Josías, el joven tierno pero implacable

Segunda parte

 

Continuando entonces desde donde cerramos la primera parte: en la actualidad, como bien se sabe, la expresión y manifestación de Dios es a través de la iglesia universal de Cristo, compuesta por todos los redimidos de todas las naciones, sin acepción de raza ni lengua, bajo el común denominador de ser renacidos por el Espíritu de Dios y así ser hijos del mismo Dios Padre.

Dentro del ámbito de la iglesia en sí, y también en el área de la evangelización, desde luego que hay ocasiones en que se experimentan  manifestaciones antagónicas de malos espíritus o demonios, como también se los suele llamar.

En tales casos claro está que hay que actuar contra ellos una vez discernidos, tomando autoridad en el nombre de Jesucristo para atarlos, reprenderlos y/o expulsarlos, según el caso.

Sin embargo, no vemos ninguna base sólida y bíblica para cosas tan en boga y de moda en algunas partes hoy día, tales como reprender continuamente autoridades malignas en determinados territorios o regiones.

Comprendemos que en algún caso concreto, el Espíritu Santo puede dar luz expresa sobre la actuación de poderes diabólicos en una zona o lugar concreto, e incluso instrucciones para operar contra ellos, reprendiéndolos y expulsándolos con la autoridad que nos ha sido dada. En tales casos, seguramente que se habrán de advertir beneficios y resultados concretos.

Sin embargo, no cabe duda de que esto es muy distinto de la reprensión indiscriminada del “hombre fuerte de la ciudad” o de la diosa pagana, o el poder pagano o diabólico de la zona, que se está aplicando en muchos casos como una norma fija.

Esta forma de proceder, por lo que hemos visto, no da ningún resultado positivo que se pueda valorar, y además puede acarrear serios riesgos y peligros para quienes lo practican.

Volvemos a señalar, no obstante, que apreciamos que siervos de Dios pueden ser guiados en determinados casos a actuar específicamente contra poderes espirituales hostiles, y en ellos, claro está, se verán claramente los buenos resultados.

Si se ha de trazar un paralelo espiritual aplicable en la actualidad sobre lo que nos ocupa – la forma en que Josías limpió de idolatría toda la tierra – no cabe duda que lo correcto es establecer su correspondencia con los ídolos, que, en diferentes formas y con matices distintos, se levantan en las vidas de cristianos en épocas de decadencia espiritual.

Entre otros podemos citar el amor al dinero, una pasión excesiva por los bienes materiales, o por el deporte, idolatrando al equipo o los jugadores favoritos, la coquetería en las mujeres, el dar terreno a la lujuria o aun al ocultismo, entrar en terreno inmoral  o de impureza a través del internet, etc. etc.  Esto  sucede de forma individual y a menudo también colectiva, al propagarse el mal dentro de un buen número de miembros de una iglesia determinada. 

Los resultados siempre se traducirán en un perjuicio evidente para los implicados, e incluso en algunas ocasiones quienes tengan discernimiento podrán advertir claras evidencias de interferencias diabólicas o de malos espíritus en tales situaciones. Eso será por haberse desatendido la clarísima exhortación de Efesios 4: 27 de no dar lugar al diablo.

El remedio no estará en reprender o aun tratar de echar a los malos espíritus, sino en quitarles el terreno y lugar que se les ha dado por medio de un arrepentimiento real y profundo, que supondrá desde luego el abandono total  de la idolatría, o carnalidad o abierto pecado en que se haya incurrido, cualquiera sea su forma o matiz particular.

Aunque nos habremos de ocupar en esto más expresamente más adelante, anticipamos que éste era el tratamiento empleado por Pablo al dirigirse a iglesias con problemas de pecado en cualquiera de sus múltiples manifestaciones.

 

La lectura del libro de la ley y el pacto solemne con Jehová.

 

Resulta de mucha inspiración, y al mismo tiempo muy conmovedor, ver la forma en que un rey tan joven pudo ejercer su autoridad con tanta valentía y decisión, para hacer volver al pueblo de Dios a la senda del bien y la fidelidad.

  “entonces el rey mandó reunirse con él a los ancianos de Judá y de Jerusalén. Y subió el rey a la casa de Jehová con todos los varones de Judá y con todos los moradores de Jerusalén, con los sacerdotes y profetas y con todo el pueblo, desde el más chico hasta el más grande; y leyó, oyéndolo ellos, todas las palabras del  libro del pacto que había sido hallado en la casa de Jehová.”

  “Y poniéndose el rey en pie junto a la columna, hizo pacto delante de Jehová, de que irían en pos de Jehová y que guardarían sus mandamientos, sus testimonios y sus estatutos con todo el corazón y con toda el alma, y que cumplirían las palabras del pacto que estaban escritas en aquel libro. Y todo el pueblo confirmó el pacto.” (2a. Reyes 23: 1-3)

Qué cuadro solemne, hermoso, y al mismo tiempo aleccionador!

Pensar que a veces los creyentes podemos encontrar la Biblia árida y aburrida!

En busca de algo atractivo y ameno, con frecuencia se recurre a videos, casettes y librillos divertidos con anécdotas y cuentos entretenidos, muchos de ellos cristianos, por supuesto. Sin embargo, para quien busca verdadera sustancia y alimento, resultarán faltos de ese sabor, solidez y riqueza que encontramos en el maravilloso libro divino, y en la obras serias y profundas de quienes de veras han conocido a Dios y andado con Él.

En la escena narrada en los versículos que hemos citado hay un sencillo y riquísimo contenido que debería servir para motivarnos en la búsqueda de más verdades, enseñanzas y principios enterrados en la mina inagotable de las Sagradas Escrituras – oro y plata, joyas y alhajas celestiales – que habrán de edificarnos y hermosear nuestra vida interior más que ninguna otra cosa.

Para empezar, hemos subrayado en el texto la palabra todo y sus derivados, que aparecen siete veces en tan poco espacio. No es por cierto la única vez que se da esto en la Biblia; por el contrario, si lo buscamos lo encontraremos en bastantes más lugares, como en Efesios 6:18, Los Hechos 10: 33, 35, 36, 37, 38 39, 43 y 44 y seguramente en muchos más.

Y no hace sino poner de relieve la verdad tan sencilla pero tan  importante, de que con el Señor no se puede andar ni tratar a medias. La grandeza y gloria de Su persona, el sacrificio total y absoluto del Cordero de Dios a favor nuestro, como así también nuestro propio bien en todo sentido, nos imponen que en nuestra relación con Él seamos íntegros a carta cabal, no retaceándole absoluto nada de cuanto somos y tenemos.

Esta totalidad se refleja en el pasaje bajo revista en tres claras proyecciones. En primer lugar todos – absolutamente todos – tanto los ancianos, cuanto los sacerdotes y profetas, como así también todo morador del reino, desde el mayor hasta el menor, sin excepción alguna, congregados como un solo hombre en maravillosa unidad. Sin duda, esto es un sello distintivo de lo que hace el Trino Dios, que en esencia es uno en propósito, y en todo Su pensar, decir y hacer. Al derramar Su gracia redentora y restauradora sobre nuestras vidas, siempre busca unificarnos consigo mismo y con nuestros hermanos.

A renglón seguido, vemos al joven monarca Josías, desplegar su espíritu de absoluta y total firmeza en cuanto a las cosas de Dios, y a leer personalmente y a oídos de todos la totalidad el libro del pacto que había sido hallado en la casa de Jehová.

Y nos detenemos aquí para un breve paréntesis. ¿No resulta sumamente extraño que hubiesen presentado ese libro del pacto, casi como algo inesperado? Que en la misma casa de Jehová se encontrase el libro sagrado del pacto! Seguramente que era ése el lugar donde siempre debía estar, y por encima de ningún otro.

Pero la apostasía que había precedido al reinado de Josías hacía que se presentase esta anomalía tan particular, triste e irónica.

Retomando el hilo, al leer personalmente el libro del pacto, demostró ser de la misma estirpe de Josué, ese gran guerrero que muchos años antes, durante el tiempo de la conquista de Canaán, hizo exactamente lo mismo, sin quedar palabra alguna de cuanto mandó Moisés, que no fuese leída delante de toda la congregación de Israel reunida para tal fin. (Josué 8:34 y 35)

A lo largo de toda la historia nos encontramos con que todos los grandes siervos de Dios han sido hombres de la palabra de Dios, que la han amado y abrazado en su totalidad, para que ella fuese su fuente de inspiración y la fuerza rectora de sus vidas en todos los aspectos.

Y en tercer lugar, vemos el corolario natural y muy lógico de tomar un compromiso absoluto, formalizado en la forma de un pacto solemne, de que irían en pos del Señor y guardarían todos sus mandamientos “con todo el corazón y toda el alma.”

El corazón dividido, que en parte responde a Dios, pero que en parte le traiciona y se presta a otros amores y a compromisos ajenos, es una verdadera maldición.

   “El hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos” nos dice con mucha razón Santiago en el versículo 8 de su primer capítulo, y más tarde, en el cap. 4 versículo 8 pone la clara exhortación: “…vosotros de doble ánimo, purificad vuestros corazones.”

Por otra parte, en Ezequiel  16: 30 Jehová se lamenta de lo inconstante que era el corazón de Su pueblo. Sin embargo, en Jeremías 32:39 encontramos una maravillosa promesa para Israel para el tiempo de su  restauración futura.

“Y les daré un corazón y un camino para que me teman perpetuamente, para que tengan bien ellos y sus hijos después de ellos.”

El corazón unificado necesariamente nos lleva a tener un solo camino en la vida, y éste no es ningún otro sino Cristo, el verdadero y único camino digno de seguirse.

Como advertirá el lector, una y otra vez desembocamos en el el tema del corazón de una manera u otra. Esto es inevitable, porque el estado y la condición del mismo resulta siempre – nos demos cuenta de ello o no –  el factor principalísimo y determinante del rumbo que seguimos y el fin al cual llegaremos en ésta, nuestra única vida. De ahí que insistamos en el consejo de Proverbios 4: 23:- “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida.

 

Celebración de la Pascua

Al igual que en los tiempos de su bisabuelo Ezequías, Josías hizo celebrar la Pascua. 2a. Crónicas 35 nos da detalles de la forma meticulosa en que cuidó que se hiciese.

Igualmente nos consigna la forma generosa en que dio de la hacienda del rey ovejas, corderos y cabritos en número de treinta mil y tres mil bueyes, cundiendo su ejemplo de tal manera que los príncipes y jefes de los levitas hicieron lo propio, dando también con liberalidad.

En nuestra dispensación actual, la celebración de la pascua tal como lo hacía Israel no tiene ninguna cabida, pues sería un ritual carente de sentido. No obstante, debemos comprender que en el régimen del Antiguo Testamento para el pueblo de Dios no era así.

En efecto, se trataba de una celebración llena de significado por el recordatorio de esa noche histórica de la muerte de los primogénitos de Egipto y la salida milagrosa de esa tierra de dura servidumbre.

Claro está que, simbólicamente, representaba el sacrificio de Cristo nuestra pascua(1a. Corintios 5: 7) y mucho más que aquí no viene al caso detallar.

Pero aun dejando eso de lado, para Israel su celebración o la falta de ella era un barómetro importante. Siempre que caía en decadencia e infidelidad, dejaba de celebrarse, mientras que al producirse un retorno a la obediencia y fidelidad, se la volvía a guardar.

En esto hay un paralelo sencillo y lógico a tenerse en cuenta: cuando no se vive cerca del Señor, cosas prácticas como el diezmar y y ofrendar, congregarse con los hermanos, participar de la mesa del Señor, etc. quedan de lado. Por el contrario, al haber una recuperación en la relación con Él, todo esto vuelve a ocupar su debido lugar.

 

Un error que costó muy caro

 

A los treinta y nueve a;os de edad Josías incurrió en una falta tan lamentable como inexplicable, y que le acarreó una muerte prematura, cuando podía haber seguido reinando por unos buenos años más.

Faraón Necao, rey de Egipto, salió a luchar contra el rey de Asiria junto al río Éufrates. Sin mediar ninguna provocación a Judá y sin contar por cierto con ningún mandato alguno de parte del Señor, Josías salió a enfrentarse con él. A pesar de la clara advertencia de Faraón Necao de que no se inmiscuyese donde no le correspondía – que la Escritura dice con todo hincapié que “era de boca de Dios” – (2a. Crónicas 35: 22) – Josías se obstinó en darle batalla. Esto le costó la vida al ser gravemente herido por los flecheros de Faraón.

Un triste fin, totalmente innecesario, pero que por lo menos deja un mensaje muy concreto e importante, que habremos todos de tener muy en cuenta: el de no entremeternos con poderes y situaciones que están fuera de los parámetros que nos ha trazado la palabra de Dios.

Muchos incautos o inmaduros, haciendo una incorrecta interpretación de las Escrituras, como hemos señalado anteriormente, insisten en trabar combate de forma indiscriminada con poderes diabólicos, pretendiendo agredirlos, a veces hasta maldiciéndolos, o intentando expulsarlos de la comarca o del país entero.

Si bien es verdad que estamos en batalla contra huestes espirituales de maldad, hemos de prestar mucha atención a los términos y límites que la Biblia nos fija en ese terreno. Y baste agregar que los procedimientos a que nos estamos refiriendo nunca fueron empleados por Jesús ni por Sus apóstoles.

A pesar de este error tan deplorable de Josías, que empaña en algo lo que en todos los demás sentidos constituyó una trayectoria ejemplar y brillante, su vida y su carrera no dejan de ser un modelo y un desafío para todos nosotros.

En estos días en que se busca inspirar a los creyentes, y sobre todo a la juventud, con metas y modelos muy atractivos y apetecibles, creemos muy apropiado estimular a que se busquen las vertientes cristalinas que la Biblia nos da a través de los grandes héroes de Dios, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento.

Uno de ellos, sin duda, es el joven rey Josías, muy tierno en cuanto a Dios y Su palabra, y a la vez inflexible e implacable con todo lo que significaba el mal, tanto para su propia vida, como para la del pueblo sobre el cual le tocó reinar. 

 

F I N