SALMO 80

 

El gran clamor de la restauración

 

Segunda parte

 

Continuamos pues donde dejamos al terminar la primera parte, a saber en  el comentario del versículo 7, que volvemos a citar:

“Oh Dios de los ejércitos, restáuranos;

“Haz resplandecer tu rostro, y seremos salvos.”

Se repite el clamor, casi al pie de la letra, excepto en una cosa: se dirige a un Dios al cual ahora se lo ve más grande. No se lo llama Dios solamente como en la ocasión anterior, sino Dios de los ejércitos. Se lo ve como el Ser Divino que cuenta con huestes celestiales numerosísimas y muy poderosas – es decir, con recursos gigantescos y más que suficientes para poner en retirada a cuanto enemigo se levante o se haya levantado contra Su pueblo.

Por lo demás, se repite textualmente el ruego anterior, pero  seguramente con más profundidad, y ¿por qué no decirlo? con más confianza, como quien se ve saliendo, muy pronto y por fin, del oscuro túnel en que ha estado.

Y por último el versículo 19:

“Oh Jehová, Dios de los ejércitos, restáuranos;

Haz resplandecer tu rostro y seremos salvos.”

 Otra vez el clamor, expresado con idénticas palabras, denotando una tenaz persistencia, dando a entender que no se dejará de clamar hasta que venga la tan ansiada respuesta celestial.

Pero donde vuelve a haber una diferencia es en la visión y comprensión del Dios al cual se dirige ese clamor. A lo que hemos visto antes, ahora se antepone el nombre Jehová, cargado del más hondo sentido.

Este nombre, a veces se prefiere no usar dado que trae una connotación con la secta de los Russellitas, comúnmente mal llamada Testigos de Jehová.

No obstante, el nombre en sí tiene una riqueza maravillosa. JHWH (sin vocales en el original hebreo – solamente consonantes) es decir el nombre impronunciable del sacrosanto Dios de los cielos, el nombre que es una contracción del verbo ser en los tres tiempos de su eternidad pasada, presente y futura; el nombre del todo suficiente Ser Supremo que se apoya y se sustenta por sí mismo, sin necesidad para ello de nada ni de nadie.

Y por último, el nombre del Dios guardador del pacto, fiel como ninguno, y totalmente incapaz de volverse atrás en cuanto a la palabra que ha empeñado. Esa palabra – dígase de paso – prometía oír y contestar el clamor de Su pueblo, siempre que se volviese a Él humillado y en sincero arrepentimiento,

Así, el clamor por ser restaurados, expande y ensancha nuestros horizontes celestiales, de tal manera que vamos visualizando y comprendiendo más y más la grandeza infinita de nuestro Dios.      

 

Restáuranos – haz resplandecer tu rostro – y seremos salvos                                          

 

Ante la gran necesidad que se siente, el clamor se repite varias veces. Esto no es una repetición hueca, meramente de labios o por escrito. Muy por el contrario, brota de lo más íntimo, y si cabe, cada vez con mayor fuerza y sentido. También va acompañada de otras frase, como y ven a salvarnos” (versículo 2b) y “vuelve ahora” (versículo 14) Esta última refleja el deseo de que sea pronto – de inmediato – ahora. Y en cuanto a la anterior – “y ven a salvarnos” del segundo versículo – en los otros tres que hemos considerado brevemente,  cada vez se la reemplaza por y seremos salvos.” Esto denota la certeza de que la intervención divina, el venir de Dios a restaurarlos, al hacer resplandecer Su rostro lleno de de esa luz benigna y misericordiosa, con toda seguridad que habrá de salvarlos.

Pero alguien, con una visión bastante estrecha y limitada de ver las cosas, podría preguntarse:

¿Y esto qué aplicación práctica puede tener para nosotros? Habiéndonos convertido hace un buen tiempo, pasado por las aguas del bautismo y demás ¿a cuenta de qué viene lo de “seremos salvos”? ¿Acaso no lo somos ya?

Y la respuesta, claro está, es que cada día y cada hora necesitamos ser salvados de tantos peligros, males y tentaciones que nos rodean, y que nos pueden alcanzar y afectar cuando menos lo imaginemos.

Para Israel era primordialmente el de los enemigos que los acechaban y buscaban  oprimirlos continuamente. Para nosotros, en primer lugar, para quienes necesitan ser restaurados, ser salvados de continuar en ese pozo, de seguir sin salir del túnel oscuro y triste.

Pero aun después de eso, ser salvados de tener otra recaída, de desanimarnos y dejar de buscar al Señor de todo corazón, de peligros mil como enfermedades, accidentes, atracos o asaltos, de caer en la apatía o la mediocridad, o en un cristianismo profesional y “mecanizado”; de descuidar la oración, la palabra o la  comunión personal con el Señor; de volvenos unos escépticos, llevando una máscara encima para ocultarlo; de traicionar nuestra vocación dando lugar indebido a otros intereses, de comprometernos con deudas económicas que nos aten e hipotequen nuestras vidas en cuanto a Dios.

En fin, la lista podría seguir y seguir por largo rato. La verdad es que necesitamos que la gracia divina nos guarde y nos salve continuamente, y en toda la variedad de niveles en que podemos correr el riesgo de quedar atrapados y hundidos.

Por eso, muy bien nos enseñó el Maestro en el Padre Nuestro: “…líbranos del mal.”

Ahora, estas tres palabras las comprenderemos mejor en algo de su vastísima dimensión.

 

Oh – la palabra tan corta que contiene tanto.

 

Nos toca por último pasar a la palabra inicial de nuestro salmo – Oh! Aparece cinco veces, al comienzo de los versículos 1, 3, 7, 14 y 19. En realidad, también la encontramos muchas veces más en distintas partes de la Biblia, lo que nos hace pensar que debemos detenernos un poco para considerarla.

Si consultásemos una gramática o diccionario para definir su significado, nos encontraríamos con algo así: “interjección exclamativa que denota admiración o sorpresa.”

Lo cual nos sirve en parte, pero en verdad, para lo que estamos tratando, necesitamos algo de mucho mayor alcance.

Hace ya muchos años un siervo de Dios estaba predicando una tarde en una iglesia de los hermanos gitanos en la ciudad de Zaragoza, basándose en el segundo capítulo del libro de Hageo. Al llegar a las palabras “Oh Zorobabel…siervo mío” del último versículo, no atinaba cómo explicar de una forma bien comprensible el sentido de esta palabra, en esta ocasión particular.

Justo entonces le vino la inspiración de abrir su boca, y a toda garganta, pulmón y corazón, exclamar OOOOOOOOOOOH Zorobabel!

Al hacerlo, felizmente sintió el soplo vivificante del Espíritu, que cargó esas dos palabras – y sobre todo la primera – de una buena dosis de ese hálito bendito de lo alto. No hizo falta agregar más – comprendieron muy bien!

Desde luego que se puede pronunciar esa palabrita “oh” así nomás, a secas, y nos dirá poco o nada. Pero cuando viene por el Espíritu, eso ya es otra cosa muy distinta.

En realidad, estrictamente hablando, primero tiene que venirnos desde el cielo, de nuestro Padre Celestial y del Señor Jesús, traída desde luego por el Espíritu Santo. Con ella, nos vendrá el derramarse del corazón de Dios en nuestro interior: Su anhelo profundo de que seamos para Él; de que de una buena vez nos pueda tener para sí, libres de toda atadura y cortapisa, y así abrazarnos y saturarnos de Su gracia y poder usarnos según Su propósito eterno…en fin, todo esto y mucho más, que sólo se comprende cabalmente, cuando se lo vive y experimenta.

Una vez que este “oh” proveniente del corazón divino se haya derramado y asentado en nuestra vida, tenderá a fluir en dos nuevas direcciones.

Primeramente ha de ser en la vertical ascendente, es decir, hacia el trono de la Gracia y al Dios invisible de nuestra vida que está sentado en el mismo. En nuestra unión y comunión, movidos por el Espíritu, nos empezará a brotar copiosamente y de lo más profundo del ser este “oh” de intensos clamores, rogativas y súplicas, y también de efusiones de la más honda gratitud, de fervorosa alabanza y del más tierno amor filial – en fin, nuestra relación con él se empezará a llenar de ese bendito “oh.”

Pero si seguimos progresando, llegaremos también a la horizontal de nuestros semejantes que el Señor ponga en nuestros corazones, y rogaremos por ellos y nos dirigiremos a ellos con el mismo bendito “oh” – si no textualmente, sí en espíritu, como Pablo lo hacía a Timoteo (1a. Timoteo 6: 11) 

No nos extenderemos más sobre esa segunda proyección; baste decir que este  “oh” en su verdadera acepción espiritual  y en su triple proyección (añadimos la del “Timoteo” a quien el Espíritu nos dirige) siempre se encuentra presente y latente en la vida y el ministerio de quienes están de veras encendidos con el fuego del Espíritu Santo.

Y cuando, como en el salmo que hemos estado tratando, se está clamando de verdad por retomar el rumbo y ser restaurados, se encontrará uno con que este “oh” inconfundible comenzará a brotarle de veras por el Espíritu. Y se tendrá una prenda segura  de que lo que se buscando y anhelando, ha de venir muy pronto y en medida abundante.

Querido lector u oyente que nos estás acompañando: tal vez tu situación no se asemeje para nada a la de Israel de aquel entonces, de los tiempos del distinguido salmista Asaf. Tal vez en tu vida cristiana tú sigas con las de siempre: asistiendo a las reuniones, participando en la comunión del pan y de la copa, e incluso involucrado en una actividad de la iglesia en que te congregas. Pero en tu fuero interno bien sabes cuánta falta te hace que en tu pecho se reencienda la llama del amor, y vuelvas a ser lo que eras antes; y anhelas eso y todavía más – remontarte más alto aun.

Sumérgete en el espíritu y en el gran clamor de este salmo. Léelo y reléelo una y otra vez, con oración y avidez, hasta que sientas nacer de tus entrañas este “oh” profundo, que te hará saber que estás orando y buscando con todo tu corazón y con el Espíritu de gracia y de súplica derramado en tu ser.

De ahí en más, seguro que empezarán a venir las respuestas que tanto anhelas! Amén.

Y quien esto escribe, agrega a todo lo expresado anteriormente, que para él no ha sido solamente la verdad bíblica – imprescindible desde luego – sino lo vivido hace ya muchos años, cuando también se veía necesitado de una gran  restauración. Y con humilde gratitud, testifica que el maravilloso Señor le ha otorgado mucho, pero mucho más que restauración.

 

F I N