Del Antiguo al Nuevo
Capítulo 8
Segunda parte

Continuando donde dejamos al finalizar la primera parte, en su recriminación a los que venían a bautizarse, pero no con sinceridad, sino al solo efecto de huir de la ira venidera, continuó tildándolos de “generación de víboras,” para pasar en seguida a exhortarles con sus palabras muy bien conocidas y trilladas: “Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento.”
Aquí tenemos, pues, lo dicho anteriormente: no bastaba reconocer sus pecados y someterse al bautismo – había que dar evidencia de que el arrepentimiento era sincero y real con una conducta posterior consecuente con él.
También agregó:
“…y no comencéis a decir dentro de vosotros mismos: Tenemos a Abraham por padre, porque os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras.” (Lucas 3:8)
Qué sentencia tan oportuna y certera!
Cuando uno es confrontado con la verdad, muchas veces se pone a la defensiva, argumentando ser de la religión de sus padres o algo de esa índole, del mismo modo que los judíos se escudaban con ser descendientes de Abraham.
Por lo tanto, les instaba a que no hicieran semejante cosa, pues Dios podía y puede – levantar hijos a Abraham de las mismas piedras.
Mas lo que dijo a continuación fue todavía más contundente:
“Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto se corta y se echa en el fuego.” (Lucas 3:9)
De la forma más categórica les hace entender que no se pueden atrincherar dentro o debajo de refugios falsos. Cada uno de ellos era responsable por sus propios hechos, y sería juzgado de acuerdo con los mismos. Y en el tono más severo les advierte que quien no lleve buen fruto será cortado y echado en el fuego.
Lo vemos aquí a Juan Bautista como el predicador y mensajero fiel y franco, sin ambages ni rodeos, conciso, al grano, denunciando el mal y advirtiendo del peligro en que se está, cuando se está viviendo al margen de la justicia, verdad y bondad.
Afortunadamente, su predicación surtió un efecto muy saludable. La gente, compungida y alarmada, comenzó a preguntarle:
“Entonces ¿qué haremos?” (Lucas 3:10)
Debemos considerar esto como un pequeño anticipo de lo que iba a pasar unos tres años más tarde, en el día de Pentecostés, cuando después de predicar Pedro lleno del Espíritu Santo, la multitud que le escuchaba “…se compungieron de corazón y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos ¿qué haremos?(Los Hechos 2:37)
Es claro que la respuesta que le dio Juan Bautista a la gente que venía a bautizarse, no podía ser la misma que Pedro dio en esa oportunidad del día de Pentecostés, pues el día de la gracia plena no había venido aún.
En cambio, les exhortó a dar al que no tiene qué vestir o qué comer; a los publicanos,que no cobraran más de lo que correspondía, y a los soldados que no extorsionasen ni calumniasen a nadie y se contentasen con la paga que les estaba asignada.
Como vemos, se trataba de un mensaje de arrepentimiento, llamándolos a deponer el mal y a darse a la justicia y al bien.
¿De qué manera prepararía esta predicación el camino del Señor?
Evidentemente, concienciando al pueblo de su responsabilidad de buscar el bien, y advirtiéndole del peligro que corría si no lo hiciese. Pero además, sensibilizando y enterneciendo los corazones.
No cabe duda de que esto sucede cuando se procede a un verdadero arrepentimiento, mientras que si se continúa en el pecado pasa lo contrario.
A esta altura, resulta oportuno notar los significativos comentarios que Jesús hizo poco tiempo después sobre todo esto.
“Y todo el pueblo y los publicanos, cuando lo oyeron, justificaron a Dios, bautizándose con el bautismo de Juan.”
“Mas los fariseos y los intérpretes de la ley desecharon los designios de Dios respecto de sí mismos, no siendo bautizados por Juan.” (Lucas 7:29-30)
En Mateo 21: 31-32 fue todavía más tajante.
“De cierto os digo que los publicanos y las rameras van delante de vosotros al reino de Dios.”
“Porque vino a vosotros Juan en camino de justicia y no le oísteis; pero los publicanos y las rameras le creyeron; y vosotros, viendo esto, no os arrepentisteis después para creerle.”
Cuando se tratan las cosas sagradas de Dios con hipocresía y justicia propia, inevitablemente se llega a un estado muy peligroso de endurecimiento del corazón, y de una conciencia corrompida y aun cauterizada.
Éste era el estado lamentable en que se encontraban los fariseos, los principales sacerdotes y los ancianos de ese entonces.
Sin embargo, nos maravilla pensar que aun para ellos Dios tenía buenos designios,según lo dicho por Jesús que ya hemos citado anteriormente. Por la predicación y el bautismo de Juan, la misericordia divina aun a ellos les presentaba la oportunidad de recibir el inmenso bien que esos designios les podían procurar.
Triste y lamentablemente, los rechazaron por completo y no se sometieron, por dos razones principales: no le creyeron a Juan, y además, seguramente que pensaron que en todo caso, eso era para los pecadores – los publicanos y las rameras – pero no para ellos que se consideraban justos.
Vemos así los efectos tremendamente perniciosos de tratar las cosas de Dios con hipocresía, sobre todo cuando la misma va de la mano de la autojustificación, Les resulta mucho más fácil arrepentirse a los que son y se saben pecadores indignos, y que no se han metido hipócritamente en las cosas de Dios.
Un resultado muy importante, amén de los otros ya comentados, de la labor de Juan Bautista, fue el de poner de relieve una clara divisoria entre los fariseos, escribas y ancianos por un lado, y el resto del pueblo por el otro.
Aquéllos se excluyeron a sí mismos y quedaron endurecidos, mientras que éstos “justificaron a Dios,” en las palabras de Jesús que ya hemos citado, accediendo a bautizarse.
Esta misma divisoria continuó después de Pentecostés, con los fariseos, escribas y ancianos erigiéndose en enemigos acérrimos de los cristianos, así como lo habían hecho anteriormente con el Señor Jesús. El resto del pueblo, por lo contrario, aprobaba y apoyaba a los apóstoles.
“De los demás, ninguno se atrevía a juntarse con ellos; mas el pueblo los alababa grandemente.”(Los Hechos 5:13)
En conclusión, vemos que tanto en el ministerio preparatorio de Juan, como en el del nivel superior de la gracia traída por Jesús y ministrada por los apóstoles a partir de Pentecostés, el factor determinante fue el estado y la actitud del corazón.
Jesús lo resumió de una forma muy sintética, con la parábola que le propuso a los sacerdotes y ancianos en Mateo 21:28-30; ellos, los que se consideraban justos, entraban dentro de la categoría del hijo que le dijo al padre que sí cuando éste le pidió que fuese a trabajar en su viña, pero no fue.
Los otros – el pueblo, los publicanos, las rameras y los pecadores en general – estaban representados por el hijo que primero dijo que no, pero después arrepentido, fue.
Inmediatamente después de la parábola, agregó la muy solemne sentencia que ya hemos consignado:
“De cierto os digo que los publicanos y las rameras van delante de vosotros al reino de Dios.” (21:31)
En suma, y como acotación final sobre el arrepentimiento, digamos que es una gracia que nos otorga el primer peldaño, para así poder entrar en la bendición de los buenos designios que Dios tiene para nosotros.
A Juan le tocó la labor de levantar y presentar al pueblo ese primer peldaño, y por cierto que lo hizo cumplidamente y con absoluta fidelidad.

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