La iglesia en Corinto

Prevenir para no tener que curar
Pasamos ahora a otro nivel de restauración, el colectivo o de iglesia.
Digamos en primer lugar que todo lo anterior forma una base, más que importante, imprescindible, para lo que ha de seguir, pues resulta obvio que para que una restauración conjunta tenga efecto, es totalmente imperativo que la misma se plasme de forma individual en los miembros de la congregación o iglesia afectada.
Y esto se aplica de forma particular a el o los responsables del liderazgo, que inevitablemente le fijan el rumbo que han de seguir los demás.
Tenemos varias iglesias del Nuevo Testamento que sufrieron una decadencia espiritual, cada una con causas, síntomas y matices distintos, todos ellos bien puntualizados.
Asimismo las Escrituras nos dan el consejo o la receta individual para cada caso. Para las iglesias de Corinto y Galacia a través de la pluma de Pablo, mientras que para las del Asia Menor abarcadas en los capítulo 2 y 3 del Apocalipsis, de la misma boca del Señor resucitado y ascendido, dictadas a Su siervo Juan cuando estaba en la isla de Patmos, por causa de la palabra de Dios y el testimonio de Jesús.
Empero nos encontramos con un escollo, al cual ya nos hemos referido en nuestro libro sobre el mismo: el hecho de que en el Nuevo Testamento prácticamente no contamos con constancias expresas y detalladas de la recuperación de ninguna de estas iglesias, aun cuando, por supuesto, esto no significa de ningún modo que no la hayan experimentado.
Dentro de lo posible trataremos de superar esta falta, siempre que sea factible y razonable, por la vía de la deducción, y también valiéndonos en algo del gran caudal de experiencia práctica que nos proporciona la iglesia en sí en el presente.
Por otra parte, debemos estar muy agradecidos al Señor por el rico legado que tenemos en el libro de Los Hechos, en las epístolas y en los capítulos 2 y 3 del Apocalipsis. En esto encontramos un abanico de verdades de las más variadas, sobre las fuerzas y factores que se infiltran en la vida de las iglesias para debilitarlas, dejarlas en decadencia, y a veces muy maltrechas y diezmadas.
Aun cuando la expresión y manifestación externa de estas fuerzas sea muy distinta en la actualidad, en esencia los principios latentes que operan en realidad son iguales, aunque podríamos decir en la versión y con las vestiduras de los siglos XX y XXI.
Asimismo debemos agradecer el hecho de que las Escrituras nos brindan amplio material sobre el consejo divino para remediar tales situaciones.
Ademá, hay algo que puede resultar de mucho provecho: iglesias que en la actualidad todavía no se encuentran debilitadas por fuerzas o factores debilitantes y nocivos, pueden beneficiarse enormemente del estudio de las dificultades y problemas de las iglesias del Nuevo Testamento, tomando cuidadosa nota de ellos para estar vigilantes e incluso tomar precauciones concretas contra esta clase de situaciones.
Sobre este último aspecto, en algunos casos hemos de abundar bastante, teniendo en cuenta el conocido adagio de que vale más prevenir que curar. Sobretodo, considerando que algunos males generalmente acarrean consecuencias muy serias, y a veces, si no imposibles, sí muy difíciles de remediar.
Pues bien, tras este largo pero necesario preámbulo, entramos ahora en materia. La iglesia de los corintios fue fundada en el segundo viaje misionero de Pablo, que fue el padre espiritual de la misma, aun cuando es justo reconocer la muy valiosa aportación de Silas, también conocido como Silvano, y en alguna medida también la del joven Timoteo.
Su caso no puede calificarse o identificarse de forma precisa como el de una iglesia de esplendor inicial, posteriormente venida a menos. Aunque en un principio debe haber habido sin duda la hermosa sencillez del primer amor en los nuevos convertidos, la verdad es que, según Pablo lo señala en 1a. Corintios 3:1-4, no habían crecido ni mucho menos madurado, quedando en la condición de niños o bebés, o criaturas en la más tierna infancia, según otras versiones. Y eso a pesar de haber estado Pablo enseñando, amonestando y exhortándoles durante el espacio de dos buenos años. (Los Hechos 18:11 y 18)
Las dificultades porque atravesaban los corintios eran muy variadas y presentaban un cuadro que, en un sentido, era sencillamente lamentable. Sin embargo, debemos darle gracias al Señor que en Su sabiduría las haya hecho figurar en las Escrituras, y junto con ellas los comentarios, consejos y exhortaciones que se nos dan a través de la pluma tan fecunda de Pablo, y que son tan instructivos y prácticos. Desde luego que han tenido y siguen teniendo mucha aplicación en innumerables situaciones de las iglesias de todos los tiempos, al punto que en nuestra prédica oral alguna vez hemos calificado a este libro como un Manual para el Trato de Problemas de Iglesias.
Divisiones internas en cuanto a diferentes ministerios.
El primer problema que Pablo trata en el primer capítulo de su primera epístola a ellos es el de las divisiones que había entre ellos. Las llamamos internas porque se seguían reuniendo juntos, es decir que no había un grupo que había salido en disidencia para formar una iglesia aparte, como tantas veces ha sucedido en siglos posteriores y, lamentablemente, continúa sucediendo hasta el día de hoy.
La verdad es que en las iglesias del Nuevo Testamento, con las muchas dificultades y problemas que afectaban a una buena proporción de ellas, en ningún caso encontramos constancia de una marcha en división por una parte de sus miembros, para abrir una nueva iglesia independiente y separada de la de origen.
Quizá hay incidido para esto el hecho de que en general se encontraban en una época de persecución, lo que los movía a permanecer unidos para seguir formando un frente común.
El tipo de división en este primer problema que Pablo trata, era el de diferencia de apreciación de ministerios distintos que habían trabajado entre ellos, entendiéndose que posiblemente Cefas (Pedro) los haya visitado. Aunque es posible también que la inclinación hacia él haya procedido de informes recibidos en cuanto a él y los milagros que el Señor había hecho a través de él, lo cual a menudo se da entre los inmaduros.
A algunos les podrán llamar la atención las palabras “y yo de Cristo” al final del versículo 1 del primer capítulo. No está bien decir que uno es de Pablo, otro de Cefas, pero ¿ por qué no que uno es de Cristo? ¿Acaso no somos de Cristo todos los redimidos?
Sí, es verdad que lo somos, pero notemos que Pablo usa el singular, no el plural. Se trata de la persona que afirma ser ella misma de Cristo, pero con la insinuación tácita y muy venenosa de que los otros – por más que se congreguen con uno y digan ser hermanos -en realidad quizá no lo sean. Hemos conocido casos y situaciones de esta índole, comprobando el aire de superioridad y orgullo espiritual que llevan en sí, como así también su tremendo poder nocivo y divisivo.
Uno decía ser de Pablo, otro de Apolos y otro de Cefas. No hay duda de que cuando hay pluralidad de ministerios, el uno alcanza, toca o bendice a algunos más que a otros, y estos últimos a su vez se sienten más impactados y bendecidos por otro distinto.
Esto se puede deber a buenas razones, como por ejemplo que un determinado siervo, con el don que ha recibido, sea eficaz para la necesidad expresa de algunos, mientras que otros, con un caudal igualmente rico pero diferente, resulte de más provecho para otros con necesidades distintas.
Se puede deber también a razones no tan sanas, como el sentir un atractivo especial, pero no genuinamente espiritual, hacia un aspecto tal como una mayor elocuencia, o un estilo de presentación que irradie simpatía o buen humor. Además de esto puede ser que el ministerio del otro pone el dedo en la llaga, como solemos decir, y así no gusta porque sencillamente toca puntos débiles en que algunos no están dispuestos a ceder, obedecer o dejarse tratar por el Señor.
En el caso de los corintios, es muy probable que había los que favorecían a Apolos por la elocuencia con la cual exponía, en contraste con la sencillez y el lenguaje llano, desprovisto de toda retórica propio de Pablo, según su deliberada intención, expresada en el capítulo 2 versículos 1 a 5. Lo cierto es que al afirmar ante los demás cada uno su preferencia personal, daban muestras de clara inmadurez, creando un ambiente de comparaciones indebidas, poniendo al uno por encima del otro y vice-versa.
Claro está que hay ministerios sobresalientes – generalmente translocales -por los cuales todos sin excepción se sienten bendecidos. Éstos no presentan este tipo de problema, pero a veces sin que sea su culpa en lo mas mínimo, crean otra dificultad muy distinta.
¿Cuál es?
Que el pastor y los ministerios locales, por una sensibilidad excesiva, se sienten menoscabados o como el pobre que se lo tiene siempre, ante las loas unánimes de toda la iglesia para con el ministerio que los visita, de forma quizá demasiado efusiva para el gusto de ellos.
En un sentido, estas cosas no dejan de ser pequeñeces o niñerías carnales, pero en la práctica con frecuencia originan situaciones de desavenencia o conflicto. Conviene pues tenerlo todo en consideración para evitar dentro de lo posible que surjan tales situaciones.
Es bueno y enriquecedor que la iglesia local se nutra no sólo de sus propios ministerios, sino también de otros nacionales e internacionales. Pero en cuanto a estos últimos debe haber moderación y sabiduría.
La visita de muchos – demasiados – ministerios de afuera, puede resultar desestabilizante y perjudicial. La razón estriba en que en muchas ocasiones traerán énfasis o líneas diferentes que, fácilmente, podrían desviar a la iglesia de la directriz y el rumbo que por la guía del Señor le ha marcado su liderazgo. Además, desde luego está el factor económico que habrá que tener en cuenta.
La función correcta de un ministerio que visita a una iglesia se reconoce fácilmente a través de varios factores, a saber:
1)Sobreedifica, lo que supone el apoyo y respeto debido al fundamento y la edificación ya existentes. Lamentablemente, hay los que lo socavan o debilitan, sembrando dudas en la congregación sobre sus bases o la forma en que se desenvuelve. 2) Respeto total al liderazgo de la iglesia, sea éste en singular o plural. A veces, por su juventud o por ser reducida la membresía o por otras razones, se lo desprecia. Lejos de ello, el siervo realmente enviado por el Señor tendrá una actitud de amor, comprensión y estímulo.
A veces la falta de respeto se manifiesta en no tener presente el sacrificio y trabajo laborioso por años por parte del pastor o los siervos locales. Se podría por ejemplo advertir que muchos miembros tienen necesidades espirituales y todavía dan claras muestras de inmadurez, y ante ello mostrar un espíritu de crítica y desprecio. Bien haría saber el estado en que antes se encontraban – tal vez sumidos en el alcoholismo o bien con un trasfondo bajo y malo, y cuántas horas y vigilias se han invertido para sacarlos de esos abismos y llevarlos hasta donde están ahora! – no en la cumbre ni nada por el estilo, pero sí mejor, mucho mejor que antes. 3) Nunca se debe tratar de captar de manera especial la simpatía y aprecio de los miembros en detrimento de su lealtad y apoyo a sus líderes locales. Y mucho menos atraerlos hacia otras actividades, labores o retiros ajenos a su propia iglesia. 4) Se debe tener muy claro que el hecho de que se les ceda el púlpito y el poder entrar en las labores de otros, no los coloca por encima de la iglesia o de su liderazgo – antes bien, al entrar en la parcela o jurisdicción ajena, deberán estar sometidos y acatar las indicaciones o recomendaciones que se les hagan, todo esto por supuesto, en un marco de cortesía, amor y respeto mutuo.
5) Aconsejar cuando se les consulta sobre problemas y dificultades, pero sin inmiscuirse en el orden interno ni con los miembros, salvo para consejería y por el pedido y con la aprobación del pastor o los líderes. Después de hacerlo, siempre que sea posible, es aconsejable informar al liderazgo sobre el consejo o la ministración que se ha dado. 6) Finalmente, el sello distintivo y aprobatorio de un ministerio realmente enviado por el Señor será que sin saber de antemano la línea reciente o actual del ministerio en la iglesia local, traerá una palabra acorde o incluso coincidente, que vendrá a confirmar y reforzarla. Igualmente, sin estar enterado de posibles problemas por los cuales se podrá estar atravesando, a menudo dará consejos y exhortaciones en el ministerio de la palabra que encajen con absoluta precisión, y esto será evidente para el pastor o los líderes y la iglesia en general.
Asimismo, y como muestra adicional, con frecuencia quedará el fruto visible ya sea de nuevos convertidos, descarriados que se restauran o miembros que han sido claramente bendecidos en un sentido u otro.
El siervo que trabaja de esta forma, aunque esté integrado en su iglesia base, tendrá, sin duda, vínculos con congregaciones de muchas vertientes distintas dentro del Cuerpo de Cristo. Cada uno de ellos tendrá distintos tonos y matices en cuanto a costumbres, orden interno, etc.
La palabra más larga del idioma castellano que conocemos es I N T E R DENOMINACIO NALMENTEquetienenada menosque24 letras. Lo que nos mueve a puntualizar que para actuar correcta y fructíferamente en esa función hace falta un cúmulo de virtudes tales como el tacto, la discreción, flexibilidad, madurez, discernimiento, adaptabilidad, prudencia, bondad, amor, humildad, cortesía, urbanidad, savoir-faire y muchas más, que en total, seguramente podrán alcanzar a las dos docenas de esta palabra maratoniana y tal vez hasta la sobrepasen!
Siempre bajo el mismo subtítulo de divisiones, corresponde ahora que señalemos algunos otros puntos de importancia en cuanto a otra forma en que llegan ministerios de afuera a la iglesia local. Nos referimos a la gran profusión de libros, casettes, videos y retiros convocados por otras congregaciones u organizaciones.
En el caso de los tres primeros, sabemos que, aparte de gran abundancia y variedad, y dentro de todo, podemos decir sin temor a equivocarnos que hay buenos, regulares y malos.
Aun los buenos pueden no venir en sazón. Por ejemplo, en una iglesia que está pasando por una etapa de fuerte arrepentimiento y purificación, pueden entrar a circular cintas magnéticas o videos con mucho hincapié en la alabanza, estando la misma encaminada hacia el regocijo, a declararse más que vencedores en Cristo, a olvidar toda preocupación y saltar de alegría.
Estas facetas son buenas en sí y a su tiempo, pero para el caso en cuestión resultan inoportunas y totalmente contraproducentes.
El mejor consejo que podemos dar en cuanto a esto, es que dentro del ámbito de la iglesia funcione bajo la tutela de el o los dirigentes un grupo de dos o tres personas, y las mismas de buen discernimiento espiritual. Las mismas tendrán el cometido de ver, leer o escuchar el material, examinando su contenido cuidadosamente, sobre todo lo que viene de fuentes no bien conocidas ni fiables.
Después de esto, corresponderá señalar lo que es más indicado. Desde luego que en un plano normal no se puede prohibir lo que se considera no provechoso, so pena de caer en algo que se asemeje a una dictadura espiritual, pues esto a la larga traería descontento y malestar.
En cambio, con sabiduría y tacto, en la forma y el momento más oportunos, a veces procederá señalarlo como desaconsejable, dando o no las razones según corresponda – a veces a todos juntos y en general, y otras a miembros determinados por separado.
Generalizando, el problema de tanto material con tanta variedad, y no todo sano u oportuno, es que puede contener semillas con un potencial divisivo. Esto radica en sus tendencias o líneas directrices distintas, que a veces incluso pueden llegar a ser opuestas y que comienzan a afectar la visión de distintos miembros de formas muy dispares, pero escondidas de los pastores o líderes, puesto que todo esto se va absorbiendo privadamente, en el hogar de cada uno, y cada cual con el material de su preferencia.
Más tarde, en un momento de tensión o crisis, esto muy bien podría ser un factor poderoso para desencadenar una división, y es por lo tanto importante anticiparse a esta clase de peligros, tomando sabias y claras medidas preventivas.
Los retiros convocados fuera de la iglesia local pueden resultar de mucha bendición, pero también en no pocas ocasiones pueden acarrear problemas, y a veces muy serios.
Lo correcto es que quienes los convoquen hagan llegar la invitación a los pastores o el liderazgo de la iglesia y no a determinados miembros en forma particular. Lamentablemente, a veces se hace esto último, lo que supone una falta de ética al llegar a las ovejas sin contar con sus pastores.
A veces se hace por ignorancia y a veces por conocerse a las ovejas y no a los pastores, pero de todos modos el respeto mutuo y buen gusto deberían indicar a los convocantes que no actúen de esa forma.
Canalizada la invitación a través del liderazgo, éste podrá considerar si es
o no conveniente que se asista. En caso afirmativo, pero tratándose de un ministerio no conocido anteriormente, aun cuando venga bien recomendado, será aconsejable enviar un líder de la iglesia con discernimiento espiritual para acompañar a los miembros asistentes y asesorarlos y velar por ellos.
En otros casos, será prudente que vaya solamente un líder local maduro y experimentado, o aun El mismo pastor para sopesar debidamente las cosas, y decidir si en ocasiones futuras sería o no beneficioso que los miembros asistan.
Todo esto se hace recomendable y hasta necesario, porque muchos son los casos en que la asistencia independiente o “a su aire” de un grupo de miembros origina dificultades y hasta serios problemas. A veces el grupo de los asistentes puede venir muy encendido con “una nueva visión” y querer propagarla en seguida, actuando con altivez, con aires de superioridad y hasta despreciando al pastor o liderazgo por no saber o entender nada de “la gran novedad” que ellos han absorbido.
En otras ocasiones, sin llegar a estos extremos, lo recibido en el retiro, por ser en una dirección muy distinta de la que lleva la iglesia, puede tener un efecto desestabilizante, e igualmente contener semillas desavenencias potenciales con los que no han asistido.
Resumiendo: lo ideal en todo esto será que dentro de una cierta flexibilidad, todos los miembros de la iglesia local “coman a la misma mesa” y así se alimenten con la misma comida, lo cual habrá de propender a una sana uniformidad y armonía.
Habrá casos en que el pastor o los líderes asistan , ya sea solos o acompañados por el grueso de la iglesia, pero algunos de los miembros no lo puedan hacer. En tales casos, de haberse recibido bendición, la misma podrá a su tiempo ser transmitida a los que no pudieron asistir, pues será por la vía correcta de la dirección de la iglesia y no sin contar con ella.
Se debe tener muy claro que esta última alternativa – de que algo que se introduzca en la iglesia, pero a espaldas de su dirección o prescindiendo de una forma u otra de ella -lesiona uno de los principios más importantes en cuanto a la edificación de la iglesia: el del respeto al liderazgo, o sea el entrar correctamente “por la puerta” y no “por la ventana” como se suele decir. Aunque en un principio el obrar de esa forma incorrecta pueda tener unos beneficios aparentes, a la larga se comprobará casi siempre que el saldo final será desfavorable y perjudicial, y a veces en sumo grado.
Cuando se reciban visitas de otros ministerios es muy aconsejable que el liderazgo de la iglesia esté presente. Esto responde a la necesidad de que actúe como la criba que dejar pasar lo bueno y provechoso, y retiene todo lo que pudiera ser paja o sencillamente inoportuno para el momento que atraviesa la iglesia.
Así, en el orden de Dios, lo bueno y provechosos beneficiará al liderazgo y fluirá a través del mismo a toda la congregación. Asimismo, con su sola presencia, con la autoridad recibida del Señor para su propia parcela, se impedirá que lo desaconsejable o improcedente se transmita a la grey, en virtud de la criba que supone, según lo explicado más arriba.
Como verá el lector u oyente, nos hemos extendido considerablemente sobre el tema de las divisiones – y esto, bajo un solo aspecto! -el de ministerios de afuera, y la forma en que pueden afectar para bien o para mal.
Quienes estén en el teje y maneje de estas cosas, liderando iglesias locales y procurando llevarlas adelante en unidad y sobre bases firmes, estarán bien compenetrados de que se trata de una problemática de candente actualidad. Confiamos que los comentarios y consejos presentados resulten de utilidad y provecho.
Interrumpimos aquí para continuar en la segunda parte.
FIN