La Ciudad Celestial # EPÍLOGO – Primera parte
EPÍLOGO – Primera parte
La Ciudad Celestial
Habrá notado el lector u oyente, que una buena parte de lo que hemos hilado en capítulos anteriores, lo hemos extraído del libro de Hebreos.
El último tema, el cual hemos tomado para nuestro epílogo, brota también de esa sustanciosa y suculenta epístola.
“Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa, porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios.”(Hebreos 11:9-10)
“…confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra…”
“Porque los que esto dicen claramente dan a entender que buscan una patria, pues si hubiesen estado pensando en aquella de donde salieron, ciertamente tenían tiempo de volver.”
“Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial, por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos, porque les ha preparado una ciudad.” (13:16)
Al leer el relato del Génesis, si uno no presta la debida atención, al comenzar la narración de uno de los personajes y protagonistas principales, puede pensar que el anterior ya ha fallecido, y por lo tanto no tiene ninguna participación en lo que está aconteciendo.
Sin embargo, en muchos y casi todos los casos esto no es así. En efecto: después que se ha consignado la muerte de uno de ellos, el relato pasa a referirse al siguiente, pero a menudo lo hace a una altura en que su antecesor todavía sigue en vida.
Esto sucede, por ejemplo, en el caso de la muerte de Adán, que se registra en Génesis 5:5. A continuación se habla de sus sucesores o descendientes, Set, Enós, Cainán, etc.
Se podrá pensar entonces que al hablar de estos últimos, Adán ya no estaba en vida. Sin embargo, seguía vivo por varias generaciones más: Mahalaleel, Jared, Enoc y Matusalén, y falleció recién en el año 56 de la vida de Lamec, padre de Noé.
Digamos de paso que por esta razón , el relato de lo acontecido en los capítulos iniciales del Génesis, muy bien le pueden haber llegado a Noé solamente de segunda mano, a través de su padre Lamec, que posible o probablemente lo podría haber recibido directamente de Adán por lo ya explicado.
Éste es un punto importante, sobre el cual, no obstante, no debemos detenernos, para no desviarnos del tema principal.
Con la misma comparación de edades, y años de nacimiento y muerte de cada uno, encontramos que Abraham recién murió en el año 75 de la vida de Isaac y en el 15 de la de Jacob.
Según se nos dice en el texto de Hebreos citado más arriba, moraba en tiendas con ellos, aunque no necesariamente en el mismo lugar, durante todo el tiempo en que los tres estaban en vida.
El morar en tiendas, desde luego que no sería muy cómodo, considerando los numerosos cambios de ubicación que tuvieron que hacer. Desde un punto de vista meramente práctico, para Abraham y Sara habría sido menos fácil y cómodo que habitar en su vivienda de Ur de los caldeos, de donde procedían.
Sin embargo, había una consideración mucho más importante: la esperanza de una ciudad que contase con fundamentos, y cuyo arquitecto y constructor fuese Dios.
Como se nos dice en el texto citado, de haberlo deseado, podrían haber regresado a la tierra de su procedencia.
No obstante, sabían muy bien que era un lugar de idolatría y gran corrupción, y que casi todo en ella era falso, ilusorio y carente de todo fundamento.
Cuán hermosa la definición de lo que ansiaban!
Una ciudad que tuviese fundamento – no una que pudiese derrumbarse y no quedar nada de ella – sino una que estuviese sólida y firmemente fundada, de modo que permaneciese en pie intacta, y que perdurase por toda la eternidad.
Debemos recordar que la primera ciudad fue edificada por Caín (Génesis 4:17).
Como ya señalamos en una obra anterior, desde entonces, cada ciudad edificada en este mundo, tarde o temprano, ha pasado a ser un centro de maldad, crimen y corrupción, que generalmente va mucho más allá de lo que normalmente se encuentra en la vida de campo.
Ur de los caldeos no era por cierto ninguna excepción. Podemos imaginar, pues, cómo a Abraham, al igual que a Sara, y también a Isaac y Rebeca, etc., no les resultaba demasiado enfrentar la incomodidad y transitoriedad de morar en tiendas, con los frecuentes cambios y trastornos que suponía.
Preferían hacerlo, antes que volver a ese mundo malo del que salieron Abraham y Sara, y tenían la firme esperanza de una ciudad celestial, en la que todo sería limpio, justo y estable.
Por esa esperanza que abrigaban con toda fe y convicción, no se consideraban ciudadanos pertenecientes al entorno en que se encontraban, sino peregrinos y advenedizos.
En otras palabras, estaban de paso, en marcha hacia algo mucho, muchísimo mejor: una ciudad diseñada y construida, no por un Caín ni nadie semejante, sino por el Dios eterno y todopoderoso.
Interrumpimos aquí para continuar en la segunda parte.
F I N