Juan Marcos y Demas
Un contraste a tenerse muy en cuenta (REV)
Por primera vez en lo que va de nuestros escritos nos encontramos de este
lado de Pentecostés. Con la venida del Espíritu Santo se inaugura una
nueva dispensación, la cual nos otorga mayores beneficios, bajo un régimen
muy distinto y muy superior al que regía al pueblo de Israel en el Antiguo
Testamento.
Entre estos mejores beneficios tenemos el de la sangre rociada del Nuevo
Testamento, que habla mejor que la de Abel; la morada del Espíritu Santo
en forma permanente en los corazones de los que verdaderamente han
renacido, y el ser hechos participantes de la naturaleza divina.
Tomando una postura que creemos extrema y equivocada, algunos
sostienen que quienes disfrutan de estos beneficios superiores no han de
caer nunca en un declive espiritual que los aleje del Señor, y por lo tanto
conceptúan que el ministerio de restauración no tiene vigencia práctica en
el presente.
Si bien es cierto que con semejantes medios de gracia a nuestra
disposición, tenemos todas las de ganar para no apartarnos nunca, la gran
falibilidad del ser humano y la propensión a errar y desviarse siempre
están presentes. Además, tenemos casos concretos de iglesias del Nuevo
Testamento que empezaron muy bien, pero después tuvieron una evidente
decadencia.
Asimismo, la historia posterior nos da muchísimos casos – tanto en el
orden individual como colectivo – de alejamientos del Señor después de
etapas iniciales de plena bendición.
Todo esto no hace sino confirmarnos totalmente en la convicción de que el
ministerio de restauración es algo que sigue en pie hasta el día de hoy, y
que habrá de continuar hasta el final de esta época de la gracia en que nos
encontramos.
Hemos tomado como título y tema de este presente escrito los nombres
de dos personajes, y su trayectoria dentro de la muy escueta información
que se nos brinda en las Escrituras, sobre todo en cuanto al segundo.
El primero es Juan Marcos, al cual, después de una declinación que
encontramos implícita en el relato del libro de Los Hechos, años más tarde
lo encontramos plenamente recuperado y aprobado.
El otro – Demas – lo hemos tomado para emplear la vía del contraste,
tratándose de uno que se alejó del camino, sin que encontremos ningún
indicio fehaciente de que haya retornado al mismo, aunque por otra parte
esto último tampoco lo podemos descartar por completo.
Marcos era en realidad el sobrenombre (Los Hechos 12: 12 y 25) y en el
mismo libro también se lo llama Juan (13: 5 y 13) mientras que en otras
citas también se lo llama Marcos (Los Hechos 15: 39, Colosenses 4: 10 y 2a.
Timoteo 4: 11) tratándose en todos los casos de la misma persona.
Era sobrino de Bernabé, según consta en Colosenses 4: 10 y su madre, que
era una de las muchas Marías del Nuevo Testamento, recibía a los
cristianos en su hogar en Jerusalén. El hecho de que se consigna que al
estar Pedro preso muchos estaban allí orando, da pie a pensar que sería un
hogar amplio y espacioso y un centro de comunión y testimonio. Todo esto
en los principios de la iglesia primitiva y en una época de intensa
persecución, debe haber incidido mucho en su formación.
El hecho de que Pedro, al salir de la cárcel haya ido directamente a ese
lugar, nos permite suponer con buen fundamento que el apóstol ya tenía
una relación más o menos cercana con Juan Marcos en ese entonces. La
referencia que hace a él como hijo en 1a. Pedro 5:13 no debe tomarse en
sentido literal como su hijo carnal, sino como hijo en la fe.
Esta relación quedó interrumpida – geográficamente se entiende – al
marchar Marcos con Bernabé y Saulo a Antioquía, y por el tiempo en que
los acompañó en el primer viaje misionero, y posteriormente, cuando
estuvo con Bernabé en Chipre al separarse este último de Pablo.
La relación se reanudó más tarde, y en el tiempo en que Pedro escribió su
primera epístola, por el versículo citado anteriormente sabemos que los dos
estaban juntos otra vez.
Juan Marcos es reconocido casi sin excepción como el autor del segundo
evangelio que lleva su nombre. Se supone, y creemos con buen fundamento,
que la totalidad o la mayor parte de la información que tomó para
escribirlo la recibió directamente de Pedro.
Después de estar en Jerusalén, como hemos dicho, en esos años del fulgor
inicial y también de la persecución que sufrió la iglesia primitiva, Juan
Marcos acompañó a Bernabé y a Saulo – como entonces todavía se lo
llamaba a Pablo – al regresar ellos a Antioquía. Anteriormente el viaje a
Jerusalén lo habían hecho estos dos últimos para llevar a los santos de
Judea la ayuda material de parte de la iglesia en Antioquía, con motivo de
la profecía de Agabo prediciendo grande hambre. (Los Hechos 11: 28-30)
Posiblemente haya sido Bernabé, como tío de Juan Marcos, quien
propuso que los acompañase, teniendo en cuenta que era un joven que
prometía mucho y que el viaje le podría reportar buena experiencia
práctica.
Así estuvo Juan Marcos en Antioquía en una época de gran bendición en
una iglesia muy bien dotada de ministerios de mucho calibre. Esto sin duda
le debe haber resultado sumamente provechoso, y como cristiano joven que
tuvo la oportunidad de congregarse en esas dos iglesias madres y modelos
del libro de Los Hechos – Jerusalén y Antioquía de Siria – debemos
considerarlo muy privilegiado por cierto.
Estando los profetas y maestros de la iglesia de Antioquía ministrando al
Señor y ayunando, el Espíritu Santo les dirigió a que apartasen a Bernabé
y Saulo – que muy pronto pasó a ser llamado Pablo – para la obra a la cual
los había llamado. Debemos notar que en esa directiva no estaba incluido
Juan Marcos, sino solamente los dos nombrados. (13:1-2)
Tres versículos más abajo – 13: 5b – tenemos la información de que tenían
a Juan Marcos como ayudante. Opinamos que muy probablemente haya
sido por iniciativa de Bernabé, pensando que les resultaría útil en ese rol de
ayudante, y al mismo tiempo le brindaría a él una buena oportunidad para
empezar a foguearse en el ministerio.
Lo cierto es que después de viajar con ellos hasta Perge, sobre la costa
meridional de lo que hoy es Turquía, Juan Marcos los dejó y se fue a
Jerusalén.
El relato de Lucas, que como sabemos es el autor de Los Hechos, en este
punto es muy lacónico, no dando ningún indicio expreso de la razón por la
cual se marchó.
Sin embargo, creemos muy razonable deducir que los rigores que ya
habían afrontado, hayan incidido para que Juan Marcos considerase muy
dura y difícil la empresa, y haya optado por marcharse.
También resulta significativo y como algo que aporta sobre el particular,
que haya ido a Jerusalén y no a Antioquía, que era el punto de origen y se
encontraba más cerca. De haber vuelto ahí, de donde había salido con
Bernabé y Pablo, tendría que enfrentar las incómodas preguntas de cómo
les había ido, y sobre todo, por qué había regresado solo.
Asimismo está el hecho de que al planearse la iniciación del segundo viaje
y querer Bernabé que Juan Marcos los volviese a acompañar, Pablo se
opusiese abiertamente.
“…pero a Pablo no le parecía bien llevar consigo al que se había apartado
de ellos desde Panfilia, y no había ido con ellos a la obra.” (15:38)
Esto demuestra que Pablo veía con evidente desaprobación que Juan
Marcos los dejase, entendiendo que al no querer acompañarlos el resto del
primer viaje, había dado claras muestras de no estar capacitado para un
segundo viaje misionero de esa envergadura. De haberlo estado, Pablo
conceptuaba – creemos que acertadamente – que habría tenido suficiente
temple como para enfrentar los rigores y las dificultades.
Aquí debemos detenernos un poco para hablar sobre el daño y perjuicio
que casi siempre resulta, cuando se promociona y coloca en un lugar de
responsabilidad a un joven en el cual se puede ver muy buena promesa
para el futuro, pero que todavía está en una etapa más bien temprana en su
formación.
Claro está que se debe estimular y potenciar a jóvenes que tengan buenas
aptitudes, pues relegarlos o cerrarles el paso podría frustrar y aun
malograrlos, y además no sería correcto desde ningún punto de vista.
Sin embargo, hay una línea divisoria muy fina entre esto y darles en
forma prematura un lugar o cargo de alta responsabilidad, o ubicarlos en
primera línea de combate, como sucedió con Juan Marcos. Al hacer esto, se
corre el riesgo de que se envanezcan, o bien resulte que no tengan la
suficiente solidez y entereza para sobrellevar sobre sus hombros jóvenes, el
peso y las presiones que siempre van de la mano con la responsabilidad del
ministerio.
En cuanto a lo primero, se ha de recordar lo que Pablo escribe en 1a.
Timoteo 3: 6: “…no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la
condenación del diablo.”
Aunque referida expresamente a los obispos y ancianos, esta advertencia
se hace claramente extensiva a todo cargo de responsabilidad, sobre todo si
el mismo es de índole pública.
Con respecto a lo segundo – la suficiente solidez y entereza – no hay regla
fija, sino que habrá que observar y discernir para cerciorarse que las dos
virtudes estén claramente presentes. En el caso de Juan Marcos, nos
inclinamos a pensar que el vínculo de sangre que tenía con él Bernabé, lo
predisponía a éste a favorecerlo, impidiéndole ver con claridad las
debilidades que todavía había en él. Por el contrario, Pablo las veía y con
mucha claridad.
También debemos comentar a esta altura el desacuerdo que hubo entre
Pablo y Bernabé y la separación en que desembocó.
¿Tenía razón Pablo, o la tenía Bernabé?
Hay quienes sostienen lo primero, y en cambio, los que opinan lo segundo.
A favor de la postura de Bernabé se afirma que, a pesar de haber dado
Juan Marcos señales de debilidad e inmadurez, correspondía ser
bondadoso y comprensivo, dándole una nueva oportunidad. También se
podría agregar a esto, que al aceptarlo para el segundo viaje, se le habría
evitado el daño y el dolor que evidentemente le debe haber producido el
rechazo de Pablo.
Asimismo hemos oído cuestionar la actitud tan radical de Pablo,
aduciéndose que debería haber sido más flexible y tolerante para con
Bernabé y su sobrino, sobre todo teniendo en cuenta la bondad del primero
para con él en dos oportunidades anteriores muy importantes.
La primera de éstas fue en Jerusalén, cuando los discípulos le temían y
recelaban de él, no creyendo en la autenticidad de su conversión. Bernabé
lo tomó y lo trajo a los apóstoles, haciendo así de puente de unión. (Los
Hechos 9: 26-28)
La segunda es la que se consigna en Los hechos 11:25 y es muy digna de
comentarse, pues nos revela la nobleza de Bernabé. Efectivamente, después
de estar en Antioquía y presenciar la gran obra nueva que la gracia de Dios
estaba levantando ahí, fiel a la descripción de él de varón bueno que Lucas
hace de él en el versículo anterior, decide emprender el largo viaje a Tarso
para buscar a Pablo – todavía llamado Saulo en ese entonces – y traerlo a
Antioquía. Ciertamente en esto vemos una muestra de amor fraternal que
no sabe de egoísmos, buscando darle cabida en aquello tan hermoso que
estaba aconteciendo, y considerando sabiamente que Saulo podía tener allí
una aportación muy valiosa.
A favor de la posición de Pablo debemos repetir lo ya puntualizado en el
sentido de que un viaje misionero de esa envergadura requería un temple y
una firmeza que evidentemente él no veía en Juan Marcos. En la parte del
prime viaje en que los acompañó, Lucas no nos da en su relato ningún
indicio de persecución abierta, ni nada que se asemejase a la padecida por
Pablo y Bernabé a posteriori, tanto en Antioquía de Pisidia, como en Iconio
y Listra.
Sobre esta última, corresponde citar la alusión que se le hace en la carta
dirigida a las iglesias de los gentiles por los apóstoles y los ancianos de la
iglesia de Jerusalén en Los Hechos 15:25-26:
“…nuestros amados Bernabé y Pablo, hombres que han expuesto su vida por
el nombre de nuestro Señor Jesucristo.”
Seguramente que pesaba en el ánimo de Pablo el pensar que en el segundo
viaje también habría fuerte persecución, como de hecho la hubo. Aunque
comprendemos que puede haber quienes no compartan nuestro punto de
vista u opinión, entendemos que Juan Marcos no estaba capacitado para
enfrentar situaciones semejantes y que la actitud de Pablo en negarse a
viajar con ellos no sólo era la correcta, sino que la misma también le evitó a
Juan Marcos atravesar por persecuciones como las de Filipos, Tesalónica y
Berea. Al no estar debidamente preparado para ello, estimamos que
seguramente le habrían hecho un daño incalculable, por cierto mucho
mayor que el que le puede haber causado el haber sido rechazado por
Pablo para hace el viaje.
La separación de estos dos grandes apóstoles, Pablo y Bernabé, sin duda
nos da una nota muy triste en la narración de Los Hechos. Marca en sí una
grieta importante en cuanto a hombres de primera línea dentro de la
iglesia primitiva, y constituye la primera ruptura y separación de su
historia.
Incuestionablemente habían sido unidos por el Señor para la obra a la
cual Él los había llamado, y de los dos se nos dice expresamente que habían
sido llenos del Espíritu Santo (9:17b, 11:24 y 13:9)
Sin duda, trabajar juntos, muy de cerca como lo habían hecho, no resulta
fácil, dado que inevitablemente surgen diferencias de opinión y de carácter
no fáciles de superar.
El texto de la versión Casiodoro Reina, revisión 1960 – “hubo tal
desacuerdo entre ellos”(15:39) en otras versiones muy fiables se traduce
dando el sentido de una contención o desavenencia muy aguda o afilada.
Sea como fuere, la consecuencia directa fue la separación dolorosa de
estos dos bizarros camaradas de las jornadas épicas del primer viaje, en las
cuales ellos se habían jugado la vida por amor al Señor. No podemos
aceptar ni por un momento que esta bifurcación haya sido la voluntad
primaria de Dios para ellos. Sin embargo, las Escrituras la consignan con
toda transparencia, así como los fallos y desviaciones de otros grandes
siervos aparecen con toda claridad en otras partes de la Biblia, sobre todo
en el Antiguo Testamento.
La consecuencia de esta separación fue que Bernabé, sin contar para nada
con la iglesia de Antioquía, de la cual había sido enviado por un claro
mandato del Espíritu Santo, se marchó a Chipre con su sobrino carnal. Y
no se oye mucho sobre él de aquí en adelante, si bien hay indicios de que
siguieron guardándose el respeto mutuo de siervos del mismo Señor. (Ver
1a. Corintios 9:6, escrito con posterioridad a la separación.)
En cuanto a Pablo, vemos que la providencia divina, previendo en Su
omnisciencia lo que iba a suceder, preparó en Silas un compañero apto
para acompañarlo en el segundo viaje. Para el mismo se encargó de salir
encomendado al Señor por la iglesia, lo cual, a todas luces fue, y es siempre,
el procedimiento correcto.
No obstante todo esto, creemos que habría sido posible lograr una
solución satisfactoria. Al darse cuenta de que la diferencia era muy
profunda, y que la forma en que la estaban enfocando no encajaba dentro
del marco de la unidad del Espíritu y de la debida mansedumbre,
opinamos que deberían haber hecho un alto en el camino. Así podrían
haber postergado la decisión con el compromiso de buscar quedamente y
por separado la voluntad del Señor sobre la situación, incluso con ayuno.
De esta manera, habría resultado viable continuar juntos una vez llegado
a un acuerdo, al recibir la respuesta de lo alto. Pero evidentemente tenían
criterios diametralmente opuestos, y ni el uno ni el otro estaba dispuesto a
ceder, y así se separaron, y por lo que sabemos, nunca volvieron a trabajar
juntos.
Si el punto en cuestión sobre Juan Marcos era lo único en que
discrepaban, o si era algo que se sumaba a otras diferencias que habían
surgido con el correr del tiempo, es algo que sólo podemos ubicar en el
terreno de las conjeturas.
Eso sí, debemos señalar de forma objetiva y sin comentarios la forma en
que cada uno emprendió el nuevo viaje.
Bernabé marchó a Chipre, su tierra natal, en compañía de su joven
sobrino Marcos, y como ya puntualizamos, sin contar en absoluto con la
iglesia en la cual el Espíritu Santo había señalado que él y Saulo – como
entonces se lo llamaba a Pablo – debían se apartados para la obra a la cual
Él los había llamado.
Pablo por su parte, como ya dijimos, escogió como compañero a Silas,
considerado junto con Judas Barsabás como varón importante y principal
entre los hermanos de la iglesia de Jerusalén (Los Hechos 15:22b) Además,
como ya hemos dicho, y como algo muy importante, salió encomendado a
la gracia del Señor por la iglesia de Antioquía, lo cual supone, como ya
hemos puntualizado, un principio a todas luces saludable y normativo.
De aquí en adelante Lucas sigue en su relato la trayectoria de Pablo y sus
acompañantes, y nada se nos cuenta de cómo le fue a Bernabé en Chipre,
como también acotamos anteriormente.
Las únicas Escrituras que aportan posteriormente en cuanto al tema en
que estamos, son cuatro citas en las cuales se menciona a Marcos y que
analizaremos más adelante. Se encuentran en Colosenses 4:10, 2a. Timoteo
4:11, Filemón 24 y 1a. Pedro 5:13.
Todas ellas corresponden a fechas que debemos ubicar a unos diez o más
años después de la separación de Pablo y Bernabé.
Sobre lo que sucedió con Marcos durante ese largo tiempo no tenemos
ninguna información concreta. Por lo tanto, lo que va en los párrafos
siguientes se basa en deducciones nuestras. Aunque las consideramos
lógicas y razonables, no por eso dejamos de apreciar que algunos podrían
no estar de acuerdo. No obstante, las presentamos bajo ese calificativo de
conclusiones personales, no pudiendo confirmar o corroborarlas con un
asidero bíblico expreso.
Al marchar acompañado solamente por Juan Marcos, Bernabé lo hizo en
inferioridad de condiciones en comparación con Pablo, que llevaba a su
lado a un hombre de la talla de Silas, además de Lucas que además iba con
ellos, y Timoteo que se agregó a ellos más tarde.
Creemos que aparte de la tarea de seguir propagando el evangelio, a
Bernabé se le debe haber presentado otra también importante, aunque de
carácter muy distinto: la de lograr la restauración y maduración de Juan
Marcos.
El segundo concepto – el de la maduración – creemos que está implícito
en su juventud y en la falta de los quilates necesarios, según la apreciación
de Pablo que por nuestra parte conceptuamos totalmente correcta. Había
que aconsejarlo, alimentarlo y madurarlo, lo que llevaría mucho tiempo.
El otro aspecto – el de la restauración – lo entresacanos en base a
deducciones y conclusiones personales nuestras, según ya dijimos.
Al marchar con Bernabé y sin Pablo, dos cosas tienen que haberlo
afectado inevitablemente a Marcos.
La una, el sentirse de alguna manera culpable de la separación de esos dos
siervos, que habían sido anteriormente camaradas entrañables en el
ministerio, tanto en la labor local en la ejemplar iglesia de Antioquía, como
en las memorables jornadas del primer viaje misionero.
La otra, más grave y delicada todavía, la de saberse desaprobado por un
hombre de la autoridad y el calibre del apóstol Pablo.
No nos parece nada desubicado, o fuera de lugar, estimar que estos dos
factores tiene que haber socavado seriamente su moral y su espíritu. Y esto
daría lugar a un decaimiento espiritual, no de quien se aleja del Señor, cae
en el pecado o se va al mundo, sino otra muy distinta pero igualmente
dolorosa y muy perjudicial.
Se trata del que ha perdido su confianza en su valía propia y capacidad, y
tal vez la validez de su llamamiento, a lo que habría que agregar, en este
caso por lo menos, una cierta culpabilidad por lo ya explicado en el primer
punto.
En situaciones como ésta, por lo general la terapia es necesariamente
lenta – necesita tiempo y también la tutela de un siervo experimentado que
reúna las cualidades de sabiduría, paciencia, tierna comprensión y amor,
equilibradas con la debida firmeza, perseverancia y aun persistencia
cuando corresponda.
Todo esto en relación con el caso de uno ubicado tempranamente en el
ministerio y con mucho entusiasmo y optimismo, que se encuentra a
posteriori con contratiempos y desengaños que lo debilitan y desmoralizan.
Si bien algunos podrán pensar tal vez que poco o nada de esto le aconteció
a Marcos, resulta incuestionable por otra parte que en la práctica con
frecuencia se dan casos semejantes.
Interrumpimos aquí para continuar en la segunda parte.
F I N