SAMUEL EL GRAN RESTAURADOR

UN GRANDE ENTRE LOS GRANDES

Segunda parte

 

Retomamos el hilo ahora, volviendo a Samuel, el principal personaje de este escrito. En el capítulo 2, después de la inspirada alabanza de Ana, su madre agradecida por habérsele concedido el pedido, encontramos estas palabras:

“Y el joven Samuel ministraba en la presencia de Jehová, vestido de un efod de lino. Y le hacía su madre una túnica pequeña y se la traía cada año.” (2:18-19)

Y el joven Samuel crecía delante de Jehová.” (2:21)

“Y el joven Samuel iba creciendo y era acepto delante de Dios y delante de los hombres.” (2: 26)

Resulta fácil visualizarlo: pequeño, tierno, con el candor de su inocencia de niño, mientras afuera reinaban el mal y la hipocresía. Sin conocer nada de eso, ni saber nada de engaño, mentira o maldad, su figura hermosa aparece cada día delante del Señor para servirle, vestido del lino fino de la santidad. Al mismo tiempo, va creciendo de forma lenta, gradual, pero segura, para ir forjándose allí – delante del Señor – en el gran hombre del mañana para Israel.

Debemos recordar aquí las palabras de Jesús:

“De cierto os digo que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos.” (Mateo 18: 3)

En ésta, y en tantas ocasiones el Maestro señaló la necesidad de tener la actitud del niño en cuanto a la humildad, inocencia y confianza en el Padre Celestial.

Nacer de nuevo, es decir el primer paso que nos lleva a la salvación, supone en sí hacerse un niño otra vez, sabiendo muy poco o nada, y teniendo todo, o casi todo por aprender.

Por supuesto que en la vida cristiana hemos de crecer  y desarrollarnos adecuadamente, para alcanzar la mayoría de edad espiritualmente hablando, pero debemos procurar hacerlo sin perder esas preciosas cualidades propias de la niñez.

Precisamente por el otro lado – el de llegar a ser adultos y saber tanto que se dejan de lado esas hermosas virtudes del niño, a veces se perfila una declinación en la vida espiritual. Lo peor del caso es que muchas veces se puede estar inconsciente de ello, envueltos en un activismo que bien puede estar acompañado de una frialdad profesional y aun de un sutil escepticismo: “Yo estoy tan curtido que ya no creo en esas cosas,”etc.

En el avanzar hacia la madurez, con los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y el mal (Hebreos 5:14) debemos cuidar de cultivar y retener un espíritu tierno y sensible al verdadero camino del Espíritu, y con la humildad  y confianza implícita en el Padre Celestial, propias de los niños bien nacidos en el evangelio.

 

El capítulo 3 de 1a. Samuel tiene aspectos muy entrañables y preciosos. En aquellos tiempos de tanta oscuridad era muy raro que hubiese palabra genuina de Jehová.

Las palabras “antes que la lámpara de Dios fuese apagada” que ya  hemos citado anteriormente, nos hacen entender en sentido figurado la situación a que se había llegado a esa altura. La apostasía era tal que se estaba a punto de apagar la luz divina para el pueblo de Dios, dejándolo en oscuridad total. Y justo a tiempo, como tantas otras veces, la providencia divina interviene para traer el mensaje celestial, en medio de tan densas tinieblas.

El joven Samuel continuaba ministrando a Jehová. (3:1) Llega la noche y se acuesta a dormir plácidamente, cuando una voz lo llama. Piensa que debe ser Elí, y se levanta y va corriendo y le dice: “Heme aquí, ¿para qué me llamaste?

Elí, sumido en el letargo y la oscuridad de su alma, sólo atina a decirle que no lo ha llamado, y que se vuelva a acostar; casi diríamos, que se se duerma y lo deje a él seguir durmiendo.

Esto volvió a repetirse dos veces, hasta que Elí cayó en la cuenta de lo que estaba sucediendo, y como ya vimos, le dio el consejo correcto.

“…si te llamare dirás: Habla, Jehová, porque tu siervo oye.” (3:9)

Notemos también la prontitud con que Samuel se levanta una, dos y tres veces, venciendo el cansancio natural y el deseo de quedarse calentito en la cama, y no enfriarse los pies ni el resto de su cuerpo.

Lo que sigue es muy precioso y entrañable.

“Y vino Jehová, y se paró, y llamó como las otras veces: Samuel! Samuel! Entonces Samuel dijo: Habla, porque tu siervo oye.” (3:10)

El mismísimo Eterno Dios, por así decirlo, desciende de Su trono y se sitúa junto al lecho de Samuel, y como si fuera poco, lo llama por su nombre dos veces!

Qué altísimo honor, que como ya señalamos, lo ubica entre los verdaderamente grandes!

El mensaje que Jehová traía no era el de un gran avivamiento, sino el de un juicio severísimo para con Elí y su descendencia, ratificando lo ya pronunciado anteriormente a Elí por un varón de Dios anónimo, según leemos en el capítulo 2 versículos 27 a 36.

Naturalmente que a todos nos gusta leer, recibir y apropiar las palabras que encierran bendición, y prometen ensanchamiento, fruto y resultados halagüeños. Sin embargo, debemos prestar suma atención a las que van en el sentido contrario de juicio y castigo severísimo, como en este caso, y que por cierto no sólo en estas dos ocasiones, sino en muchísimas más abundan, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. La sabiduría y bondad de Dios ha querido consignarlas tantas veces y con tanta claridad, a fin de amonestarnos y advertirnos para que no nos desviemos en lo más mínimo de la senda del bien que nos ha trazado.

Seamos sabios y observémoslas con temor y temblor. Muchos, sobre todo en la hora de la tentación, y también en la de bendición, se han comportado con autosuficiencia y excesiva confianza en sí mismos, tal vez por sus éxitos anteriores, desatendiéndolas o no dándoles la debida importancia. Y esto les ha sido de grave perjuicio, a veces para su ruina y destrucción.  Esto es muy elemental por cierto, pero sin lugar a dudas importantísimo.

 

Después de recibir esta palabra, leemos que Samuel estuvo acostado hasta la mañana, seguramente despierto parte del tiempo, pensando en la gravedad de la misma. Cabe suponer que, como niño tierno y sensible habrá quedado sumamente impresionado, y le habrá dejado huellas profundas, que a lo largo de su vida le habrán servido de mucho para mantenerlo fiel y perseverante en toda su conducta.

Aun cuando temía descubrir  lo que había recibido a Elí, tuvo que hacerlo. El anciano sacerdote, con resignación sólo pudo decir: “Jehová es, haga lo que bien le pareciere.”(3:18)

Y aquí se separan dos personas y dos caminos diametralmente opuestos. Elí ha de tener muy pronto el trágico fin que ya hemos comentado, mientras Samuel empieza a proyectarse por la senda que lo ha de constituir en uno de los varones más dignos y eminentes en toda la historia de Israel.

Esa misma mañana abrió las puertas de la casa de Jehová, como señal y preanuncio de que en su derrotero noble y ejemplar, por la gracia divina iba a abrir a su pueblo la puerta del retorno al Dios del cual se habían apartado.

“Y Samuel creció, y Dios estaba con él, y no dejó caer en tierra ninguna de sus palabras. Y todo Israel, de Dan a Beerseba, conoció que Samuel era fiel profeta de Jehová. Y Jehová volvió a aparecer en Silo, porque Jehová se manifestó a Samuel en Silo por la palabra de Jehová.” (3:18-21)

Entre otras cosas, vemos que cuando el Señor levanta a alguien o algo, no hace falta darle publicidad e irlo anunciando por todas partes, pues Él mismo se encarga de respaldarlo y promocionarlo. Y lo hace sin alardes innecesarios, y dónde y cómo le interesa hacerlo.

También resalta en todo esto la providencia divina. El Señor sabía muy bien el lamentable estado de decadencia de Su pueblo, y de forma sabia y bondadosa estaba haciendo por anticipado los preparativos indicados para remediarla.

Ánimo querido lector o lectora, u oyente, que te encuentras en decaimiento y sequedad espiritual, e incluso como si hubieras perdido totalmente el rumbo en la vida.

Arriba ese corazón! El mismo Dios de la infinita misericordia, también para ti está preparando medios para traerte otra vez a su regazo, plenamente reconciliado y restaurado. Gloria A Su nombre!

Éste es el fin que persiguen estos escritos,  y si te prestas de lleno y sin retaceos de ninguna índole, verás como el Espíritu Santo comienza a poner en marcha una bendita recuperación en tu vida.

Quien esto escribe lo ha vivido y experimentado, y puede corroborar plenamente lo dicho por Amós, el pastor/boyero que recogía higos silvestres y a quien el Señor tomó de detrás del ganado para que fuese a profetizar a Israel, cuando afirmó ·”Buscadme y viviréis” (5:4).  – No un mero existir y sobrevivir, sino una vida plenamente restaurada, útil y fructífera.

Que ésta sea la dichosa experiencia de cada uno de nosotros.

Interrumpimos aquí para continuar en la tercera parte.

 

F I N