Del Antiguo al Nuevo
Capítulo 6 – Segunda parte

Continuamos después de Eliseo, com el cual terminamos la primer parte, com:
¿Mayor que José, el amado, undécimo hijo de Jacob?
Después de haber sido vendido como esclavo por sus hermanos por veinte piezas de plata, fue posteriormente encarcelado por la infame calumnia de la esposa de Potifar. Pero el Señor estaba com él y le extendió Su misericordia, de modo que halló gracia em los ojos del jefe de la cárcel.
Llegado el tiempo de Dios, fue puesto em libertad, y prácticamente de la noche a la mañana, pasó a ser el personaje más importante de toda la entonces gran nación de Egipto.
Sin él ninguno podía alzar su mano ni su pie em toda la tierra, y fue él quien hizo almacenar todo el grano de los siete años de las vacas gordas, para así poder alimentar a toda la gente de esa época, abriendo los graneros en el tiempo del hambre que sobrevino.
Su historia abarca desde el capítulo 37 hasta el final del Génesis, exceptuando el paréntesis del capítulo 38.
El relato es uno de los más emotivos de toda la Biblia, y lo presenta como un precioso símbolo de Cristo, alcanzando su figura la dimensión de uno de los más grandes varones de la historia de Israel.
Ante tanta grandeza, cuán pequeño parece Juan Bautista!

¿Mayor que Noé?
Emprendió bajo mandato divino la formidable labor de construir el arca, que le llevó todo un siglo. En ella, él y sus esposa, sus tres hijos y sus esposas, junto con los animales y las aves de cada especie, navegaron sobre las aguas del diluvio en lo que habrá sido una experiencia maravillosa e inolvidable, viendo como el resto del género humano y del reino animal, excepto los peces, perecían ahogados por el juicio de Dios.
Desde épocas pretéritas, en todas las tribus y naciones, ha circulado el saber de un gran diluvio acaecido hace muchos años atrás. Noé fue el protagonista principal de tan tremendo y estupendo evento, y que por promesa de Dios, corroborada por el arco iris, no volverá a repetirse jamás.
De nuevo tenemos que decir, ante algo tan fenomenal, qué pequeño parece Juan Bautista!

¿Mayor que Samuel?
Nacido de la maravillosa oración de una madre atribulada, fue levantado por el Señor como el gran restaurador de su época. Todo Israel, de Norte a Sur, reconocía sin la menor duda que era fiel profeta de Dios, Quien estaba con él y no dejaba caer en tierra ninguna de sus palabras. (1a. Samuel 3:19-20)
Ningún otro en la historia del pueblo de Dios se desempeñó en el triple rol de juez que gobernaba, sacerdote que ofrecía el sacrificio y profeta que traía la palabra de Dios al pueblo.
Otro ilustre prócer de otrora, ante el cual la figura de Juan Bautista aparece tan pequeña y opaca.

¿Mayor que Caleb?
De la misma estirpe que Josué, lejos de temer y amilanarse como los otros diez espías y testigos infieles ante las ciudades fortificadas y los gigantes que habían visto, él estaba dispuesto a salir contra ellos en seguida, absolutamente confiado en el Señor.
“…no temáis al pueblo de esta tierra porque nosotros los comeremos como pan; su amparo se ha apartado de ellos y con nosotros está Jehová, no los temáis.” (Números 14:9)
Postergado por poco menos que 40 años, hasta que el resto de esa generación infiel que salió de Egipto quedó extinta, el Señor, por así decirlo, detuvo el reloj de su vida.
Así podía decir, a los 85 años de edad, que estaba tan lozano y vigoroso que se sentía plenamente capaz, con la fortaleza del Señor, de desalojar a los gigantes de la tierra que habitaban en la parte que a él le tocaba, la ciudad de Hebrón y sus alrededores.
De hecho, pudo lograr esto plenamente, y el campo y las aldeas de esta importante ciudad que conquistó fueron para él y los suyos, mientras que la ciudad en sí fue un centro de acogida y lugar de refugio, como así también de morada para sacerdotes hijos de Aarón que ejercían el sagrado oficio delante del Señor.

Sin preocuparnos por el orden cronológico, ni por la mayor o menor grandeza relativa de cada uno de ellos, hemos tomado a doce insignes varones del Antiguo Testamento, a medida que se iban presentando en nuestra mente y recuerdo.
Las distintas virtudes y grandezas de cada uno de ellos son innegables, pero la ya citada afirmación del Señor Jesús de que “…entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista,” nos obliga a indagar en qué radicaba la grandeza que determinó que ninguno fuera mayor que él.
La postura de que, al decir Jesús que no se ha levantado uno mayor que él, daría lugar a sostener que sí se han levantado otros iguales, no nos parece que pueda tener consistencia ni asidero firme.
Evidentemente, el tenor de la afirmación de Jesús lo coloca por encima de todos los demás nacidos de mujer – de eso que no nos quepa la menor duda.
¿En qué, pues, y por qué fue mayor que todos los demás?
Enumeramos, con algún comentario aquí y allá, algunas de las razones.
“Pero ¿qué salisteis a ver? ¿A un profeta? Sí, os digo, y más que profeta.” (Mateo 11:9)
Todos los demás profetizaron de una forma u otra del Mesías prometido. Mas a Juan Bautista, por expreso designio divino, se le otorgó el privilegio mucho mayor de ser Su precursor, es decir, el mensajero enviado inmediatamente antes de él, que le iba allanando el camino, a la par que lo proclamaba a Su llegada diciendo: “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.” (Juan 1:29)
Creemos que ésta es en verdad la razón principal y más importante, avalada también por estas otras palabras de Jesús dirigidas más tarde a Sus discípulos:
“…muchos profetas y justos desearon ver lo que veis, y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.” (Mateo 13:17)
A esa primera razón tenemos que agregar varias virtudes muy distinguidas, que lo señalaban como el hombre ideal para su cometido tan elevado y glorioso.
En un principio de su ministerio alcanzó unos días de gran popularidad, al venir a él las multitudes de toda Judea y toda la provincia de los alrededores del Jordán. (Mateo 3:5)
Sabemos que la fama y la popularidad muy bien pueden engolosinar a quienes disfrutan de ellas, y no resulta nada fácil, sin la gracia de Dios, ver de buen grado que otro venga a desplazarlo a uno y llevarse las multitudes, mientras que uno va perdiendo todo el brillo y termina por quedarse con sólo unos pocos.
Esto le sucedió a él, y sin embargo, al escuchar todos a Jesús con las palabras de amor del esposo y dejar de escucharlo a él, dijo con toda nobleza que: “…el amigo del esposo, que está a su lado y lo oye, se goza grandemente de la voz del esposo; así, pues, este mi gozo cumplido.” (Juan 3:29)
En pocas palabras, humildad auténticamente genuina, abnegación y nobleza a carta cabal.
Y no debemos olvidar sus palabras: “Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe” (Juan 3:30) que a todo siervo o sierva, y aun a todo hijo de Dios, nos fija una normativa ineludible y fundamental.
A estas virtudes hay que agregar su valentía al denunciar al rey Herodes su pecado, como ya hemos visto, sabiendo muy bien que le costaría ser encarcelado.
Y en ese lugar, al cual llegó por su valentía y fidelidad a su Dios santo y justo, la antorcha de su vida fue languideciendo, hasta extinguirse en la oscuridad y tras las rejas de su prisión.
Afuera, mientras tanto, y en las calles y en las plazas de Jerusalén, en Galilea, Samaria, y Judea, la luz del Sol de justicia, predicha y anunciada por esa antorcha fiel y ardiente, empezaba a brillar con el resplandor del nuevo día de la gracia que iba amaneciendo.
Para entonces, la antorcha de su vida ya había cumplido su misión de arder y alumbrar en la noche muy oscura en que fue encendida. Ahora yacía apagada en el frío suelo de la cárcel, mientras que, premiada y engalanada con la corona del mártir, su alma noble y fiel era recibida por su Dios en las moradas eternas.
Espero que esto que acabo de consignar, conmueva profundamente a quien lo lea u oiga, así como me conmueve a mí.
La apreciación de Juan Bautista por parte del Maestro, que lo coloca por encima de toda esa galería de grandes siervos del pasado, nos da bastante que pensar.
Vemos en la misma que muchas cosas que nos llaman la atención, ya sea por su carácter milagroso, sus efectos visibles, sus resultados prácticos o numéricos, o bien por su resonancia pública, no cuentan necesariamente en la perspectiva divina como lo de más peso o importancia.
En cambio, comprobamos que las virtudes del carácter, tales como el verdadero altruismo, la genuina humildad, de la mano de la abnegación y la valentía para luchar irrenunciablemente por la verdad y la justicia, constituyen los pilares principales en la evaluación de nuestras vidas por parte de Dios, el Juez Supremo.
Que el Señor nos ayude a todos e ilumine para ver y discernir desde esta perspectiva celestial, y no según la terrenal, que a menudo puede estar tan reñida con ella.
Nos tememos que, en algunas situaciones y lugares del cristianismo de hoy día, las palabras de Lucas 16:15:- “…lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación” tienen clara y puntual aplicación.
Al traernos en Su doctrina la perspectiva divina, Jesús presentó conceptos e hizo afirmaciones que, a menudo, poco o nada tenían que ver con lo que la gente daba por sentado como correcto, o comprendía que era lo que cabía y correspondía.
De sus afirmaciones podemos decir que muchas eran inesperadas e imprevistas; algunas traían verdades nuevas que nunca antes se habían enunciado, por lo menos de la manera en que Él lo hacía; otras resultaban sorprendentes y muy inquietantes, y otras eran sencillamente asombrosas.
Dentro de la categoría de estas últimas se encuentra la que debemos desgranar y comentar a continuación, por estar inmediatamente a continuación de lo que acabamos de tratar.
Pero para hacerlo pasamos al capítulo siguiente.

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