LA SANTIFICACIÓN COMPLETA
Y LA GRAN PERLA Y CORONA DEL AMOR
“Y EL MISMO DIOS DE PAZ
OS SANTIFIQUE POR COMPLETO”

En la primera parte de este escrito nos proponemos considerar el
tema del título, que proviene de la cita de 1a. Tesalonicenses 5: 23.
En primer lugar, encuentro en las Escrituras del Nuevo Testamento
que la voluntad de las tres personas de la Santísima Trinidad se inclina
claramente por la santificación completa de Sus hijos renacidos por el
Espíritu, según pasaremos dentro de muy poco a demostrar.
Pero antes de hacerlo, creemos que, dentro de lo que sea posible, cabe
una definición de lo que realmente es la santificación completa, la cual el
apóstol Pablo deseaba firmemente para los creyentes tesalonicenses.
No creemos que pudiera ser un estado de perfección final en que uno
ya no se equivoca ni comete el menor desliz.
En cambio, que como norma se pudiese llegar al final del día con la
frente en alto, sabiendo que no se ha pecado ni ofendido al Señor en
absoluto, sino que se ha andado en total obediencia, limpieza y amor.
Sobre esto, que para algunos más bien escépticos podría sonar como
una utopía, ampliaremos más adelante, sobre todo para demostrar que es
algo alcanzable para todo verdadero hijo de Dios, con casos concretos que
nos presentan las Escrituras y que lo avalan.
El Dios Padre.
Comenzamos con el Dios Padre.
“Por otra parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos
disciplinaban, y los venerábamos. ¿Por qué no obedeceremos mucho mejor
al Padre de los espíritus y viviremos?
“Y aquéllos, ciertamente por pocos días nos disciplinaban como a ellos
les parecía, pero éste para lo que nos es provechoso, para que participemos
de su santidad.” (Hebreos 12: 9-10)
Resulta a toda luces evidente que un hijo de Dios por renacimiento, al
cometer algún pecado, ha de sentirse redargüido por haber ofendido a su
Padre celestial, a menos que esté viviendo en un estado espiritual muy
defectuoso.
En un plano normal, lo que ha de suceder es que sienta un llamado de
atención e incluso la disciplina – fuerte o leve según el caso – de ese Padre
al cual ha ofendido. Y no es de ninguna manera porque no lo ama y lo
mira con mucha severidad, buscando encontrar el menor fallo para
acusarlo.
Nada de eso – muy por el contrario, porque sabe que el pecado viene
del enemigo declarado y sólo ha de dañarlo. Y Él desea su bien y
provecho, y el mayor de todos es que sea partícipe de Su Santidad.
¿Por qué? En primer lugar, porque al andar en santidad – en
limpieza, blancura y transparencia – ha de estar totalmente fuera de la
parcela del maligno, siendo intocable para el mismo, según la promesa de
1a. Juan 5:18.
En segundo lugar, y como algo que también reviste suma importancia,
porque el pecado lo mancha, rebaja, denigra y hasta le hace perder la
dignidad a uno.
A la inversa, el ser partícipe de la santidad le hace disfrutar a uno de
todas esas cualidades y virtudes que le hacen andar con la frente en alto,
en lo que la palabra de Dios llama de forma tan preciosa “la hermosura
de la santidad” (Ver Salmo 96: 9, Salmo 110: 3, y 1a. Crónicas 16: 29 entre
otras citas.)
Queda pues claramente demostrado y establecido que la voluntad de
Dios el Padre es que cada uno de Sus hijos sea partícipe de Su santidad, la
cual por cierto que nunca puede ser parcial, sino que sin duda ha de ser
completa, en total concordancia con lo escrito por Pablo en el título que le
hemos dado a este escrito.
J esucristo, el Hijo de Dios .
“Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad.”
“Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de
creer en mí por la palabra de ellos.” (Juan 17: 17 y 20)
Aquí nuestro amado Señor Jesús, en su maravillosa oración sumo
sacerdotal de Juan 17, ha pedido no sólo por Sus discípulos de entonces,
sino también por extensión por todos los que más tarde a través de la
historia y de lo siglos, habríamos de creer.
Y según consta más arriba en la Escritura que hemos citado, Su ruego
al Padre ha incluido esto tan importante: que seamos santificados, y
agregó “en tu palabra; tu palabra es vedad-”
Esto implica claramente la rogativa de que la palabra viva del Dios
Padre, impregnada de verdad, penetre y se imprima fuertemente en la
trama de todo nuestro ser, a fin de que seamos de veras hombres y
mujeres de verdad, en todo su aspecto multifacético, es decir, esa verdad
que lo abarca todo – verdad en una honradez irreprochable, en un andar
recto y correcto, sin la menor curva ni desviación; además una verdad
que no sabe en absoluto de lo que es sucio, torcido o engañoso, y que
resumiendo, ha invadido el ser entero de forma tal que la verdad lo llena
todo.
Y como algo adicional que se desprende de esto, que la mentira, de la
cual Satanás es el padre, no muestra el más mínimo vestigio de presencia.
En muchos pasajes de los evangelios encontramos que Jesús enseñaba
que los Suyos debían ser santos, y además prometió en la cita tan
conocida de Juan 8: 36 que Él nos haría libres del pecado – y no lo calificó
diciendo relativamente, o ni siquiera mayormente, sino verdaderamente,
es decir libres a carta cabal.
Esta verdad, – adelantándonos en algo – Pablo la confirmó más tarde
en Romanos 6, poniéndola en los tres tiempos de verbo, a saber, pasado
(versículo 18), presente (versículo 22) y futuro (versículo 14)
Y por último, desde luego que el Señor Jesús, con Su vivir santo e
inmaculado, fue un exponente vívido y perfecto de esa santidad divina, y
Su oración llevaba así el peso contundente de la misma.
El Espíritu Santo.-
Por último pasamos al Espíritu Santo, al cual usualmente llamamos la
tercera persona de la Santísima Trinidad.
“Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros,
hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el
principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en
la verdad.” (2a. Tesalonicenses 2: 13)
“Pedro, apóstol de Jesucristo, a los expatriados de la dispersión, en el
Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, elegidos según la presciencia de
Dios Padre, en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con
la sangre de Jesucristo: Gracia y paz o sean multiplicadas.” (1a. Pedro 1:
1y 2)
En estas dos preciosas citas, una de la pluma de Pablo, y la otra de la
de Pedro, vemos al Espíritu Santo en total unidad con Dios el Padre y el
Señor Jesucristo, el Hijo amado, llevando a cabo plenamente esa obra de
santificación en los hijos de Dios por renacimiento, obra ésta tan cara en
el propósito y el deseo de ambos.
Sin haber agotado el tema desde luego, no obstante nos damos por
satisfechos con lo expuesto, como comprobación y confirmación de que la
santidad de los Suyos es un propósito primordial, firme y latente, tanto en
el Padre, como en el Hijo y en el Espíritu Santo.
La santificación es un don de Dios
“Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho
por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención.” (1a. Corintios
1: 30)
Al igual que muchos otros, uno ha intentado alcanzar la santificación
en su vida, de manera que al conseguirlo se constituyese en un logro
personal. Por algo el versículo que hemos citado va precedido del 29:-
“…a fin de que nadie se jacte en su presencia.”!
Al caer en la cuenta de que es un don de Dios que nos ha sido dado en
Cristo Jesús, comprendí, al igual que muchos otros, que es eso – un don – y
algo que uno nunca podría alcanzar por sus propios medios.
Por lo tanto, decidí recibirlo y apropiarlo por fe, lo cual hice un día
viernes; no quedando satisfecho, lo volví a hacer el día sábado. Pero
todavía insatisfecho, lo hice por tercera vez el día domingo, y ahí sí quedó
sellado.
Esto fue más bien reciente, y desde entonces debo testimoniar que mi
percepción de lo que podría de alguna manera desagradar al Señor se ha
agudizado considerablemente. Me resulta muy alentador poder llegar al
final del día sin que la conciencia – muy tierna también – me reproche
nada.
Soy muy consciente de que al dar testimonio de algo de esta índole,
puede ser fácil, casi inadvertidamente, pecar de vanidad. Por eso, aseguro
que lo consigno cuidándome mucho de que no suceda tal cosa.
La santidad completa en la vida de los siervos
del Nuevo Testamento.
Tomaremos tres de los apóstoles del Señor Jesucristo, y en el caso de
Pablo, dos de sus acompañantes también, de los cuales se desprende
claramente a través de las Escrituras que efectivamente vivían en ese
estado de santificación completa.
1) El apóstol Pablo.-
“Vosotros sois testigos, y Dios también, de cuán santa, justa e
irreprensiblemente nos comportamos con vosotros los creyentes.” (1a.
Tesalonicenses 2: 10)
Los dos acompañantes a los cuales Pablo incluye al usar el plural,
fueron Silvano, o Silas como también se lo llama, y Timoteo.
Cabe puntualizar que para avalar esta afirmación Pablo no sólo
menciona a los nuevos convertidos de Tesalónica que los habían visto en
todos los aspectos de su vida y conducta durante tres semanas y
probablemente algunos días más.
Al agregar y Dios también, es decir, el Omnisciente y Omnipresente
Dios, que conoce los pensamientos y las intenciones del corazón de cada
uno de los seres humanos, está presentando esa afirmación de forma
categórica y absoluta.
2) El apóstol Pedro.-
“…sino, como aquel que es santo, sed también vosotros santos en toda
vuestra manera de vivir.”(1a. Pedro 1:15)
Al exhortar a los expatriados a quienes iba dirigida esta epístola a que
fuesen santos, no cabe la menor duda de que Pedro mismo vivía en ese
estado de santidad. Sería inconcebible que los exhortase a algo a lo cual él
no había alcanzado ni experimentado.
Aquí se destacan dos cosas importantes. La primera es el fuerte
hincapié que hace al señalar que ese vivir en santidad debía ser en toda
vuestra manera de vivir. Es decir que abarcaba tanto lo material, como el
manejo del dinero, el ser responsables e irreprochables en el trabajo para
ganarse el pan, etc., como así también en el hablar de su boca, el mirar de
los ojos, los pensamientos o la meditación de su corazón, y en fin, en toda
su manera de vivir, así como él lo señaló.
La segunda, es que esta exhortación iba dirigida a creyentes, y no
parece que eran de muchos años, sino más bien que se trataba de
convertidos más o menos recientes, según vemos por sus palabras en el
versículo 2 del capítulo siguiente:- “…desead como niños recién nacidos,
la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para
salvación…”
Creemos que en esta exhortación tan absoluta a vivir en santidad en
todos los aspectos de su manera de vivir, había la sabiduría de
encaminarlos por ese alto nivel de vida desde el principio o por lo menos
desde un punto muy temprano.
Muy bien vendría a quienes tienen en la actualidad la
responsabilidad de pastorear o discipular a nuevos convertidos, hacerse
eco de la forma y la prontitud con que que Pedro exhortaba a esos nuevos
creyentes del primer siglo.
El apóstol Juan.-
En su primera epístola Juan abunda en afirmaciones y exhortaciones
sumamente categóricas y absolutas, que a muchos – quizá a todos, por lo
menos en una etapa más temprana de la vida como creyentes y siervos –
nos ha planteado interrogantes.
Tomamos quizá el más fuerte de todos los versículos que apuntan en
esa linea – el 3: 9.
“Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado; porque la
simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de
Dios.”
Las palabras “no practica el pecado” se han traducido así del original
en que figura “no peca” en atención a que el verbo está en tiempo
presente continuo, lo que tiende a reflejar una acción que se repite, tal vez
haciéndose habitual.
Un versículo que debemos tomar muy en cuenta es el 18 del último
capítulo de la epístola. “Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no
practica el pecado, pues Aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el
maligno no le toca.”
Nos inclinamos más bien por la traducción de este versículo que se
encuentra en inglés en la versión autorizada del Rey Santiago y que
literalmente traduciríamos así:
“Sabemos que quienquiera es nacido de Dios no peca” – presente
continuo que refleja algo que tiende a ser habitual – “porque el que es
engendrado por Dios se guarda a sí mismo y aquel maligno no lo toca.”
Aquí lo que resalta es el guardarse uno mismo – en lugar de ser
guardado por Aquel que fue engendrado por Dios – como aparece en
nuestra versión en castellano de 1960. Y nos parece que el guardarse a
uno mismo es algo primordial y totalmente imprescindible. Sería ridículo
penar que como el Señor nos guarda, no hace falta que nosotros
pongamos nuestra parte, guardándonos también.
Con humildad, afirmando lo que la palabra de Dios promete para los
verdaderamente Suyos, y casi agregando con temor y temblor, sostenemos
que habiendo llegado a odiar, detestar y aborrecer el pecado, sabiendo
que es algo diabólico, totalmente contrario a nuestro amado Dios y que
sólo nos trae un daño incalculable, se puede llegar a un estado en que, al
llegar el fin de cada día, uno puede estar con la frente en alto ante el
Señor, sabiendo que no ha hecho nada en absoluto que le pudiese
desagradar.
En ese sentido, con toda la voluntad y la más clara comprensión de las
cosas, mientras esté en ese estado de ánimo, sencillamente uno no puede
pecar, y no hay quien pueda obligarlo a hacerlo, robustecido esto último
por las palabras finales del versículo en que estamos: “y aquel maligno no
le toca.”
Otra afirmación de muchísimo peso la encontramos en la parte final
del versículo 17 del cuarto capítulo de la misma epístola:- “pues como él
es, así somos nosotros en este mundo.”
Un hermano y consiervo muy amado, recientemente fallecido, la
última vez que predicó, refiriéndose a lo que en realidad era su concepto
de la vida cristiana, comenzó con las palabras “ser Cristo,” con lo que
quería decir, vivir como vivió Cristo.
Ese hermano por 25 años viajó dos veces al año a la India y Nepal,
llevando la palabra del Señor. Salvo en una oportunidad en que las
circunstancias lo obligaron a alojarse en un hotel, en todas las demás
ocasiones siempre dormía con los naturales de esos dos países y comía la
misma comida que ellos.
Yo también podría decir que hacía lo mismo en mis numerosas giras
por España, pero qué diferencia entre el nivel de vida aquí en Europa y
allá en la India y el Nepal!
Una tres semanas después del deceso del querido hermano, se celebró
una reunión recordatoria en la cual, los que lo conocían muy de cerca,
incluso su querida esposa, testimoniaron de sus múltiples viajes a países
del tercer mundo, en los cuales su vida tan sacrificada y su prédica
dejaron las huellas más profundas. Yo tuve una relación muy estrecha con
él, pero sin embargo, en su gran humildad, él me hizo saber muy poco de
todo aquello que estaba haciendo en esos países subdesarrollados.
Al terminar esa reunión, que duró una hora y cuarenta y cinco
minutos, cuantos asistimos a ella, ya sea presencialmente o por zoom, nos
sentimos diminutamente pequeños, y tomamos conciencia de que había
vivido entre nosotros un gran varón de Dios de verdad, que reflejaba la
humildad y el espíritu de nuestro amado Señor Jesús como ningún otro
que hayamos conocido.
La santificación completa en la vida de los creyentes de las iglesias del
Nuevo Testamento.
Ya podemos intuir cómo más de un lector u oyente estará pensando
para sí : ¿y la iglesia en Corinto, la de los Gálatas, y las siete del Asia, de las
cuales sólo había dos a las cuales el Señor no les reprochaba nada?
Y aquí, tristemente nos encontramos con la debilidad y carnalidad,
sino de la mayoría, por lo menos de buena parte de los creyentes, tanto de
entonces, como de ahora.
Pablo predicó un buen tiempo en Corinto, aunque en Tesalónica,
debido al alboroto creado por los que se oponían y los perseguían, por
sólo tres semanas o poco más. Seguramente que lo hizo con el mismo
espíritu y denuedo en ambos lugares, pero los resultados fueron muy
distintos.
A los tesalonicenses los exhortaba y esperaba que el Dios de paz los
santificase por completo; en cambio, al escribir a los corintios tuvo que
reprenderlos y aconsejarles cómo remediar los muchos males que había
entre ellos.
En la sabiduría de Dios, sobre todo su primera epístola a ellos,
constituye como hemos manifestado en alguna ocasión anterior, un
manual sobre cómo tratar con los numerosos problemas de las iglesias de
todos los tiempos. De manera que en ese sentido hubo un beneficio
inestimable.
Desde luego que no podemos ser idealistas y pretender que todas las
iglesias sean como las de Tesalónica, o la de los expatriados de la
dispersión, a las cuales se exhortaba y se esperaba, respectivamente, que
fuesen santificadas por completo, o que fuesen santos en toda su manera
de vivir.
No obstante, después de citar promesas del Señor hacia el final de 2a.
Corintios 6, Pablo escribe en el primer versículo del capítulo siguiente:-
“Así que, amados, teniendo tales promesas, limpiémonos de toda
contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el
temor de Dios.”
Esto da pie a que podamos pensar que por lo menos algunos de los
muchos creyentes corintios, alcanzaron un alto nivel en su vida espiritual,
incluso con la aspiración de llegar a la meta propuesta por Pablo de
perfeccionar la santidad.
Como conclusión final, no cabe duda de que siempre debemos
proponernos las metas más altas, y no resignarnos a una mediocridad
que, a la postre, siempre habría de derivar en un nivel francamente bajo y
lamentable.
LA GRAN PERLA Y CORONA DEL AMOR
Consideramos que este escrito no estaría completo si no incluyese lo
que hemos puesto como título de esta segunda parte. Por cierto que la
verdadera santidad siempre necesariamente debe tener como un
ingrediente de primordial importancia el amor, dado que la falta del
mismo ya de por sí y de hecho, supone pecado.
Pero el hecho de que esté implícito no basta, sino que de la manera
que le hemos dedicado nuestra atención con cierta extensión a la
santidad, ahora pasamos a hacerlo con respecto al amor.
Y empezamos por citar el primer y más grande mandamiento :-
“El Señor nuestro Dios uno es. Y amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. “
Y a continuación el segundo:-
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” (Marcos 12: 29b- 31)
¿Qué hemos de decir? Lo hemos oído y lo hemos leído tantas veces, y
si bien los hijos de Dios de veras lo amamos de verdad, si somos sinceros
reconoceremos que nunca hemos alcanzado esa dimensión total que
abarca el mandamiento – con todo tu corazón, toda tu alma, toda tu
mente y todas tus fuerzas.
Pero esto no ha de ser una razón valedera para capitular, o darnos
por vencidos. Antes bien, sabiendo que nuestro amado Dios es uno de
gran misericordia y que sabe muy bien lo frágiles y débiles que somos,
hemos de implorar la ayuda del Espíritu Santo, y al mismo tiempo poner
nuestra parte, meditando en las innumerables razones que tenemos para
amarlo y estar sumamente reconocidos y agradecidos por Sus muchas
mercedes que nos alcanzan cada día.
Una excelente manera de hacerlo puede ser el hacernos eco del Salmo
103 en sus dos primeros versículos:
“Bendice, alma mía, a Jehová, y bendiga todo mi ser su santo nombre.
Bendice, alma mía a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios.”
Y entre sus muchísimos beneficios está el de habernos traído a este
mundo de maravillas, en que lo vemos como el invisible Creador
Supremo. Y por cierto que en cuanto a esta actividad creativa, debemos
tener muy presente lo que se nos dice en Juan 1: 3 y Salmo 104: 30, que
citamos a continuación:-
En la primera, hablando del Verbo encarnado, leemos lo siguiente:
“Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido
hecho fue hecho.”
“Envías tu Espíritu, son creados…”
Lo cual echa de ver con toda claridad que en la creación de toda la
maravilla de la creación, participaron tanto el Padre, como el Hijo Amado
y el Espíritu Eterno, es decir la Santísima Trinidad,
Lamentablemente podemos ser ciegos, torpes o ignorantes, no
prestando atención a tantas cosas que nos rodean, que vemos a diario, y
que, tristemente las damos por sentadas y no reflexionamos sobre ellas en
absoluto.
Tomamos un pequeño ejemplo de tantas flores conocidas, como la
magnolia, el narciso, el jazmín, el malvón, la violeta, el pensamiento,
crisantemo, tulipán, la rosa con sus muchas variedades de tono, y tantas
otras, cada una con su forma y color o tono particular, y su aroma
especial.
¿Quién es, sino el Trino Dios, Creador invisible, que las ha diseñado a
cada una de una manera especial, desplegando en ello una grandeza
inefable?
Además, les ha dado a cada una su perfume particular. Y como si
fuera poco, ha puesto néctar y polen, tanto en las pocas que hemos
nombrado como en muchísimas más. Y esto, con el fin de que las abejas
puedan nutrirse con ellas, y al mismo tiempo llenar sus colmenas de esa
miel dulcísima, que tanto halaga nuestro paladar, y que, consumida con
discreción, nos hace tanto bien.
Apenas he tocado una ínfima parte de un todo inmenso y casi
inagotable, de lo cual un botánico o botanista podría fácilmente llenar
varios tomos extensos, impregnándolos de innumerables facetas de
hermosura, sabiduría y originalidad impresas en cada una.
Y esto nos haría recapacitar sobre la gran afirmación que hizo el
Supremo Creador al concluir Su obra tan estupenda e
indescriptiblemente maravillosa, al finalizar el sexto día.
“Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran
manera.” (Génesis 1: 31)
Y ¿no ha de ser esto un motivo para que le admiremos y le rindamos
un tributo de reconocimiento y gratitud, como así también de amor a Su
persona tan excelente y perfecta?
Nos ha regalado todo esto y lo ha puesto a nuestra disposición, para
que disfrutemos de ello – una provisión tan rica y abundante. que cubre
con creces cuanto podamos necesitar en la vida cotidiana,
Pero al comentar sobre esta pequeñísima parte que hemos tratado de
un todo inconmensurable, nos surge inevitablemente una pregunta de
capital importancia.
¿Y cómo es que, en medio de una creación y un mundo tan precioso y
perfecto, nos encontremos con la discrepancia horrible del género
humano, corrompido a la enésima potencia, con guerras, con todas sus
atrocidades y horrores, fechorías, mentiras, hipocresía y maldad en un
sinnúmero de ramificaciones?
Y esto nos lleva a la contundente realidad del relato del tercer capítulo
de Génesis, en el cual tenemos la explicación de cómo llegó a suceder.
Adán y Eva, nuestros primeros padres como solemos llamarlos, le dieron
la espalda al Dios Supremo que los había creado y dotado de todo bien,
para hacer caso a la serpiente diabólica, con todas sus tristes y horrorosas
consecuencias.
Hay hoy día, y ha habido desde hace muchos años ya, una mayoría de
quienes se manifiestan totalmente incrédulos en cuanto al relato de los
primeros capítulos del libro de Génesis, en que se nos narra la creación y
la caída en pecado.
Y aquí les preguntamos: ¿Puede haber una explicación más precisa y
concluyente de esa discrepancia horrible que puntualizamos más arriba –
que en medio de una creación tan hermosa y perfecta, el género humano
estuviese tan corrompido e impregnado de maldad?
Por cierto que cualquiera que esté en sus cabales y no se atrinchere
tercamente en su incredulidad, ha de reconocer que lo que nos dice el
Génesis es la única explicación que cabe, y que la misma es totalmente
incontrovertible.
Pero continuamos ahora citando Génesis 2: 7: –
“Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló
en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente.”
Ésta es otra verdad absolutamente estupenda y maravillosa, y que
también no sólo se la da por sentada, sino que también no se recapacita en
ella para nada, salvo por quienes estén iluminados para hacerlo por la
gracia divina.
El cuerpo humano, digamos sin temor a equivocarnos, es un
monumento vívido de la excelencia, omnisciencia y sabiduría
indescriptible del Trino Creador.
Reflexionemos un poco sobre esto: la virtud de una mano que tomó el
polvo de la tierra y lo convirtió en un hombre, para luego tomar una de
sus costillas, y de ella formar la mujer. Y tanto al uno como a la otra les
insufló el hálito de vida, les dio una mente para pensar y razonar, un
corazón para poder amar al Creador y al prójimo, como así también a su
debido tiempo, al sexo opuesto para el noviazgo, el matrimonio y la
procreación.
La maravilla del cuerpo humano, abarca tantas cosas realmente
preciosas y a la vez estupendas, como por ejemplo el flujo sanguíneo. con
los vasos capilares que enlazan la terminación de las arterias. con el
comienzo de las venas, y muchísimo más, que se podría agregar
consultando un libro de hematología.
Además del flujo sanguíneo, un buen número de órganos y funciones,
todos perfectamente coordinados, y de los cuales no me siento capacitado
para explicar en detalle, sino en una muy modesta – casi ínfima –
dimensión.
Aun los médicos, que desde luego podrían agregar muchísimo a lo
poco que he consignado, se encuentran a veces con muchas complejidades
del organismo del ser humano que escapan a su comprensión, a pesar de
lo mucho que les han conferido todos sus estudios y el ejercicio de su
profesión.
¿Y qué hemos de decir a todo esto?
Vivimos y nos movemos dentro de un cuerpo complejísimo y
maravilloso que nos ha dado nuestro Dios – un Dios de una omnisciencia
y demás atributos, cualidades y virtudes que son como para dejarnos
pasmados y atónitos – ¿y no hemos de amarlo de verdad, y honrarlo con
nuestro más profundo reconocimiento y gratitud?
Por cierto que no hacerlo significaría una ingratitud tan insultante
como vil y deleznable.
En un plano espiritual, el reconocimiento y la a gratitud han de ser
mayores todavía.
En efecto, cuánta gracia, cuánta paciencia ha tenido para
encaminarnos por el buen camino!
Muchas veces hemos sido torpes, tercos, hemos encontrado difícil
dejar lo mundano y abrazar de veras la buena senda, y con asombrosa
bondad ha sabido tolerarnos y con Su amor infinito, perseverar y no
abandonarnos y dejarnos desamparados!
Quien esto escribe, en su dilatada trayectoria, sobre todo en los
primeros años de su vida cristiana, sólo puede decir que ha sido una larga
historia de vacilaciones, desviaciones e incongruencias, qué sólo la divina
e inagotable paciencia y amor han podido vencer, para llevarlo a uno, a la
postre, a un plano digamos aceptable ante los ojos del Omnisciente, que
todo lo sabe y todo lo ve.
Ahora bien, continuando, a este Dios maravilloso, debido a Sus
formidables atributos y capacidades, le resultó comparativamente fácil
efectuar esa vasta y magnífica obra creativa.
Sin embargo, hubo en cambio algo mucho más difícil y doloroso, que
le costó un precio indescriptible. Y eso no fue sino rescatar al género
humano del fango horrible en que quedó empantanado por el pecado!
Esto nos lleva, inevitablemente, al Calvario, donde el amor divino a
través del bendito y eterno Hijo Amado, alcanzó una dimensión tal que
jamas podrá igualarse.
Ya hemos comentado bastante sobre el mismo en nuestro escrito
anterior titulado “El Amor Sublime y Supremo de Cristo.”
No obstante, consideramos que la forma más digna y apropiada de
finalizar el presente escrito, es la de enaltecerlo en la pequeña medida que
nuestra estrecha y limitada capacidad nos permita.
Y aquí quiero aportar, sin que ello de ninguna manera constituya
plagio , la estrofa de un himno en inglés, quizá de los más profundos y
conmovedores que he conocido, y del cual fue autora una excelente
hermana de otrora.
Lástima que me resulta imposible verterla de la forma poética en que
se encuentra en el himno a que me refiero.
Pero haciéndolo en prosa, trataré de transmitir el contenido en lo
posible. Refiriéndose a la cruz del Calvario dice algo así:
“Yace, debajo de su sombra, mas del otro lado (a sus espaldas)
La oscuridad de una tumba horrible,
Que se abre a lo ancho y lo profundo.
Y allí se levanta la cruz,
Con dos brazos extendidos para salvar,
Como un centinela que cierra el paso,
A esa tumba eterna.”
Mi humilde aspiración es que ese contenido tan tocante, casi
imposible de pensar en él sin que chorreen las lágrimas, pueda llegar a
cada lector u oyente:
Sí, que esos dos brazos eternos, tras que el bendito Crucificado
padeciese el dolor más agonizante, con inconmensurable amor, pudiesen
estar extendidos de par en par, como Centinela y Guardián que sigue
hasta el día de hoy bloqueando el paso a la tumba y perdición eterna.
¿Se podrá concebir un amor que remotamente se aproxime al del
bendito Crucificado – ese Guardián y Centinela – que nos ha cerrado e
impedido el paso a la perdición eterna a que íbamos encaminados?
Con copiosas lágrimas de gratitud, cierro diciendo que esto no puede
sino movernos de la manera más tierna y entrañable, a amarlo como
nunca antes, y si no lo hemos hecho todavía, a darle lo mejor de nuestro
amor y de nuestras vidas.
“El amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por
todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven ya
no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.” (2a.
Corintios 5: 14-15)
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