PRIMERO EL MALO O LO MALO DESPUÉS EL BUENO O LO BUENO
(SEGUNDA PARTE)

Continuando, volvemos hacia atrás ahora, citando Génesis 4: 11:- “Ahora, pues, maldito seas tú de la tierra, que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano.”
Aquí tenemos otro contraste que, figurativa o simbólicamente nos señala otro nadir y el glorioso cenit.
El nadir ya lo tenemos expresado en el texto del versículo. En cuanto al cenit, nos vemos como hombres y mujeres formados del polvo de la tierra, pero sumamente bendecidos, al abrir nuestra boca para beber la sangre de nuestro Hermano Mayor, que es verdadera bebida (Juan 6: 55b) en la copa de la comunión del Nuevo Pacto.

Otro punto, desde luego muy elemental, pero que igualmente nos parece oportuno consignar, es el de la pregunta que hacen algunos, que evidentemente no conocen bien las Escrituras. ¿De dónde sacó Caín su mujer?
Y claro está, la respuesta se encuentra bien clara en Génesis 5:4 “Y fueron los días de Adán después que engendró a Set, ochocientos años, y engendró hijos e hijas.”

Pasamos ahora a considerar Génesis 3: 22-24.
“Y dijo Jehová Dios: He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal; ahora, pues, que no se alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre. Y lo sacó Jehová del huerto de Edén, para que labrase la tierra de que fue tomado. Echó, pues, fuera al hombre, y puso al oriente del huerto de Edén querubines, y una espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida.”

En primer lugar, sería una monstruosidad que Adán siguiera viviendo para siempre. ¿Lo imagináis si estuviera vivo hasta el día de hoy? Para él habría significado el suplicio de ver a lo que ha llegado el mundo y saber que él y su mujer eran responsables de que así haya sido, y pensar incluso que muchos quisieran matarlo por llevar a la humanidad al estado deplorable en que ha seguido desde sus primeros días, y en una cuesta abajo irreversible.
Bastante con los 930 años que vivió, y tener que ver el desenvolvimiento inicial del horrible drama del planeta tierra, con toda la culpabilidad que le acarrearía.
De paso señalamos que, la forma en que la genealogía se consigna en Génesis 5, si no se la considera debidamente, podría dar la impresión de que al hablarse de Set, por ejemplo, que sucedió a Adán, éste último ya no estaba. No obstante, los 930 años de Adán se extendieron por varias generaciones y vivió, si mal no recuerdo, hasta los días de Lamec, padre de Noé.
Por otra parte, y siempre en cuanto al pasaje citado anteriormente, hay otro punto que deseo presentar. Reconozco mi tendencia – quizá excesiva – de ver simbolismos en las Escrituras, sobre todo de los que reflejan en lo malo y negativo del Antiguo Testamento, el contraste con lo bueno y positivo del Nuevo.
Así veo a Adán, el mano larga, echado del huerto de nuestra nueva vida en Cristo. Pero por ser un mano larga, se hace necesario tomar precauciones para que no haga de las suyas. Las dos que tomó el Señor las considero así – la primera, la de poner querubines – como la parte divina de arbitrar medios contra el mal. La segunda, la que se nos confiere a nosotros, los verdaderamente redimidos. Se nos ha dado la espada de la palabra de Dios, encendida con el fuego del Espíritu, y haciendo buen uso de la misma, le debemos cerrar el paso en todos los sentidos al mano larga del viejo Adán. Así salvaguardaremos al nuevo hombre, nacido de las entrañas y con la eternidad de Cristo, a fin de que crezca, y se desarrolle plenamente en el huerto de nuestras vidas.
Ya que estamos hablando de Adán, considero importante señalar un error que a menudo se comete, e incluso lo encontramos en himnos, escritos o biografías de grandes siervos del Señor de otrora. Lo hago, desde luego, reconociendo la grandeza de esos siervos, en contraste con mi evidente pequeñez.
El error consiste en llamar al Señor el segundo Adán. En primer lugar, eso no figura en ninguna parte de las Escrituras. Se lo llama el segundo hombre en 1ª. Corintios 15:47 y eso concuerda con el hecho de que a través de la redención del Calvario, dejó de ser el Hijo Unigénito para pasar a ser el primogénito entre muchos hermanos, según consta claramente en Romanos 8: 29b. Es decir que Él es el segundo – Adán el primero, terrenal, Él el segundo, el celestial, seguido de muchos que han de llevar la imagen celestial.
Continuando ahora, notemos bien que en 1ª. Corintios 15: 45 se lo llama el postrer Adán.
La distinción es muy importante y la razón es que el nombre de Adán aquí se emplea en función de cabeza de una raza, como Adán lo fue en un principio. Y aquí lo tenemos a Cristo, nuestro amado Redentor, como cabeza de otra raza – la de los redimidos por Su sangre derramada en el Calvario.
Llamarlo el segundo Adán denotaría la posibilidad de que hubiera, por lo que fuere, la posibilidad o necesidad de que se levantase otro tercer o cuarto Adán. Pero la Escritura, con el peso contundente de la verdad, lo llama el postrer o último Adán.
¿Por qué? Por ser Él la mejor y la última palabra de lo alto para la humanidad, y por haber logrado con Su muerte expiatoria en el Calvario una redención tan absoluta y todo suficiente, que no cabe la más mínima ni remota posibilidad de que haya necesidad alguna de otra tercera o cuarta cabeza de raza.
Loado sea Dios, que en esto estamos apoyados en una roca sumamente sólida, firme e invulnerable, y esto por los siglos de los siglos.
Queda bastante más en cuanto a Caín. En Génesis 4: 17 leemos que tuvo un hijo al cual nombró Noé, y edificó una ciudad a la cual le dio ese nombre.
Aquí me encuentro con otro caso de primero el malo, después el bueno, que no había advertido anteriormente.
En efecto, este primer Noé, por ser hijo de Caín necesariamente tiene que haber sido malo. Unos buenos años más tarde se nos consigna acerca de otro también llamado Noé, pero en términos muy buenos.
“Noé, varón justo, era perfecto en sus generaciones; con Dos caminó Noe.” (Génesis 6: 9)
En cuanto a que Caín edificó la primera ciudad, se ha señalado por muchos que eso nos habla a las claras de lo malo que son las ciudades, en comparación con el campo donde la vida es más sana y tranquila.
Eso no deja de ser verdad, pero tal como se presenta la vida y la sociedad hoy día, en la ciudad es donde hay las mejores oportunidades de conseguir empleo, y además donde en general están ubicadas las autoridades, y a menudo los directorios de las empresas. Es decir que es una situación irreversible.
Siguiendo con más acerca de Caín, en Génesis 4:14-15 vemos que al lamentarse Caín del castigo que ahora le correspondía soportar, con el temor de que cualquiera que lo viere lo podría matar, el Señor le puso una marca y determinó que cualquiera que lo matase sería castigado siete veces. Unos años más tarde, Lamec (no el padre de Noé, el del diluvio) al parecer ser herido por un joven, afirmó en Génesis 4:24 “Si siete veces será vengado Caín, Lamec en verdad setenta veces siete lo será.”
Unos buenos siglos más tarde, leemos en Mateo 18: 21-22 – “Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí?¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete.”
Aquí tenemos todavía un caso más, y muy maravilloso por cierto, de primero lo malo, después lo bueno. En el Antiguo Testamento, venganza a ultranza (reflejada en las setenta veces siete de Lamec) En el Nuevo, en la dispensación de la gracia en que ahora nos encontramos, perdón también a ultranza, y además el perdón, si bien inmerecido, es gratuito, absoluto y eterno, merced al todo suficiente sacrificio expiatorio de nuestro amado Señor Jesús.

Ahora cambiando de tema, citamos primeramente parte de lo manifestado por David en cuanto a la omnisciencia divina. “Has escudriñado mi andar y mi reposo, y todos mis caminos te son conocidos. Pues aún no está la palabra en mi lengua, y he aquí, oh Jehová, tú la sabes toda. Detrás y delante me rodeaste y sobre mí pusiste tu mano. Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí; alto es, no lo puedo comprender.” (Salmo 139: 3-5)
Aun cuando lo dicho por David es en verdad precioso y maravilloso, nos atrevemos a detallar más todavía sobre la estupenda omnisciencia del Altísimo.
Cuando estamos en conversación con otros y nos hablan dos o tres al mismo tiempo, en seguida reaccionamos diciendo por favor uno a la vez, puesto que el Creador Supremo ha impuesto sobre nosotros esa limitación en Su sabia economía.
Eso hace que podamos reflexionar con mayor asombro sobre la omnisciencia divina. En efecto, todo lo que David dice acerca de la misma corresponde solamente a su pequeña – aunque sabia y bendita persona.
Pero eso, precioso y maravilloso en sí como hemos dicho, tenemos que multiplicarlo por los miles, millones, billones y trillones de los verdaderos redimidos en toda la faz d la tierra.
Con cada uno el Señor tiene un trato distinto, y según sus circunstancias y comportamiento, corresponde que a unos los corrija y les llame la atención por algo fuera de lugar. A otros que los aliente pues están algo cabizbajos; o bien otros que le están agradando por su conducta ejemplar, darles Su sello aprobatorio de profunda paz e íntima satisfacción en su fuero interno. En fin, una serie de más contingencias de la mayor variedad que uno pueda concebir, y esto en los distintos idiomas de cada uno en toda la redondez de la tierra.
¡Y todo simultáneamente, al mismo tiempo, y sin inmutarse ni equivocarse, con toda calma y domino de la situación!

Pero no termina en eso. También está muy pendiente de los millones, billones, trillones y (lamentablemente) cuatrillones también de inconversos. Algunos de ellos tienen familiares, amigos, vecinos o compañeros de trabajo que están orando por ellos, y en atención a ello les está dando oportunidades de arrepentirse; en otros casos ve que hay un arrepentimiento que no es sincero, sino que está motivado por una segunda intención – como por ejemplo, quien pretende a una joven creyente, pero ella vacila en corresponderle por no ser convertido. Recordamos un caso semejante acaecido en la Argentina hace unos buenos años, cuando en nuestra juventud todavía residíamos allí. Uno que hasta llegó a bautizarse con ese fin, pero después de contraer matrimonio no volvió ni siquiera a asistir creo que a ninguna reunión.
Y todavía nos falta hablar de incrédulos, ateos, agnósticos, blasfemos, ladrones, criminales, mentirosos y engañadores. En algunos ve la posibilidad de un arrepentimiento cabal y les da oportunidades de que respondan favorablemente al mensaje del evangelio; de otros sabe bien que están tan atrincherados en su maldad y escepticismo, como verdaderos descendientes de Caín, que de nada vale que se intente persuadirlos de que cambien sus caminos.
Y en suma, todavía un cúmulo inagotable de posibilidades de todo orden que sería interminable consignar y detallar. Pero con lo dicho nos damos por satisfechos, y no agregamos más, excepto que todo esto nos sirve para darnos cuenta cabal por una parte, de nuestra diminuta pequeñez, y por la otra, en parte por lo menos, de la grandeza inconmensurable, majestuosa y gloriosa de nuestro gran Dios Trino – Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y esa grandeza alcanza su pico máximo con la corona de gloria de que es además un Dios de supremo y sublime amor.
¡Por sobre todas las cosas, qué dicha inefable la de saber con toda certeza que Él es el Dueño y Señor de nuestras vidas, ahora y por toda la eternidad!

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