LA PLENITUD INFINITA DE CRISTO
Y SU OBRA REDENTORA

SEGUNDA PARTE
Reanudamos con el siguiente punto.
ñ) “… quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder.” (Hebreos 1:3)
Resulta asombroso pensar que todo el universo, del cual nuestro mundo, por grande que nos parezca, sólo forma una parte muy minúscula, está continuamente sostenido y sustentado en su debido lugar. Planetas, estrellas y constelaciones se desplazan ininterrumpidamente en órbitas gigantescas y armoniosas, sin salirse de órbita ni chocar unas con otras.
¿Alguna vez has visto tú, caro lector u oyente, un título en los periódicos con la noticia de que el sol se quedó dormido y salió con media hora de retraso?
¿O que la luna invirtió sus fases, pasando del cuarto creciente a la luna nueva, en lugar de luna llena como correspondía?
Nada de eso ha ocurrido en los anales de la historia! Tanto nuestro globo terráqueo, los demás planetas y todas las estrellas cumplen a diario, de forma rigurosa, las órbitas que le han sido asignadas y a la velocidad exacta que le corresponde a cada uno y cada una.
Quien los formó en su principio con Su palabra creativa y los ubicó exactamente en el lugar que les correspondía, también les dispuso con Su misma palabra las órbitas que debían recorrer a las velocidades indicadas, como así también la esfera de mayor o menor influencia de cada uno y cada una.
Y qué obedientes y puntuales son todos! Lástima grande que los seres humanos no seamos así!
Todo esto excede los límites de nuestra comprensión tan finita. La creación inicial de todo ese infinito que se encuentra en los cielos, incluyendo las galaxias y los universos fuera del nuestro, que se encuentran en las profundidades del espacio, y a los cuales recién están empezando a llegar los telescopios más poderosos – todo eso, decimos – es como para dejarnos atónitos y llenos del mayor asombro. Y sin olvidar desde luego las maravillas increíbles que encontramos en todas las esferas – humana, animal, vegetal y mineral.
Detrás y debajo de todo este estupendo despliegue de sabiduría, ciencia y poder, hace falta cada instante una fuerza vital que lo sostenga, sustente y lo siga manteniendo en ese impulso inicial que recibió en un principio.
Y esa fuerza vital, formidable e imponente, no es otra cosa que la palabra todopoderosa del Hijo de Dios, cargada de Su virtud y omnipotencia. Ella es la que lo mantiene todo en su debido lugar, lo sustenta y le da y le dará impulso continuamente, hasta que en el final de los tiempos:
“…los cielos pasarán con grande estruendo y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas…” (2a. Pedro 3:10)
A quienes tengan su esperanza solamente en este mundo, esto último es como para llenarlos de pavor y llamarles a la reflexión y a la búsqueda de Dios con toda urgencia.
En cambio, a los que ya hemos encontrado a Dios y recibido vida eterna en Cristo Jesús, no nos asusta en lo más mínimo, pues tenemos una firme, segura y maravillosa esperanza:
“Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia.” (2a. Pedro 3:13)

Como podrá observar el lector u oyente, varios de los puntos que hemos tratado, abarcan aspectos del universo y de la creación en general que van más allá de la esfera de nuestra vida terrestre. Por otro lado, un buen número de ellos sí que toca lo que nos concierne directamente como creyentes cristianos. Esto último lo encontraremos aun en mayor medida en lo que viene en esta segunda parte. De todos modos, la inclusión de los demás no debe considerarse como algo meramente teórico y ajeno a nuestros intereses. Muy por el contrario, nos ayudará a tener una visión cósmica más amplia, que habrá de ensanchar nuestros horizontes, a la vez que contribuir a que tomemos mayor conciencia de la inconmensurable grandeza de nuestro bendito y amado Cristo.
Siempre bajo el mismo tema del título, seguimos con el siguiente punto.
o) El colosal luchador que ha efectuado por sí mismo la purificación de nuestros pecados.
“…habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo…” (Hebreos 1:3)
En estas palabras tenemos la expresión de una plenitud que es fácil que se nos pase desapercibida, o sólo la apreciemos en muy pequeña medida.
Los pecados de una sola persona a lo largo de toda una vida – digamos de unos 70 u 80 años de duración – ya constituyen en sí algo inmenso, que para consignarlos uno por uno y en detalle, haría falta llenar centenares de páginas y seguramente varios tomos voluminosos. Pero si de ahí nos trasladamos a toda la humanidad, con las múltiples manifestaciones a través de siglos y siglos de fechorías, guerras, crímenes, engaños, matanzas, abominaciones, trampas y mentiras de toda índole, odios, rencores, blasfemias, etc etc – entonces nos encontramos con una mole fenomenal e increíble de toda clase de maldad. Y esto, registrado todo por escrito en sus correspondientes tomos, daría una biblioteca formidable, la cual, de hecho nos consta que se encuentra en los cielos, según se nos dice en Daniel 7:10b.

“…mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.” (Isaías 53: 6b)
Todo ese peso indescriptible, fue cargado en el escenario del Gólgota ese día de Su crucifixión sobre Su persona santa y Sus hombros benditos, siendo Él de carne y hueso como nosotros.
En una lucha colosal y titánica que va mucho más allá de lo poco que podemos comprender, Él se lo cargó, lo sufrió y se lo llevó todo – “…el justo por los injustos, para llevarnos a Dios…” (1a Pedro 3:18)
Fue sin duda la batalla más cruenta y trascendental de toda la historia del universo entero, y cuánto le agradecemos a Dios que Él la haya ganado!
Eso en verdad fue y es plenitud sin par de amor y sacrificio supremo – obteniendo el perdón total, absoluto y eterno, y mucho más también, para todo ser humano que se arrepienta y confíe de veras en Él.
Con razón que, al terminar esta obra magna y sin par en la tierra, fue recibido en los cielos con los más altos honores! Allí está, sentado a la diestra de la Majestad en las alturas, por encima de todo principado, autoridad y poder y señorío, habiendo recibido un nombre que es sobre todo nombre.
Y los suyos le amamos, e inmensamente agradecidos, le aclamamos como el todo en todo en nuestras vidas.

Sin querer entrar en polémica o controversia, sin embargo aquí conceptuamos oportuno volver a recalcar que este sacrificio lo hizo para todos sin excepción, y no sólo para los escogidos, como sostienen algunos en lo que denominan redención particular.
Esto se encuentra desmentido categóricamente en 1a. Juan 2:1-2 que citamos a continuación:
“…abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo.”
Así se corrobora plenamente lo dicho con anterioridad – que nuestro bendito y amado Cristo se cargó todos los pecados de toda la humanidad.
Y debemos añadir más. Tenemos el maravilloso versículo 3: 16 de San Juan, que a veces se lo denomina el evangelio en miniatura.
“Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquél que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna.
Ahora bien, si en base a esto una persona determinada se presenta creyendo, y según esta enseñanza de la redención particular se le dijese : “lo sentimos, pero esto es sólo para los escogidos” se sentiría engañado.
Diría con toda razón ¿Cómo es esto? Dice para todo aquel que en Él cree; yo creo de verdad, pero se me dice que para mí no vale.” y desde luego, que Dios nunca jamás haría semejante cosa. Su amor, según lo expresado en Juan 3:16 es para todo el mundo.
Adicionalmente, en 2a. Pedro 3: 9 se nos dice con toda claridad “El Señor…es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento.”
El hecho de que en Su absoluta omnisciencia El supiese de antemano quiénes se habrían de arrepentir y quiénes no lo iban a hacer, no afecta en absoluto la verdad de que Su deseo es que todos procedan al arrepentimiento.
No nos extendemos más en este agregado, a fin de no internarnos en el muy escabroso, polémico y delicado tema de la predestinación.

p) Liberados del dominio del pecado.
Pero no sólo en el área de la purificación final de pecados, sino también en muchas más, encontramos absoluta plenitud en el Calvario. Veamos algunas de ellas.
Liberados del dominio del cuerpo del pecado.
“…sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado.” (Romanos 6: 6)
Nuestra naturaleza adánica, corrompida y carnal, crucificada y sepultada con Él, para emanciparnos de su dominio en nuestras vidas. Así, hemos de contarnos y considerarnos como difuntos – personas fallecidas – en cuanto al pecado, pero vivos en Cristo Jesús para Dios, Su voluntad y servicio santo.

q) Maldición trocada en bendición – y justicia de Dios en Él.
“Cristo nos redimió de la maldición, …hecho por nosotros maldición….para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles…” (Gálatas 3:13-14)
La maldición quitada para siempre, y en su lugar, bendición plena y eterna. Y esto no para unos pocos privilegiados, sino para la multitud innumerable de los redimidos de todas las naciones y lenguas del orbe.
“Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado,para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él-” (2a. Corintios 5: 21)
Esto lo solemos llamar el grandioso trueque del Calvario. La vestimenta harapienta y andrajosa que llevábamos como injustos, reos y culpables, quitada y echada sobre Sus hombros santos. A cambio de eso, se nos dan vestiduras de gala de una nueva vida que mana de Cristo mismo, y pasamos a ser nada menos que justicia de Dios en él.
¿Quién se atreverá a condenar a los que hemos sido constituidos por gracia soberana en la mismísima justicia de Dios en Cristo Jesús?

r) Sanidad, hermosura y riqueza.
Sanidad.-
”…y por su llaga fuimos nosotros curados—” (Isaías 53:5)
No debemos tener el fanatismo de que la enfermedad necesariamente sea un castigo de Dos, aunque en alguna ocasión determinada puede serlo. Tampoco debemos caer en la estrechez de que se deba a nuestra falta de fe para reclamar nuestra sanidad, aunque a veces también puede ser por esa causa. Por otra parte, también debemos entender que, incluso en algunas ocasiones, Dios la permite y se vale de ella para impartir una quizá mayor bendición,
No obstante, esto no contradice en absoluto el hecho glorioso proclamado en la profecía de Isaías que hemos citado, corroborada en Mateo 8:17 y 1a. Pedro 2:24b. Y tantos hombres y mujeres de todos los tiempos, podemos proclamar con temblorosa gratitud, que hemos sido sanados de nuestros males y dolencias, merced a este bendito manantial de la cruz, en la cual Él se los llevó, para darnos a cambio Su bendita salud y bienestar.

Su hermosura a cambio de nuestra fealdad.
“…Como se asombraron de ti muchos, de tal manera fue desfigurado de los hombres su parecer, y su hermosura más que la de los hijos de los hombres.” (Isaías 52:14)
El día de la crucifixión de Jesús, ese lugar llamado de la Calavera (Lucas 23: 33) se convirtió durante unas seis largas horas en un escenario muy extraño e inesperado. En efecto, presentó aspectos horrorosos por una parte, pero que a la postre iban a traer repercusiones gloriosas.
Más o menos al promediar ese lapso de tiempo, el sol, centro de nuestro sistema planetario que nos ilumina con su luz radiante, se oscureció de tal manera que hubo tinieblas sobre la tierra. Era como si se negase a brillar y alumbrar eso tan horrendo que estaba aconteciendo.
El Hijo de Dios, descendido del cielo en la misión del más alto amor, rechazado, escupido, blasfemado, y ahora crucificado,como si fuese un delincuente, por las criaturas de Su propia creación!
Al mismo tiempo, Él, que era el personaje más bello de todo el universo – refiriéndonos no tanto al nivel estético o exterior, sino al de Su gracia y hermosura interior – Él, decimos, sufrió en Su semblante
una tremenda transformación.
En efecto, según entendemos por el versículo citado de Isaías, Su apariencia se desfiguró de tal manera que pasó a ser un espectro de dolor y angustia indecibles. Esto le debe haber quitado por completo esa belleza propia, de modo que nos hace concebir otra expresión más de lo que ya hemos denominado el gran trueque del Calvario.
Es decir que la fealdad que llevábamos en el rostro y facciones por las huellas del pecado, las depresiones, las amarguras y demás, también fue cargada sobre Él. A cambio de eso, al venir a Él y entregarle nuestras vidas necesitadas y maltrechas, por la obra interior del Espíritu Santo somos limpiados, renovados y, al pasar a disfrutar de la hermosura de la santidad (Salmo 110:3) somos dignificados de tal forma que nuestra personalidad, pobre y fea, pasa a hermosearse progresivamente a semejanza de Él.
Recordamos el caso de una joven que estuvo con nosotros por unos diez u once meses en una comunidad de vida, la cual liderábamos en el Norte de Gales en la década de los 70 del siglo pasado. Se había convertido al Señor dejando atrás su antigua vida mundana, y era evidente que había experimentado un gran cambio en su vida.
Con todo, a veces se sentía desanimada por fallos o debilidades que todavía no había superado, no apreciando debidamente lo que el Señor ya había hecho en su vida.
En ocasión de abrir su pasaporte, a fin de efectuar el trámite de renovar el permiso de residencia, dado que era española de nacimiento., se encontró con una gran sorpresa.
Al mirar su fotografía, tomada antes de que se convirtiese al Señor, y ver su cara pintarrajeada, con las marcas del pecado y la oscuridad de su semblante, más que sorprenderse, se asustó – casi se horrorizó. Y exclamó algo así:
Oh qué fea, qué horrible que era yo!
Al mirarse en el espejo ahora, ella veía lo que los demás también veíamos – es decir un rostro limpio, despejado y muy distinto, que reflejaba la paz y limpieza interior de que ahora disfrutaba.
Él también se llevó nuestra fealdad, para darnos Su bendita hermosura.

De forma consecuente y coherente, el versículo que sigue nos predice:
“…así asombrará él a muchas naciones; los reyes cerrarán ante él su boca, porque verán lo que nunca les fue contado, y entenderán lo que jamás habían oído.”(Isaías 52:15)

Su riqueza a cambio de nuestra pobreza.
“Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos.” (2a. Corintios 8:9)
Otra faceta, bondadosa y noble como todas las demás, del trueque singular y bendito del Calvario.
Hay quienes sólo ven esto con la óptica estrecha de la prosperidad material, o bien le dan un valor primordial y desmedido. Desde luego que en muchísimos casos, personas que se hallaban en la indigencia, al venir de veras a Cristo, al poco se han encontrado con que Él las ha prosperado, y han pasado a tener lo suficiente, y aun a vivir desahogadamente.
Hacemos aquí un importante paréntesis.
Se cuenta que en Inglaterra en el siglo XVIII, en tiempos de los hermanos John y Charles Wesley, George Whitefield y otros siervos insignes, había un descontento muy grande entre las masas obreras. El mismo era tal que estaba a punto de desencadenarse una revolución que pudo ser tan sangrienta como la francesa de fines del mismo siglo.
El descontento surgía de un sentir popular de que los trabajadores, principalmente en las numerosas minas de carbón de ese entonces, recibían una paga muy exigua, mientras que en otras esferas de la sociedad había mucha prosperidad y abundancia.
Por esos tiempos, la proclamación del evangelio era tan eficaz que muchísimos hombres y mujeres se convirtieron de verdad al Señor, especialmente la de gente de condición más humilde.
John Wesley llegó a predicar en algunas ocasiones a multitudes de unas treinta mil personas. En aquellos tiempos no existían los micrófonos y altavoces de hoy día, pero lo hacía con todas sus fuerzas, de pie y a cierta altura de un monte para hacerse oír mejor.
En la zona típicamente minera de Newcastle y alrededores, al Noreste del país, hubo millares y millares de conversiones de las auténticas, poderosas y duraderas de aquella época.
Como resultado de ello surgió algo imprevisto, pero muy significativo. Al dejar el tabaco y la bebida, que antes absorbían una buena proporción de su paga, los obreros se encontraron con un aumento en sus haberes, indirecto pero muy real. Ahora lo que se les pagaba alcanzaba para vivir y aun sobraba, con lo cual el descontento que había desapareció, y la revolución inminente abortó totalmente.
A través de la historia, digámoslo de paso, los genuinos avivamientos masivos del poder de Dios por medio del evangelio, muchas veces han aportado, como en este caso, cambios y beneficios en la sociedad de las naciones que los experimentaron.
Y agreguemos, también de paso, nuestra extrañeza de que en la actualidad, en algunos países de los cuales nos llegan noticias de que muchas almas se están convirtiendo, ello no parece afectar mayormente a la sociedad, y males tales como la corrupción, el crimen y la violencia siguen proliferando quizá más que nunca.
Aunque por otra parte, bien podríamos verlo desde el punto de vista del cumplimiento de profecías bíblicas en cuanto al final de los tiempos, en que se predice que el mal ha de ir en aumento cada vez mayor, lo que indudablemente está aconteciendo.
Resulta, pues, en un sentido, muy alentador ver cómo en medio de todo eso, el Señor está prolongando Su misericordia, y se están viendo muchas vidas que andan delante de Dios en fe, amor y obediencia, aun estando rodeadas de tanta maldad y miseria.

Volviendo ahora a lo que decíamos de las riquezas materiales – mucho dinero y bienes, y la abundancia de artefactos y artículos de último modelo y aun de lujo, – los mismos no deben ser la meta de un verdadero hijo de Dios. Si alguno es prosperado grandemente en lo económico, deberá tener muy presente el consejo de 1a. Timoteo 6:17-19, de no poner la esperanza en las riquezas, sino en el Dios vivo, y de ser ricos en buenas obras, dadivosos y generosos. Recordando también lo que el Señor dijo: más bendito es dar que recibir.
Quienes por lo contrario se empeñan en enriquecerse, y con esa actitud ven al dinero y las riquezas como un fin en sí, caen en tentación y lazo, y se extravían de la fe, quedando traspasados de muchos dolores. (Ver 1a. Timoteo 6:9-10)
Estas cosas, tan atractivas y y tentadoras para muchos, pagan con muy mala moneda a quienes se dan a ellas. Que es otra forma de decir la misma cosa, avalada por otra parte por muchos casos en que, tristemente, se lo ha visto ocurrir con creyentes que han seguido ese curso ruinoso.
Sobre este particular son muchas las advertencias que se nos hacen en la Escrituras, y hemos de ser sabios y prestarles atención.
Pero entonces, ¿cuáles son las riquezas con las cuales Cristo nos ha enriquecido en la pobreza que Él asumió?
Citas muy conocidas, como “Mi reino no es de es te mundo” (Juan 18:36) y “Bendito sea el dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo…” (Efesios 1: 3)
nos dan una pronta y clara respuesta. Aun cuando – lo reiteramos – en un plano normal el Señor nos da lo que necesitamos para vivir bien y decorosamente, no son los bienes temporales el principal tesoro que nos ha dado. Muy por el contrario, ellos constituyen sólo una pequeña parte de un todo mucho mayor, y en el que se destacan, muy por encima de ellos, los valores imperecederos y eternos de Su reino celestial.
En esas esferas superiores imperan por doquier el amor, la profunda paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento, una alegría sin par e ininterrumpida, la armonía más acabada y perfecta, acompañada de la deleitosa melodía celestial y sobre todo una comunión diáfana y preciosa con el Gran Dios Supremo. En fin, una serie larguísima de virtudes y goces sublimes e inefables. Además, en esta vida una de las bendiciones más grandes es poder servirle a Él, dándonos noblemente a Su causa, para poder así ser usados para el bien de tantos otros que necesitan de Su gracia, y así llevar un fruto de algo que ha de perdurar por toda la eternidad.
El contraste entre todo esto, y el centrarnos egoístamente en la riqueza y la abundancia de los bienes materiales es abismal. Dios tenga misericordia de los que se inclinan por estos últimos!
Antes de conocerle a Él, en este pobre mundo, por más favorecidos o afortunados que hayamos sido, nada teníamos ni sabíamos de ese caudal espiritual que Él nos ha legado. Pero al descender a nuestro planeta, dejando Su eminente posición celestial y despojándose de todo, Jesucristo se empobreció deliberadamente, para que nosotros pasásemos a heredar y disfrutar de toda esa maravilla.
Al entrar en Él merced a un auténtico renacimiento, comenzamos a conocer y paladear esos bienes celestiales, que se van confirmando y ampliando en nuestra experiencia terrenal a medida que crecemos, nos desarrollamos y maduramos como hijos de Dios. Pero esto no es sino un pequeño anticipo de la herencia plena y gloriosa que nos aguarda en el más allá.
Casi está demás decir que el contraste entre todo esto y la efímera y a menudo engañosa riqueza terrenal y temporal, es totalmente absoluta, terminante y categórica. Seamos sabios, y dispongamos nuestra mirada y corazón hacia lo que realmente vale y perdura.
Una pausa antes de continuar la semana próxima con la tercera parte.

F I N