SAMUEL EL GRAN RESTAURADOR

 

Undécima parte

Recuperando las ciudades perdidas (4 – 2)

 

  Continuando con este vasto tema de la gracia de Dios y sus múltiples ramificaciones, tras lo dicho al final de la décima parte, no se nos debe quedar en el tintero ahora señalar que en el importante tema de levantar obreros de entre las mismas filas de una obra del Señor, en vez de buscar traerlos de otra pare, hay de por medio un principio que podríamos llamar orgánico o de vida, a través del cual se desenvuelve el genuino mover del Espíritu Santo. 

Reconocemos que hay casos en que el Señor soberanamente trae siervos de otra parte, pero en ese caso Él los injerta de una forma integral, mientras que cuando las cosas son movidas por la iniciativa humana, a la postre resulta como un remiendo temporal que no aporta ningún beneficio verdadero ni duradero.

A esta categoría de injerto responde el caso del apóstol Pablo – entonces todavía llamado Saulo – cuando en los principios de la iglesia en Antioquía de Siria,-Bernabé, evidentemente guiado por el Señor, fue a buscarlo a Tarso para traerlo a colaborar.

Pablo fue perfectamente encajado por el Señor en la iglesia de Antioquía, que desde entonces pasó a ser su hogar espiritual y base de operaciones, siendo encomendado por ella a la gracia de Dios cada vez que salía en un viaje misionero.

Por otra parte, al levantar nuevas iglesias en estos viajes, nunca encontramos que ni él, ni Bernabé, ni Silas,  mandaron a pedir a Antioquía o a Jerusalén que enviasen siervos avezados para pastorearlas. En cambio, de entre las filas de esas nuevas iglesias buscaron hombres que reuniesen condiciones, los potenciaron y los reconocieron ante la congregación, constituyéndolos como ancianos.

Y hemos de reconocer que en todo esto hay un principio creativo clarísimo de Dios que opera tanto en lo natural como en lo espiritual.

En efecto, así como cuando nace una criatura, con tal que sea sana y normal, ella ya tiene en sí todo lo que necesita para crecer, desarrollarse y  alcanzar el fin para el cual ha sido creada, siendo necesario por supuesto la crianza y tutela de los padres hasta alcanzar la mayoría de edad; así, decimos, cuando se engendra una iglesia de verdad, sana y normal, debe esperarse que de ella misma surjan los dones espirituales, capacidades y ministerios necesarios para llevarla adelante, reconocidos y potenciados desde luego por el o los fundadores de la misma. También para esto bien puede mediar la aportación de otros ministerios de que se pudiera disfrutar, y  que denominamos translocales. –

Con ser tan lógico y evidente todo esto, nos sorprende ver que a veces en la práctica no se lo aplica, y en cambio se busca traer a uno de otra parte, al que se considera más dotado. Esto podrá ser así y el nuevo pastor o encargado podrá tener la mejor buena voluntad e intención, pero en un buen número de casos, si no en la mayoría de ellos, al poco tiempo se empieza a tener dificultades que irán en aumento, hasta desencadenar en una crisis de división o de dimisión forzada.

¿Por qué?

Porque no se ha entendido, o no se le ha prestado la debida atención al principio de fondo que venimos señalando. Al proceder de la forma indicada en el párrafo anterior, al siervo traído de otra parte se le ha puesto en el lugar nada envidiable de padre adoptivo de un buen número de hijos ajenos,  Si la adopción es algo bastante azaroso en lo natural, por cierto que no lo es menos en lo espiritual, como lo atestiguan los tristes resultados que tantas veces se dan.

Y lo que es quizá más importante, con este procedimiento se frustra el propósito divino de que los miembros alcancen madurez y mayoría de edad, de tal forma que algunos pasen a liderar la iglesia, o se desempeñen en ministerios claves en la misma. Alcanzado el debido desarrollo y maduración estarán ellos mejor capacitados que uno traído de afuera, por haber nacido y haberse criado dentro de la iglesia, cuya tónica y líneas directrices comprenderán perfectamente. 

Hay más formas en que se puede pedir o buscar un rey, a menudo uno que reside a gran distancia, ya sea dentro del mismo país o en el extranjero, y hasta en otro continente. Generalmente tiene su origen en la falta de confianza, inmadurez o inseguridad de quienes lo hacen; o bien, abrumados por las dificultades que experimentan, esperan que así se solucionen los problemas y les lleguen las bendiciones que tanto anhelan.

En algunas ocasiones, tal vez como excepción, este camino puede estar justificado y resultar provechoso. En general lo conceptuamos desaconsejable y además antieconómico por razones obvias.

También a veces se da la gran contradicción de una relación muy estrecha con quien está a gran distancia, pero que a la vez produce un distanciamiento, y a veces hasta un corte total, con consiervos de la misma ciudad o comarca.

Algo más que no debemos omitir, es que en no pocas casos un par de diáconos de una iglesia en que han estado ejerciendo el cargo por un buen tiempo, cada vez que llega un pastor nuevo traído de afuera, después de un período inicial no muy prolongado, empiezan a hacerle la vida imposible, sintiéndose ellos como custodios, por no decir dueños de la iglesia.

 Como se ve,  de cuántas maneras distintas los seres humanos podemos enredar las cosas en la viña del Señor!

Pero retomamos el hilo central haciendo hincapié en que el orden divino es muy claro. Dios da padres espirituales que engendran hijos e iglesias. En el plano normal, ellos son los que han de tutelar, aconsejar, corregir, etc. aunque no de forma exclusiva, pues puede y debe haber también la aportación de otros, por supuesto dentro de las normas correctas

Pero, lo que es muy importante es que estos padres deben tener muy clara como su meta primordial de que sus hijos alcancen la mayoría de edad, y aquéllos con un llamamiento para ello, lleven sobre sus hombros la responsabilidad de la obra.

 Esta responsabilidad podrá ser en la misma iglesia, en el caso de que el o los nacidos y criados en la misma se trasladen a otra zona o lugar donde sientan levantar una obra nueva,  o también, que por razones de edad avanzada deban dejar la dirección en manos de gente más joven, es decir, de la generación siguiente.

Aquí se vuelve a dar la analogía de lo natural. Un padre sabio y consciente siempre se cuidará de no frustrar a un hijo con mayoría de edad, privándolo  de su derecho y deber de enfrentar la vida y abrirse paso en la misma por sí mismo. En tiempos difíciles, siempre estará en disponibilidad patr ayudar, aconsejar o apoyar,  pero su satisfacción más grande será verlo como persona adulta, responsable y plenamente capaz de tomar las grandes decisiones por su cuenta.

Y esto, dentro del marco de un espíritu manso y correcto, no es ser uno que va “a su aire” haciendo las cosas con independencia y hasta rebeldía, como suponen algunos. Muy por el contrario, es haber alcanzado ese grado de madurez, responsabilidad y verdadera hombría, que es, después de todo, la voluntad de Dios para cada uno de nosotros. Y claro está, esto no descarta en absoluto el tener sanas y entrañables relaciones con otros consiervos, locales o de otros puntos, para consejería y apoyo mutuo.

No tomamos más comparaciones de cómo Israel perdió el rumbo, pero en cambio pasamos al ejemplo sabio y aleccionador de David, al ir a enfrentar al gigante Goliat.  Luego que el rey Saúl lo hubo vestido con sus ropas, puesto sobre su cabeza un casco de bronce y armado de la coraza, se dio cuenta en seguida de que eso no era para él, y le dijo a Saúl:

“Yo no puedo andar con esto porque nunca lo practiqué.” – “No los he probado” según otras versiones. “Y David echó de sí aquellas cosas.” (1a. Samuel 17:39)

Qué varón ejemplar y valeroso! Él nunca había practicado lo que los otros hacían. Siendo un pastorcito humilde y fiel, Dios lo llamó del redil, la unción santa fue derramada sobre su cabeza escogida, y de ahí en más no supo sino del camino de la fe y dependencia absoluta del Dios a Quien amaba tanto.

Sabía que manteniéndose y apoyándose en Él, la virtud divina operando a su favor sería más que suficiente y de ninguna forma se podía rebajar a transitar en la senda inferior y equivocada que se le proponía. Así que se despojó de toda esa armadura tan pesada, que sabía que de poco o nada le iba a servir; en cambio, ágil y espontáneo, tomó las armas rudimentarias y tan antiguas de su cayado, el saco pastoril, cinco piedras lisas escogidas del arroyo,  y su honda, y avanzó hacia el filisteo.

Qué ridículo! Qué atrasado! Si nadie usa ya esas armas de antaño; hoy en día tenemos la espada, el casco de bronce, la coraza…¿Qué se piensa que va a hacer ese joven iluso?

Muchas veces es así: el auténtico camino del Espíritu transita por lo invariable y eterno de Dios, sencillo y muchas veces débil y hasta impotente, y que a la mente carnal parece una locura atrasada y simplona. Pero Dios confunde con él a los sabios y eruditos, y con una sola piedra lanzada por un varón de verdad, que de veras confía y se apoya en Él, logra lo que un ejército entero, plenamente pertrechado con lo moderno y de actualidad, de ninguna manera llega a conseguir.

Creemos que esta conocidísima historia de David y Goliat tiene muchas verdades de candente actualidad para todos nosotros. ¿No le parece que es así, querido lector u oyente?             

Pues bien, esta ciudad de la gracia de Dios, en la acepción ya explicada del fluir de la virtud divina, nos ha llevado varias páginas, resultando más extensa de lo que esperábamos.

Por otra parte, tampoco  se nos pasa por alto que, trabajando básicamente sobre el Antiguo Testamento, nos hemos deslizado también en algo por el Nuevo, lo que para algunos puede dar una sensación de falta de orden o continuidad.

En cuanto a esto último, reiteramos lo expresado anteriormente de que las verdades y principios divinos no se pueden ni se deben encorsetar en un manual o libro de texto. Naturalmente que debe haber claridad y continuidad, pero creemos que quien lea de forma detenida y con atención las encontrará.

Por otro lado, las dos partes de la Biblia, el Antiguo y el Nuevo Testamento, se entrelazan de tal manera, que inevitablemente el uno nos lleva al otro y viceversa.

En lo que se refiere al largo de esta sección, debemos tener muy presente que la operación de la gracia de Dios que hemos estado tratando, es realmente imprescindible para todos los aspectos de la vida y el ministerio, sea a nivel individual o bien colectivo. Esto explica por qué nos hemos extendido tanto, aunque por supuesto, sin agotar el tema.

Y como consideración final, reiteramos que hay muchas formas en que se puede perder una ciudad tan importante y vital. Desde luego, por el pecado en sus múltiples manifestaciones: infidelidad, idolatría, pereza y apatía, desobediencia, orgullo espiritual, etc. etc. Pero también, como hemos visto, por el seguir intentando hacer la obra de Dios, pero pasando, casi insensiblemente, al uso de métodos, técnicas y procedimientos ajenos al camino sencillo, pero vivo, dinámico y eficaz que nos marca el Espíritu Santo a través del patrón que encontramos en la palabra de Dios.

Ese patrón puntualiza con mucho hincapié, y en reiteradas ocasiones, que es sólo lo que se hace por la gracia de Dios funcionando por la virtud del Espíritu Santo lo que produce el oro, la plata y las piedras preciosas que han de perdurar por toda la eternidad. Lo demás, cosecha de nuestros cultivos humanos, por más apariencia de eficacia y éxito que pudiera tener transitoriamente, a la larga será quemado por el fuego, quedando nada más que las cenizas y una triste e irrevocable pérdida, según nos señala Pablo en 1a. Corintios 3: 12-15.

Que el Señor nos ayude a todos a tener una aguda sensibilidad espiritual que nos guarde bien de no edificar con madera, heno u hojarasca, y a retener, o recobrar según el caso, la ciudad sumamente importante de vivir y funcionar en y por la gracia de Dios.

 

F I N