, lo vemos como representando el abrirse paso en la vida, ganándose el pan y cubriendo las necesidades que uno pueda tener.
Eso Dios lo reconoce y lo aprueba, pero a Él le interesa en sumo grado ver cómo lo hace cada uno. El doblar las rodillas para hacerlo equivale a no tener escrúpulos de conciencia, doblegándose a lo que no es lícito, o a lo que involucra alguna trampa, mentira, o engaño, suciedad o falta de honradez.
Como muchas veces hemos dicho, a cada ser humano Dios le ha dado un par de rodillas, pero ellas no son para doblarse a ningún ídolo, ni ante nada indigno ni torcido, sino ante Él, el solo Dios verdadero, y ante Jesucristo, a Quien Él ha enviado.
Hoy día, en el mundo de los negocios, la industria, el comercio y el trabajo en general, son pocas las situaciones en que no se le exige a uno que transija en temas o aspectos que no condicen con un cristianismo limpio y fiel.
Varias décadas ha, quien esto escribe tuvo que enfrentar situaciones semejantes, y le agradece al Señor que le haya hecho entender con toda claridad que no debía ceder ante nada que fuese de Su desagrado. También le dio la gracia necesaria para ser firme en ese sentido.
Aunque por lo menos en una oportunidad lo tuvo que hacer con el riesgo de perder el muy buen puesto de trabajo que tenía, por esa misma gracia pudo mantenerse en pie y no contemporizar.
No sólo eso, sino que el Señor se encargó de que saliese airoso y que su postura firme no le acarrease a la empresa en la cual trabajaba ninguna pérdida ni perjuicio económico, sino por el contrario pingúes ganancias, y además un buen beneficio publicitario.
También tiene presente, que de haberse doblegado para quedar bien con su jefe inmediato y los demás, habría quedado descalificado para el santo llamamiento que tenía por delante, o por lo menos, con una importante asignatura suspendida, por así decirlo, y pendiente de aprobación, antes de que pudiese avanzar más.

Continuando con la narración, se nos dice que nueve mil setecientos doblaron sus rodillas, y fueron devueltos a sus respectivos lugares de residencia.
Alguien miraría penando: “Tantos que son fuertes y robustos, que podrían ser muy buenos guerreros…¿y se tienen que marchar?”
Mas la respuesta de lo alto sería: “No me sirven; necesito hombres que no de dobleguen ni doblen sus rodillas ante lo que a Mí me ofende y me desagrada.”
“Que se vayan, que con estos trescientos que son tan distintos, me basto para vencer al enemigo y glorificar mi Nombre.”
No obstante todo eso, interpretamos que el Señor comprendía que a esa altura y en semejante y casi increíble situación de inferioridad numérica, Gedeón necesitaba ser animado otra vez, y asegurado que todo saldría bien, sobre todo porque él y sus trecientos valientes se jugaban la vida.
Bien podría imaginarse uno en el lugar suyo. Por cierto que tenía muchos indicios claros de que el Señor estaba con él, pero por otra parte, el enfrentar un ejército numerosísimo con solo 300 soldados, humanamente hablando resultaba una locura descabellada.
Muy posiblemente fue por eso que el Señor pasó a darle otra señal, y ésta iba a ser inequívoca, categórica y final. La contamos, porque es parte importante de la trama de todo este apasionante relato.
Se le dijo que se levantase y bajase secretamente al campamento enemigo, que Él se lo entregaría en sus manos. Y si todavía tenía algún temor, que llevase consigo a su criado Fura, y oiría lo que se hablaba, y así cobraría más ánimo todavía.
Al bajar y avanzar a los puestos más avanzados del enemigo, pudo ver la inmensa tropa extendida por todo el valle como langostas en multitud y muchos camellos.
Pero en ese momento oyó una conversación entre dos soldados de ellos. Uno le contaba al otro que había soñado que un pan de cebada rodaba hasta el campamento de Madián y llegó a la tienda y la golpeó de tal manera que cayó trastornada de arriba abajo.
El compañero no tardó en interpretarle el sueño: “Esto no es otra cosa, sino la espada de Gedeón, hijo de Joás, varón de Israel; Dios ha entregado en sus manos a los madianitas con todo el campamento.” (Jueces 7:14)
Ante una confirmación tan incuestionable. Gedeón primero adoró y en seguida volvió al campamento de los trescientos, e impregnado de la más absoluta confianza, exclamó:
“Levantaos, porque Jehová ha entregado el campamento de Madián en vuestras manos.” (7:15)
Antes de seguir, notemos su carácter humilde, exento del egocentrismo de otros, que, en lugar suyo dirían, “…ha entregado el campamento de Madián en mis manos.”

Trompetas, cántaros vacíos con teas ardiendo, y el grito de batalla de de triunfo.

Lo que sigue es por cierto de lo más impresionante y emotivo que uno pueda concebir. Y no se trata de algo novelado o imaginario, sino de una jornada épica del más alto grado y absolutamente verídica.
Gedeón ahora rebosa de seguridad y confianza. Sin ningún alarde, pues era un hombre muy modesto y sencillo, actúa con sabiduría y aplomo, repartiendo su minúsculo ejército de los trescientos hombres en tres escuadrones.
A cada uno le entrega una trompeta y un cántaro vacío con una tea ardiendo en medio de ella.
Con serenidad y dominio de la situación les da directivas claras y precisas.
“Miradme a mí, y haced como hago yo; he aquí que cuando yo llegue al extremo del campamento, haréis conforme a como hago yo.”
“Yo tocaré la trompeta, y todos los que estarán conmigo; y vosotros tocaréis entonces las trompetas alrededor de todo el campamento, y diréis, por Jehová y por Gedeón.” (7:17-18)
Antes de comentar la forma en que se ejecutó todo esto, debemos señalar el punto de tiempo, expreso y preciso, en que irrumpió en el escenario.
“…al principio de la guardia de la medianoche, cuando acababan de renovar los centinelas.”(7:19)
Qué sabiduría le dio el Señor para elegir el momento exacto!
El autor de estas líneas guarda muchos recuerdos del servicio militar que cumplió de Octubre de 1947 a Agosto de 1948 como zapador montado, en la entonces Escuela de Ingenieros, cerca de la ciudad de Concepción del Uruguay, en la provincia de Entre Ríos, República Argentina.
Uno de esos recuerdos es el del servicio de guardia nocturna que cumplió una vez, apostado en un punto situado en un lugar oscuro, en un punto distante que podía servir de acceso al campamento y al cuartel.
Una vez tomado el relevo, el sargento se marchó con los demás soldados de guardia, quedando él a solas y en un punto desconocido y de total oscuridad.
Bien lo dice la canción:
“Qué rumor, tan sutil; en la noche todo adquiere voz. El misterio surge de la sombra y sus alas mueve en derredor.”
El sonido de unas hojas arrastradas por el viento, se podía pensar que era un enemigo intruso que avanzaba agazapado, o las ramas de los arbustos, mecidas por el suave viento que soplaba, podían crear la misma impresión.
A los pocos minutos pudo habituarse a la situación y cobrar confianza, pero esos momentos iniciales fueron muy difíciles.
Vemos pues a Gedeón, dirigido por el Señor, actuando como un eximio estratega que elige el momento más favorable, cuando los centinelas recién llegados se encontraban en esos primeros momentos críticos.
La consigna que dio a sus soldados no fue la de empuñar las espadas ni alistar las lanzas. Giraba en torno a algo muy distinto: se trataba de tocar primero las trompetas, sosteniéndolas con la mano derecha, mientras que habiendo quebrado los cántaros, con la izquierda debían tener en alto las teas encendidas.
Visualicemos ese escenario tan particular, a la vez que impresionante. El silencio de la noche, quebrado repentinamente por la estridencia electrizante de trescientas y una trompetas tocadas a todo pulmón; la oscuridad total, inundada por la luz de otra tantas teas que rodeaban a todo el campamento, y de inmediato trescientas y una voces dando un grito a toda garganta, pulmón y corazón:
Por la espada de Jehová y de Gedeón!
Y además, en todo esto la fuerza poderosísima del Santo Espíritu de Dios, que había descendido sobre Gedeón, y a través de él a sus trescientos valientes.
En esa posición estuvieron firmes, cada uno en su puesto, en derredor del campamento.
Cuando en el servicio militar, a las 5 de la mañana se oía el toque de diana, reforzado por el silbato del sargento de turno, y el grito “ARRIBA TODO EL MUNDO” era suficiente para hacerlo estremecerse a uno, por un despertar tan brusco del profundo sueño en que se encontraba.
Cuánto más lo que acabamos de describir lo habrá afectado a ese ejército tan numeroso, que también estaba sumido en un profundo sueño!
Se nos dice que sólo atinaron a correr, dando gritos de pavor y huyendo totalmente confusos; además, leemos que Jehová puso la espada de cada uno contra su compañero en todo el campamento, lo que provocó una debacle total.
De ese gran ejército, sólo un porcentaje muy pequeño logró escapar, bajo las órdenes de dos reyes de Madián, de nombre Zeba y Zalmuna. Los demás, en número de unos 120,000, habían muerto a espada, la mayoría en esa noche memorable que acabamos de describir.
Sin embargo, cual guerrero tenaz y persistente, Gedeón no se dio por plenamente satisfecho.
Pero aquí interrumpimos para continuar bajo el título siguiente: EL TITAN FORMIDABLE QUE LLENA DE PAVOR Y PÁNICO A LOS MADIANITAS.
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