LA GRAN VISIÓN DE ISAÍAS

 

Aun cuando en este capítulo aparece como protagonista el gran profeta Isaías, el tema no gira en torno a él, sino a la maravillosa visión que él tuvo, y sobre todo, al Dios revelado en cierta y grandiosa forma en dicha visión.

Como siempre, sacaremos conclusiones prácticas aplicables en la actualidad, tanto para la vida individual de cada creyente, como para el nivel colectivo o conjunto de la iglesia local, y el ministerio en general.,

Lo hacemos con la convicción de que no basta analizar y desmenuzar lo sucedido en el pasado, meramente para aumentar nuestro conocimiento bíblico.

Pablo nos dice en 2a. Timoteo 3:16-17:-

“Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.”

Tanto de forma expresa y explícita, como a través de alegorías o símbolos, la bendita palabra de Dios contiene un caudal inagotable para esos fines que nos señala Pablo.

Debe tenerse claro, no obstante, que las alegorías o símbolos deben estar correctamente trazados, para lo cual la misma Escritura nos da unos  parámetros bien claros.

Por supuesto que no podemos trazarlos a nuestro propio arbitrio, sino que deben apuntar a verdades claramente presentadas en las Escrituras. En ese sentido, el autor del libro de Hebreos nos da una clara y limpia demostración de este principio, trazando en el capítulo 7 una hermosa y muy edificante semejanza entre Melquisedec y Cristo.

 

Un tiempo para cada cosa.-

 “Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del sol tiene su hora.” (Eclesiastés 3:1)

“En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado en un  trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo.” (Isaías 6: 1)

Dios tiene un tiempo asignado para cada cosa. Significativamente, esta visión tan grandiosa tuvo lugar al morir el rey Uzías, ese rey que habiendo sido prosperado maravillosamente,  cayó en la trampa del envanecimiento para su ruina, ya que le llevó a cometer una seria y grave desobediencia. Como consecuencia de la misma tuvo el triste fin de morir como un leproso desdichado, apartado de la sociedad.

Al mismo tiempo, inmediatamente después de su muerte, comenzó a  reinar otro, su hijo Jotam, el cual había actuado como príncipe regente al ser apartado de la sociedad su padre En contraste, fue un rey ejemplar, que exhibió muchas cualidades sumamente encomiables en los dieciseis años de su reinado.

Muchas veces las manifestaciones y el trato de Dios en nuestras vidas persiguen ese doble propósito: por un lado quitar o hacer morir algo viejo, inútil y malsano, para establecer en cambio algo nuevo, útil y fructífero.

 

La visión celestial y sus repercusiones en el templo.-

 

El pasaje que nos ocupa – Isaías 6: 1-8 – por cierto es uno que está muy   muy trillado, y mucho se ha escrito, y predicado y enseñado oralmente también, sobre el mismo.

Sin embargo, que sepamos, a no pocos parece que se les ha pasado por alto algo muy  importante. Con ser una visión celestial del Señor sentado sobre un  trono alto y sublime en las alturas, la misma, no obstante, nos presenta repercusiones inmediatas en el templo, al cual se alude desde un principio, en el primer versículo.

Igualmente, en el versículo 4 se nos habla de los quiciales de las puertas y de la casa, lo cual confirma con toda evidencia lo que venimos puntualizando.

    Lo que se nos dice en Hebreos 3:6 – “Cristo sobre su casa, la cual casa somos nosotros,” y también en otros pasajes afines, nos da un buen asidero paa la aplicación concreta de esta visión en el sentido ya señalado.

Veamos como se van presentando esas repercusiones.

 

“…y sus faldas llenaban el templo.”

 

 Evidentemente, las faldas forman parte de las vestiduras del Señor. Cuando nos son descritas en visiones, tales como la de Daniel 7:9  y Marcos 9: 3, el color es siempre blanco, blanquísimo como la nieve.

Muy bien podrían haber sido púrpura, denotando la realeza del Señor, o celeste, como indicio de ser Él el Ser Celestial Supremo, o carmesí, como un recordatorio de la sangre preciosa del Crucificado, derramada para nuestra redención, o bien dorado, propio de los atributos divinos proveniente de Su Eterna Deidad.

Sin embargo, ninguno de esos; en los dos casos el blanco blanquísimo es el color por el cual se ha optado. Casi no hace falta decir que es un indicativo, sencillo, pero claro y elocuente, de la santidad inmaculada del Dios tres veces santo.

Y el hecho de que las faldas de esas vestiduras blancas  llenaban el templo, no puede sino poner de relieve ese propósito de que la hermosura de Su santidad impregne Su santo templo.

Es por eso que se nos dice y reitera: “Sed santos vosotros también en toda vuestra manea de vivir.” (1a, Pedro 1; 15)

Es por eso también que Pablo escribe en 2a. Corintios 7: 1 “Así  que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios.” 

 Y es por la misma razón que el apóstol Juan escribe en 1a. Juan 3: 3 .-“Y todo aquél que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro.

La limpieza, transparencia y rectitud en todos los órdenes de la vida, no son algo optativo, sino dispuesto por Dios en Su palabra para todos y cada uno de Sus hijos.

Toma plena conciencia de ello, querido lector u oyente, teniendo muy en cuenta que, a muchos que han desatendido esta  verdad cardinal, les ha costado muy caro.

 

Los serafines.-

“Por encima de él había serafines.”

Se considera que los serafines son ángeles de alto rango, ligeramente inferiores a los querubines.

Éste es el único pasaje en toda la Biblia en que se habla de ellos, y aquí solamente se habla de dos, aunque eso no quiere decir que no haya más – tal vez muchísimos – no sabemos a ciencia cierta.

Como un detalle que reviste importancia, debemos notar que con dos de sus alas cubrían sus rostros. No es normal que uno cubra su rostro, a no ser que se sienta avergonzado o no quiera ser descubierto.

Con todo, creemos que en este caso había una razón más  poderosa y elevada. Se ha afirmado, y creemos que con buen fundamento, que los serafines son seres mu3y hermosos. Así, su cercanía al trono del Altísimo muy bien podría volverse en un arma de doble filo, que hiciera que la mirada se fijase en ellos y su hermosura, y no en el único que debe ser el objeto de nuestra contemplación  y admiración – el Eterno, incomparable y maravilloso Dios, de quien procede todo lo bueno, bello y noble.

Con sano recato, cubrían sus rostros con dos de sus alas, para evitar  que sucediese semejante cosa. Esto constituye un claro y saludable recordatorio para todo hijo y siervo del Señor. Sobre todo en la hora del éxito y la fama, que se tenga especial cuidado de que no se le mire y admire a uno indebida o desmedidamente, sino que todas las loas y la gloria se tributen de verdad a Quien es el único digno de recibirlas.

 

“Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, Santo, Santo, Jehová Dios de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria.” (6:3)

Al igual que a los cuatro seres vivientes de Apocalipsis 4:8, lo que más les impactaba era la santidad terrible y temible, a la par que inmaculada y purísima, de Jehová de los ejércitos, el Dios todopoderoso.

Esto robustece la gran importancia de nuestro punto anterior, en el que comentamos que sus faldas llenaban el templo.

La voz del serafín también proclamaba la grandeza de Jehová de los ejércitos, como el Creador de una tierra impregnada de Su gloria, en la que millares de maravillas en los tres reinos – mineral, vegetal y animal -despliegan con gran elocuencia Su inigualable sabiduría, poder y magnificencia.

La voz de esos dos serafines era tan potente que los quiciales de las puertas se estremecieron.

  -Esa santidad y gloria sin par, al ser proclamadas con unción y poder de lo alto, inevitablemente hacen temblar las puertas de nuestra vida toda. Sería totalmente incoherente y fuera de lugar que ante algo tan sacrosanto y glorioso, nos quedásemos fríos e impasibles. Debe haber, necesariamente, un sano y saludable temor y temblor, ante una santidad tan impactante y una majestad tan augusta.

 

“…y la casa se llenó de humo.” (6: 4b)

Ésta es otra repercusión, y una que a primera vista nos puede resultar inesperada y llenar de sorpresa.

En nuestra sencillez, creemos no exenta de lógica, concluimos que debe haber habido un incendio. ¿De qué otra forma podría llenarse la casa de humo.?

Pero el incendio no era de los comunes que causan terribles estragos. Era el incendio provocado por el fuego del altar, del cual se desprenden tantas cosas sustanciosas y de suma importancia.

El verdadero fuego del altar es purificador y arde con sus llamas voraces, consumiendo la escoria, la madera, el heno y la hojarasca.

En no pocas ocasiones, anonadados por el trato de Dios, personal y profundo, muchos creyentes han tenido que hacer un incendio en su patio, terraza o jardín, quemando libros indignos de estar en la biblioteca de un hijo de Dios; o bien prendas o artículos de un pasado tenebroso, (ver Judas 25)  o cosas relacionadas con el ocultismo, en el cual de una forma u otra han intervenido en el pasado.

Personalmente, recuerdo que hace muchos años mi fallecida esposa y yo hicimos un incendio en nuestro jardín como a las 2  de la mañana. El Señor estaba ahondando en nuestras vidas, y entre otras cosas quemamos lo que parecía un inocente libro de hadas para niños.

Resulta que nuestra hija mayor, muy sensible a las cosas espirituales, al leerlos se estaba sintiendo levantada en alto al conjuro de lo que iba leyendo. Es increíble como la astucia del enemigo, busca introducir sus malvados designios, envueltos en lo que aparenta ser un libro inocente para niños..

 

 

Hay otros casos, en que el Señor se vale, no del fuego literal, sino de la prueba y el dolor, destinados a eliminar la escoria que ennegrece el oro, e impide que brille con su fulgor radiante.

En Zacarías 13: 9 nos encontramos con una predicción que va precisamente en esa línea.

“Y meteré en el fuego a la tercera parte, y los fundiré como se funde la plata, y los probaré como se prueba el oro. Él invocará mi nombre, y yo le oiré, y diré: Pueblo mío, y él dirá: Jehová es mi Dios.”

 

 Por otra parte, acude a nuestra mente el caso de los incendios, que a veces se producen en el verano del hemisferio norte, en las vastas praderas del Canadá.

Como medida preventiva, se avisa con toda urgencia a los propietarios de granjas y haciendas situadas en el camino que han de seguir las llamas en su avance, generalmente de Oeste a Este.

Al enterarse, cada uno hace un incendio controlado alrededor de su vivienda y demás lugares de importancia, en un radio de unos cien metros de largo, cuidando bien de quemar todo lo que sea propenso a ser quemado dentro del círculo resultante.

Cuando unas horas más tarde las llamas del incendio se acercan, casi siempre imponentes y con una altura de uno o dos metros, se produce algo singlar y significativo.

Al llegar al lugar de los incendios previos, esas llamas no pueden avanzar ni un solo centímetro más, y se detienen totalmente impotentes.

¿La razón?

El fuego no puede quemar por segunda vez donde ya ha quemado.

 

Este ejemplo enriquece y amplía nuestra comprensión de las palabras de  Pablo, relacionadas con sobreedificar sobre el fundamento  que es Cristo, o bien con oro, plata o piedras preciosas, o con madera, heno u hojarasca.

“Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él será salvo, aunque así como por fuego.” (1a. Corintios 3: 15)

Que sepamos, bajo la mano divina, atravesar por el fuego en esta vida presente, para que cuanto sea madera, heno u hojarasca quede consumido, y no tengamos que sufrirlo en el más allá, con gran consternación y lamento para nuestra alma.

 

Retomando el hilo conductor de la visión de Isaías, pasamos ahora al versículo 5 del capítulo 6  en que estamos.

“Entonces dije: Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos.”

Veamos ahora las repercusiones que tuvo la visión sobre el profeta. Por sus palabras de ser un hombre inmundo de labios, no hemos de entender que de su boca procedían obscenidades, groserías o cosas de mal gusto, rayando en lo sucio o vulgar.

En parte, sería como el identificarse con el pueblo de Israel y de Judá, que sin lugar a dudas eran inmundos de labios.

Pero hay además otro sentido en que debemos interpretarlo. Cuando se manifiesta auténticamente la presencia de Dios, o se nos da una genuina visión de lo alto, hay en la misma una pureza indescriptible, algo tan inmaculado e impecablemente límpido, que, como contraste,  al volver a lo normal y corriente de este mundo, cuanto oímos y vemos nos parece sucio, feo y aun inmundo.

Recordamos la noche de un fogón en un campamento juvenil, cerca de la localidad de Esquel, en el Oeste de la República Argentina, lindando con Chile.

En esa ocasión particular el Señor se manifestó de una manera muy especial, tras una exposición breve y sencilla de Su palabra.

Los corazones de los jóvenes fueron tocados profundamente por el Espíritu de Dios, y en todo el campamento hubo una presencia tan singular del Señor, que imperaba una sagrada quietud. Aun al entrar en la tienda para acostarme con mi mujer, que me acompañaba, casi llegada la medianoche todo era un silencio y un estado de recogimiento, que uno casi no se atrevía a hablar.

Poco después llegó con mucho retraso un joven que estaba inscrito

Totalmente ignorante de lo que había sucedido, saludó en voz alta, casi con un grito y desde lejos, a algunos de los demás jóvenes.

El efecto de oír esa voz, en tanta discordancia con lo que había acontecido fue verdaderamente muy chocante. En medio de una atmósfera tan sagrada, era algo que sonaba muy fuera de lugar, aun cuando sólo eran palabras de un saludo cordial, sin nada insultante ni de mal gusto.

 

Tenemos presente otro caso de un hombre que había llegado de un país del Medio Oriente, creo que era Irán. Me narró lo que va a continuación unos buenos años después de que sucediese, cuando ya hablaba bastante bien en castellano.

Él era católico maronita, y al llegar a la República Argentina, pasó a radicarse en el Noroeste, donde unos creyentes le testificaron sobre el Señor Jesús y Su sangre derramada a favor del pecador. Le hablaban con tanta convicción y fe que quedó muy impactado. Siendo un hombre muy sincero, expresó para sus adentros, pero con toda su voluntad, que él quería saber el verdadero camino, y si era ése del cual le habían hablado, que Dios se lo confirmase.

A renglón seguido tuvo una visión de sentirse rodeado de víboras, serpientes y animales sucios, y comprendiendo que eso reflejaba el pecado en su vida, exclamó La Sangre de Jesucristo, como había oído decir por esos creyentes que le habían testificado.

En seguida desaparecieron todos y por completo, pero al mismo tiempo – y esto no fue algo ficticio ni falso por cierto, y de ese aspecto hemos de ampliar más adelante – se sintió arrebatado al cielo. Vio una atmósfera tan pura y llena de gozo, como jamás había conocido, y creo, casi con certeza, que fue sanado de una dolencia de años en una pierna.

Al acabar la visión de ese arrebatamiento, y sentirse otra vez en tierra, todo cuanto le rodeaba le parecía tan sucio, tan distinto de lo que había visto y gustado en lo alto. Algo parecido en cierto modo a lo sucedido en ese campamento juvenil

Ahora bien, vuelvo a lo adelantado. Sé que más de uno leerá u oirá de esto con cierto escepticismo. Yo personalmente no soy dado a esas cosas, pero esos años que estuve en la Argentina en esa zona donde el Señor se había manifestado de forma muy preciosa y particular, pude escuchar más de un testimonio en ese sentido de ser arrebatados brevemente a la presencia del Señor.

Al oír lo que me decían, como así también constatar la buena trayectoria posterior de cada uno – y esto es desde luego muy importante – no pude menos que-aceptar que eran experiencias genuinas, con el sello de lo que realmente viene de lo alto.

En cuanto a la trayectoria posterior de cada uno, sé que fue muy digna por cierto.

 

Retomando – otra vez ! – el hilo conductor, resulta interesante acotar que en lugar de las palabras “soy muerto”  la traducción literal, al pie de la letra, de Young, dice “estuve quieto.”

Esto nos brinda otro aspecto, el cual es distinto de estar o sentirse como muerto. En efecto: cuando hemos tenido la dicha de experimentar una manifestación viva y real de la presencia del Señor, hay un algo en el fuero interno que desea prolongarlo lo máximo posible.

Consciente de que cualquier palabra, gesto o movimiento torpe, o fuera de lugar, podría disipar eso tan hermoso y sublime, uno busca permanecer quedo, en el recogimiento más tierno y reverente, para no hacer nada que pudiese interrumpir eso tan precioso que se está viviendo.

Sepamos atesorar esas ocasiones tan especiales, conservando siempre un espíritu muy sensible a lo celestial.

En cuanto a las palabras “soy muerto” del texto que estamos usando de la revisión 1960 de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, las mismas guardan una estrecha relación con la experiencia del venerable anciano y apóstol Juan en la isla de Patmos.

“Cuando le vi, caí como muerto a sus pies.” (Apocalipsis 1: 17)

La grandeza y la gloria del Señor, al manifestarse aun de forma parcial, nos hace sentir diminutamente pequeños, indignos e incapaces, provocando muchas veces que nos desplomemos a Sus pies, completamente anonadados y sin fuerzas para nada.

Es cuando llegamos a ese punto, que Su tierno amor hacia nosotros se vuelve a manifestar, con Su toque restaurador y lleno de bondad, y Sus palabras “No temas.”

Tal lo que le sucedió a Juan, e igualmente a él junto a Pedro y Jacobo tras la transfiguración. (Ver Apocalipsis 1:17b y Mateo 17:7)

 

Aunque con el mismo efecto de restaurarlo para que pudiese seguir adelante, la forma en que esto le sucedió a Isaías fue distinta.

Posiblemente haya sido un gesto que se le hiciese desde el trono, lo que haya bastado para que uno de los serafines supiera lo que tenía que hacer.

“Y voló hacia mí uno de los serafines, teniendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas; y tocando con él sobre mi boca, dijo: He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa y limpio tu pecado.”                                                                                             (6:6-7)

Otra muestra de lo que dijimos en el principio, en el sentido de la estrecha relación de la visión del trono con el templo, la da el hecho de que ahí estaba el altar con los carbones encendidos. Eso era, sin duda, lo que llenaba la casa de humo, como señalamos.

Esa carbón encendido que tomó el serafín, era parte de una ofrenda del todo quemada, purificada por el fuego de que estaba impregnada. Tenía en sí la doble virtud de algo totalmente consagrado y también purificado, virtud ésta que se le comunicó a Isaías mediante el toque en su boca.

Notemos los dos aspectos – el de la culpa y el del pecado. Algo que se debe tener en cuenta es que en cada acción  pecaminosa, siempre hay una culpabilidad. Es decir, que no solamente está el pecado en sí, sino también la culpa por haber transgredido el mandamiento divino.

Primero viene el de la culpa, dado que antes de cometer el pecado, en la voluntad o el fuero interno se decidió hacerlo,  y seguidamente se procedió a hacerlo o consumarlo.

Es por eso que que en el ritual levítico, además del sacrificio por el pecado, estaba el sacrificio por la culpa. ( Ver Levítico 7:1, 5 y 7)

Es muy importante que no sólo se limpie del pecado, sino que la culpa sea quitada  también. De otra manera, la conciencia lo acusaría a uno y quedaría un triste sentir de culpabilidad.

 

En cuanto al humo del altar, aquí tenemos algo muy especial y precioso. Muchas veces en el texto del libro de Levítico encontramos las palabras : “ofrenda encendida, de olor grato a Jehová.”

El humo de la ofrenda no era algo tóxico y perjudicial, sino algo muy distinto.

La física nos enseña que la materia esa indestructible – podrá cambiar de  estado – de líquido a sólido y viceversa, o de sólido a gaseoso, etc., pero nunca se elimina y dejar de ser.

Así, la ofrenda de nuestra vida presentada ante el Señor por el altar, como se lo simboliza por el holocausto – la ofrenda del todo quemada sobre el altar – sube hacia Dios. De algo terrenal y de aquí abajo, se transforma, sublima y eleva, para llegar al mismo trono en la alturas. Allí, por así decirlo y con toda reverencia, el Señor abre bien grande las fosas nasales, y con gran deleite la aspira, terminando así en el mismo pecho y corazón de Dios.

Bendita gracia la de poder brindarle con la ofrenda del todo quemada de nuestras vidas, lo que lo satisface profundamente y se anida dentro de Su mismo ser, para permanecer ahí por toda una eternidad!

 

 “Después oí la voz del Señor que decía:¿A quién enviaré, y quién irá por  – nosotros? (6:8)

Tras el toque del carbón encendido – no antes – se pudo hacer oír la voz del llamamiento.

Notemos el uso del singular – el Señor – y el plural – nosotros – al igual que en Génesis 1:26, denotando claramente la Trinidad.

Después de semejante demostración divina como la que acababa de presenciar y experimentar, Isaías no pudo menos que responder: “Heme aquí, enviame a mí” (6:8b)

En la misión W.E.C. (Cruzada Mundial de Evangelización) había un dicho muy en boga cuando se trataba de ir a trabajar a un lugar inhóspito y difícil. Con cierta ironía se solía decir: el hombre indicado para esto es una mujer!

Alguien lo ha dicho de otra manera: “Heme aquí, Señor, envía a mi hermana.”

En un tono más sobrio, y en aras de estricta justicia, debemos decir que este llamamiento, al cual respondió en primer lugar Isaías, ha sido usado por el Señor para llamar a muchos varones dignos – y siervas también desde luego, a trabajar en Su viña.

Esto lo decimos con la salvedad de que para muchos no será un desplazamiento geográfico hacia otras tierras, sino que en el mismo lugar de residencia vayan a almas necesitadas, desanimadas, hambrientas y sedientas,

o bien maltrechas, acongojadas o enlutadas. Allá mismo podrán llevar la palabra del Señor – el mensaje glorioso del evangelio, o bien el aliento que necesitan para continuar, o el bálsamo de los benditos consuelos de Dios.

   Al responder a ese llamamiento, al cual también podemos llamar desafío, no se ha de esperar que en seguida habrá de deparar grandes cosas.

A veces se oye decir a alguno: “Yo sé que el Señor tiene grandes cosas preparadas para mí.” Al oírlo, uno detecta a veces una nota sutil de envanecimiento, que puede ser peligroso.

El autor recuerda el tiempo en que, guiado por el Señor, dejó el trabajo seglar que tenía, para abrazar el ministerio a tiempo pleno.

El primer día no recibió una profecía altisonante,  como podría ser: “Hoy se inicia una etapa nueva y gloriosa en tu carrera, en que comenzarás a ver grandes cosas, como nunca antes en la vida.”

Nada de eso – pasó algo muy distinto. Mi esposa en esos días estaba indispuesta, y no podía atender a nuestro cuarto hijo, que entonces sólo contaba unos dos años y medio de edad.

Por lo tanto, una hermana en Cristo amablemente se hizo cargo de él, pero el día que el autor dejó su empresa y quedó libre – es decir en su  debut en el servicio a tiempo pleno – la hermana en cuestión se marchó y dejó de hacerlo.

De manera que esa fue la primer labor que le tocó por designio divino! La de cuidar a ese niño, que era de mucho y buen comer, cambiar sus pañales, cargados de abundantes deposiciones, lavarlo, bañarlo, alimentarlo, etc.

Fue algo que recuerda con mucha gratitud, que le hizo empezar por el primer peldaño, par escalar posiciones lenta y gradualmente, pero procurando ser fiel en lo poco y en lo pequeño desde un principio.

El subir a lo alto con mucha prontitud, a muchos les ha acarreado el vértigo del triunfalismo y las grandezas, y a la postre, han quedado mal parados.

La aparentemente pequeña labor que Dios te encomiende, amado lector u oyente, será importante y digna de tu mejor esfuerzo, por la sola razón de que la cumples para Él, el Rey de reyes, aunque otros no se enteren o no la valoren.

El mandato a Isaías al responder afirmativamente, era el de ir a un pueblo que, en cuanto a la palabra del Señor, eran sordos y ciegos, y su corazón no estaba bien dispuesto.

La cita de este pasaje que encontramos en Mateo 13:14-15, dice así: ·De oído oiréis, y no entenderéis; y viendo veréis, y no percibiréis. Porque el corazón de este pueblo se ha engrosado, y con los oídos oyen pesadamente, y han cerrado sus ojos.”

Aun de los fariseos y de los intérpretes de la ley, Jesús afirmó que Dios tenía designios de perdón y de bien para ellos, pero que los habían despreciado,  no siendo bautizados por Juan. (Lucas 7:30)

Señalamos esto porque el texto de Isaías podría entenderse de otra forma, mientras que las Escrituras nos recalcan en muchas partes que Dios no quiere  la muerte del impío (Ezequiel 18: 23 y 32) sino que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad. (1a. Timoteo 2: 4)

De todos modos, el mandato o la comisión que recibimos nosotros, que vivimos en el tiempo del régimen actual de la gracia, es muy superior, pues estamos bajo un mejor pacto, basado en mejores promesas. (Hebreos 8: 6)

Es un mandato de proclamar la inmensa misericordia de Dios, expresada en la cumbre más alta, cuando en la cruz del Calvario, Su Hijo amado se ofreció voluntariamente para redimirnos de la perdición eterna.

Sepamos responder a ese llamamiento tan digno y noble, para llegar así a ser unos benditos enviados del Señor.

 

En conclusión, vemos en este pasaje de Isaías 6 que hemos comentado, una secuencia o un orden muy sencillo, pero a la vez muy importante.

Primeramente viene la revelación de lo alto. Necesariamente debe proceder del Señor entronizado en las alturas, y no de nosotros mismos. Como resultado de ello, suceden en el templo – la casa, la cual somos nosotros Sus hijos – todas esas cosas que hemos tratado; finalmente, las mismas trascienden los límites del templo, y se propagan hacia afuera, al mundo necesitado.

 

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