Radicales y drásticos,
no blandos y transigentes
Primera parte

Pasamos ahora a ocuparnos de los capítulos 27 y parte del 28 de Isaías. No los comentaremos de forma expositiva, abarcando todo el texto, versículo por versículo. Además de resultar muy extenso, tiene muchas partes relativas al Israel de ese entones, que en realidad no son aplicables de manera práctica a la vida espiritual del presente, que eso es lo que nos interesa.
En cambio, iremos tomando una a una varias citas que nos brindan abundante material en este último sentido. Las mismas se encuentran entrelazadas con sentencias reprobatorias y de condenación para con el pueblo infiel, a la par que con preciosas promesas de aliento y consuelo para con el remanente fiel.
“Abrid las puertas, y entrará la gente justa, guardadora de verdades,”
“Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera, porque en ti se ha confiado.”(26:2-3)
Al abrir los siervos de Dios las puertas de la gracia, del amor, de la luz y la esperanza de la vida eterna, quienes buscan el bien, la justicia y la verdad, encontrarán lo que buscaban y anhelaban, y habrán de atravesar los umbrales y no quedarse afuera, a la intemperie, en el frío y la oscuridad.
Esos que buscan el bien y la verdad, inicialmente no siempre serán en sí justos ni guardadores de verdades.
Serán la necesidad y el vacío de sus vidas, que les harán sentir que hay algo mejor, justo y verdadero. Lo habrán de buscar a veces hasta inconscientemente, pero lo habrán de reconocer y aceptar plenamente cuando se les presente y proclame.
Esas puertas, en la hora actual del régimen de la gracia se abren de una sola forma: por medio de la proclamación clara, límpida y ungida, de todo el vasto y bendito evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo.
Esa proclamación, claro esta, puede ser de forma pública, individual y personal, oral o por escrito, y de las más diversas maneras.
No faltarán los que la desconsideren y rechacen, pero de seguro habrá esos corazones necesitados, ávidos de todo lo que nos ofrece ese bendito evangelio, que lo recibirán de muy buen grado.
Esta exhortación va seguida de la inestimable promesa de ser guardados en perfecta paz. La misma va dirigida a quienes en sus pensamientos se centran y perseveran en el Señor; lo hacen porque confían en Él, y obtienen como bendita recompensa, esa paz que sobrepasa todo entendimiento.
En medio del ajetreo diario y las muchas vicisitudes de la vida cotidiana, es fácil dejar que la mente se ocupe febrilmente de los problemas no resueltos y de las dificultades que se presentan. Sobre todo de noche, al acostarse, si uno continúa de esa forma, muy probablemente quede con inquietudes y hasta ansiedades, que hasta le harán perder el sueño.
Es entonces que hay que ejercitar firmemente la voluntad, para deponer todas esas preocupaciones y enfocar la mente de forma resuelta en el Señor y en Sus sendas de vida y de paz.
No siempre es fácil hacerlo, ya que los problemas y las luchas nos asedian y agobian. No obstante, si se persevera en dejarlo todo a un lado y en aferrarse a lo celestial, se llegará a un punto de paz interior, que incluso ayudará a conciliar el sueño.
El autor en muchas ocasiones se ha valido para ese fin de las palabras de Juan 14:20:-
“En aquel día conoceréis que yo estoy en el Padre, vosotros en mí y yo en vosotros.”
Lo ha hecho, y lo hace aún, no como una mera repetición del texto, sino desmenuzando, por así decirlo, algo del riquísimo contenido de cada una de las tres partes del versículo, “metiéndose” dentro de cada una del mismo.
Resulta notable la diferencia que encuentra entre esto, y dejar que la mente corra y cabalgue a rienda suelta, ocupándose de lo terrenal. Es por eso que cuadra aquí la exhortación de Colosenses 3:1 y 2:-
“Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios.”
“Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra.”
A veces parecería que todo el ambiente terrenal que nos rodea, pugnase por ganar la batalla, invadiendo y conquistando nuestra mente. Es por ello que debemos habituarnos a cultivar con firmeza y perseverancia los sabios consejos de la palabra de Dios, y no servir con la mente a lo terrenal, sino a lo celestial.
“No os conforméis a este siglo, sino transformaos por la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cual sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.” (Romanos 12:2)
Esta renovación de nuestra mente y entendimiento, nos emancipa de la vida y la forma de ser de este siglo malo, transportándonos a la bendita esfera de la voluntad divina, que constituye el más alto bien para nuestra vida.
A renglón seguido de esta promesa en que hemos estado, tenemos otra exhortación.
“Confiad en Jehová perpetuamente, porque en Jehová el Señor está la fortaleza de los siglos.” (Isaías 26:4)
En el original hebreo el término preciso es “La Roca de los siglos.”
Al volcar estas líneas en el manuscrito nos encontrábamos en Calpe, Alicante, lugar bien conocido, entre otras cosas, por el famoso Peñón de Ifach, que constituye un atractivo especial para muchos que visitan la localidad.
Nos agrada contemplarlo y pensamos a veces que es, en cierto modo, semejante al Peñón de Gibraltar, aunque en miniatura. Al mismo tiempo pensamos que este último es como una diminuta miniatura del gran Creador de todo el universo. Aun cuando oculto a los ojos naturales, todo cuanto ha creado, ya sea en el globo terráqueo en el que vivimos, como en las estrellas, constelaciones, galaxias, y demás universos situados en las vastas profundidades del espacio – todo esto decimos – nos habla con la mayor elocuencia de Su eterna deidad y formidable omnipotencia.
¿En quién otro podemos confiar con buen fundamento que nos ayude a capear los temporales, a vencer en la lid y nos lleve a la dicha eterna del más allá?
Por cierto que en ningún otro. De modo que con ánimo resuelto y firme voluntad, nos hacemos eco de esta exhortación, y confiamos en Él en todo y para todo.

Como en tantas otras páginas de las Sagradas Escrituras, en este capítulo 26 de Isaías, se salta de un tema a otro de una forma que desatiende y desconsidera totalmente los principios normales de ilación y continuidad. Sólo podemos decir, con gustosa sumisión, “Sí, Padre Eterno, porque así te agradó darnos la preciosa Biblia.”
En los versículos siete al once pasamos de pronto a un contraste entre el justo y temeroso de Dios y el malvado.
“El camino del justo es rectitud; tú que eres recto, pesas el camino del justo.”
Es el camino de optar por el bien y la honradez, en el cual uno se priva deliberadamente de los beneficios (falsos por cierto) que podría derivar de lo que la mayoría hace, ya sea con fines de lucro indebido o mal habido, o del placer y la lujuria.
Qué dulce y grato aliciente saber que el Juez Supremo lo pesa y lo valora debidamente con Su sello aprobatorio!

Los dos versículos siguientes – el 8 y el 9 – profundizan sobre la intimidad del justo y sus más caros anhelos.
“También en el camino de tus justos juicios, oh Jehová, te hemos esperado; tu nombre y tu memoria son el deseo de nuestra alma.”Con mi alma te he deseado en la noche, y en tanto me dure el espíritu dentro de mí, madrugaré a buscarte, porque luego que hay juicios tuyos en la tierra, los moradores del mundo aprenden justicia.”
Qué profundidad y cuánta riqueza hay en estos dos versículos!
Se trata de una vida que sólo espera en Dios, y en el camino de Sus justos juicios. Su nombre y la feliz memoria de Su maravillosa persona, y de sus hechos benditos, colman la aspiración más honda, y se los anhela más que toda otra cosa.
Pero aun va más allá; por encima de Sus justos juicios y la memoria de Su grandeza, está ÉL MISMO, a Quien se desea en las vigilias de la noche cuando la mayoría duerme como lirones. Allí el alma, altamente agraciada, lo sigue deseando con clamores y los más caros anhelos, y mientras le dure el aliento no conocerá otro rumbo en la vida, sino el de madrugar y buscarlo a Él, la Fuente Eterna de toda luz y bien.
Qué dicha grande poder ser de esta estirpe tan singular y bienaventurada!
Que estas reflexiones nos sirvan para agudizar nuestra percepción de lo espiritual y celestial, que es tan precioso y sublime, y está tan por encima de lo banal y terrenal de este mundo.
Interrumpimos aquí para continuar en la segunda parte.

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