Introducción y cambio de Rumbo
Segunda parte

Continuamos ahora pasando a hablar concretamente de ella – Sylvia, mi difunta esposa – conocida por muchos, sobre todo en España.
Nació en el Sur de Gales en Diciembre de 1929, y a la edad de 4 años, sus padres la llevaron junto con dos hermanas mayores, a la Argentina, radicándose en la Isla Fray Luis Beltrán, cerca de Choele-Choel en la Patagonia.
Con anterioridad a su nacimiento ya habían estado allí, ya que su padre tenía tierras en ese lugar austral, y contaba con personal que las cultivaba.
Unos años más tarde la familia se trasladó a la localidad de Quilmes, un importante suburbio al Sur de la ciudad de Buenos Aires, para que las tres hijas pudieran cursar sus estudios, puesto que en el lugar más bien recóndito en que residían no había escuelas apropiadas.
La familia bien pronto se integró con la comunidad británica de Quilmes y alrededores, que era bastante numerosa en aquel entonces. Profesaban la religión anglicana, y Sylvia fue bautizada por aspersión en la tierna infancia; posteriormente siendo jovencita pasó a formar parte del coro de la iglesia, y también pasó por el ritual de la confirmación, y más tarde empezó a participar en la enseñanza de la escuela dominical.
En Enero de 1948 se convirtió al Señor cuando tenía 18 años de edad, y quien esto escribe se encontraba en Concepción del Uruguay, cumpliendo el servicio militar en la provincia de Entre Ríos, en el Litoral Argentino, aunque sin conocerla ni saber nada de ella. Sucedió en un campamento de niñas y adolescentes.
Una querida sierva del Señor, Theda Krieger, ya fallecida, tenía a su cargo traer la palabra en una noche que iba a ser crucial para Sylvia.
Ese mismo día la querida sierva había recibido una carta, la cual – no sabemos a ciencia cierta el por qué – la dejó, anímicamente, totalmente destrozada.
Clamó al Señor, diciéndole que Él tenía que hacerse cargo completamente, pues estaba en un estado tal de dolor que se sentía imposibilitada de coordinar e hilvanar los pensamientos – tal era su angustia.
Sylvia no entendió ni recordó nada de lo que la querida hermana dijo esa noche, pero al final de la predicación, si así se la podía llamar, se encontró, de la manera más vívida, a los pies del Cristo Crucificado y le entregó su vida.
Muchos años más tarde le escribí a la hermana Krieger, cuando ella ya tenía unos 90 años, agradeciéndole tanto que por mediación suya, y a costa de tanta angustia y sufrimiento, ella había alumbrado en el Reino de Dios a la perla de mujer que años más tarde iba a ser mi esposa.
Pero bien pronto, el cambio en la vida de Sylvia, dio lugar a la incomprensión y gran preocupación de su madre, a quien le costaba aceptar que todo lo anterior en la iglesia anglicana no bastaba, y había tenido que hacer un nuevo comienzo, naciendo de nuevo, y a la par, siendo bautizada, ahora por inmersión.
Sylvia se dio bien cuenta de que, de seguir integrada en ese ambiente con el ritual anglicano, sus reuniones sociales y demás, su fe muy pronto se diluiría. Sintiéndose muy débil, le confesó al Señor su total falta de fuerzas para mantenerse al margen de toda esa atmósfera a que nos hemos referido, pero que le entregaba a Él su voluntad, para así poder hacerlo.
Fue algo absolutamente crucial, y desde entonces sintió que no había quedado atrás ningún puente para retornar a lo de antes.
Poco después de todo eso, como ya vimos, se bautizó por inmersión, y esto en una iglesia de habla hispana de la Unión Misionera Neo Testamentaria, en Temperley, otro importante suburbio, también al Sur de Buenos Aires
Posteriormente, al viajar su madre a Inglaterra y quedar ella sola – las otras dos hermanas ya se habían casado – se sintió guiada a dejar su trabajo y comenzar los estudios en el Centro de Enseñanza Bíblica de esa misión, también en Temperley, y dónde quien esto escribe ya había ingresado un año antes.
Tenía el título de traductora pública provincial, y durante todo ese tiempo llegaban más o menos a diario ex soldados de nacionalidad polaca, a los cuales, por haber combatido por Gran Bretaña en la segunda guerra mundial – de 1939 a 1945 más o menos – se les había otorgado pasaporte británico, y necesitaban la traducción del mismo al castellano, a los fines de obtener residencia en el país.
Esto supuso la provisión ideal del Señor para cubrir sus necesidades económicas durante esa etapa.
Como creo ya haber dicho, estos dos pasos – el de bautizarse y el de comenzar sus estudios bíblicos – acontecieron a muy poco de que yo orase al Señor que bendijese y preparase para servir a mi lado a la mujer que Él tenía para mí, sin saber quién era.
Un mes más tarde Él me hizo saber que era ella, y lo hizo con tal claridad, que me resultó totalmente incuestionable.
Sobrevino un largo y doloroso período de unos 6 años, en los cuales estuvimos separados y con poca o ninguna comunicación.
Para ser franco, ella no estaba segura ni mucho menos y en realidad no sentía ninguna atracción hacia mi persona. Es más, sintió que debía ir a Inglaterra, dejándome atrás, de manera que todos pensaban que desde luego no me amaba, y que el proyectado noviazgo jamás prosperaría.
Llegada a Inglaterra, se integró en una excelente iglesia, pero sucedió algo extraño. Distintos jóvenes, tal vez guapos y también espirituales, en más de una ocasión se le acercaron, con el fin de trabar amistad, y tal vez hasta de noviar, con miras al matrimonio.
Espontáneamente y sin que ella tuviera tiempo ni aun de pensar, les respondía bruscamente, lo cual, como se comprenderá, los ahuyentaba.
Sabía que era una falta de educación, pero no lo podía evitar. Y reflexionando, cayó en la cuenta de que era el Señor que le estaba indicando que no debía ser ninguno de ellos, puesto que yo era la persona que Él en Su voluntad tenía señalado como marido para ella.
He consignado de forma muy condensada lo que pasó durante esa larga y penosa etapa, con el fin de puntualizar que ambos tuvimos que experimentar ese principio de que algo verdaderamente de lo alto, a menudo, aunque desde luego no siempre, tiene que pasar primero por una muerte, para luego irrumpir en resurrección y pleno cumplimiento.
Vivimos en total 62 años como marido y mujer, en los cuales se confirmó plenamente lo fiel y certera que resultó la clarísima guía del Señor que recibí en ese respecto,
Ella fue la ayuda idónea que yo necesitaba. Podrá haber mejores mujeres que ella, pero para mí cualquier otra – no me cabe la menor duda – habría sido para la ruina de mi vida. Con ella a mi lado, durante los 62 años de matrimonio, el Señor fue plasmando progresivamente Sus propósitos para mi vida.
Al mismo tiempo, ella se fue desarrollando y madurando, y durante varias décadas fue muy usada para la bendición de muchos, sobre todo en España, donde hasta el día de hoy hay muchos que la recuerdan, y creo que no me equivoco en decir, que lo hacen con mucho cariño.
También debo decir que durante los casi cinco años en que estuvimos de misioneros en la Argentina – de 1987 a 1992 – pudo desarrollar una intensa y fructífera labor ministerial, tanto en retiros femeninos, como en consejería y oración, programas radiales, etc., en todos los cuales dejó el sello de su personalidad sabia, culta y decorosa, además de su dulzura muy particular, que le ganó el cariño entrañable de cuantos llegaron a conocerla.
Durante ese tiempo en la Argentina, también hizo un viaje a la Patagonia, a la zona donde había sido criada, proclamando el evangelio y seguramente dando enseñanza también, incluso en comunidades galesas radicadas en esa región austral.
Volviendo atrás unos años, estando ya casados, al comenzar a viajar a España en giras ministeriales, llegué a conocer a muchos consiervos y hermanos españoles, y a disfrutar de buena comunión con ellos, y me preguntaba si ella, al conocerlos, sentiría lo mismo o no.
Para mi gran satisfacción, en la primera gira en que me acompañó, pude ver que concordaba exactamente con mi sentir de afecto y aprecio para con todos ellos. Y debo agregar que, al igual que yo, ella amaba a los queridos hermanos gitanos, entre los cuales a mí me ha correspondido, como ya he señalado, la dicha de ser bien recibido y aceptado, y de poder ministrar la palabra por muchos años.
En una ocasión especial, estando en Aranda de Duero, con motivo del sepelio de un hermano gitano, ella evidenció una sabiduría muy especial en una situación bastante delicada.
En efecto: el pastor local se nos acercó diciendo que esa noche ella debía predicar en la iglesia.
Sabedor de que en Filadelfia – que así se denomina el movimiento de Dios en el pueblo gitano – la mujer no predica, le dije que de ningún modo queríamos contrariar a la dirección, obrando en contra de ese principio que tenían y tienen claramente establecido.
La respuesta del pastor fue tajante: “Aquí mando yo, así que hoy predica ella!”
Estando, por así decirlo, entre la espada y la pared, recibió la inspiración del Señor para que saliésemos airosos de la difícil situación.
Cuando se le dio paso, avanzó hacia adelante, pero sin subir al púlpito, y pronunció una profecía en lenguas que ella misma interpretó, y volvió de inmediato a su asiento.
Posteriormente supimos que la profecía había sido de bendición y provecho, por lo menos para algunos.
Al mismo tiempo, nadie podía objetar, puesto que no se trataba de predicar, sino de profetizar, lo cual está claramente establecido como algo que la mujer bien puede hacer, según 1a. Corintios 11:5 y Los Hechos 2:17-18.
Aun cuando podría agregar mucho más, tanto de mi querida y maravillosa madre, como de mi admirable Sylvia, de la cual siempre estuve orgulloso de tenerla como esposa y compañera, con lo antedicho me doy por satisfecho, concluyendo con la más profunda gratitud al Señor por las dos mujeres de las cuales Él se ha valido para hacer tanto bien a mi vida.

F I N