LA PLENITUD INFINITA DE CRISTO

Y DE SU OBRA REDENTORA

CUARTA PARTE

v bis) La una ofrenda que nos ha hecho perfectos para siempre a los santificados. “Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados.” Hebreos 10:14.
Este es un agregado que se nos había pasado desapercibido, entre tanta grandeza maravillosa en que nos encontrábamos.
Otra gloria sublime y profunda que encontramos en lo que ya hemos llamado el abismo insondable del Calvario.
Cada uno de los que nos sabemos santificados, andando de blanco y limpios en el mirar de los ojos, el tocar de las manos, y en fin, en toda nuestra manera de vivir, hemos sido hechos perfectos para siempre por una sola y única ofrenda.
Desde luego que esto se va plasmando en la experiencia práctica y cotidiana en función de nuestro tiempo, tanto históricamente, como de nuestro desarrollo y maduración.
No obstante, como ya hemos señalado claramente con anterioridad, al tratar la resurrección y la ascensión del Señor, como fue una y única ofrenda también realizada en el Espíritu, la misma trasciende los límites de tiempo y lugar, propias de nuestra condición de seres humanos.
¿Cómo comentar y sondear esto?
Pensar que, amén de todo lo demás consumado en el Calvario, hallamos esta verdad de maravillosa y eterna envergadura. Hemos sido hechos perfectos…¿De forma esporádica? ¿O tal vez temporal?
Ni lo uno, ni lo otro. Para siempre jamás!
Gracia infinita, insondable y casi diríamos increíble, sabiendo muy bien nuestras propias imperfecciones, faltas por omisión o comisión y todo lo demás.
Empero así lo ha hecho nuestro amantísimo y sin par Señor Jesús. Será un motivo más, de los ya innumerables, para estarle agradecidos y en sumo grado. Y además, sabiendo que en el más allá, lo hemos de agregar al repertorio inagotable de nuestras gratitudes, loas y honras eternas.
Concluyo con un estribillo de un precioso cántico de los queridos hermanos gitanos de las iglesias denominadas Filadelfia.
Allí tú verás, lo que nunca viste,
Tanta maravilla que no la resistes!

w) Para llenarlo todo.
“El que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo.” (Efesios 4:10)
Aunque parezca una repetición de algunos puntos anteriores, en este pasaje se nos presenta una visión todavía más encumbrada de esta plenitud que estamos tratando, levántándola a la conclusión más absoluta que se pueda concebir.
El propósito primordial – no el único, se entiende – que había en que Él bajase a las partes más bajas de nuestro planeta tierra, era que, una vez ascendido a la altura suprema, pudiese desde allí a su debido tiempo, por la gravitación de las magnas proezas del Calvario, de la resurrección y la ascensión, llenarlo todo, absolutamente todo.
Hemos puesto en bastardillas a su debido tiempo, puesto que entendemos que esto será en los nuevos cielos y la tierra nueva que esperamos, según 2a. Pedro 3:13 e Isaías 65:17.
Entonces, desde el objeto más minúsculo y el personaje más diminuto, hasta lo más grande, importante y encumbrado – toda mirada, gesto, pensamiento, suspiro o sentimiento – en fin todo, todo, todo, llevará la marca, el sello, el encanto de Él, el maravilloso Cordero inmolado, ahora ensalzado y coronado, pero aun manso y humilde de corazón.
Como para hacernos agua la boca, anhelando ardientemente ese futuro de inefable bienaventuranza!
x) El Varón perfecto.
“…hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y el conocimiento del Hijo de dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo.” (Efesios 4:13)
Éste es otro aspecto de la plenitud de Cristo, el de Su vida como varón ejemplar, perfecto y completo en el más amplio sentido de los vocablos.
Las huellas y secuelas del pecado han transformado al género humano, y aun con todos los adelantos y prodigios de la ciencia y la tecnología en general, cuánto dista el hombre de ser perfecto!
Cristo vino del cielo, naciendo sin la simiente de corrupción por el pecado en Su ser, y logrando mantenerse sin pecado a lo largo de toda Su vida terrenal, a pesar del entorno pecaminoso que le rodeaba en todo momento, y de la sutil y malvada tentación del diablo. Esta última se manifestó no sólo estando en el desierto por 40 días, sino de maneras distintas y con ataques arteros y astutos durante todo Su ministerio, hasta incluso los momentos finales, antes de que depusiese Su vida en la cruz del Calvario.
Loado sea Dios, todo el intento diabólico fracasó y Él pudo llegar hasta el final sin la menor mancha, y así consumar la ofrenda perfecta y eficaz a favor nuestro.
Con sólo leer y considerar detenidamente el contenido de las cuatro biografías de Su vida que nos dan los evangelios, podemos tener una comprensión plena de Su acabada y maravillosa perfección. Vemos en Su vida todo un caudal de virtudes que lo presentan como el modelo ejemplar, e iluminados por el Espíritu Santo no podemos menos que anhelar ser más como Él cada día.
Cuando defraudamos al Señor y a nosotros mismos con cosas que no condicen con la vida plena de Él, nos entristecemos y volvemos a Sus pies, contritos y humillados, implorándole gracia para no reincidir – para superarnos y ser más como Él es.
Mencionamos algunas de Sus virtudes.
Aun cuando estaba rodeado por las multitudes y presiones y necesidades de todo orden, nunca lo vemos perder los estribos ni impacientarse carnalmente. Muy por el contrario, con serena calma siempre dominaba cada situación, imponiendo el sello de la verdad y el poder y la presencia de Dios.
Nunca lo vemos teniendo que disculparse ante nadie por haber dicho siquiera una sola palabra fuera de lugar. Con Su lengua siempre habló con tino, peso y exactitud, sin decir ni más ni menos de lo debido, y por otra parte, siempre supo callar cuando no correspondía que hablase.
Jamas supo lo que era tener miedo!
Esto fue consecuencia directa de mantenerse intacto en cuanto al pecado., siendo éste lo que produce el temor como uno de sus primeros resultados denigrantes. (Ver Génesis 3:10 y 1a. Juan 4:18)
Siempre disfrutó de perfecta salud. Si bien supo sentir lo que era estar cansado, tener hambre, sed y sueño, en ningún momento la enfermedad pudo invadir Su organismo.
Tampoco conoció la depresión, teniendo por ejemplo que pedir a Sus discípulos que por 48 horas nadie se acercase a Él, porque no estaba como para atender a nadie. En cambio, con su espíritu y estado de ánimo siempre absolutamente diáfanos, estuvo en todo Su ministerio en total disponibilidad para con los que acudían sinceramente a Él en busca de consejo, ayuda o socorro.
Aun en los momentos más difíciles mantuvo su fe totalmente incólume, no sabiendo para nada lo que era caer en la duda, la incredulidad, o cuestionar al Padre por las injusticias, afrentas, azotes y demás padecimientos que soportó en la parte final de Su trayectoria. Ni siquiera se quejó por ninguno de ellos, ni profirió amenazas a los que lo maltrataban.
Ni una sola vez dio un paso en falso o se salió de la voluntad del Padre. Exceptuando el tiempo en que en la cruz fue desamparado por el Dios Judicial al ser hecho pecado por nosotros, siempre experimentó una comunión ininterrumpida, íntima y sin ninguna nube con Su Padre Celestial.
Sería demasiado largo extendernos más sobre esto. Baste decir que en Él, en Su carácter y disposición tan admirables y sin tacha alguna, se encuentra todo lo noble, puro y hermoso a que puede aspirar el ser humano.
En la medida en que fallamos en asemejarnos a Él, nos invaden la frustración, tristeza o insatisfacción. Inversamente, cada progreso concreto y sólido que logramos en ese sentido, por la gracia de la operación del Espíritu Santo en nuestras vidas, nos trae una preciosa e íntima satisfacción.
Como ya hemos señalado anteriormente, de una forma u otra todo esto se debe a que hay algo en nosotros, como criaturas creadas, para ser a imagen y semejanza de Dios, que anhela alcanzar eso – la bendita imagen y semejanza divina perdida por el pecado.
En Él las dos cosas están cumplida y maravillosamente expresadas, y el clamor de nuestros espíritus, acicateados por el aliento del Consolador, es ser como Él.
El versículo citado debajo de nuestro encabezamiento, nos muestra la gloriosa meta de plenitud en ese enfoque que se nos presenta: ser cono Él en Su hombría perfecta, libre, dichosa e intachable.
Quizá con razón a veces podemos suspirar diciendo – cuánto me falta para llegar a eso!
Pero ánimo, querido hermano, querida hermana. Piensa en lo mucho que ya ha hecho Su gracia en nuestras vidas. Y sobre todo, ten presente que aunque nos toca colaborar conscientemente con Él, la responsabilidad de llegar a ese destino tan maravilloso no es nuestra, sino de Él, el que comenzó la buena obra en nosotros.
Su mano diestra, sabia y poderosa así lo hará – que no nos quepa la menor duda.

y) La plenitud cuadridimensional del amor de Cristo.
“…y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios.” (Efesios 3:19)
Aquí se habla de comprender la anchura, la longitud, la profundidad y la altura del amor que no se puede medir, pues es inconmensurable, insondable, infinito.
Llevamos años y años tratando de sondear y abarcar más de este pasaje, que es una de las grandes cumbres de la palabra de Dios. Sin embargo, y aun con los progresos logrados, tenemos que decir que escapa de nuestra mente finita, aun cuando ésta se ha ido ensanchando al ser llevados, poco a poco, por el Espíritu Santo en nuestra marcha ascendente.
Algo escribimos sobre esto en la parte final de nuestro primer libro titulado “Las Sendas Antiguas y el Nuevo Pacto,” pero siempre nos queda el sentido del asombro y de la pequeñez de un enano, ante algo tan gigantesco y que no tiene principio ni fin.
Algunos lectores conocerán el triste cuento de León Tolstoi, el celebrado novelista ruso de antaño titulado “La botella que Todo lo contiene .” Aquí tenemos algo supremamente distinto y más elevado: El Amor que todo lo contiene.
Porque efectivamente, lo que ahora vemos con más claridad es que ese amor de las cuatro dimensiones, y que va más allá de la comprensión del ser humano, en efecto, lo contiene todo, absolutamente todo. ¿Por qué?
Porque al comprenderlo y conocerlo plenamente, y ser sumergidos en él, como nos dice la parte final del versículo, somos llenos de nada menos que toda la plenitud de Dios.
Si alguien puede concebir algo más alto y estupendo que esto, nos gustaría saberlo!
z) El Alfa y la Omega, el principio y el fin. (Apocalipsis 22:13) Con esto llegamos al fin del recorrido de nuestro abecedario completo, con sus veintinueve letras, que hemos hecho coincidir con
esta faceta particular de la multiforme plenitud de Cristo – el Alfa y la
Omega, el principio y el fin.
¿Cuándo y dónde empieza ese principio, y cuándo y dónde concluye
ese fin?

Otra vez nuestra mente y comprensión, tan estrechas y limitadas. tienen que inclinarse reverentemente y admitir que no lo podemos ni siquiera empezar a sondear. Porque esto va más allá de lo que nuestra capacidad tan pequeña puede concebir.
En efecto, tendemos casi instintivamente y por nuestra propia limitación de tiempo y espacio, a visualizar un punto de tiempo y un lugar determinado donde algo tuvo su origen y se puso en marcha. Que haya existido siempre, sin que nada ni nadie lo haya creado o dado un impulso inicial, no nos resulta fácil de comprender – siempre pensamos en dónde y cómo tuvo su principio. Lo de la continuidad perpetua no nos es tan difícil, pues podemos imaginar bien que algo ya existente perdure indefinidamente.
De todos modos, habiéndonos señalado el Señor que hemos de vivir por la fe, no resultaría sabio ni apropiado tratar de especular aquí sobre aspectos que, en nuestras limitaciones presentes, están más allá de nuestro alcance. Ya llegará el tiempo en que conoceremos como somos conocidos, y entonces todo lo entenderemos con claridad meridiana.
Lo que sí podemos y debemos tener muy claro es que, en cuanto a nuestras pequeñas vidas, Él es nada menos que eso – el Alfa y la Omega -el principio y el fin.
El aliento de nuestras narices, el latir de nuestro corazón, y en fin, todo lo que somos y tenemos de útil, noble y bueno en la vida, todo viene de Él.
Y el futuro que nos aguarda, con todo el desafío que supone para alcanzar la mea más alta – todo también está en Él.
De Él venimos y a Él vamos. Si ese infinito pasado, presente y futuro estuviese encerrado en otra cosa o en algún desconocido, sobrada razón tendríamos para estar ansiosos y muy preocupados.
Pero estando todo eso en él, el Rey del Amor – la gracia personificada -lo podemos aceptar y enfrentar con la calma más serena y la confianza más absoluta. A lo que también debemos agregar en las palabras de San Pedro “con gozo inefable y glorioso.
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Como habrá notado el lector u oyente, buena parte de lo que hemos recorrido en estos dos últimos capítulos, como ya adelantamos anteriormente, se proyecta al más allá en función de tiempo, y a lugares y esferas que trascienden los límites de nuestra vida presente, ya sea a nivel individual o colectivo de iglesia.
No por eso debemos considerarlo como mera teoría o dogma, pues abraza la plenitud infinita y supremacía de Cristo en todo lo conocido y desconocido para nosotros, y a través de los siglos de los siglos que el futuro nos depara.
Todo ello no puede sino tener repercusiones beneficiosas para nuestra fe, a la par que ampliar nuestra visión, ensanchar nuestro espíritu y estimularnos en la marcha que un día comenzamos al ofrendarle a Él nuestra vida.
Peo también un buen número de los puntos que hemos enunciado y comentado en cierta medida, abarcan aspectos prácticos y muy reales de nuestro andar cotidiano – del ahora en que todavía nos encontramos.
Tome el lector u oyente por ejemplo los apartados i) j) k) l) m) n) ñ) p) q) r) s) t) u) v) x) y) entre ellos.
Allí tendrá profundidades de un océano sin fondo ni orillas. En su etapa de restauración, o simplemente de avance en su marcha ascendente ¿qué es lo que siente que necesita?
¿Vivir en crucifixión y resurrección con Él?
¿Saber que tu viejo hombre está fuera de acción por la operación poderosa de la cruz?
¿Vencer las dudas que a veces te acechan y andar en verdadera fe y confianza?
¿Salir de la estrechez y aun del déficit en la economía y vivir en la debida provisión del Señor?
¿Descubrir tu verdadero lugar en el Cuerpo de Cristo y funcionar con tu don sin roces ni fricciones?
¿Sentirte y saberte libre de verdad en tu espíritu, para andar bien delante de Dos cada día?
¿Hermosear tu vida con la blancura de la santidad?
¿Andar con pie firme, como un cristiano estable, aun en los momentos de prueba?
¿Enriquecerte con los tesoros preciados en sumo grado de Su gracia para contigo?
¿Deleitarte en la comunión con Él, y llevar una vida consecuente de oración?
¿Encontrar que tus labores para él son premiadas, ya sea con los almendros de los primeros frutos, o si llevas más tiempo en el ministerio, con ese fruto dulce y añejo de los veteranos aprobados y honrados por el Padre?
¿Adornar tu vida con las perlas del amor genuino y la tierna mansedumbre del Cordero?
¿Saberte y sentirte, por su pura gracia, un verdadero vencedor en la lid?
¿Contar con el elocuente sello aprobatorio del Padre en lo que estás haciendo, sea grande o pequeño?
Y si en esta lista no encuentras algo que sabes que es prioritario y es la voluntad de Dios para ti, agrégalo sin titubear – en Su plenitud hay abundantes suministros de gracia para todo, absolutamente todo.
Sumérgete pues en ese océano inagotable. No temas bucear en las partes más profundas – no te ahogarás! Son aguas de vida, no de muerte!
Báñate, empápate, satúrate, una, diez, cien veces, y esas aguas, que son raudales de Su propia persona, irán penetrando poco poco en las células más íntimas de tu ser – hasta que al final – junto con todos tus verdaderos hermanos y hermanas, terminarás a Su perfecta imagen y semejanza, idéntico a Él, el Varón hermoso de los hermosos.

AMÉN

FIN