Cuatro Cosas Inescrutables
Capítulo 2
José el hijo amado

La historia de José, se presta admirablemente para ilustrar el principio ya enunciado de un Dios de amor, que causa dolorosas heridas a quienes ama entrañablemente, para luego sanarlos, enriquecerlos y bendecirlos en gran manera.
Tenía diecisiete años de edad cuando se nos cuenta que su padre Jacob, que lo amaba de una manera especial, le hizo una túnica de diversos colores.
Esto hizo que sus hermanos no lo miraran con buenos ojos, lo cual, al irse agravando progresivamente, como veremos, condujo a que, eventualmente, le causaron una gran angustia y una herida muy dolorosa.
En el progreso hacia ese fin, también mediaba el hecho de que él contaba a su padre Jacob la mala fama de sus hermanos, en particular los hijos de Zilpa y Bilha, mujeres de Jacob, según se nos narra en Génesis 37:2.
Pero un mayor agravante resultaron los sueños que él tuvo. En el primero veía que ataban manojos y el suyo se mantenía derecho y erguido, mientras que los de sus hermanos se inclinaban ante el suyo.
En un segundo sueño veía que el sol y la luna y once estrellas se inclinaban ante él. Quizá lo normal sería pensar que, por modestia o discreción, se guardase los dos sueños para sí, esperando que con el tiempo se cumpliesen.
Tenemos presente el caso de Saúl, antes que fuera proclamado rey. Sabiendo que había estado con el profeta Samuel, su tío le preguntó que le había dicho. Le contestó en parte, diciéndole que las asnas de su padre que se habían extraviado habían sido halladas, pero con mucha discreción se cuidó muy bien de no decirle nada en cuanto a la revelación de que él sería el futuro rey de Israel. (Ver 1a. Samuel 10:15-16)
Cabe pensar que, aun cuando menor de edad hiciese lo mismo, como ya dijimos, por modestia o discreción. Pero aquí vemos que había un plan divino claramente determinado por ese Dios insondable, que predestina conforme a Sus propósitos y hace que todas las cosas se presten al designio de Su voluntad, como nos hace saber la pluma tan inspirada del apóstol Pablo en Efesios 1: 11.
En efecto, esa modestia e indiscreción del joven José iba a ser el detonante que provocase el mayor odio de sus hermanos. El mismo resultó que cruelmente lo enterraron en una cisterna, desatendiendo totalmente sus ruegos y súplicas cargados de angustia. (Ver Génesis 37.19-24 y 42:21) De ahí en más la dolorosa herida de José se fue agravando.
Vendido como un esclavo por veinte piezas de plata, fue llevado, como el jovencito adolescente que era, a una tierra completamente extraña. Toda esta aflicción duró unos trece largos años.
Cuál no sería su congoja y su dolor durante todo ese tiempo! En su gran misericordia, Dios le dio el consuelo de bendecir maravillosamente sus tareas al servir a Potifar, oficial de Faraón y capitán de la guardia.
Pero aun así le tocaba un dolor moral muy profundo: el ser acusado injustamente por esa mala mujer, la esposa de Potifar, de haberla querido violar, cuando la verdad era todo lo contrario. Y así fue a parar a la cárcel como si hubiera sido un canalla, adúltero y desvergonzado.
En el Salmo 105:16-18, hablando de la soberanía de Dios, el salmista comenta significativamente: “Trajo hambre sobre toda la tierra y quebrantó todo sustento de pan. Envió un varón delante de ellos; a José que fue vendido por siervo. Afligieron sus pies con grillos, en cárcel fue puesta su persona. Hasta la hora que se cumplió su palabra, el dicho de Jehová lo probó.”
Toda esta aflicción duró unos trece años, día tras día por nada menos que 4745 días! Pero al final su esperanza no fue cortada, citando la parte final de Proverbios 24:14.
La hora llegó por fin en que se invirtieron los papeles, con un cambio dramático y sumamente conmovedor.
El rey Faraón lo inviste de la máxima autoridad en el reino, y hace que toda rodilla se doble ante él, y de ahí en más, todo cuanto de importancia se hace en Egipto es por disposición y mandato de él -el que había sido maltratado, odiado y tratado como un siervo, y, como si fuera poco, cruelmente difamado.
Acuden a nuestra mente dos citas que de manera inequívoca marcan un digno simbolismo y paralelismo con Jesucristo el Hijo amado.
“Dios lo ensalzó a lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios el Padre.” (Filipenses 2:9-11)
“Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite sobre el
trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo
en juicio y en justicia desde ahora y para siempre.” (Isaías 9:7)
Sus hermanos, al reconocerlo como el gobernador y señor de la tierra, le pidieron clemencia por haberle hecho tanto mal.
Pero él les contestó: “Ahora pues no os entristezcáis de haberme vendido acá, porque para preservación de vida me envió Dios delante de vosotros.” “Y Dios me envió delante de vosotros…Así pues, no me enviasteis acá vosotros, sino Dios.”
En el feliz desenlace final se ve la mano sabia y potente del Eterno Soberano, disponiéndolo todo conforme a Su propósito, como el que hace todas las cosas según el designio de Su voluntad, sin consultar a nadie, ni buscar la aprobación de ninguno – todo ha de ser tal y cual Él lo dispone y sencillamente no hay otra!
Cuán grande la dicha nuestra de ser hijos de semejante Soberano!
FIN