SANIDADES DURADERAS, PROLONGACIONES DE MISERICORDIA, LOS DOS RELOJES,

Y LA MASA DE HIGOS.

 

Vaya titulo, pensará el lector u oyente Por el largo que tiene, me hace acordar a los de algunos de los capítulos del Quijote!

Empezamos por la primera de las cuatro. Para ello nos valemos del capítulo 38 de Isaías, en el que se nos consigna la sanidad milagrosa del ilustre rey Ezequías.

Contaba escasamente 39 años de edad cuando cayó gravemente enfermo, y el profeta Isaías vino a decirle, de parte del Señor, que debía ordenar su casa, puesto que iba a morir.

Esto muestra y recalca, como primer punto importante, la transitoriedad de la vida, y la necesidad de que vivamos con mucha prudencia y sabiduría, aprovechando al máximo cada oportunidad que se nos brinda para hacer el bien y para andar en la plena voluntad del Señor.

Y por  supuesto, también debemos desechar toda pérdida innecesaria de tiempo en cosas ajenas al reino de Dios, y que en realidad no son de ningún provecho.

Además, hay un segundo punto que en algunos casos no parece tenerse debidamente en cuenta. Al tomar conocimiento de que se acerca el fin de nuestra peregrinación terrenal, debemos ser muy conscientes y responsables, y dejar la cosas bien arregladas y en su debido lugar.

Esto es aplicable sobre todo a los que han de dejar atrás a una viuda, o hijos o familiares dependientes y necesitados.

Específicamente, hay situaciones en que es necesario dejar un testamento, legando con claridad a quién o quiénes corresponda, tanto los bienes muebles e inmuebles como el saldo de cualquiera cuenta bancaria de que se pueda disponer. De otra forma, después del deceso se pueden suscitar pleitos y querellas mu desagradables.

 

Aun en los casos en que los medios de que se disponga sean escasos o aun exiguos, todo hijo de Dios tiene la obligación moral de prever y proveer en la medida en que sus posibilidades lo permitan, a fin de no dejar a su mujer y a sus hijos menores desamparados y sin medios de subsistencia.

En ese sentido, el apóstol Pablo nos da una fuerte y solemne exhortación y advertencia en 1a. Timoteo 5: 8:- “…porque si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo.”

Esto no sólo debe interpretarse en el sentido de ganarse el el pan dignamente para sustentar a su hogar estando en vida, sino también con miras a cuando tenga que partir al más allá.

 Por otra parte, se da por sentado que. en el  caso de que por razones de salud u otra fuerza mayor el marido no pueda trabajar para sustentar al hogar, queda naturalmente exento, y la mujer, o los hijos, o familiares más allegados, se han de encargar de hacerlo.

 

En otros pasajes bíblicos también se hace hincapié en este último sentido de dejar todo en su lugar antes de la muerte.  Tenemos el caso de Ahitofel, un sabio consejero del rey en tiempos de David,  (ver 2a. Samuel 17: 23)   y también el de Abraham, que tomó medidas muy acertadas antes de su muerte para proteger a  Isaac, el hijo de la promesa que Sara su mujer le había dado a luz. (Ver Génesis  24:1-8 y 25:5-6)  

 

Pasando ahora a entrar en materia en cuanto a sanidades duraderas, no hay duda alguna de que el Señor las hace con Su toque milagroso. Tomamos – de entre muchos otros casos –  el del buen rey de Judá, de nombre Ezequías.  

Estando gravemente enfermo, le vino de parte del Señor a través del profeta Isaías el mandato de que pusiera su casa en orden porque iba a morir.  

Contaba solamente 39 años de edad – y no creemos que por temor a la muerte, sino por un gran  deseo de poder vivir unos años más para servir al Señor como monarca de Judá – clamó a Dios con muchas lágrimas que le sanase. Había sido muy fiel en toda su trayectoria hasta entonces, y el Señor le concedió prestamente su petición.  

Fue tan pronta la respuesta, que antes que el profeta se hubiese alejado, recibió el mandato de volver a él para decirle que el Señor le añadía 15 años de vida, e incluso le dio una señal en ese sentido.    

Queda entonces claramente  establecida esta verdad de que el Señor mucha veces sana, de forma duradera, y  que inclusive lo hace hasta el día de hoy.

 

Pero ahora pasamos puntualizar que hay otras de una índole particular, que persiguen un fin distinto, muy concreto e importante, y que solemos llamar prolongaciones de misericordia, según reza en el titulo del escrito.  

Se trata generalmente de personas que habiendo conocido al Señor, han llegado a un estado de albergar rencor amargura contra otros por distintas causas, o sencillamente están apartados de la fe o muy fríos espiritualmente hablando.

En más de un caso hemos sabido de personas en tales condiciones, a las cuales se les ha dado un diagnóstico que preveía  que sólo les quedaban unas semanas o un par de meses de vida.

La inminencia de la muerte ha servido par que buscasen  con sinceridad y urgencia al Señor, arrepintiéndose de corazón, y pasando así a un estado de paz interior y terapia espiritual. Muy poco después de esto han partido para el siglo venidero.

Es muy importante  que se discierna bien este propósito, porque en algunos casos, después de orar por la sanidad física de la persona en cuestión, y continuando la misma en vida por poco más tiempo que el previsto por el diagnóstico, se ha pasado a proclamar que ha sido sanada y sigue en vida, dando a entender que se trata de una sanidad permanente.

      Posteriormente, pasado un tiempo no muy largo, se produce el fallecimiento, y la proclamación de la supuesta sanidad queda desmentida, con el consiguiente desánimo y desconcierto.

Por falta de la debida madurez y discernimiento espiritual se hace el ridículo, y queda de alguna forma desacreditado el ministerio de la sanidad.

Con todo, el mismo sigue en pie y en plena vigencia, y lo sabemos muy bien por experiencia propia y de muchísimos más.

Sin embargo, sepamos que siempre discurre dentro de los parámetros de la voluntad y sabia soberanía de Dios para cada caso particular.

 

LOS DOS RELOJES

 

Según consta en el relato de la sanidad del rey Ezequías, el Señor concedió el milagro de que el reloj se atrasase diez grados, como una señal para él de que el Señor lo iba a sanar. Una señal ésta que estaba en consonancia con la prolongación de su vida que le había prometido.

Era como si el Señor detuviese el reloj de su vida y lo atrasase por nada menos que quince años.

Esto nos lleva a presentar una verdad que, tal vez, a muchos no se les ha ocurrido ni se lo han imaginado.

Esta verdad es que, alegóricamente, a cada uno de nosotros Dios ha asignado dos  relojes. Desde luego, no se trata de relojes pulsera, de pared u otro  tipo de los corrientes en la vida diaria.

El primero es el reloj del largo de nuestra vida, predeterminado por Él, el Ser Supremo y Creador. El segundo es el de las labores y el servicio que Él ha preparado para que los cumplamos mientras estamos en vida en esta  tierra.

Debemos tenerlo muy claro, sobre todo como hijos de Dios renacidos por el Espíritu, que no nos ha traído al mundo para que vivamos a nuestro aire y hagamos lo que se se nos da la real gana, sino para que llevemos a cabo las buenas obras preparadas por Él de antemano para cada uno de nosotros, según consta en Efesios 2:10.

“Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.”

Hemos afirmado muchas veces que esto nos debe conmover profundamente – que el Creador Supremo, al cual le debemos la vida, aun antes de que hubiésemos nacido, tenía previstas y programadas buenas obras para cada uno de nosotros.

Esto supone que – sin ser grandezas para convertirnos en un súperman, o “el hombre de la hora”  – estas buenas obras le confieren, sin embargo, a nuestra vida un contenido útil, fructífero, y con repercusiones eternas.

La diferencia entre esto, y hacer las cosas a nuestro antojo y sin la guía divina, es verdaderamente abismal.

Sepamos buscar Su rostro con ahínco, para comprender debidamente qué es lo que Él quiere que hagamos, y lo que no quiere que hagamos.

Volviendo ahora sobre los dos relojes, en muchos casos, mientras el primero ha avanzado mucho, el segundo ha quedado muy atrás, o bien ni siquiera ha empezado a funcionar.

¿Qué es lo que primero lo pone en funcionamiento?

Los judíos le peguntaron a Jesús: ¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de dios? A lo cual el Maestro les  replicó: “ Ésta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado.” (Juan 6: 28-29)

Ése es el primer paso – creer de todo corazón en Jesucristo para perdón de nuestros pecados, y recibirlo así como Salvador y Señor.  

De ahí en más, cumpliendo la voluntad de Dios cada día. y haciendo las tareas que nos ha asignado,  por pequeñas que sean en un principio, ese segundo reloj irá avanzando.    

Como en todas las cosas, Jesucristo en esto fue nuestro ejemplo perfecto. Él pudo decir con estricta y absoluta verdad  “He acabado la obra que me diste que hiciese.” (Juan 17: 4)

Al expirar en la cruz, El exclamó a gran voz:  “Padre, en

 tus manos encomiendo mi espíritu.”  (Lucas 23.46)

  En ese momento sus dos relojes – el de los 33 o 34 años de vida que tenía asignados,  como el de la obra que se le había encomendado – y qué obra, magna, colosal y maravillosa! – dieron por así decirlo, la campanada de la medianoche al unísono.

     Ninguno como él en Su perfección tan preciosa como admirable! 

Cuántos hemos sido torpes y necios, malgastando el tiempo o desaprovechando preciosas oportunidades de hacer el bien que se nos han presentado!     

Gracias al Señor por Su gran misericordia, que en la vida de muchos de nosotros ha podido detener o retrasar el primer reloj, a la par que impulsar el segundo a fin de que a su tiempo alcanzase al primero.  

¿Cómo van tus dos  relojes, amado lector u oyente? ¿Se te ha disparado el primero, dejando el segundo atrás?

De ser así, antes de que sea demasiado tarde, clama al Señor con sincera instancia, como lo hizo el rey Ezequías, y Él podrá ayudarte para remediar la situación, a fin de que puedas completar  el resto de tu vida con los dos relojes a la par.

 

LA MASA DE HIGOS.-

 

Concisamente, la masa de higos aplicada al rey Ezequías en la ocasión ya citada, no tenía en sí las propiedades curativas necesarias para sanarlo de su enfermedad, que muy posiblemente fuese una gangrena muy avanzada.

Lo que le dio virtud para ello fue el poder de Dios que respaldaba Su mandato de que se la aplicase.

Con ese poder de la gracia divina, esa masa operó como una compresa que abrazaba todo el lugar de la dolencia de forma constante, y al mismo tiempo suave y delicada. Al hacerlo iba destilando una gota tras otra de su exquisita dulzura, lo que a la postre, surtió el efecto de ir quitando gradualmente la infección, hasta dejar el lugar afectado completamente curado.

Nos resulta muy caro y precioso el simbolismo de todo esto, al punto que lo hemos expuesto verbalmente en varias ocasiones, y ahora lo hacemos por escrito por segunda o tercera vez.

En ese abrazo de la masa de higos no había nada irritante, ni que cortase o que rasguñase. Era suave y delicado, así como lo es el ternísimo amor de  Cristo para con el corazón maltrecho y quebrantado.

No hay en él reproches ni recriminaciones; solamente caricias de amor celestial que reaniman, quitan el sentir de un fracasado, desahuciado o derrotado, a la par que encienden en el pecho nuevas esperanzas y fe, hasta que uno se pone en pie, y sabiéndose sanado se dispone a reiniciar la marcha con ansias de servir, luchar y vencer.

Una aclaración final sobre por qué algunos que están angustiados o quebrantados, cuando acuden a Cristo en busca del bálsamo deseado, no lo reciben.

La razón principal es que lo hacen con autocompasión, es decir, con lástima de sí mismos, como víctimas inocentes de las injusticias de la vida, los infortunios porque han atravesado, o el mal trato  o la traición de que hayan sido objeto.

Como hemos señalado más de una vez, la autocompasión no agrada al Señor. Es algo que cuando uno está triste o dolorido o angustiado, provoca una cierta satisfacción para el alma, pero la misma es muy efímera, engañosa y estéril.

A más de eso, lleva en sí la semilla de culpar a Dios, aunque tal vez inconscientemente, porque al final de cuentas Él es el soberano que lo gobierna todo, lo que lleva a la pregunta ¿Por qué lo ha permitido?

En relación con esto, recuerdo una reflexión de un querido profesor de la escuela bíblica en que cursé estudios allá en la lejana Argentina hace muchos años.

“Al Señor le podemos preguntar cuándo, dónde, cómo, pero nunca por  qué!” Sin duda, algo muy acertado.

 

La forma correcta de presentarse ante Él es con un corazón genuinamente contrito y humillado; aun cuando uno haya tenido muchos sinsabores y adversidades, no se deben usar como argumento o razón para que el Señor lo bendiga.

En lugar de ello, uno debe acercarse a Él reconociendo sus muchas faltas y pecados – que sin duda todos los hemos tenido – y acogiéndose a la misericordia divina, totalmente inmerecida.

Cuando se lo hace con esa actitud de un verdadero arrepentido, Él no tarda en derramar sobre el corazón herido y quebrantado los dulces bálsamos de Sus benditos consuelos.

Recordemos otra vez que, al regresar el hijo pródigo, no le dijo a su padre que se encontraba muy mal, desnutrido, sucio, acongojado y sin medios. Todo eso era verdad, pero era la consecuencia o el efecto de su desobediencia.

En cambio, le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti.”

En esta parábola el Maestro despliega admirablemente Su genio maravilloso, entrelazando a través del relato las verdades más certeras e importantes.

Ésta de no confundir causa y efecto, señalando la necesidad del arrepentimiento por el pecado, y no la tristeza o el mal que se ha cosechado del mismo, es algo de primordial importancia que debe quedar bien comprendido y asimilado.

De lo contrario, si se procede a la inversa, sólo conducirá a un terreno falso y a grandes desengaños.

Y por último, tengámoslo bien claro – todo esto se aplica tanto para el arrepentido que regresa al redil, como para el de corazón quebrantado y maltrecho que está dentro del mismo.

                                 F  I N