ESDRAS Y NEHEMÍAS (1)

 

Dos varones de verdad unidos en la gran causa común

 

El reloj de la historia ha avanzado, según se estima, unos 80 años, aunque de esto no podemos estar del todo seguros – tal vez sean menos. Estos dos varones, cuyos nombres dan el título de este escrito, constituyen el siguiente eslabón bíblico en el gran tema de la restauración que estamos tratando. El material que se nos brinda para comentarlo se encuentra en los cuatro últimos capítulos del libro de Esdras y en la totalidad del texto de Nehemías.

Para tener por adelantado un enfoque general de lo que ha de seguir, debemos tener en cuenta que bajo el liderazgo de Esdras se produjo el regreso a Jerusalén de un segundo contingente, bastante considerable, pero cuyo número exacto no se nos da. Esto fue en el año séptimo del reinado de Artajerjes rey de Persia.

La misión encomendada a Esdras se relaciona con restablecer en la casa de Dios el orden en cuanto al altar, las ofrendas y demás, poner jueces y gobernadores idóneos en la región,  y enseñar las leyes de su Dios. En cuanto a Nehemías, su viaje posterior se relacionaba con la reedificación del muro que rodea a Jerusalén, que se encontraba derribado y con sus puertas quemadas a fuego.

 

Esdras, el sacerdote y escriba docto – su preparación.-

 

Empezando pues por Esdras, en el capítulo 7 hallamos que primeramente se nos da su linaje sacerdotal, trazando su descendencia del primer sumo sacerdote Aarón. Además de ser sacerdote, era escriba y de los buenos.

La mano de su Dios estaba sobre él, como se nos dice en varias ocasiones. Y en el versículo 10 se nos señalan tres cosas de su persona, sencillas pero imprescindibles para poder ser un verdadero siervo de Dios.

1) Había preparado su corazón para inquirir y escudriñar la ley del Señor.

2) Para cumplirla.

3) Para enseñarla.

Dando por sentado antes que nada nuestro renacimiento y y procedencia espiritual de Jesucristo, nuestro primer y eterno Sumo Sacerdote, debemos cerciorarnos de que la mano de Dios esté sobre nosotros de una manera clara en cuanto a la empresa o el trabajo que pensamos acometer.

Esto último debe recalcarse, porque tristemente se dan y han dado casos de quienes, quizá con buena intención hasta donde se pueda ver, han querido emprender labores, ocupar cargos u ostentar títulos, sin que se vea o palpe el respaldo de Dios en lo que están intentando hacer. El resultado así ha de ser, tarde o temprano, un doloroso fracaso.

En cuanto a este respaldo a que nos referimos, en el orden actual del Nuevo Testamento en que nos encontramos, normalmente se ha de verificar en el seno de la iglesia a que se pertenece. Una iglesia básicamente sana no tiene ninguna dificultad en reconocer quiénes tienen una aportación provechosa y edificante, y quiénes, aun tratando mucho de lograrlo, no llegan a convencer ni a ganarse la aprobación de la congregación.

Sobre la base de estas dos cosas precedentes, bien identificadas y reconocidas, debe edificarse en los tres puntos listados más arriba. Los mismos se escalonan con la lógica más clara y sencilla.

Preparar el corazón, la fuente de la cual mana todo cuanto somos y hacemos en la vida, debe ser la prioridad de quienes aspiren a servir al Señor. En forma muy condensada, se  trata de abrirnos de par en par a Él, sin guardar nada oculto, para que Su luz penetre totalmente en nuestro ser y estemos así llenos de luz – “…no teniendo parte alguna de tinieblas.” (Lucas 11:36)

Esto nos llevará de por sí al segundo punto de cumplir la palabra en toda nuestra vida, así en el hacer como en el hablar, el pensar, el mirar de nuestros ojos, en el comer como en el vestir, en público y privado, en la mayordomía del tiempo y de las oportunidades de servir y hacer el bien, en el manejo del dinero, en fin – en todo y por todo, andando en la luz de Su presencia y de Sus ojos que nos contemplan en todo momento.

Y como resultado de esa vivencia –  “santos en toda vuestra manera de vivir.” (1.a Pedro 1: 15b) se estará capacitado y calificado para inculcarlo a los demás.

La carta del rey Artajerjes que figura en el pasaje del capítulo 7: 12-26, fue sin duda algo maravilloso que el Señor puso en su corazón, moviéndolo, al igual que a Ciro en tiempos de Zorobabel y Josué, a brindarle el apoyo más absoluto para la tarea que se le había encomendado. Sin considerarla en detalle, pues su sola lectura basta para corroborarlo y habla de por sí, acotamos que fue una prueba manifiesta de de que la mano de Dios estaba sobre la vida de Esdras.

Muchas veces en el orden práctico, sin que sea algo extraordinario como lo de Esdras ni mucho menos, Dios certifica Su aprobación y Su llamamiento con sencillas indicaciones, como en el abrir de una puerta  de forma clara, o de fructificar una labor inicial como señal de una vocación en esa línea o área de servicio. Estos son los indicios que han de buscar quienes aspiran a una obra misionera o a un lugar en el ministerio, cualquiera sea su índole. 

 

Alentado por la intervención de Dios de forma tan especial al inclinar de tal forma el corazón del rey, sus consejeros y todos sus príncipes poderosos , y fortalecido también por la mano del Señor sobre él, Esdras reunió a los jefes de las casas paternas para disponer la partida hacia Jerusalén, de lo que habría de ser – según las constancias que tenemos – el segundo contingente que regresó del cautiverio.

Antes de partir y a su llegada tuvieron lugar tres cosas de interés y dignas de un breve comentario.

La primera surgió al estar acampados tres días, preparándose para la marcha;  pasando revista a todo el personal, Esdras advirtió que entre el pueblo y los sacerdotes no había ninguno de los hijos de Leví, y decidió comisionar a varios hombres principales y doctos para que fuesen a un lugar indicado, llamado Casifia, para gestionar “…que nos trajesen ministros para la casa de nuestro Dios.” (Esdras 8: 17b)

Consciente de las muchas exigencias y necesidades en términos de potencial humano para la vasta obra que tenía por delante, tuvo este importante gesto de hacer traer más  personal, con la loable intención de dar cabida a personas idóneas y con deseos de trabajar.

Cuando el Señor está de veras al frente de una empresa y hace falta contar con muchas manos para colaborar, no cabe el menor temor de que se pueda perder el control de la situación ni nada parecido. En tales situaciones, los que Él mande vendrán con buen espíritu y actitud correcta, sin que quepan el protagonismo, la ambición de usurpar el liderazgo de quien ya lo ha recibido de Dios, ni ninguna otra forma de egoísmo ni de envidia.

En segundo término, vemos la forma en que Esdras enfrentó la posibilidad de que pudiesen ser atacados por el enemigo o acechadores en el camino.  Podría haber pedido escolta de soldados y tropa de a caballo, pero habiendo testificado al rey que la mano del Señor protege a cuantos le buscan, le pareció incoherente recurrir a él en busca de protección. En lugar de ello estando acampados junto al río Ahava, convocó ayuno para solicitar el cuidado especial de Dios a lo largo del viaje.

Conviene tener presente factores que se nos pueden pasar desapercibidos si no prestamos la debida atención al leer el relato bíblico: lo largo y agotador de la expedición; los rigores del clima; el cuidado especial de no forzar el tren de marcha para no extenuarse, sobre todo las mujeres y los niños; la necesidad de encontrar lugares apropiados para acampar y reposar durante la noche; la alimentación tanto de hombres mujeres y niños, como de sus caballos, mulas, camellos y asnos, a los cuales también había que abrevar. Esto último seguramente que no sería fácil. Además, estaba el transporte de los muchos bienes que llevaban y posiblemente aun más cosas de importancia.

Todo esto los exponía al peligro de ser atacados por asaltantes en el largo trayecto a recorrer, y como vimos, Esdras, como cabeza y  responsable de la expedición lo tenía muy presente. Sin embargo, prefirió apoyarse en su Dios por lo ya explicado y su fe y el ayuno y la oración de todos tuvo una respuesta fiel y puntual. Así se dio el milagro de que pudieran completar semejante viaje, arriesgado y peligroso desde todo punto de vista, sin ser atacados por nadie y llegando sanos y salvos con todo lo que llevaban, aunque naturalmente muy cansados.

El descanso de tres días para reponerse del viaje nos lleva al tercer punto. Antes de iniciar la marcha Esdras había apartado a una docena de sacerdotes para pesarles y entregarles la plata, el oro y los utensilios que el rey, sus consejeros y príncipes y todos los de Israel que estaban presentes, habían ofrendado para la casa de Dios. Lo hizo con el solemne mandato de que los vigilasen y guardasen como algo santo dedicado a Dios.

Al cuarto día, lo primero que se consigna fue la entrega de toda la plata, el oro y los utensilios por peso y cuenta cabal, levantándose una fiel constancia de que nada faltaba.

Este proceder absolutamente transparente y responsable, con testigos y el debido registro para evitar toda posibilidad de suspicacia, error, o aun la falta de parte de lo ofrendado, constituye un ejemplo muy valioso a tenerse en cuenta.

Muchos son los que lo practican en sus iglesias en todo cuanto tenga que ver con las finanzas, lo cual es muy correcto y digno de elogio. Por otra parte, hay quienes no prestan la debida importancia a estas cosas, argumentando entre otras cosas que la confianza mutua lo hace innecesario. Consideramos que esto es un error, y en más de una oportunidad la experiencia lo ha confirmado, sucediendo cosas turbias en cuanto a los fondos o bienes materiales, que han acarreado una mancha muy fea en el testimonio.

Como se ve, estos tres puntos y buena parte de lo demás que venimos comentando, no se vinculan directamente con el tema de la restauración, que es el hilo conductor de nuestro escrito. No obstante, cuando uno se ha desviado del camino, aspectos tales como el contar con nuestros hermanos en la obra común que se nos ha encomendado, la aplicación práctica de la fe en el andar cotidiano y la absoluta responsabilidad y transparencia en cuanto al dinero y los bienes materiales, sufren un deterioro muy marcado. El volver de lleno a Dios, por supuesto implica la recuperación plena de un andar satisfactorio, no sólo en estas tres sencillas cosas que acabamos de señalar, sino también en las muchas otras intercaladas a lo largo del hilo bíblico que estamos trazando.

 

Comienzo satisfactorio y … sin problemas!

Como muestra de gratitud por haber llegado con bien y también en señal de reconsagración, ofrecieron ofrendas al Señor. Al referirse al pueblo en general se los llama “hijos de la cautividad” porque este contingente estaba compuesto en su  totalidad de hombres, mujeres y niños nacidos en el exilio, si bien desde luego conservaban su raza e identidad judía los de Judá, e israelitas los levitas y de las demás tribus.

La expedición anterior, al mando de Zorobabel, aparte de los sacerdotes y levitas, estaba integrada por gente de Judá y Benjamín solamente, mientras que esta segunda bajo Esdras parecía contar con una gran variedad de hijos de tribus de todo Israel. (7: 28)

Esta vez no hubo oposición desde afuera. En efecto, al entregar los despachos del rey a las autoridades de la región, en los cuales se expresaba el total apoyo real a la expedición en todos los aspectos, recibieron toda la ayuda necesaria y no se les puso ningún obstáculo.

 

La mezcla del linaje santo con los pueblos de la tierra.

 

Todo parecía discurrir a las mil maravillas…pero una sorpresa muy desagradable le esperaba a Esdras y sus colaboradores más cercanos. Esta vez el problema no venía de afuera, sino de adentro, de entre las mismas filas del pueblo de Dios que ya se encontraba establecido en Jerusalén y en las ciudades circunvecinas, antes de la llegada de Esdras y el contingente que él lideraba.

Lejos de guardar fidelidad para con los mandamientos del Señor, habían vuelto a desobedecer y esto en un punto muy importante: muchos de ellos habían tomado para sí y para sus hijos mujeres de los pueblos paganos que les rodeaban – cananeos, jebuseos, ferezeos, moabitas, amonitas, egipcios y amorreos, mezclando así el linaje santo con los pueblos de la tierra y haciendo conforme a sus abominaciones. Para colmo de males, los príncipes y gobernadores habían sido los primeros en hacerlo. (9: 1 y 2)

 

El varón que sabe enfrentar la crisis.-

La reacción de Esdras lo muestra como el gran sacerdote, intercesor y escriba que era. Se quebrantó en gran manera delante de Dios, y se sintió   angustiado en extremo.

“Y se me juntaron todos los que temían las palabras del Dios de Israel.” (9:4)

Cuando uno tiene algo genuinamente de Dios y ha recibido una verdadera visión o carga del Espíritu Santo, esto bien pronto se vuelve en un poderoso imán que atrae a otros que también tienen un corazón para Dios y Su palabra. Sucedió entonces lo que ha sucedido muchas veces en otras ocasiones a lo largo de la historia.

Parece que la angustia y congoja de Esdras eran tales que no atinó a hacer nada, y quizá ni siquiera a hablar por varias horas, hasta el tiempo del sacrificio de la  tarde. Fue entonces que, al rasgar sus vestidos y su manto, se postró de rodillas, alzó sus manos hacia su Dios y elevó la confesión que se cita en el pasaje del capitulo 9: 6-15.

Al igual que Daniel en su oración que ya hemos comentado anteriormente, a pesar de no haber tenido ninguna participación, se identifica con el pecado de los demás usando la primera persona del plural –“nuestras iniquidades..nuestros delitos”  (9:6) “…hemos vivido en gran pecado” (9:7) “…hemos dejado tus mandamientos” (9:10) etc.

Si leemos con atención lo que va en el pasaje señalado – 9:6-15 – veremos que en él Esdras no formula ninguna petición, sino que reconoce con vergüenza y contrición la gran infidelidad y extrema desobediencia de Israel, en contraste con la inmensa misericordia y bondad el Señor para con ellos. Por eso más arriba la hemos denominado confesión, si bien entendemos por 10:1 que Esdras también oraba y peticionaba.

Se trata de una de esas coyunturas en que uno se encuentra tan hondamente redargüido por el Espíritu, con un sentido tan grande de culpabilidad y sin que haya ninguna excusa ni atenuante, que no se atreve a pedir nada y sólo confiesa con honda tristeza su gran maldad. Es una forma real de abandonarse a la misericordia del Señor, sintiéndose uno totalmente indigno de pedir cosa alguna. Cuando se llega en verdad a ese estado – y es algo que sólo se logra por la virtud del Espíritu Santo – es como llegar realmente a “tocar fondo.” Así se alcanza por la gracia divina el punto del espíritu quebrantado y del corazón contrito y humillado – algo que el Señor no desprecia ni mucho menos, sino que lo prefiere a los muchos sacrificios y ofrendas. (Salmo 51:16-17)

 

 “Mientras oraba Esdras y hacía confesión, llorando y postrándose delante de la casa de Dios, se juntó a él una muy grande multitud de Israel, hombres, mujeres y niños, y lloraba el pueblo amargamente.” (10:1)

Como ya hemos visto en una ocasión anterior, no sólo el mal se contagia y propaga, sino también el bien. Aquí tenemos la escena de un pueblo entero, genuinamente compungido y quebrantado por su pecado, algo que tuvo su origen en la carga y contrición de Esdras primero, y que luego encontró eco en “los que temían las palabras del Dios de Israel” como ya hemos comentado. Ahora, en su tercera fase, es todo el pueblo que se siente afectado por la misma carga.

Aun con el riesgo de sonar repetitivos, volvemos a recalcar que sólo por el auténtico obrar del Santo Espíritu se puede lograr esto. El ser humano, con el uso de recursos de los más diversos puede intentar producirlo, pero nunca lo logrará- La programación previa, por más cuidadosa y esmerada que sea, tratando de “organizar” una manifestación de este tipo o semejante, sólo podrá conseguir una imitación externa de la genuina realidad. Cualquiera que tenga un mínimo de discernimiento, pronto advertirá que se trata de algo hueco, carente de la vitalidad y verdad propias de lo que viene de lo alto. La razón es muy sencilla: el hombre está montando y desarrollando sus planes, esperando que Dios se adhiera a ellos y les dé Su respaldo y bendición. En cambio, cuando es Dios el que lo hace, eso le imprime a las cosas un carácter muy distinto.

Y además está el hecho de que, cuando uno cae atrapado en el pecado, es impotente para zafarse del mismo, y sólo la ayuda divina lo puede levantar y liberar.

 

“Nosotros hemos pecado contra nuestro Dios, pues tomamos mujeres extranjeras de los pueblos de la tierra; más a pesar de esto aún hay esperanza para Israel.” (10:1)

Notemos bien que la convicción de pecado que viene del Espíritu nunca nos deja sin esperanza. Por el contrario, el mero remordimiento o la introspección sin que se cuente con la luz divina, el juicio pronunciado por los demás, o la acusación del maligno, todos nos dejan o bien desesperanzados o si no totalmente condenados.

Interrumpimos aquí para continuar en la segunda parte. 

 

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