Capítulo 14
Simón Pedro (1) Antes de Pentecostés

Aun cuando quedan algunos siervos ilustres del Antiguo Testamento, sobre los cuales no hemos escrito, pasamos ahora al Nuevo Testamento, tomando la figura de Simón Pedro, el primer apóstol de los doce nombrados por el Señor.
Desde luego que su elección, y la de los otros once, no fue algo arbitrario o que quedara librado al azar.
Muy por el contrario, Lucas nos hace saber que el nombramiento tuvo lugar después que Jesús se pasase una noche entera orando a Dios. (Ver Lucas 6:12-14)
Él y ellos iban a poner el fundamento de la iglesia que Él – Jesucristo – iba a edificar, según consta en Efesios 2:20. Además, los doce cimientos de la ciudad celestial y santa de Jerusalén, habrán de llevar los nombres de los doce apóstoles del Cordero, tal como se nos dice en Apocalipsis 21:14.
Todo esto hacía que la elección de ellos cobrase suma importancia, y explica por qué el Señor Jesús, antes de concretarla, estuvo orando toda la noche. No debía haber el menor riesgo de que se cometiera una equivocación.
En lo relatos de los evangelios, aun cuando, como no podía ser de otra forma, el protagonista principal es nuestro amado Señor Jesús, la figura de Pedro aparece en escena en muchas ocasiones. De casi todas ellas podemos sacar conclusiones provechosas.
La pesca milagrosa.-
Tomemos una de las primeras, la de la pesca milagrosa, que nos narra Lucas en su capítulo quinto.
“Simón Pedro cayó de rodillas ante Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador.” (5:8)
Llaman mucho la atención estas palabras de Pedro. El relato nos habla de una pesca súper abundante en la que el Señor puso en evidencia Su poder milagroso. En vez de expresar su admiración, asombro y gratitud por ella, Pedro cae de rodillas ante Jesús, sintiéndose un pecador totalmente indigno de estar a Su lado.
Seguramente que el semblante y la presencia del Maestro, que irradiaban siempre una pureza santa e inmaculada, le habrán impactado profundamente. Sería como verse reflejado en un espejo límpido y radiante, que le hacía consciente de sus muchas faltas y pecados cometidos anteriormente, y aun más que eso, de ser como persona un hombre pecador.
Qué buena base para empezar, y trabajar sobre ella!

Como resultado de semejante pesca, tanto a él como a sus dos compañeros, Jacobo y Juan, les sobrecogió un gran temor. Nunca habían visto semejante cosa – después de haber trabajado arduamente toda la noche sin pescar absolutamente nada, ahora la red se llena de muchos peces, muchos de ellos gordos y bien grandes, al punto tal que la red se rompía. Aun más, los peces llenaban las dos barcas de tal forma que se hundían!
Presenciar tamaño milagro tuvo necesariamente que resultar tremendamente impresionante, y llenarlos de ese temor que ya hemos mencionado.
Fue por eso que Jesús, dirigiéndose a Pedro, lo primero que le dijo fueron estas dos palabras, que con tanto amor mucha veces dirige a los Suyos – “No temas.” Y agregó de inmediato lo que iba a significar un cambio de rumbo radical en sus vidas: “Desde ahora serás pescador de hombres.”
A cuántos, desde entonces y a través de la historia, Jesús se ha cruzado en sus caminos, para cambiar sus destinos y encauzarlos hacia un norte mucho mayor y mejor!
Pedro ya no iba a echar sus redes en el mar, ora con éxito, ora sin resultado alguno. En lugar de ello, el día de Pentecostés, como ocasión inaugural y en celebración de la iglesia recién nacida, iba a arrojarla con su palabra encendida de virtud y poder del Espíritu Santo, y pescar nada menos que tres mil almas para el reino eterno de Dios.
Como si fuera poco, de ahí en más, sin convertirse por cierto en un papa infalible, iba a ser, no obstante, el primer apóstol de Jesucristo, pastor de ovejas y corderos, y anciano sabio y maduro, y además, de haber hecho Dios a través suyo en la iglesia primitiva milagros portentosos, algunos de ellos nunca vistos antes.
Bendita gracia divina que toma a personas pequeñas que nadie miraría por segunda vez, y las transforma maravillosamente, para darle a sus vidas proyecciones, sentido y valor, que son eternos y gloriosos!

“Y cuando trajeron a tierra las barcas, dejándolo todo, le siguieron.” (5:11)
Esa pesca extraordinaria les podría haber significado pingües ganancias – tal vez lo suficiente par vivir desahogadamente por un buen tiempo.
Pero nada de eso les importaba. Los tres habían encontrado en Él un tesoro mucho más grande, y sin vacilar, dejándolo todo, se fueron en pos de Él!
Precioso imán irresistible de Su gracia y de Su amor incomparables!
Así como a la mujer samaritana le hizo olvidar su cántaro y dejarlo atrás; a Leví abandonar su despacho de cobro de impuestos y marcharse, dejando a todos plantados, a ellos les hizo dejar sus barcas y junto a Él emprender un nuevo rumbo, totalmente imprevisto e inmensamente mejor.

El cambio de nombre.-
“Andrés le trajo a Jesús, Y mirándole Jesús dijo: tú eres Simón, hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas (que quiere decir Pedro. (Juan 1:40 y 42)
Esta es otra ocasión acaecida en los principios del ministerio terrenal del Maestro, y que se nos narra a través de la pluma de Juan.
En no pocas partes de los evangelios se nos cuentan cosas que a primera vista podrían parecer detalles de poca importancia, pero que de forma ya sea simbólica, o práctica y real, nos presentan cosas de singular valor, y de mucha aplicación en el andar cotidiano.
Ésta es una de ellas. En el cambio de nombre de Simón, hijo de Jonás, no hemos de ver algo casual, mencionado de paso y sin ninguna trascendencia. Por el contrario, se trata de algo de mucho peso, y como hemos de ver más adelante, se hace extensivo a todos nosotros, si es que nuestra vida espiritual ha de alcanzar un talante firme y sólido.
El nuevo nombre escogido por Jesús – Cefas – significa piedra tal cual se consigna en el margen, o al pie en muchas versiones de la Biblia. No en el sentido de una piedra fría y dura, antes bien, de algo que es vivo y a la vez sólido.
Simón se creía ser de roble, por así decirlo. Cuando el Señor le anticipó que antes que cantase el gallo él lo negaría tres veces, su respuesta fue muy categórica, afirmando con total confianza en sí mismo “Aunque todos se escandalicen, yo no.” …”Mas él con más insistencia decía: Si me fuera necesario morir contigo, no te negaré.” (Marcos 14:29 y 31)
Sabemos lo que sucedió poco después. Al cambiar totalmente las cosas, y encontrarse con que los fariseos, sacerdotes y escribas tenían un domino absoluto de la situación, y Jesús se reducía (por su propia voluntad) a asumir el lugar de un manso cordero, el temor de los hombres – algo que sin saberlo Simón llevaba bien dentro de sí – afloró de una manera insólita.
Según la versión de Mateo, la primera vez negó abiertamente conocer a Jesús; la segunda, lo reiteró bajo juramento, y la tercera lo hizo maldiciendo y otra vez con juramento.
Al cantar de inmediato el gallo, recordó la predicción de Jesús, y salió llorando amargamente. Al hacerlo, bien podemos imaginarlo diciéndose a sí mismo:
“Pensar que yo me creía ser un hombre hecho y derecho, y salgo siendo un soberano mentiroso, un cobarde y un traidor.”
Antes de proseguir, acotamos que, en situación semejante, el comportamiento de cada uno de nosotros habría sido igual o peor, a menos que estuviésemos en un grado de buena madurez espiritual, e impregnados de la gracia divina.
Notemos también que, muy significativamente, esta negación de Pedro aparece en los cuatro evangelios. Está ubicada poco antes de que el Señor emprendiera el camino al Gólgota.
Creemos firmemente que, de una forma u otra, todo verdadero siervo o sierva, en una coyuntura determinada, ha de ser llevado por el Espíritu Santo hacia ese lugar del Calvario. En el trayecto, muy posiblemente pueda descubrir algún punto débil, una fisura o algo más grave en su fuero interno que desconocía. Esto le puede resultar muy decepcionante, y aun desgarrante, pero, si las cosas a su tiempo siguen un curso correcto, a la postre le será muy beneficioso.
Es la senda del Gólgota, que en su doloroso trayecto va poniendo en evidencia cosas oscuras que aún quedan sin que uno lo sepa, y que deben morir y desaparecer ante la gran sentencia de muerte del Calvario.
“…si uno murió por todos, luego todos murieron.” (2a. Corintios 5:14)
“…sabiendo que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado.” (Romanos 6:6)
Felizmente, esa triple negación de Simón, hijo de Jonás, no fue el punto final. Tuvo, eso sí, la virtud de poner en evidencia la necesidad de un cambio que lo convirtiese en un Cefas o Pedro.
Ese cambio se cristalizó a su debido tiempo, merced al ministerio del mismo Jesús, y la llenura del Espíritu Santo que experimentó el día de Pentecostés.
Dado que tantas veces se predica sobre la triple negación de Pedro, nos parece justo puntualizar que, posteriormente, no sólo no volvió a negar al Señor, sino que también murió por Él, tal como Jesús afirmó que lo haría. (Ver Lucas 22:33 y también 2a. Pedro 1: 13 y 14)
Lo concreto que surge de todo esto, como aplicación práctica para cada uno, es la necesidad de que el obrar de la gracia produzca en cada uno la transformación de que estamos hablando.
De una forma u otra, por nuestra descendencia Adánica, todos llevamos puntos flojos, raquitismo o anemia espiritual, o cosas de esa índole, que en determinadas circunstancias nos pueden hacer propensos a la inestabilidad, las depresiones, fuertes altibajos o problemas parecidos, o de mayor gravedad aun.
Se trata de que se plasme en nosotros, por el obrar divino, que es siempre personal y sabio, algo brotado de las mismas entrañas del Maestro, nuestro incomparable Jesús.
Aun en las condiciones más extremas, azotado, escupido, blasfemado y mucho más, en ningún momento llegó a claudicar, ni rendirse ante el dolor, ni dejar que el temor invadiese Su organismo anímico de ninguna forma.
En todo y por todo, demostró ser una roca totalmente impenetrable e invencible, y la transformación interior que estamos comentando equivale a que un desprendimiento vivo de esa gran roca que es Él, se vaya forjando dentro de nuestro ser. Así pasaremos a ser estables, firmes y constantes, y espiritualmente, por así decirlo, nos llamaremos Cefas, es decir petros, al igual que Simón, el hijo de Jonás.
Como punto de referencia y comparación importante, debemos tomar la promesa de Jesús a todo el que venciere, consignada en Apocalipsis 2:17.
“Al que venciere, le daré un piedrecita blanca, y en la piedrecita un nombre nuevo, el cual ningún conoce sino aquél que lo recibe.”
De Él, la Roca Eterna, un injerto vivo, llamado “la piedrecita blanca” con un nombre nuevo inscrito sobre ella, como un galardón de inestimable valor, y de mucha importancia para poder alcanzar un nivel de buena madurez y verdaderamente fructífero.

Pedro andando sobre las aguas.-

Éste es un episodio al cual nos queremos referir, aun cuando muy brevemente. A veces pensamos, quizá con menos sobriedad que la que corresponde, que en el siglo venidero, a más de cuatro predicadores Pedro sentirá el deseo de darles un fuerte tirón de orejas!
¿Por qué?
Por las veces que, en sus muchas predicaciones han fustigado severamente algunas de sus intervenciones desacertadas.
Es por eso que, queriendo ponerme a salvo de antemano (!) al comentar su triple negación, he puesto que en situación semejante, cualquiera de nosotros habría obrado igual o peor que él.
En esta ocasión de andar sobre las aguas, no podemos dejar de lado el hecho de que el mismo Señor, al rescatar a Pedro cuando se estaba hundiendo, le reprocho su incredulidad, diciéndole: “Oh hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?”(Mateo 14:11)
No obstante,¿qué habríamos hecho nosotros en lugar suyo, ante el mar embravecido y el rugido del viento y las olas?
¿Habríamos seguido andando plácidamente sobre las aguas, totalmente impertérritos? Me cuesta mucho creerlo!
Y agregamos también el contraste entre él y los demás discípulos que lo acompañaban en la barca.
Al ver al Señor sobre las aguas y oír Sus palabras “Tened ánimo; no temáis.” Pedro le respondió y dijo: Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas.” (14:27-28)
Los restantes, cómodamente sentados en la barca, como espectadores curiosos, mirando a ver qué pasaba – nada de exponerse a hacer el ridículo!
En cambio, en Pedro vemos ese espíritu arrojado de un hombre profundamente atraído hacia el Señor. Su pedido refleja como decir “Señor, quiero estar donde tú estás – quiero hacer lo que tú haces.”
Hechas estas consideraciones, concluimos esta más bien breve sección con la moraleja tan trillada, pero no exenta de razón y contenido, de que en medio de las dificultades no debemos poner los ojos en ellas, sino mantenerlos fijos en Jesús, Quien siempre tiene la solución o la salida adecuada.

Exhortando a Jesús a tener compasión de sí mismo.-

“Entonces Pedro, tomándole aparte, comenzó a reconvenirle diciendo: Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca.” (Mateo 16:22)
Estas palabras de Pedro expresaban su reacción ante lo que el Señor acababa de decir, i.e. que debía padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas, y ser muerto y resucitar al tercer día.
Ése era en verdad el propósito fundamental por el cual se había encarnado y venido al mundo, pero ni Pedro ni los demás lo podían comprender; más bien pensaban que había de reinar sobre Israel y librarlo del yugo de los romanos, (Ver Lucas 24:21 y Los Hechos 1:6)
Posteriormente entendieron bien, y se dieron de lleno a llevar a cabo, por el poder del Espíritu Santo, el fin perseguido por ese propósito, que era el de proclamar y ofrecer salvación y vida eterna a cuantos, arrepentidos de sus pecados, se acogiesen a Jesucristo con fe, enfocada precisamente en Su muerte, y también en Su resurrección.
Todo esto es bien sabido, pero la nota importante que queremos destacar de este episodio es la que se vincula con la autocompasión – la de tener lástima de sí mismo.
La respuesta de Jesús a Pedro no fue una suave explicación de que estaba equivocado – “Déjame Pedro que te diga que no es así como tú piensas.”
Por el contrario, fue una tajante reprensión, haciéndole ver qu el mismo Satanás estaba hablando a través de él, en esa exhortación que le había hecho.
“Pero él, volviéndose, dijo a Pedro, Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres.” (16:23)
Esto nos lleva a comentar sobre lo engañosa y peligrosa que es la autocompasión. Por una parte, el Señor hace ver que es algo que viene del mismo Satanás; paralelo a esto, que no es de Dios en absoluto, sino de los hombres.
¿Por qué?
Porque el hombre – no renacido se sobrentiende – busca y anhela en la adversidad y ante pruebas rudas y dolorosas, el tener lástima de sí mismo. Esto le puede procurar una sutil satisfacción: la de sentirse una pobre víctima inocente de tanto dolor, adversidad o tristeza.
No obstante, esa satisfacción ha de ser, además de falsa, muy efímera, y no conducirá a nada bueno.
Muy por el contrario, lo llevará a uno a culpar a los demás, a las injusticias de la vida o de la sociedad en general, o a lo que fuere, y a la larga, a Dios mismo, por ser él el Ser Supremo que todo lo gobierna y todo lo permite.
A algunos esto les podrá aparecer a primera vista una postura algo extrema. Con todo, con el aval de unos buenos decenios de experiencia, no vacilamos en aseverar que es así – tal cual lo hemos definido – y que quien se sumerge y persevera en la autocompasión, no logrará ningún provecho para su alma, sino un daño y perjuicio considerable.
Y desde luego, la tajante respuesta de Jesús a Pedro, en el sentido de que viene de Satanás mismo, lo corrobora de forma indubitable.
Digamos ahora como algo muy importante que el trato de Dios con el ser humano se basa en algo diametralmente opuesto, es decir, el arrepentimiento, que en esencia consiste en reconocerse culpable por las muchas faltas y pecados cometidos, a diferencia abismal de la víctima inocente que la autocompasión presupone.
Adán y Eva, tras haber pecado, no dieron ninguna muestra de arrepentimiento. Él la culpó a Eva, e indirectamente pero de forma muy concreta, a Dios que se la había dado por compañera, y ella por su parte culpó a la serpiente
Esto nos da un indicio certero de lo que piensa y siente en general el ser humano inconverso. O bien se culpa a los demás, o de lo contrario a Dios o al diablo – muy rara vez a uno mismo.
Esto constituye una falta total de verdad y realidad.
Ni Adán ni Eva tenían por qué pecar – lo hicieron por su propia elección. Ambos, haciendo uso de su libre albedrío, muy bien podrían haber dado un rotundo NO a la serpiente y su malvada tentación.
El arrepentimiento tiene, entre otras, la gran virtud de sacarlo a uno del terreno falso de que es una víctima inocente, para ubicarlo en el de la verdad de que es un pecador culpable.
Sobre este terreno de la verdad Dios puede entonces empezar a obrar en nuestras vidas, tanto para salvación, como para restauración espiritual, cuando se ha caído en un declive por desobediencia y otras causas.
En cambio, no puede hacerlo mientras uno esté en el otro terreno – el cual implica de hecho una clara mentira. La razón, claro está, es que es un Dios de absoluta verdad, y no transita de ningún modo en otra senda ajena a la misma.
Ahora bien – es verdad que a veces nos toca atravesar situaciones difíciles y penosas, en las cuales incluso otros nos hayan hecho daño, e incluso traicionado.
¿Cuál debe ser nuestra actitud en esos casos?
La de recordar que, como hijos de Dios que amamos a nuestro Padre Celestial de verdad, todas las cosas nos ayudan a bien, tal como puntualizaPablo en Romanos 8:28.
Por lo tanto, aunque dolidos o sufriendo mucho, debemos confiar en que la benevolencia y la justicia de Dios, a la larga, todo lo habrán de tornar en bendición.
Esta bendición no debe comprenderse necesariamente en el sentido de hacernos más alegres, o procurarnos mayor bienestar o prosperidad, si bien a veces también pueden darse cosas de esa índole. No obstante, el propósito primordial ha de ser el de ir alcanzando una mayor semejanza a Cristo, según lo indica el contexto, lo cual, por otra parte, es el más alto bien al cual se puede aspirar en la vida.
Al tomar uno esta sana actitud de resignación y fe, negándose a compadecerse de uno mismo, el Señor, como Padre amante y fiel que es, se encargará de derramar Su dulce consuelo, aligerando la carga, para llevarnos a la postre, a través del dolor padecido, a un lugar de ensanchamiento, enriquecimiento y paz interior.

En el monte de la transfiguración.-

Ésta es otra ocasión en que la intervención de Pedro da pie a que comentemos, esta vez en unos pocos párrafos.
“Maestro, bueno es para nosotros que estemos aquí; y hagamos tres enramadas, una para ti, una para Moisés y una para Elías; no sabiendo lo que decía.” (Lucas 9:33)
La primera parte – “bueno es que estemos aquí” – fue acertada. Lo fue por la sencilla razón de que fue dispuesta por el Maestro que los había llamado expresamente a los tres – a él, Juan y Santiago (Jacobo) para que le acompañasen en esa ocasión tan especial.
La segunda parte, en cambio, fue desacertada y también por una razón muy sencilla: era una ocurrencia suya y no venía de parte del Señor.
Qué elemental que es esto, pero al mismo tiempo qué importante!
Lo que viene de nosotros mismos, sin esa procedencia tan necesaria de que sea de lo alto, por más buena intención que tengamos, a la larga ha de resultar en un desacierto.
Lucas agrega a la propuesta de las enramadas, el escueto pero muy significativo comentario “no sabiendo lo que decía.”
En realidad, fue un craso error el querer pone a Moisés y Elías, por más ilustres que hayan sido, como si estuvieran al mismo nivel que Jesucristo, el Eterno Hijo de Dios.
Nos resulta de mucha inspiración lo que pasó a continuación.
Por así decirlo, el Padre tomó las cosas en Sus manos, y al venir la nube de luz que los cubrió, hizo oír Su voz con toda claridad, diciendo: “Éste es mi Hijo amado; a él oíd.”
¿Qué dijo de Moisés? Nada en absoluto. ¿Y de Elías? Igualmente nada en absoluto. Solamente se refirió a Su hijo Amado, diciéndoles que era Él al que tenían que oír.
Fue una corrección muy fina del error de Pedro, hecha con mucho tacto, y que nos revela, por si fuera necesario, el buen gusto y la caballerosidad del Padre Celestial. No lo reprendió por su desacierto, sino que puso las cosas en su debido lugar de forma clara y elegante.
La corrección surtió todo el efecto deseado, de lo cual tenemos fehaciente testimonio en 2a. Pedro 1:16-18.
En efecto: en estos tres versículos Pedro narra la única experiencia suya que aparece en sus epístolas, y que es precisamente ésta, la de estar junto a Juan y Santiago en la ocasión de la transfiguración. Allí cuenta lo sucedido en lo que llama el monte santo, pero lo hace absteniéndose de toda mención de Moisés y de Elías, y centrándose totalmente en la gloria y honra de nuestro Señor Jesucristo, y la voz de complacencia del Padre que le fue enviada desde la magnífica gloria.
Que todo esto nos mueva, no sólo a un correcto trazado de la buena doctrina, sino también al buen gusto y la sabiduría de que hizo gala el Padre en esa oportunidad tan memorable.
La reprensión fría y tajante, por más razón que se tenga, siempre tiende a herir y a dañar.
En contraste con ello, hecha con mansedumbre y gracia, puede surtir el resultado benéfico que uno desea.

Una pregunta que da lugar a una maravillosa respuesta.-
“Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuantas veces perdonaré a mi hermano que peca contra mí? ¿Hasta siete?”
“Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete.” (Mateo 18:21-22)
En este breve pasaje lo vemos otra vez a Pedro tomando una vez más la iniciativa (!) para plantear su pregunta al Maestro.
Habiéndole oído hablar más de una vez sobre la necesidad de no albergar rencor y perdonar, quiere saber hasta qué punto, o en qué medida, se debe aplicar ese proceder. Quizá pensando que hacía una sugerencia muy elevada y benévola, le pregunta si el límite debe extenderse hasta siete (con una sonrisa agregamos para nuestro adentro – pero a la octava no hay perdón que valga!)
Tras la respuesta de Jesús “aun hasta setenta veces siete” – no leemos que Pedro haya comentado ni dicho nada. Se debe haber quedado pensando, y tratando de masticar y digerirlo, lo que tal vez no le haya resultado nada fácil!
El pasaje nos hace recordar el caso de Lamec, un descendiente de Caín, que después de anunciar a sus dos mujeres, Ada y Zila, que iba a perpetrar un crimen por una herida recibida, afirmó: “Si siete veces será vengado Caín, Lamec en verdad setenta veces siete lo será.” (Génesis 4)
La respuesta de Jesús a Pedro – el perdón al hermano que ofende hasta setenta veces siete – era un anuncio anticipado del régimen superior de la gracia que Él había venido a instituir.
En Romanos 5:21 Pablo relaciona los dos polos opuestos – el de la venganza o la justicia, y el del perdón – con éstas palabras: “…porque cuando abundó el pecado, sobreabundó la gracia.”
Bendita gracia, e infinita misericordia, que va mucho más allá de los más remotos confines del mal!
No obstante, no debemos omitir algo muy importante que figura en Lucas 17:3:- “Mirad por vosotros mismos. Si tu hermano pecare contra ti, repréndele, y si se arrepiente perdónale.”
Esto supone claramente que debe haber arrepentimiento de parte del ofensor. El perdón divino no se otorga al impenitente que insiste y persiste en pecar; necesita imprescindiblemente del arrepentimiento.
Con esto, nos damos por satisfechos en cuanto a Simón Pedro antes de Pentecostés.
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