Zorobabel y Josué – el retorno después de 70 años

Segunda parte

 

Continuando, en ese retorno histórico y memorable de Judá y Benjamín, la mano buena y pródiga del Señor estaba operando de forma maravillosa – casi increíble.

No se trataba solamente del favor del emperador Ciro, expresado en la proclama de que volviesen a Jerusalén para reedificar el templo. Con ello iba también el mandato de que sus propios súbditos, que moraban en los alrededores de donde ellos estaban, les ayudasen con oro y plata, bienes y ganado, además de ofrendas voluntarias para la casa de Dios. Y esto encontró un eco total en esa gente pagana, que nada había tenido que ver antes con el Dios del pueblo de Israel.

Y así, a esos judíos y benjamitas, que al final de cuentas eran sus cautivos, les dieron en abundancia no sólo lo que Ciro les había pedido, sino también el agregado de “cosas preciosas” consignado en el capítulo 1, versículo  6 (comparar  1: 4) ambas citas del libro de Esdras en que estamos, claro está.

Nos hace recordar en cierta forma la salida de Israel de Egipto muchos años antes. En esa ocasión Jehová dio gracia a Su pueblo delante de los egipcios quienes les dieron cuánto pidieron de ellos. Fue la prodigiosa justicia divina,  que en una sola noche ajustó y saldó una vieja deuda pendiente: la del rudo trabajo impago de muchos años, que ahora se obraba todo de una sola vez, y con los intereses a acumulados!

Aun cuando el retorno que estamos comentando no era una situación estrictamente análoga, demuestra igualmente la forma en que Dios puede dar un vuelco fundamental, y a la vez sorprendente a las cosas, para llevar adelante Sus propósitos.

En aquella ocasión anterior, buena parte de lo que se llevó Israel de Egipto resultó una provisión expresa para la obra del tabernáculo y todos sus utensilios y mobiliario. En ésta, para el templo, sabiendo bien la providencia divina que ni en el desierto en el primer caso, ni en la empobrecida y arruinada Jerusalén en el segundo, se encontraban los medios y recursos necesarios para esas dos grandes empresas.

Otro punto importante fue la devolución de los utensilios del templo de Jerusalén, que Nabucodonosor se había llevado y puesto en el templo de sus dioses. En esta hora de restauración, por supuesto que era importante que esto no se pasase por alto, y Ciro, movido por el Señor, los restituyó por mano de Mitrídates, su tesorero, entregándolos a Sesbasar, príncipe de Judá, por cuenta y en número total de cinco mil cuatrocientos.(Esdras 1: 7-11)

Sólo podemos acotar que al Señor nada se le olvida, y a su tiempo, Él pone cada cosa en su lugar, lo cual nos debe llenar de serena confianza en Él para todo.

 

Un regreso ordenado y bien organizado.

 

El regreso a Jerusalén no fue por cierto algo desorganizado y sin orden. Vemos por el contrario que hubo un registro meticuloso de personas que regresaron, con el número correspondiente a cada lugar de procedencia, además de los siervos y siervas, cantores y cantoras, caballos, mulas, camellos y asnos.

Cuidando de no entorpecer de ninguna forma la espontaneidad y libertad del Espíritu Santo, hemos de velar que en las cosas prácticas, sobre todo del dinero, pero también de todas las demás, siempre haya transparencia absoluta y buen orden. No obstante, esto último mejor que sea sencillo y claro, evitándose caer en algo que podría ser demasiado detallista o complicado, lo cual resultaría contraproducente.

 

Más demostraciones de la gracia divina.

 

A su llegada a Jerusalén la gracia del Señor se siguió reflejando de muchas maneras.  Una de ellas fue la forma en que algunos jefes de las casas paternas, al venir al lugar en que estaba la casa de Jehová, fueron movidos a ofrendar voluntariamente, según sus recursos, oro, plata y túnicas sacerdotales.

En tiempos de bendición de lo alto y refrigerio espiritual la generosidad, tan ausente en otras ocasiones, vuelve a aflorar con todos sus beneficios.

Otra manifestación de esa gracia divina fue la estrecha unidad imperante.

“Toda la congregación, unida como un solo hombre…” (2: 64)

“…se juntó el pueblo como un solo hombre en Jerusalén. (3:1)

“…como un solo hombre asistían para activar a los que hacían la obra en la  casa de Dios.” (3:9)

El separatismo y las divisiones, dos de los enemigos declarados de la obra del Señor, también desaparecen “en el día de Tu poder” y qué bueno resulta ver a todo este remanente que ha regresado, entrañablemente hermanado para levantar otra vez la casa de Dios!

La mezquindad y escasez ceden paso a la liberalidad y abundancia; el desgano y la desunión, al trabajo con ahínco y como un solo hombre.

 

El altar.-

Al igual que en tiempos de Ezequías, la primer prioridad fue el altar, aunque en este caso hubo que edificarlo, pues no existía.

Los pueblos de las tierras vecinas los miraban con malos ojos desde un principio. Esto les infundió un temor, muy comprensible desde luego, el cual les impulsó a colocar el altar sobre su base sin demora, y a ofrecer los holocaustos y sacrificios espontáneos, como así también a celebrar las fiestas solemnes, las lunas nuevas y todo el resto del ritual de la ley de Moisés.

Cuando nos sabemos amenazados o acosados por el enemigo, algo nos hace saber instintivamente que para estar a buen resguardo, la primera medida debe ser la de cerciorarnos de que estamos en el lugar de la más estricta obediencia a la palabra y los mandamientos del Señor.

 

Los cimientos del templo.-

Aun cuando el altar y los sacrificios y las ofrendas ya  estaban funcionando, nos  encontramos con esta significativa observación:

“..pero los cimientos del templo de Jehová no se habían echado todavía.” (3:6)

La colocación de los cimientos es algo de importancia capital, tanto en el plano material como en el intangible, pero muy real, relacionado con nuestra vida interior y los valores eternos de Dios. La Biblia, como sabemos, le asigna un lugar principalísimo, y si bien no hemos de tratar el tema a fondo aquí, sí señalaremos un par de verdades sobre él.

El Señor Jesús señaló que poner los fundamentos sobre la roca es lo que se hace cuando Sus palabras son tomadas en serio y obedecidas cabalmente. Por el contrario, cuando se las oye pero se las desatiende y no se las pone por obra, equivale a levantar la vida sobre la arena, de modo que al venir los vientos y las tempestades, todo se derrumba y acaba en la ruina. (Mateo 7:24-27 y Lucas 6:47-49)

Esta enseñanza, tan sencilla y básica, y además muy conocida, nos lleva naturalmente a la segunda verdad: la piedra fundamental, o bien la primera piedra, (Zacarías 4:7) o la principal piedra del ángulo (Efesios 2:20) todas las cuales lo representan a Jesucristo mismo  Esto lo tenemos claramente profetizado en Isaías 28:16 y plenamente corroborado por Pablo en 1a. Corintios 3:11 y por Pedro en su primera epístola, capítulo 2:4-7. Sólo Él – Jesucristo –  puede dar base sólida a nuestra vida, y cuanto edifiquemos prescindiendo de Él, a la larga sólo nos traerá desengaños y fracasos.

Ahora bien, en esto de fundamentar nuestras vidas sobre Él y Sus palabras, no hemos de ser superficiales, ni dar por sentado que con sólo haber experimentado la conversión ya todo está hecho. En Lucas 6: 48 Jesús señaló que oír Sus palabras y hacerlas es semejante a cavar y ahondar al edificar la casa, a fin de poner el fundamento sobre la roca.

El símil que ha empleado se presta idealmente para ejemplificar gráficamente un aspecto importantísimo, y sobre el cual nunca podremos hacer demasiado hincapié. Es corriente ver manifestaciones de fe en personas e indicios de conversión, como ser gozo y paz, y alguna señal de cambio en sus vidas y conductas, pero sin que sea seguido por un proceso de cavar y ahondar.

En términos prácticos, esto significa tomar el pico y la pala de la oración, la palabra y la búsqueda de Dios, para quitar la tierra que está por encima, la arenilla y podríamos agregar la basura y los desperdicios que pudiera haber, hasta llegar a la capa rocosa y firme que habrá de dar apoyo sólido a la edificación. Y eso representa – ¿cómo no? – el despojarnos de la pasada manera de vivir, con todas sus ramificaciones mundanas, carnales, pecaminosas, de ocultismo, etc. en un todo de acuerdo con las enseñanzas y exhortaciones contenidas en los evangelios y las epístolas.

Esta labor, por supuesto que no se ha de hacer, ni se puede desde luego, de forma mecánica o rutinaria, sino bajo la tutela del Espíritu Santo, que habrá de llevar a cada uno con Su trato personal a limpiarse “de toda contaminación de carne y de espíritu” con la meta de perfeccionar la santidad en el temor de Dios.  (2a. Corintios 7:1)

En muchísimos casos esta faceta primordial de cavar y ahondar se descuida y se le da muy poca importancia. Así resultan una experiencia incompleta y una fe superficial, mientras que por debajo quedan en la personalidad esas raíces y restos de cosas malignas y tendencias pecaminosas. A la larga, las mismas afloran y producen estragos de las más diversas clases, como ser volver al mundo y sus atracciones engañosas, caer en pecados de inmoralidad, crear situaciones de rebeldía y división, enredarse en negocios turbios por amor al dinero, y muchas cosas más que sería muy largo enumerar.

En el trabajo de cavar y ahondar, uno ha de ser, para su propio bien, muy estricto y exigente consigo mismo, no pasando por alto, ni “haciendo la vista gorda” con nada que tenga el menor vestigio de mentira, engaño, impureza o falta de total rectitud.

Así, sin haber llegado a la perfección final y total, ni mucho menos, se habrá creado un vacío y “tocado fondo” para que Jesucristo, la piedra fundamental, pueda ocupar el lugar más profundo en nuestra vida, que es en realidad el que le corresponde. Y de esa forma Él será la base sólida y firme de nuestra vida, y sin la obstrucción ni interferencia de esas viejas tendencias malsanas, podrán brotar cosas puras, nobles y fructíferas en nuestro servicio para Él.

Sin adelantarnos demasiado a la aportación del profeta menor Hageo, que vendrá más adelante – tal vez en la tercera parte – en su libro encontramos algo estrechamente vinculado con este tema y de mucho peso.

En el capítulo 2, versículos 17 al 19, señala que después de un tiempo de esterilidad y falta de fruto y buenos resultados, ahora había llegado un día concreto, el veinticuatro del noveno mes, a partir del cual el Señor los iba a  bendecir. Esa fecha puntual no respondía a ninguna cábala ni casualidad, sino a una poderosa razón de fondo: se trataba del día en que se echó el cimiento del templo del Señor.

Cuánta verdad hay en esto! Al igual que muchos otros, quien esto escribe tuvo una etapa en sus labores para el reino de Dios, en que aun con sus mejores esfuerzos y buena voluntad, le tocó cosechar fruto muy magro, y a veces malo y enfermizo. No obstante, gracias al Señor y llevado por la mano diestra del Espíritu Santo a una laboriosa y perseverante tarea de cavar y ahondar, pudo llegar a un punto en que cambiaron las cosas ,y comenzó a ver ese fruto sano,  apetecible y duradero que tanto anhelaba.

Es posible que muchos, que después de un buen comienzo perdieron el rumbo, identifiquen en todo esto una de las  causas principales de su decadencia espiritual. Todavía no es tarde – aun están a tiempo de poner manos a la obra y llevarlo a cabo.

 

Volviendo al texto de Esdras 3, vemos que el comienzo efectivo de la obra de la reconstrucción del templo fue en el segundo mes del año segundo del  regreso a Jerusalén. Antes de eso, además de la erección del altar, había la necesidad comprensible de que se radicasen en sus viviendas, por lo menos en las condiciones mínimas, y que se dispusiese la obtención y el traslado de los materiales necesarios para la obra.

Evidentemente, se sentía una sana inquietud porque la obra empezase sin más demora.

“…y pusieron a los levitas de veinte años para arriba para que activasen la obra en la casa de Dios.” (3:8b)

“…como un solo hombre asistían para activar a los que hacían la obra en la casa de Dios.” (3:9)

Por una parte, vemos que estaban involucrados “todos los que habían venido de la cautividad a Jerusalén.” pero al mismo tiempo se consignan los nombres de quienes tenían un rol principal o directivo, y contaban con el apoyo pleno de sus hijos y hermanos. (3:8 y 9)

Esto, junto con la frase “como un solo hombre” configura un hermoso cuadro de un pueblo entero, trabajando unido y con tesón, y dentro del cual estaba la célula familiar, prodigándose codo a codo padres con hijos y hermanos con hermanos en la más estrecha colaboración. Otra vez vemos en esto los deleitosos milagros que se dan “en el día de Tu poder” (Salmo 110:3)

Al llegarse al punto de echarse los cimientos, subrayando la gran importancia del acontecimiento, fueron puestos los sacerdotes con sus vestiduras y con trompetas, y los levitas con címbalos para que cantasen, alabasen y diesen gracias al Señor por Su eterna misericordia.

Y a continuación tenemos algo muy conmovedor. Un buen número de los sacerdotes, levitas y jefes de las casas paternas, hombres ancianos que habían visto la casa anterior, al ver que se echaban los cimientos de la nueva casa, lloraban en alta voz, profundamente emocionados. Como niños, quizá de 8 ó 10 años de edad, habían sido llevados en cautiverio a una tierra extraña con sus padres, hermanos y demás familiares.  Ahora, después de 70 largos años – toda una vida – vuelven a la tierra de su infancia y su niñez,  y ven que se edifica otra vez la casa de Dios, que había sido saqueada, derrumbada y quemada por los caldeos. 

Bien podemos situarnos en su lugar y comprender y apreciar plenamente esas lágrimas de la más tierna emoción y gratitud al Señor, que después de tantos años, al acercarse  el fin de sus vidas, les permitía presenciar  y vivir esta increíble escena, milagro maravilloso del gran Dios, al cual no nos cansamos de llamar el restaurador de todas las cosas.

Y apenas si hace falta que comentemos la analogía espiritual del regreso a nuestro hogar, después de estar en el desierto por muchos años.

Simultáneamente con esto – la emoción de los más ancianos – muchos otro más  jóvenes por supuesto – daban grandes gritos de alegría. Ellos no habían viso el templo anterior, pero lo hacían igualmente para exteriorizar su gran regocijo por lo que estaba pasando. Y así se mezclaba el clamor de los gritos de júbilo con la voz del lloro y el llanto emocionado, y eso de miles y miles.

El ruido se oía de lejos, rompiendo el triste silencio de las siete décadas de desolación  – en verdad una escena y acontecimiento inolvidable, que ha de arrancar en nuestros corazones notas de agradecimiento y alabanza, a la par que encender en muchos de los que se encuentran en un exilio espiritual, esperanzas vivas y bien fundadas de un retorno feliz a su tierra y a su hogar.

Para todos ellos, los brazos del amantísimo Padre siguen abiertos de par en par!

 

Queda todavía mucho más, pero suspendemos aquí para continuar en la tercera parte.

F I N