EL ESPÍRITU DETECTIVESCO

Extraído (con alteraciones) de mi libro Cosas Nuevas y Cosas Viejas

Segunda parte

Hace unos buenos años el autor oyó decir a un buen siervo del Señor, con todo acierto, que debemos indagar en las cosas de Dios y Su palabra con un espíritu ávido y anhelante, relacionándolo con la forma en que lo hace un detective.

¿Qué hace un detective?

Tomando una lupa y cuanto otro medio razonable esté a su alcance, se pone a examinar y seguir cuidadosamente cada pista que encuentre, a fin de alcanzar conclusiones y tomar las decisiones que correspondan.

En este capítulo y en los siguientes nos proponemos hacer algo que en cierta forma ve en ese sentido. No será por cierto par descubrir a un delincuente, ni para esclarecer un  crimen o un delito.

El propósito perseguido en este ejercicio, será para descubrir facetas y aspectos variados de la persona de Jesucristo, que es el gran personaje que es el centro de nuestra vida, y la piedra fundamental que Dios ha puesto como cabeza del ángulo en la edificación del templo eterno que está efectuando.

Al mismo tiempo nos ayudará a visualizar y comprender algo más de Su grandeza infinita. Esto hará que lo admiremos y amemos cada vez más, y también nos ayudará a asemejarnos más a Él poco a poco cada día, y a servirle  mejor.

Por supuesto que todas y cada una de las pistas que tomemos y examinemos,  brotarán de la palabra de Dios, fuente inagotable de inspiración y revelación de las grandes claves y verdades espirituales y eternas. Nos proponemos en total tomar doce pistas.

1) “Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan, y los llevó aparte solos a un monte alto.” (Marcos 9:2)

De esta pista descubrimos que, durante Su ministerio terrenal, además de ser el admirable Maestro de Galilea, el médico divino que sanaba a los enfermos y liberaba a los endemoniados, Jesús fue un buen alpinista.

No sólo vemos esto en la oportunidad de la transfiguración, a la que corresponde la cita que hemos consignado. Cuando llamó a los doce discípulos que estableció como apóstoles, no lo hizo desde el llano, sino habiendo subido al monte. (Ver Marcos 3:13)

El llamado sermón del monte, en consonancia con el hecho de que se trataba de una enseñanza mayor y mejor que todo lo que se había oído y conocido hasta entonces, lo pronunció no en el llano de lo normal y corriente, sino subiendo al monte.

 En Lucas 22: 39 se nos dice que “…saliendo se fue, como solía, al monte de los Olivos.” Y en el capítulo anterior, versículo 37, leemos “…y de noche, saliendo, se estaba en el monte que se llama de los Olivos.”

Sus ascensos tan asiduos a este monte particular – el de los Olivos –  no podemos menos que  relacionarlo, figurativamente, con Su firme propósito de mantener y renovar la santa unción que reposaba sobre Él, de manera que estuviese siempre fresca y fuese siempre eficaz.

Como ya hemos dicho en varias ocasiones, la palabra de Dios abunda en símbolos de lo espiritual, trazados de lo natural. La analogía del alpinista que siempre se desplaza hacia las alturas es digna de tenerse en cuenta.

Por cierto que no lo hemos de interpretar en el sentido de ponernos a escalar montañas, tales como la Sierra Nevada, Guadarrama o Navacerrada, por citar  tres de las más conocidas en nuestra querida España.

Verdad es que hace unos buenos años, quien esto escribe en varias oportunidades subió a una montaña, situada detrás de la vivienda en que residía con su esposa e hijos en el Norte de Gales.

Además del beneficio de un ejercicio físico muy apropiado, le permitía ver y contemplar el panorama de una forma distinta y además respirar el aire puro de las alturas, en contraste con la contaminación que a menudo encontramos en el llano.

Aprovechaba asimismo la oportunidad de proclamar, a veces a viva voz, las verdades de la fe y la victoria total del Crucificado, todo lo cual hacía que descendiese bendecido, renovado y fortalecido.

No siempre las circunstancias nos permiten hacer tal cosa, pero sí podemos hacerlo en el reino espiritual. Se trata de renunciar a las bajezas de la mediocridad, y remontarnos a las alturas del amor, la bondad, la nobleza, el negarnos a nosotros mismos para ayudar, consolar o bendecir a otros, y muchas otras formas que, alegóricamente, representan subir al monte.

Todo esto, fundamentado, claro está, sobre una buena y limpia relación personal con el Señor, sustentada por la oración perseverante y en el Espíritu.

2) y 3) ” Y en gran manera se maravillaban, diciendo: Bien lo ha hecho todo; hace a los sordos oír, y a los mudos hablar.” (Mateo 7: 37)

Esta es una pista doble, la cual, confirmada por muchas otras de los evangelios, tanto sinópticos como el de Juan, nos hace verlo como un especialista, a la vez que un perfeccionista.

No tenemos ningún caso, por ejemplo, de una persona sanada por Jesús, y que a la media hora se haya vuelto a enfermar; ni de una tarea que Él haya emprendido para luego dejarla a medio hacer.

Todo cuanto hizo, lo hizo a la perfección, como un verdadero especialista, y esto lo resumen bien las palabras Bien lo ha hecho todo, del versículo que hemos citado.

Ahora bien, en la medicina tenemos, por tomar un ejemplo práctico, el médico de cabecera, quien para casos que van más allá de sus capacidades, refiere a un paciente ya sea a un cardiólogo, un urólogo, o un otorrinolaringólogo, según corresponda.

Jesucristo se diferencia de ellos en que fue un especialista en absolutamente todo. Discerniendo malos espíritus y expulsándolos, sanando a los enfermos, enseñando a la gente que se agolpaba para escucharlo, y a Sus discípulos de forma más particular e íntima; consolando a los tristes y enlutados, alimentando a las multitudes, aquietando el mar embravecido, hablando siempre con toda autoridad y propiedad, sin tener que disculparse nunca por haber dicho algo fuera de lugar, y un largo etcétera – en todo y por todo, se desempeñó a la perfección, como un especialista auténtico y maravilloso.

Ahora bien, a ninguno de nosotros, como hijos de Dios y miembros vivos del cuerpo de Cristo, Su iglesia, se nos han otorgado todos los dones y talentos necesarios para operar en todas las áreas de la vasta gama del ministerio.

A todos se les ha dado por lo menos un don, a algunos puede ser que más de uno, varios o aun muchos, pero a ninguno la totalidad.

De paso digamos que por esa razón hemos sido bautizados en un cuerpo, y nos necesitamos mutuamente, como miembros unos de los otros. Aquello que no tengan unos lo tendrán otros y viceversa, y así se ha de suplir cualquier carencia  por medio de una labor conjunta, en la cual cada uno aporta según la habilidad, el don o los dones con que cuenta.

Pero eso no disminuye nuestra responsabilidad de ser verdaderos especialistas en lo que se nos ha sido asignado. Haciéndolo con nuestra mayor devoción y con todo amor, procurando que sea con excelencia, sabiendo por sobre todas las cosas que lo hacemos para Él, que bien se merece que así sea.

La parte que nos ha tocado puede ser bien de notoriedad pública, o bien pequeña o humilde, pero el hecho de que lo hacemos prioritariamente para Él, nos impone el deber y el desafío de hacerlo con lo mejor de nuestras fuerzas y cariño.

Ayudados por Su gracia, podremos ser así verdaderos especialistas, que buscan superarse y ser excelentes en todo lo que hacen.

4) “Y cuando se hubieron saciado, dijo a sus discípulos: Recoged los pedazos que sobraron, para que no se pierda nada.” (Juan 6: 12)

 La siguiente pista que descubrimos, a la luz de este versículo, es que Jesús fue – y desde luego sigue siendo – un gran economista.

Nunca buscó el lujo innecesario. Muy por el contrario, siempre fue muy austero en Su andar cotidiano. Como el economista que hemos descubierto, siempre evitó el desperdicio.

No sólo en lo de los panes que sobraron, sino en las oportunidades para hacer el bien, hablar la palabra en sazón, ayudar a quienes acudían a Él, etc., nunca malgastó ni desaprovechó nada.

Notemos también que en Su trato personal con cada uno de nosotros, nunca deja de aprovechar cada alternativa, sea de prueba, sacrificio o sufrimiento, como de éxito, progreso y victoria. A cada uno se encarga de darle un destino útil y provechoso, ya sea para humillarnos, enseñarnos, adiestrarnos y equiparnos, consolarnos, fortalecernos o bien alertarnos.

En fin, si somos consecuentes con Él, no habrá nada de lo que venga jalonando nuestra trayectoria que no tenga un aprovechamiento sano y de edificación.

    Aprendamos pues a ser buenos economistas.

¿Cómo?

En el área de las finanzas y lo material, invirtamos en el banco celestial, que como ya hemos dicho en una obra anterior, paga la formidable tasa, no del 100%como equivocadamente piensan algunos, sino del 10.000%!

Pero aprendamos también a serlo no malgastando el tiempo mirando películas que no edifican, o enredándonos en tareas innecesarias o contraindicadas; desperdiciando ocasiones que se nos presentan para ayudar y alentar a otros, para alimentar nuestro espíritu con buena lectura, para buscar a solas y congregacionalmente el rostro del Señor en oración, buscando la voluntad de Dios en todo, y, en fin, sacando el mayor provecho posible de cada situación o coyuntura en que se nos encontremos.

5) “…como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin.” (Juan 13: 1b)

Este versículo nos sorprende con la siguiente pista de Jesús que descubrimos: la de ser un extremista.

Aquí lo vemos como un extremista del amor, que amó a los Suyos hasta el fin. Hasta el fin de Su tiempo aquí en la tierra, pero un fin que sigue y seguirá por toda la eternidad – es decir, un fin sin fin!

  Pero fue también extremista en otros aspectos. En el de la santidad, por ejemplo, al abstenerse y guardarse de todo vestigio de pecado de la forma más absoluta y terminante.

Satanás puede haber intentado tentarlo, susurrando algo así. En realidad, ¿Cómo puedes saber si el pecado es malo, si nunca lo has probado? Prueba una vez y si ves que es malo déjalo. Pero el Maestro de ninguna forma se dejó engañar por semejante astucia, y tontería a la vez.      

  También habrá tratado de hacerlo recapacitar      sobre los sufrimientos horrorosos e indescriptibles del Calvario que le aguardaban, y para eso el Padre lo había enviado al mundo       – ¿Qué clase de Padre era ese con semejante propósito para Su supuestamente Hijo amado?

Y en suma, una gran cantidad más de argumentos infernales, llenos de la ponzoña y malicia propia del enemigo.   Pero el bendito Maestro de Galilea, con Su amor incomparable para con nuestras  mirando es tas cosas. almas perdidas, de ninguna forma se dejó disuadir, y siguió todo el dolorosísimo trayecto del Getsemaní al momento final del Calvario haciendo por nosotros lo que ningún otro podía, ni hubiera querido hacer.

6) “Pero todos sus conocidos y las mujeres que le habían seguido desde Galilea estaban lejos, mirando estas cosas. (Lucas 23:49)

  Estamos en la arena del Calvario. Se acaba de consumar el hecho  más importante de la historia del universo. Los fariseos y los demás que se habían burlado de Él se han retirado pensando que habían salido con la suya y todo se había terminado.

  Pero los poquitos – sus conocidos, que incluiría desde luego a

 sus discípulos, más las mujeres que le habían seguido desde Galilea, se quedaron mirando y mirando. Y ahí estaba el protagonista principal y máximo – el que había completado una obra mucha más grande que la creación del ser humano – Su redención absoluta y eterna.

   Empero,  debemos tener muy presente lo que le costó lograrla. Mientras sufría en esas 5 horas y 59 minutos, guardó un silencio absoluto, con la excepción de 8 sentencias  breves que le deben haber tomado como máximo un minuto. Eso lo podemos calificar del silencio insondable del Calvario.

  Y hay mucho más. Mientras sufría indeciblemente, lejos de quejarse o protestar, se preocupaba por el bien de los que lo rodeaban – los soldados que lo estaban crucificando, orando por ellos pues no sabían lo que estaban haciendo; por dar una gloriosa promesa al malhechor arrepentido, y porque su madre tuviese el cuidado de Juan, el discípulo amado, al darle la encomienda de que la tratase como si fuera su propia madre.

   Y todo esto, como si lo Suyo no tuviese ninguna importancia!

  Semejante abnegación, en medio del dolor inimaginable que estaba padeciendo, nos resulta asombroso y casi increíble, sabiendo lo difícil que nos es a los seres humanos pensar en otros y preocuparnos por ellos, cuando estamos con un  fuerte dolor de muelas, por ejemplo, o sufriendo intensamente de alguna otra dolencia.

  En suma, la grandeza del bendito Crucificado va mucho más allá de lo que podemos comprender o describir.

  Por todo esto, Él ocupa el lugar del protagonista máximo en nuestra vida, y es el foco principal de atención, siendo nuestro deseo sincero el de corresponderle con nuestro mejor amor, y nuestra devoción y servicio más esmerado.   Por cierto que se merece eso y mucho más. Que tú también  correspondas así, querido lector, al igual que quien esto escribe.

7) “…oí detrás de mi una gran voz como de trompeta.(Apocalipsis 1:10b)

  Esto en seguida, aunque de forma inesperada, nos hace verlo en el rol de trompetista. No un trompetista que sincroniza con los demás músicos de una orquesta, sino uno muy distinto.

  La voz divina se hace oír de muchas maneras, según la ocasión y las circunstancias lo requieran. A veces, con el silbo apacible y delicado; otras con acentos que son un dulce bálsamo y consuelo para el alma dolida; en otras, poniendo la llama celestial que enciende los corazones de santidad y amor; todavía en otras la voz de Dios viene con potentes truenos para expresar la ira santa. Y en otras, como con voz de trompeta, cual reza en el versículo que hemos citado del Apocalipsis.

  El servicio militar, cumplido por el autor hace muchos años en la lejana Argentina, le ha dejado muchos recuerdos.

  Entre ellos el de la trompeta, que con su toque de diana, generalmente a las cinco de la mañana, seguido de un fuerte y enérgico ARRIBA TODOS de parte del suboficial de turno, le hacía despertar súbitamente a él y todos sus compañeros, para iniciar una jornada de intensa actividad dentro del cuartel.

  Con todo, el toque de las 7 de la tarde es el que más recuerda y el que más se presta para ilustrar el tema en que estamos.

  Poco después de las seis y media de la tarde, al terminar la cena, después de una jornada de intensas labores, se nos daba un rato de descanso y esparcimiento.

  En el mismo, algunos fumaban, otros cantaban, otros  narraban anécdotas y bromas, algunos leían la carta de la novia o de los padres, cuando de repente, sonaba la trompeta con un tono tan estridente que parecía atravesar todo el espacio.

  La consigna era que, un soldado apercibido, debía pronunciar solamente una palabra, pero a toda voz y en tono marcial y vibrante: B A N D E R A!

  Instantáneamente, todos tomábamos la posición militar, haciendo sonar fuertemente los tacos de los botines que se daban uno con el otro. Al mismo tiempo se tiraba el cigarrillo, la carta de la novia o los padres iba al bolsillo,y toda conversación o chiste cesaba bruscamente, mientras la mirada de todos y cada uno se centraba en la bandera, la enseña patria.

 Qué analogía apropiada para la situación en que muchos creyentes viven hoy en día !

  Inmersos en tantas cosas terrenales, muchas de ellas ajenas al reino de Dios, necesitan ser despertados a la gran realidad de los valores celestiales y eternos. Y despertados de tal forma, ue echen por la borda todo cuanto sea inútil o de poco o ningún provecho, y hasta indigno de que un hijo de Dios se ocupe en ellas.

  Y despertados también a la realidad ineludible de que tenemos una sola vida, o mejor dicho, lo que resta de ella, para servir al que tanto nos amó, y no presentarnos con las manos vacías, y teniendo que avergonzarnos al comparecer ante Su tribunal para rendir cuentas.

  Que el Espíritu Santo  haga sonar en el corazón y en la conciencia de cada uno de nosotros la voz como de trompeta del General en Jefe. Y que suene con vibraciones de la mayor urgencia, impulsándonos a dejar de lado todo lo estéril y desaconsejable, para enfocarnos de lleno hacia la bandera y el estandarte del evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo.

8) “ Pero al ver el fuerte miedo, tuvo miedo, y comenzando a hundirse, dio voces diciendo: Señor, sálvame.”

  “Al momento, Jesús, extendiendo la mano asió de él.” (Mateo 14:30-31)

  Al pasar a esta nueva pista, lo hacemos valiéndonos del conocidísimo relato de Jesús andando sobre las aguas, y absteniéndonos de criticar a Pedro, pues me imagino que en su lugar tal vez todos hubiéramos actuado de igual o peor forma.

  En cambio lo que aquí deseamos destacar es la admirable 

figura del Maestro de Galilea, en esta octava ocasión en calidad de Socorrista.   Y maravilloso por cierto.

  A cuántos hombres y mujeres necesitados y maltrechos de las más diversas maneras, o bien a punto de hundirse en la vida, se nos ha manifestado como eso que es – el Gran Socorrista.

  Es el que siempre está de turno para extendernos Su mano fiel y amorosa. (Sabemos que a veces se nos advierte en las playas que no hay socorrista de turno.)

 Debemos también tener presente el hecho de que a veces se está dispuesto a socorrer a alguien, siempre y cuando se logren ventajas o beneficios por hacerlo, o bien que el hacerlo no incomode o sea inoportuno.

  Pero en el caso de Él. el gran Socorrista, el único interés que tiene, impulsado por Su gran amor, es el bien nuestro y de cada uno de los necesitados que acuden a Él, en busca de la ayuda que se precisa.

  Aprendamos de Él. Y en la medida que las circunstancias se presenten y lo permitan, seamos nosotros también buenos socorristas, ayudando con estímulo, consuelo o lo que fuere necesario, y sin segunda intención, sino con amor al prójimo y buscando la gloria de Dios.

9)”Jesús vino a Galilea predicando el evangelio…” (Marcos 1: 14)

  En esta octava ocasión lo encontramos como el Evangelista.

Con posterioridad, muchos otros han sido levantados y usados por el Señor como evangelistas,  pero Él fue el primero de todos.

  Estamos tan acostumbrados al vocablo que con frecuencia podemos perder el sentido y la apreciación de su verdadera riqueza. Significa portador de gratas nuevas, o sea buenas noticias.

  En esto va contracorriente de la tónica imperante en los medios de comunicación e información, en los cuales predominan las malas noticias – crímenes, masacres, terremotos, inundaciones, crisis económicas, etc.

  Cuán  bendecidos hemos sido los Suyos de verdad, por venir Él a nuestras vidas, irrumpiendo en el mundo de malos augurios que nos rodeaba!

Y qué alentador y reconfortante nos ha sido y sigue siendo el glorioso mensaje del evangelio pleno que él nos ha traído! Un verdadero bálsamo para nuestras almas que se encontraban tristes y maltrechas.

 Y  no nos cansamos de repetirlo – gracias a Él, Jesús, el gran anunciador de la mejor noticia que jamás ha habido para el ser humano.

  Pero nunca debemos olvidar el indescriptible dolor y padecimiento de Su sacrificio a favor nuestro en el Calvario, sin el cual nada hubiera sido posible de toda la dicha de que disfrutamos, y seguiremos disfrutando eternamente con Él – confiando en que le seguiremos siendo cabalmente fieles hasta el final.

  Hoy mismo Él tiene buenas nuevas para cada uno de nosotros, para cada contingencia y ocasión que se presente y vayan jalonando nuestra carrera. Citamos alguna de ellas, sin comentarios, pues todas hablan claramente de por sí.

  “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.” (Mateo 11: 27)

  “…echando toda vuestra ansiedad sobre él,  porque él tiene cuidado de vosotros.” (1a, Pedro 5: 7)

  “Porque el pecado no se  enseñoreará de vosotros, porque no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia.” (Romanos 6: 14)

  “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falte, conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús.” (Filipenses 4: 19)

  En fin, que Jesucristo, el primer y más maravilloso evangelista, tiene uu  cúmulo inagotable de buenas nuevas para todos y cada uno de los Suyos.

  Así que, a recibirlas, apropiarlas y disfrutarlas!

10 y 11) “Fuego vine a echar en la tierra…” (Lucas 12: 49)

  Pasamos a la pista siguiente. Para guardar uniformidad con nuestra  nomenclatura, nos valemos de un recuerdo de nuestra niñez en la Argentina, cuando las máquinas de ferrocarril todavía funcionaban a vapor.

  En las mismas iba el maquinista, encargado de conducirla, y el que se llamaba el foguista, que tenía la función de echar carbón en la caldera de la máquina para mantener el fuego al rojo vivo.

  Somos conscientes de que el diccionario de la lengua castellana no incluye la palabra foguista, y que en su lugar se debe decir fogonero.

  Nos obstante, la utilizamos aquí dado que en la Argentina foguista se admitía y usaba, y además, como dijimos, para mantener la uniformidad en la nomenclatura con todas las pistas y su terminación en las mismas cuatro letras,

  Así entonces – con toda reverencia lo decimos -nuestro bendito Señor – como comodín sin igual! – se desempeña en esto en el doble rol ya dicho de maquinista y foguista.[1] 

  Para algunos esto sonará como algo infantil, reñido con la ortodoxia sobria a que estamos acostumbrados.

  Sin embargo, las verdades que se desprenden de esta analogía son incuestionables y plenamente bíblicas. En efecto, el día de Pentecostés, habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, Jesucristo la derramó sobre los 120 discípulos reunidos en el aposento alto, echando sobre ellos la llama celestial que los había de convertir en una poderosa fuerza incendiaria.

  A partir de esa ocasión, lo ha seguido haciendo a través de la historia, encendiendo el corazón de los Suyos con ese fuego bendito, sagrado y santo.

  Quien esto escribe es uno de los miles y millones de agraciados que han sido depositarios de semejante bendición. La primera vez que oyó el evangelio, hace unos 78 años, y todavía en la lejana Argentina, le llegó a través de varias ráfagas que le atravesaron el pecho y corazón. Las denomino de fuego porque es la mejor  manera que se le  ocurre a uno. No obstante, siendo algo venido del cielo, la verdad es  que no encuentro una manera exacta de describirlo, siendo la llama  celestial lo que por lo menos da una idea aproximada. Esto me selló para Dios y Su voluntad todo el resto de mi vida.

  Desde entonces ha conocido al Señor Jesús tanto como el maquinista   que ha ido conduciendo su vida por los derroteros divinos, como el foguista, que ha mantenido el fuego en su corazón hasta el día de hoy.

12) “El Señor pasa revista a las tropas para la batalla…”  (Isaías 13: 4)

En esta última ocasión descubrimos la pista del General en Jefe que pasa revista a Sus tropas para la batalla.

  Esto no es algo exagerado ni rebuscado, sino algo muy real. En 1a. Timoteo 6: 12 Pablo exhorta a Timoteo diciéndole: “Pelea la buena batalla de la fe.”

  Los verdaderos hijos de Dios estamos en una verdadera batalla. Pero es la más noble y la mejor batalla que se pueda librar. Pablo la llama la batalla de la fe.

  En ella, con la fe que nos ha dado nuestro General en Jefe, luchamos contra el mal que nos acecha en este mundo que yace bajo el maligno. Y lo hacemos para mantenernos incólumes, limpios y transparentes delante de Él, en la parcela de la humildad y el amor, luchando contra todo lo que pueda buscar que nos volvamos atrás o traer desánimo, depresión o cualquier cosa de esa índole.

 El Maestro y General en Jefe pasa revista a nuestro calzado, vestido y también a nuestra mirada.

  No vamos a citar una por una las piezas de la armadura de Dios, de la que Pablo nos escribe hacia el final del último capítulo de la epístola a los Efesios. Nos ceñimos en cambio a esas tres cosa que hemos citado – el calzado, el vestido y la mirada.

  El calzado es muy importante, y de ninguna manera puede un buen soldado presentarse para la revista con zapatillas, ni calzado rotoso. El suboficial de turno que prepara la tropa para cuando llegue el General en Jefe a pasar revista, se cuida mucho de que todo esté como corresponde.

  En cuanto al vestido, debe haber absoluta uniformidad – todos iguales. Y esto se debe a que hay una sola forma de que uno no sea desaprobado en la revista, y es estar revestido de la justicia de Dios que se nos otorga en Cristo Jesús.

  Por último la mirada, que no debe enfocarse hacia abajo, ni atrás, ni a derecha ni a izquierda – solamente al frente. Por eso el suboficial de turno, inmediatamente antes de llegar el General, con tono marcial ordena con voz enérgica VISTA AL ´FRÉNTÉ así como suena, con el acento tanto en la primera como en la segunda sílaba.

  Que estemos bien apercibidos para la revista, y nuestro General no tenga en ninguno de nosotros ninguna otra observación que la de una aprobación plena!

  Así llegamos a la última pista de los doce que nos propusimos.

  En el libro del cual he extraído estas pistas de nuestro amado Señor, Salvador y General en Jefe, concluí citando el genial soneto Violante de Lope de Vega.

  Pero ahora no lo voy a hacer de esa forma – no porque la considere desacertada.   Con la madurez de los años uno aprende y sabe mejor que antes que se debe dar a nuestra única vida una sana e imprescindible solemnidad.

  Me explico. Estamos de paso, en una peregrinación terrenal de unos pocos años, tras la cual hemos de pasar a toda una eternidad.

  Una vez que atravesemos los dinteles para entrar en la misma, ya no habrá tiempo ni ocasión para arrepentirnos ni hacer enmiendas por cosas tales como mediocridad, tibieza, desatinos, carnalidades, egoísmos y un largo etcétera. Nuestra suerte ya estará echada, sin ninguna posibilidad de retorno – irreversiblemente.

  Esto nos impone de manera urgente e imperiosa el hacer una reflexión muy sincera. Estamos marchando a pasos agigantados hacia esa eternidad sin fin.

¿De qué forma lo estamos haciendo?

F I N

 [1]Ista y foguista.