VETE Y NO PEQUES MÁS

(Juan 8: 11b)

(Primera parte)

Tomamos estas palabras del Señor Jesús, dirigidas a la mujer sorprendida en adulterio, como punto de partida para puntualizar debidamente en este escrito, la gran diferencia entre el Antiguo Pacto y el Nuevo, sellado con la sangre del Cordero, y sobre todo, la superioridad de este último.

Comenzamos citando Jeremías 17: 1:-”El pecado de Judá escrito está con cincel de hierro y con punta de diamante, esculpió está en la tabla de su corazón, y en los cuernos de sus altares.”

Esto denota claramente el estado lamentable en que se hallaba el pueblo de Dios, y para colmo Judá, del reino del Sur, donde estaba Jerusalén, con el templo construido unos buenos años antes por Salomón, con el sacerdocio levítico todavía en plena vigencia.

Se trataba de desobediencia pecaminosa a ultranza, de tal manera que a través del profeta Jeremías se la define de  de manera tan descriptiva y categórica: “con cincel de hierro y con punta de diamante; está esculpida en la tabla de su corazón y en los cuernos de sus altares.”

Partiendo del marco de esa situación tan deplorable, pasamos ahora al capítulo 31 del mismo libro, en que el Señor, siempre a través de Jeremías, hace las gloriosas promesas del Nuevo Pacto que citamos a continuación.

“He aquí que vienen días, dice Jehová, en que haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos, dice Jehová.”

“  Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo”

“Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos y no me acordaré más de su pecado.” (31: 31-34)

Todo esto nos brinda una gran abundancia de ricas e importantes verdades, las principales de las cuales pasamos a comentar.

Pero antes de hacerlo, señalamos en primer lugar que las palabras en el sentido de que el Señor hará nuevo pacto con la casa de Israel, de ninguna forma pueden tomarse como algo solamente relacionado con los que son israelitas de sangre.

 Esto lo atestigua Pablo claramente en Gálatas 6:15-16 donde afirma que en Cristo Jesús ni la circuncisión vale nada ni la incircuncisión, sino una nueva creación, agregando que a todos los que anden conforme a esta regla, paz y misericordia sea a ellos, al Israel de Dios.

Es decir, que los que somos una nueva creación por haber renacido y pasar a ser nuevas criaturas en Cristo Jesús, constituimos el Israel de Dios actual.

Y esta verdad queda ampliamente corroborada por la afirmación de que el pueblo de Israel había invalidado el pacto Suyo, aunque Él fue un marido para ellos. Y aun a esto tenemos que agregar que en la cita de este pasaje que se halla en Hebreos 8: 8-12 se señala que a raíz de no permanecer Israel en Su pacto, el Señor se desentendió de ellos.

Ni más ni menos que el triste y doloroso hecho de que por haber sido Israel una esposa desleal e infiel a Su marido, El virtualmente se divorció de ella.

Esto desde luego no contradice de ninguna forma, la verdad claramente establecida por la profecía bíblica de que habrá una restauración de Israel una vez que haya entrado la plenitud de los gentiles. (Ver Romanos 11: 25 y Lucas 21: 24)

Ahora sí pasamos a comentar los principales aspectos del Nuevo Pacto. Empieza por decir que no será como el pacto que hizo con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto.

A veces oímos entonar canciones livianas con palabras tales como tomado de la mano yo voy con Jesús. Y eso es precisamente lo contrario de la verdad de la dispensación del nuevo en que estamos. Se podrá razonar que es un detalle nomás, pero al cantarse y repetirse algo que no es la verdad bíblica, insensiblemente eso se va asentando en nuestro criterio, para llevarnos al nivel inferior del antiguo.

Recuerdo que hace muchos años, cuando quise llevar a pasear a un hijo mío que tendría unos cuatro años de edad, lo tomé de la mano y me dispuse a andar con él.

Bien pronto me hizo sentir su poco deseo de hacerlo, pero insistí en tenerlo firmemente de la mano. No obstante, a poco me di cuenta de que era casi como un suplicio para mí mismo estar tratando de forzarlo a algo que no quería, y resolví volver a casa y dejarlo que siguiera en lo suyo.

Creo que no me equivoco en decir que al Señor le sucedía algo parecido con el pueblo de Israel.

Pasamos ahora a la parte positiva del nuevo régimen a establecerse. La traducción literal de Young en lugar de Daré mi ley en su mente del versículo 33, traduce  en su interior, lo que equivale a su fuero interno.

Por su parte, la versión autorizada del Rey Santiago en inglés traduce al igual que Young con la pequeña diferencia  que en lugar del singular pone el plural, lo que nos daría la equivalencia de las entrañas.

En cuanto a la parte siguiente del mismo versículo 33, nuestra versión en castellano puntualiza con mucho énfasis “…y la escribiré en su corazón” lo cual constituye la verdad  capital y cardinal del nuevo pacto – la más importante de todas en realidad.

Bien se nos dice con todo peso y acierto en Proverbios 4: 21 que del corazón mana la vida. Asimismo, en Su enseñanza durante Su ministerio terrenal, el Maestro de Galilea en no pocas ocasiones habló de una manera u otra en el mismo sentido en cuanto al corazón.

La ley de Dios la resumió Jesús en Marcos 12: 30-21 diciendo que el primero y más grande mandamiento es amar al Señor nuestro Dios de todo corazón, con toda nuestra mente y todas nuestras fuerzas, y el segundo, el amar al prójimo como a uno mismo.

Redondeando entonces sobre esto, concluimos diciendo que en el régimen del nuevo pacto no  es algo que va contra corriente y para lo cual hay que esforzarse, y tristemente, a menudo sin conseguirlo, como sucedía en el antiguo.

Muy por el contrario, es algo que brota espontáneamente – amar al Dios maravilloso que nos ama tanto, y que ha engendrado Su amor en nosotros, de manera que también amamos al prójimo como a nosotros mismos.

Faltan todavía dos puntos importantes, incluidos en la definición del nuevo pacto que se da en el pasaje que hemos citamos más arriba.

El primero es que habrá un conocimiento personal del Señor de cada uno, del menor hasta el mayor.

 Esto establece un gran diferencia con respecto al antiguo, en el cual la comunicación con el Altísimo era  mayormente a través de los sacerdotes o profetas.

Ahora cada uno, teniendo la ley de Dios escrita en su fuero interno y ser así renacido por el Espíritu Santo, tiene un conocimiento personal del Señor, con todos los inestimables beneficios que conlleva.

No obstante, cabe señalar que esto no quiere decir que no necesitamos ya que nadie nos enseñe. En la gama de ministerios se incluyen los de pastores y maestros, que son personas que por su madurez y experiencia, y por estar especialmente dotadas por el Señor, han sido levantadas por Él para inculcarnos las verdades y principios del consejo de Dios.

El segundo y último punto es verdaderamente precioso. Se trata del perdón de nuestras muchas altas y pecados, pero otra vez en un grado muy superior al del régimen antiguo.

En efecto, en Hebreos 10: 1-3 leemos: “Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan. De otra manera cesarían de ofrecerse, pues los que tributan este culto, limpios una vez, no tendrían ya más conciencia de pecado. Pero en estos sacrificios cada año se hace memoria de los pecados.”

La eficacia absoluta del sacrificio supremo de nuestro amado Señor Jesús, hecho una vez ara siempre, garantiza un orden muchísimo mejor.

Nuestros pecados no solamente perdonados, sino también olvidados para siempre. Así, Dios nos trata como nuevas criaturas que somos en Cristo Jesús, como si no los hubiéramos cometido!

En conclusión, a veces me gusta pensar -desde luego con toda reverencia lo digo – que la mente del Señor es algo así como un formidable ordenador en el cual cada hecho que ha acaecido a través de los siglos figura con lujo de detalles.

No obstante, para Sus hijos amados a quienes ha recogido por la regeneración del nuevo nacimiento, tiene una tecla que le encanta pulsar – la del olvido total, absoluto y  eterno!

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SEGUNDA PARTE

En esta segunda parte, para ilustrar debidamente el tema, nos valemos del relato contenido en Juan 8: 1-11, y que termina con las mismas palabras del título que le hemos dado al presente escrito.

Era de mañana. Jesús se encontraba sentado en el templo, enseñando a todo el pueblo que había venido a Él. De repente fue interrumpido por los escribas y fariseos, quienes habían traído una mujer sorprendida en adulterio. Poniéndola en medio “…le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la ley Moisés nos mandó apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices?” (8:4-5)

Se trataba de una pregunta muy maliciosa. Seguramente que pensaban que iba a vacilar, sorprendido y sin saber bien qué contestar, y así podrían desacreditarlo y acusarle, con ese odio que le tenían.

Al tramar este malvado designio no sabían con Quién se iban a encontrar!

Llama la atención que el Señor no les haya respondido diciéndoles que volvieran a leer la ley, porque en Deuteronomio 22:22 dice claramente “Si fuere sorprendido alguno acostado con una mujer casada con marido, ambos morirán, el hombre que se acostó con la mujer, y la mujer también; así quitarás el mal de Israel.”

Es muy probable que lo supieran bien, peo como el pillo tendría un buen par de puños para defenderse, lo dejaron irse y se aprovecharon de la mujer y la llevaron a ella sola.

D todos modos, lo que hizo Jesús fue algo muy distinto. ”Pero Jesús, inclinado hacía el suelo, escribía en tierra con el dedo.”

Otra vez dando rienda suelta a nuestra imaginación, se nos ocurre pensar que ésta es la única ocasión que se consigna en las Escrituras en que Jesús haya escrito, aunque seguramente también lo habrá hecho en otras oportunidades. Al mismo tiempo, no lo hizo sobre un papel, un pupitre o un pergamino, sino sobre la tierra.

Pensamos que en comunión con el Padre diría: Padre, a esta mujer, hecha como todo otro ser humano del polvo de la tierra, no la hemos creado sino para ser una bella persona.  Por lo tanto vamos a escribir en las tablas de su corazón el séptimo mandamiento. (No cometerás adulterio)

Muy forzado y rebuscado pensará más de un lector. Con todo, haya estado pensando y diciendo así el Señor o no, la verdad es que esto fue lo que a la postre aconteció.

Pero sigamos con el relato. Al insistir los escribas y fariseos, Jesús “se enderezó y les dijo: El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella. E inclinándose de nuevo hacia el suelo, siguió escribiendo en tierra.”

Estas palabras con que se dirigió a ellos, dichas por cualquier otro, tal vez no habrían surtido el menor efecto.

Pero dichas por Él eso ya era algo muy distinto. Fue el único ser que en este mundo no sólo no cometió ningún pecado, sino que vivió inmaculadamente.

Su misma presencia se volvió en un espejo límpido y radiante, en el cual se vieron reflejados en toda su maldad, y  ante las palabras de Jesús.no pudieron menos que retirarse acusados por su conciencia y totalmente desarmados. Así salieron uno a uno,  sin excepción, desde los más viejos hasta los postreros, y quedó solo Jesús y la mujer que estaba en medio.

Maravilloso Señor, que quita limpiamente de en medio a cuántos nos acusen, para que ante Él podamos acogernos a Su infinita gracia y misericordia!

El relato sigue diciéndonos que “Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie, sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿Dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? Ella dijo: Ninguno, Señor.

Antes de pasar a las palabras finales del pasaje, damos un merecido tributo a esta mujer, que en esa situación en que los escribas y fariseos la acusaban, guardó silencio y sólo pronunció esas dos palabras – Ninguno, Señor – en respuesta a la pregunta que le hizo Jesús.

Ahora sí a lo que le dijo finalmente el Señor. “Ni yo te condeno; vete y no peques más.”

Lo dividimos en dos partes, a saber, perdón y exhortación.

La primera – el hecho de que ese personaje no la condenaba, sino que la perdonaba – desde luego que le  hubiera significado una evidente satisfacción  Con todo, la misma sería muy breve de haber quedado sólo en eso, pues a poco seguiría siendo la mujer de antes, con esa vida tan lamentable que llevaba.

Aun cuando suene extraño, es la situación en que se encuentran muchos semi-convertidos, que viven en un evangelio de perdón solamente.

Loado sea Dios, Jesús no se detuvo ahí, sino que pronunció las palabras VETE Y NO PEQUES MÁS que  constituyen no sólo el título que le hemos dado al escrito, sino la verdad capital y cardinal, la cual nos saca de esa condición tan desagradable de ser semi-convertidos.

Pero ahora debemos pasar a comentar sobre el verdadero sentido de esas palabras.

Hace unos buenos años, alguien manifestó que Jesús, con esas palabras, le mandaba que, desde entonces, no volviese a cometer un solo pecado,  dando a entender a la vez que eso también se hace extensivo a cada uno de nosotros.

Con respecto a eso decimos que si se entiende por pecado sólo cosas como el matar, robar, mentir, engañar, adulterar, fornicar, o mirar uno dónde y de una forma que no se debe, estamos de acuerdo.

No obstante, no hace falta una  conciencia demasiado sensible para saber, por ejemplo, que hablar una palabra fuera de lugar en un momento de tensión, o por estar uno muy cansado y tal vez presionado, constituye una falta, a la cual, con toda propiedad, debemos llamar pecado. Lo mismo podemos decir de levantar la voz si nos sentimos molestos por algo fuera de lugar que alguien nos ha dicho.

También tenemos una anécdota del siervo del Señor Jorge Müller, fundador de un hogar para huérfanos en la ciudad de Bristol, hace poco más de un par de siglos.
  Una noche le trajeron la cena, y al verla no le gustó, pero no dijo ni una sola palabra. Al día siguiente, consignó una nota en su diario en el sentido de que Dios le perdonase por no haber visto con agrado una comida que se le traía con tanta bondad. Vemos allí una conciencia realmente tierna en cuanto a lo que es el pecado.
 En fin, creo que me explico, y afirmo, en cuanto a la primera SÍ,  pero en cuanto a la segunda, que representa prácticamente haber llegado a un estado de perfección final, NO. 

Creo  que cualquiera que esté en sus cabales y hable con toda franqueza, estará plenamente de acuerdo.

Hecha esta aclaración, que considero importante, pasamos ahora al caso concreto en que estamos.

Esas cuatro palabras – Vete y no peques más – dichas por uno cualquiera, por cierto que tendrían muy poco peso. Pero dichas por el Señor, que como dijimos, nunca conoció pecado y vivió inmaculadamente toda Su bendita vida, desde luego que lo tendrían, y en muy alto grado.

Tengamos presente Sus palabras pronunciadas en otra ocasión – “las palabras que yo os he hablado, son espíritu y son vida” – (Juan 6:53b)

Y por lo tanto, no nos equivocamos al decir que esa mujer al irse, no solamente lo hizo perdonada, sino también transformada.

Lo que sigue es producto de mi imaginación, y va más allá de donde termina el relato en las Escrituras. Sin embargo, no creo que sea infundado, ya que como dije, tras ese encuentro con el Señor Jesús la mujer sin duda se fue transformada.

Las vecinas la verían distinta, bien aseada y presentada, y sin ningún rastro de su vida anterior. Por fin una de ellas, no pudiendo contener su curiosidad, un día, tras saludarla, le habrá dicho algo así – Buena vecina, me alegro de verla muy cambiada y distinta. ¿Se podría saber qué le ha pasado?

A lo cual la mujer, sin saber nada del vocabulario que hoy día empleamos – el dar nuestro testimonio del antes y después de conocer a Cristo – le habrá contestado más o menos de la siguiente forma.

Mi vida pasada, Usted bien sabe lo que era, y yo no lo puedo ni quiero ocultar ni negar. Vinieron unos hombres y  me llevaron a esa persona tan famosa que lo llaman Jesús. 

Parece que me querían hacer apedrear. Peo Él dijo unas palabras, y a poco empezaron a marcharse uno tras otro y no quedó ninguno. Entonces me preguntó dónde estaban los que me acusaban y si no había quedado ninguno. Le dije que no, y después de decir que Él tampoco me condenaba, siguió diciendo Vete y no peques más.

La verdad es que no lo sé explicar, pero esas palabras me surtieron tal efecto, que desde entonces me siento y me sé otra persona distinta, que  sólo quiere ser limpia y pura como ese hombre Jesús.

 Hasta aquí llegamos con nuestra imaginación. Pero nos queda un detalle, muy importante por cierto.

Como no se nos da el nombre de la mujer, se la suele identificar como la mujer sorprendida en adulterio. Nada agradable – como si a uno que antes de convertirse era alcohólico, y por no saber su nombre, lo llamaran el borracho!

Recuerdo hace unos buenos años haber compartido este relato en una iglesia Filadelfia de hermanos gitanos, en un barrio humilde de Madrid.

Al terminar, con esa chispa con que a menudo el Espíritu Santo suele iluminar a los queridos gitanicos, se pusieron a cantar y con mucha unción, un coro alusivo, basado en el Cantar de los Cantares.

Repetían una y otra vez, creo recordar, partes tales como “Amiga mía, paloma mía, perfecta mía, Toda tú eres hermosa,  y en ti no  hay mancha.”

Así la conocen en el cielo!

Sólo podemos concluir diciendo:

GRACIA EXQUISITA Y SUBLIME

COMO NINGUNA OTRA

F I N