La piedrecita blanca.-

“…y le daré una piedrecita blanca, y en la piedrecita escrito un nombre nuevo, el cual ninguno lo conoce sino aquél que lo recibe.” (Apocalipsis 2:17b)

Es a todas luces evidente que estas palabras de Jesús no deben interpretarse en forma literal. Pensar que a un vencedor le daría una piedra blanca muy pequeña, inscrita con iniciales o un nombre en clave, guardarla en un estuche y tal vez exhibirla ante su esposa y hermanos dilectos una o dos veces al año, no tendría sentido ni valor espiritual alguno.

De Jesús podemos y debemos esperar cosas mucho mejores que ésa!

Veamos entonces: uno de los muchos nombres que le dan a Él las Sagradas Escrituras es el de la Roca de los Siglos. No muchos lo conocen, porque el versículo en que aparece – Isaías 26: 4 – en nuestra revisión de 1960 de la versión de  Casiodoro de Reina se traduce la fortaleza, en lugar de la Roca, como está en el original hebreo. El nombre expresa su solidez – totalmente inamovible e invulnerable, y además eterna.

En el plan de redención, además de la salvación, el perdón y la vida eterna, como bien sabemos se incluye muchísimo más.

Como resultado de la caída en el pecado, uno de los muchos males que aquejan al ser humano es el de desmoralizarse, deprimirse o ser fácilmente vulnerado en sus defensas contra la tentación y la adversidad. Algunos podrán tener una apariencia de roble, pero llegado el momento de la verdad, al tocárseles en su punto débil, claudican igualmente, como todos los demás.

Esto indudablemente ha sido un dolor y un quebranto para el Señor: ver al hombre y la mujer, creados para ser a Su imagen y semejanza, tan venidos a menos, con el raquitismo interior que los hace fácil presa del enemigo, el cual a veces, hasta puede llegar a divertirse malvadamente a costa de ellos, jugando con sus vidas, casi diríamos como el gato con el ratón.

Por eso no debe sorprendernos que el plan divino de redención contenga algo muy concreto para responder a esa profunda necesidad que tenemos todos. Casi podríamos agregar que sería incomprensible que no fuese así. Pero veamos la forma en que ha sido provista.

Como todo lo demás, se encuentra en Cristo y Su gran obra redentora. Esa cualidad de Él – la Roca, bien sólida y consistente, se nos había de transmitir a nosotros, los seres humanos, tan faltos de ella. Para ello, el Eterno Hijo de Dios se encarnó, y al comenzar Su ministerio a los 30 años de edad, entró en la arena del combate contra el enemigo que a todos nos dominaba totalmente.

Como hombre de carne y hueso, como nosotros, tuvo que enfrentar todos los embates de Satanás y sus huestes infernales. No sólo en la tentación esos 40 días en el desierto, sino en muchas ocasiones posteriores, sobre todo durante la etapa final hasta Su muerte en la cruz, en que toda la malicia y astucia de las tinieblas se lanzó contra Él.

El propósito era muy concreto: encontrar algún punto flojo en Él para asustar, deprimir o enfermarlo, o vulnerarlo en cualquier forma posible, envenenándolo con alguna forma de pecado o maldad.

Poco antes de ser apresado, juzgado y condenado, Él había pronunciado estas palabras, tan fundamentalmente importantes:

“…viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí. “ (Juan 14: 30b)

Y bendito sea Su nombre, en la tremenda y cruel batalla que tuvo que librar hasta el último momento, la verdad de esa declaración suya quedó total y categóricamente comprobada. Aunque le costó un precio que nunca comprenderemos en su total magnitud como seres finitos que somos, pudo llegar al final sin que nada, absolutamente nada de esa avalancha de maldad y odio infernal pudiese penetrar en Él.

 En la arena del Calvario sobre todo, pero a todo lo largo de Su vida maravillosa, ganó la batalla más grande de la historia en todo el universo.

Así, como hombre, demostró ser roca invencible e impenetrable – por así decirlo, a prueba de infierno, tinieblas y toda suerte de pecado y maldad. Y de esta forma, como Cabeza de una creación y estirpe nueva, Él puede ahora impartirnos esa solidez y consistencia interior que tanto necesitamos.

Algo de esta verdad ya quedó insinuada cuando en el primer encuentro con Simón, hijo de Jonás, Jesús le manifestó que sería llamado Cefas o Pedro, que significa piedra en arameo y griego respectivamente. (Juan 1:42)

Evidentemente que no se trataba de un mero cambio de nombre, sino de algo de mucha mayor importancia.

Aunque usando un vocabulario muy distinto, Pablo tiene algo muy semejante en su corazón al orar por los santos efesios:

“…por lo cual pido que no desmayéis…Por esta causa doblo mis rodillas ante el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo…para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos en el hombre interior por su Espíritu.” (Efesios 3: 13, 14 y 16)

La forma en que Jesucristo lo presenta en Su carta a Pérgamo es en realidad  más puntual y específica, y contiene el agregado de un nombre nuevo, al igual que en el  encuentro con Simón ya citado.

El concepto que prevalece en la interpretación de lo que está diciendo es el de fieles seguidores y siervos suyos, empeñados en una batalla en que, apoyándose en Él y Su palabra, deben enfrentar crisis, capear temporales, y seguir adelante, abriéndose paso, a veces contra viento y marea. Mientras todo esto sucede, el Espíritu Santo va forjando en su interior, día a día, poco a poco, esa bendita piedrecita blanca, hasta llegar al punto de quedar firmemente establecida.

En realidad, no es sino un desprendimiento vivo de Él, la gran Roca eterna. Pero vemos la exactitud con que se le da su nombre: en primer lugar piedrecita, porque es muy pequeña – una forma sabia de ayudarnos a mantenernos sobrios  y diminutos en comparación con Su grandeza formidable. No obstante, por ser algo vivo, tiene en sí el potencial para crecer y ensancharse. Y por supuesto, su color no podría ser otro que el blanco, que expresa la virtud de Su santidad. De ninguna forma podría ser marrón terroso, gris oscuro mezclado con negro, ni nada semejante.

El resultado práctico será que el vencedor que lo reciba, con seguir siendo en sí un débil mortal, dentro del vaso de barro que seguirá siendo, tendrá algo distinto que no tenía antes, o si lo tenía era algo embriónico y no bien formado y afirmado.

Las pruebas y presiones todavía podrán doler y ser desagradables; no obstante, en su interior, que antes desmayaba, se deprimía o caía vencido, ahora tendrá algo diferente, que aguanta y le permite sobrellevarlo sin nada de eso, sino apoyándose en el Señor, alabándole y manteniéndose en paz y serena confianza.

Para los que buscan lo llamativo y aparente de esas “grandezas” que suelen estar en boga hoy día, generalmente esto no les resulta muy atractivo. Quizá sea porque tristemente no han llegado a comprender bien su verdadera valía. En cambio, quienes por su madurez lo entienden bien y con toda claridad, no tendrán ningún reparo o vacilación, en apreciar este galardón propuesto por Jesucristo como algo de inestimable valor.

Aquí me detengo brevemente para una aclaración importante.

Sin duda, hay creyentes maduros que llegan a ese mismo fin de mantenerse incólumes ante las pruebas y la adversidad, pero por otra vía o una obra del Espíritu en sus vidas de un matiz distinto – de hecho recuerdo el caso de un querido hermano en la Argentina – posiblemente fallecido – y con el cual tuve una estrecha relación fraternal.

Me acuerdo que me decía que había llegado a un punto que cuando venían problemas y cosas que suponían adversidades, ahora se encontraba en paz y sin mayor preocupación. Y por cierto que nunca le oí hablar de la piedrecita blanca.

 

El nombre nuevo.-

No obstante la aclaración precedente, continuamos con el tema de la piedrecita blanca.

Por mucho tiempo pensábamos que esta parte final del versículo, con lo del nombre nuevo que ningún otro conoce, era más bien figurativa. Al hablar sobre el tema, lo hilábamos con el cambio de nombre de Simón por Pedro, y tomábamos ese nombre – Petros – para el varón, y lo hacíamos extensivo al femenino usando Petras. Así, de forma genérica, lo veíamos aplicable a cuantos, por perseverar en la lid y vencer, se encontraban con la bendición y la dicha de contar con la piedrecita blanca plasmada por el Espíritu Santo en sus vidas – llamados bien Petros o Petras.

Sin embargo, de un  tiempo a esta parte nuestra comprensión de esto ha cambiado. Ahora lo vemos claramente como un nombre individual dado por el Señor Jesús a cada uno de Sus vencedores. Y además, que Él lo hace de una forma que confiere una intimidad confidencial, de manera que el que lo recibe se lo guarda para sí, y no lo comparte con ningún otro, ni siquiera la persona más íntima y querida – es decir, tal cual está en el versículo.

“…el cual ninguno conoce sino aquél que lo recibe.”    

Bien podemos preguntarnos, qué fines prácticos y tangibles, persigue lo de dar  a cada vencedor que recibe la piedrecita blanca, un nombre nuevo que ninguno conoce sino el que lo recibe. 

Creemos que dos. En primer lugar, es una prenda de amor preciosa, que Jesús otorga a Sus fieles y amados vencedores. Toma el carácter de algo muy especial e íntimo, y quien lo recibe, como ya se ha dicho, no lo ha de divulgar a nadie en absoluto.

Así, otros no sabrán cuál es ese nombre, pero podrán ver en quienes lo hayan recibido, cualidades y virtudes que responden precisamente al significado del mismo, virtudes y cualidades éstas que no las veían anteriormente, o si las veían era de forma más bien difusa, y sin la claridad con que las ven ahora.

En segundo lugar, se trata de un fin muy práctico.  Para que conservemos   las bendiciones  recibidas del Señor, aparte de la gracia Suya que nos sustenta, hace falta nuestra estrecha vigilancia y colaboración. Al recordar el nombre nuevo que uno tiene ahora, con todo lo que su significado representa, uno se sentirá siempre estimulado a hacerle honor, con una conducta totalmente consecuente y coherente.

Así habrá el ánimo y deseo ferviente de no defraudar nunca al Señor, que se lo ha dado a uno como algo tan precioso y especial.  

No se nos pasa por alto que para algunos no será fácil acompañarnos  en la comprensión de esto que venimos comentando. Tal vez sea porque se oye y lee muy poco que sea explícito y concreto sobre el  tema.  Recomendamos en todo caso que se lo relea detenidamente, confiando en que se esté de acuerdo  en que no hemos forzado la interpretación del texto bíblico en ningún punto.                                                                                                                                                                                                                                

Además, como ya hemos puntualizado, comprendemos y aceptamos que el Señor sin duda también lleva a otros  a una altura y profundidad similar de relación con Él, sin que necesariamente tengan que pasar por la misma vía de lo que venimos diciendo, a saber, la piedrecita blanca.

No obstante, queremos expresar nuestra firme convicción de que la piedrecita blanca, con el nombre nuevo que ningún otro conoce, constituye un galardón específico y concreto, prometido por Jesús a Sus amados vencedores, tanto en aquel entonces como ahora, y que por lo tanto es alcanzable en el día de hoy, tal y cual se lo presenta en la palabra.

 

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