LAS IGLESIAS DE GALACIA
Primera parte
Falacias y novedades ficticias y las cosas que realmente interesan y valen.

Hace unos buenos años, en una oportunidad en que el autor se hallaba predicando sobre el libro de Gálatas en una ciudad de Galicia en el N.O. de España, comenzó a leer a partir del principio de la epístola. Al llegar al final del segundo versículo, le llamó la atención encontrar las palabras
“… las iglesias de Galacia”
y casi instintivamente le salió la observación:
“Lo que vale para Galacia, también vale para Galicia.”
Posteriormente, al predicar en otros puntos del país fuera de Galicia, advirtió que las mismas verdades, consejos y exhortaciones, venían muy bien también para las situaciones de iglesia con que se estaba encontrando. Y así tuvo que ampliar su observación, haciéndola extensiva también a muchos lugares fuera de los confines de Galacia y de Galicia.
Se trata de la tan conocida, pero siempre vigente verdad de que la palabra de Dios siempre está de moda y tiene relevancia en una proyección u otra en todo lugar y tiempo. Las circunstancias y matices externos podrán variar muchísimo, pero en esencia, esos principios cardinales sobre los cuales se apoyan las cosas, ya sea para bien o para mal, seguirán siendo los mismos.
En realidad lo único que cambia son las vestiduras que llevan exteriormente las cosas, según las costumbres en función de lugar como de tiempo. El contenido interno y los verdaderos valores en juego, por el contrario, permanecen inalterables, y la palabra divina de las Escrituras del Eterno Dios los define y puntualiza siempre con la más certera precisión.
Existen dos tesis en cuanto al tiempo en que Pablo escribió esta epístola y las iglesias a las cuales iba dirigida. Una de ellas es que fue escrita antes del concilio de Jerusalén, relatado en Los Hechos 15, en el cual se debatió y dirimió el tema de la ley de Moisés y la circuncisión en relación con los creyentes gentiles. Las iglesias destinatarias en ese caso serían las de Galacia, fundadas en el primer viaje misionero de Pablo acompañado por Bernabé, es decir Derbe, Listra, Iconio y posiblemente Antioquía de Pisidia.
La otra tesis la ubica en una fecha posterior, incierta, pero que podría ser al mismo tiempo en que Pablo escribió Romanos, es decir en su regreso de su tercer viaje misionero. Según esta tesis estaría dirigida a otras iglesias que se supone fundadas por Pablo dentro del tiempo de su segundo viaje. (Ver Los Hechos 16:6)
Aun cuando respetuosos de esta segunda postura, y sin querer entrar en ninguna polémica sobre el tema, nos inclinamos por la primera. El motivo principal es que de haber sido escrita después del concilio de Jerusalén de Los Hechos 15, resultaría prácticamente inconcebible que al tratar en su carta principalmente el tema de la circuncisión y la ley de Moisés que estaba sobre el tapete, Pablo no hubiera hecho la menor mención del concilio ni de la carta emanada del mismo, en la cual el asunto se definía categóricamente.
Además, vemos en Los Hechos 16:4 que al pasar por las ciudades en el segundo viaje, Pablo y Silas entregaban a las iglesias la carta con las medidas acordadas por el concilio, lo que nos hace ver la importancia que le atribuían. Esto haría aun más inexplicable que en toda la epístola – de haberse escrito en una fecha posterior – se guardase absoluto silencio sobre ello.
Sea como fuere, no es eso lo que fundamentalmente nos interesa, sino el contenido de la carta a los gálatas en sí, y lo mucho, muchísimo que tiene para enseñarnos.
Empezaron bien la carrera, por la senda de la gracia, el amor y la fe, con la consiguiente libertad y alegría propias de un cristianismo sano y bien basado. Pero la ponzoñosa levadura de los judaizantes vino a estropear todo eso; saliendo de la gracia pasaron a ponerse bajo el régimen de la ley: el amor fraternal dio paso al morderse y comerse los unos a los otros; la fe fue remplazada por las obras y el ritualismo de guardar los días, los meses, los tiempos y los años, y por último perdieron la preciosa libertad en Cristo, con el gozo que la acompañaba. En fin, como para partirle el alma al apóstol Pablo, que con tanto amor y sacrificio se había prodigado para levantar esas iglesias.
Sin embargo, mostrando un temple digno del mayor elogio, aun cuando perplejo en cuanto a ellos, les escribe con mucho amor, y también con mucha claridad, para hacerles ver su error y traerlos otra vez al camino del Espíritu y de la verdad, del cual se habían desviado tan pronto. Y digamos de paso que, valiéndose de todo esto, el Espíritu Santo nos ha dado en esta epístola un cúmulo riquísimo de enseñanzas y verdades válidas para todas las iglesias de todos los tiempos.
Antes de pasar a analizarla en alguna medida, nos anticipamos a hacernos una pregunta.
¿Se recuperaron los gálatas de esta desviación tan lamentable, o siguieron una cuesta abajo sin retorno?
Felizmente podemos afirmar que sí – se recuperaron y quedaron firmes en la fe. Si bien no contamos con pormenores sobre esto, tenemos un versículo que lo da a entender con toda claridad.
“Y después de estar allí algún tiempo, salió, recorriendo por orden la región de Galacia y de Frigia, confirmando a todos los discípulos.” (Los Hechos 18: 23)
Esta cita, que marca el comienzo del tercer viaje misionero de Pablo, con ser muy escueta, nos deja sin ninguna duda al respecto. Gracias al Señor, con su carta, sus oraciones y dolores de parto para que Cristo fuese formado en ellos, y su visita o visitas a posteriori, este gran apóstol y luchador aguerrido logró restaurarlos, llevándolos a ese dichoso estado de estar confirmados en la fe.
También Los Hechos 16:4-6 nos da otro elemento de juicio que aporta sobre esto.
“Así que las iglesias eran confirmadas en la fe y aumentaban en número cada día.” (16:5)
Como el contexto de esto está en el versículo anterior, en que se nos dice que iban entregando la carta con el pronunciamiento del concilio de Jerusalén, podemos colegir razonablemente que la misma fue un arma eficaz, usada por el Señor para cimentarlos otra vez en la fe y la verdad.

El llamado (o llamamiento) a la gracia.­
Pasamos a la carta en sí.
“Estoy maravillado de que tan pronto os habéis alejado del que os llamó por la gracia de Cristo, para seguir un evangelio diferente.” (1:6)
“Por la gracia” también en otras versiones se traduce “a la gracia” o “en la gracia.”
De todos modos, cualquiera que sea la preposición precisa que corresponda, lo que resalta es que fue un llamado o llamamiento en el cual el elemento fundamental fue sin duda a la gracia de Cristo.
Esto suponía que en la bondad de Su amor y sacrificio había una provisión completa y absoluta. Para responder a ese llamado sólo habían tenido que presentarse ante Él arrepentidos por sus pecados, y recibir con fe sencilla pero real, todo el bien de un perdón completo y una nueva vida, con sus nuevos y vastos horizontes celestiales y eternos.
Bien podemos imaginar a los judaizantes presentarse ante ellos con astucia, aprobando en primer lugar todo lo que habían recibido en un principio, algo que los mensajeros falsos suelen hacer para ganarse la confianza. Después, pasarían poco a poco a manifestarles que, sin embargo, eso no ea del todo suficiente – que había más que tenían que hacer. Y pasando a mostrarles pasajes del pentateuco sobre la circuncisión y la ley, les transmitieron la necesidad de cumplir con todo ello, circuncidándose y guardando todos los mandamientos.
Aun cuando posiblemente inconscientes de ello, estos judaizantes eran en realidad emisarios de confusión y el más craso error, tergiversando las cosas y pervirtiendo las mismas bases del evangelio puro de Cristo. Como figura en el subtítulo de este escrito, traían falacias y novedades ficticias.
También podemos imaginar la forma en que los nuevos creyentes gálatas, con su poca experiencia, llegaron a caer en la trampa, razonando con sus mentes naturales de la forma más cándida – algo así:
“Ya nos parecía que era demasiado bueno y fácil – no tener que hacer nada – que todo ya está hecho. Ahora nos damos cuenta que algo debemos hacer también nosotros, para reunir algún mérito y así ser dignos de la salvación y el favor de Dios.”
Y así aceptaron ese horrible yugo – esa carga imposible de llevar. Y con ello se les fue el gozo de la nueva vida, y perdieron la preciosa libertad que habían recibido, saliéndose de la esfera del amor para entrar en un legalismo esclavizante, que – de continuar indefinidamente en él – habría acabado por estrangular la vida espiritual que habían recibido en Cristo Jesús.
La epístola contiene los muchos argumentos, desde luego muy sustanciosos y de mucho peso, con los cuales Pablo rebate totalmente esa enseñanza tan pervertida y nefasta. No es nuestro fin examinar cada uno de ellos en detalle, pues sería tratar muchos temas, cada uno muy extenso en sí. Además, damos por sentado que en la actualidad, no hace falta insistir clasificando de forma minuciosa los errores de esa postura judaizante, tal como se la presentó en ese entonces. Entendemos que en general, esa estratagema del enemigo, por lo menos en la expresión de aquella época, está muy pasada de moda y prácticamente, con alguna muy pequeña excepción, no presenta ningún problema hoy día.
De modo que lo único que puntualizamos en este sentido, y que basta para definir las cosas, es el contenido del último versículo del capítulo segundo.
“No desecho la gracia de Dios, pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo.”
Mirando las cosas con una actitud bondadosa y más bien ingenua, se podría pensar que la enseñanza de los judaizantes era meramente un error de criterio, disculpable si se quiere, en razón de sus buenas intenciones. Pero aun de ser así, estas últimas no bastan. En las cosas eternas ni la buena intención, ni la sinceridad – que en el budismo y en el hinduísmo por ejemplo también las hay! -sino que ambas deben ir de la mano de la verdad divina, revelada en las Sagradas Escrituras con la iluminación de su autor, el Espíritu de Verdad, como lo llamó el Señor Jesús.
Mucho más allá de lo que parece un mero error de gente bien intencionada, vemos por este versículo el horrible veneno que había en todo eso. Por un lado, significaba despreciar la gracia de Dios, desechándola como algo sin valor. Por el otro, suponía al mismo tiempo restar toda razón de ser al sacrificio inmenso y sublime de Cristo en el Calvario, como algo inútil y sin sentido, ya que circuncidándose y – supuestamente -guardando la ley, se bastaban a sí mismos y no lo necesitaban para nada.
Ni más ni menos, constituía una ofensa insultante y altanera para con el amor divino, revelado con tanta gracia y sabiduría en la obra redentora, consumada y perfecta, de nuestro bendito Señor Jesucristo.
Como ya hemos visto, el resultado de esta levadura de los judaizantes había sido desviarlos y alejarlos del sendero de la gracia, la fe, el amor y el Espíritu.
Como ya hemos señalado anteriormente, esta particular levadura de los judaizantes de circuncidarse y guardar la ley, con alguna que otra minúscula excepción, no es algo que esté de modo ni afecte a las iglesias en la actualidad. Sin embargo, debe decirse que por cierto hay otras, no idénticas pero de la misma rama general, y que en ciertos círculos – más bien minúsculos como dijimos – está bastante de moda.
Además, no sólo en los tiempos en que vivimos, sino también en toda la historia, han ido apareciendo múltiples levaduras y “agregados” para supuestamente completar y perfeccionar la fe cristiana. Los mismos, aunque muy diversos y variados, siempre se han caracterizado por producir dos efectos sumamente perniciosos.
1) Dar origen a enconadas polémicas entre el pueblo de Dios, tendientes a traer desconcierto y división. 2) Volverse en el foco de atención, para desviar la mirada y el enfoque de las cosas fundamentales y que realmente interesan y edifican.
Muchas modas y tendencias de esta índole están circulando hoy día. Por buen gusto y con el ánimo de evitar controversias estériles, nos abstenemos de nombrarlas y comentarlas.
En cambio, tomamos tres versículos, dos de ellos en el libro de Gálatas y uno de 1a. Corintios. En ellos, con la inspiración tan certera de lo alto, Pablo da cada vez en el clavo, señalando que el tema polémico de entonces
– si la circuncisión o incircuncisión – no tenía ninguna importancia en sí, después de lo cual puntualiza en vez algo que tiene valor fundamental e insustituible.
Veamos brevemente estas tres citas:
1) La fe que obra por el amor

“Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión ni la incircuncisión vale algo, sino la fe que obra por el amor.” (Gálatas 5:6)
Lo que aquí se nos dice con toda claridad, es que ese tema que estaba preocupando e inquietando tanto a los gálatas no era en realidad de ninguna importancia. El haber sido circuncidados o no haberlo sido, no era lo que a ellos los iba a hace más espirituales o aptos para el reino de Dios.
En cambio, lo que pesaba y sigue pesando hasta el día de hoy es la fe, impulsada por el amor. Ya anteriormente, en el capítulo tercero, les había recordado que en el principio habían recibido el Espíritu al oír la palabra de Dios, y responder a ella por la fe. (3:2) Asimismo que el obrar divino entre ellos, tanto suministrando el Espíritu como haciendo milagros y maravillas, era en base al mismo principio y no a las obras de la ley. (3:5)
En el orden actual de Dios para el ser humando, la fe en Él y Su palabra son absolutamente imprescindibles. Con ella se da un giro contrario de 180 grados en cuanto a la incredulidad, la madre de todo pecado, en que Adán y Eva incurrieron al aceptar y asimilar la ponzoñoza voz de la serpiente, la cual les decía que Dios no les estaba diciendo la verdad, sino que los estaba engañando.
Cuando realmente vivimos y nos movemos en la fe, invirtiéndola en la palabra viva de Dios para nosotros, estamos tácitamente haciendo mucho más que creer de veras en la palabra divina. Estamos claramente dando a entender que no estamos fincando nuestra confianza en nosotros mismos, ni en nuestros recursos ni bagaje de experiencia. Por el otro, denotamos que nuestra fe no se está apoyando en nuestros familiares, amigos dilectos ni en nuestros hermanos en Cristo, por más excelentes personas que ellos pudiesen ser. Y por supuesto, que nuestra mirada no está en el mundo, ni en su sistema económico, político o social, y mucho menos, desde luego, en Satanás y sus colaboradores.
En suma, que excluimos todas las demás posibles fuentes de socorro y suministro, aunque de algunas el Señor pueda valerse para ayudarnos y bendecirnos, como nuestros familiares, hermanos o amigos. Y así, al fincar nuestra fe y esperanza solamente en El, lo honramos y agradamos, y recíprocamente Él siempre honra esa fe, y corresponde a ella con las respuestas necesarias, dentro de Su voluntad para nuestras vidas.
Se sobreentiende que la fe no es algo automático, mecánico, ni mucho menos fanático. Procediendo de esa forma, se podría tomar al pie de la letra Lucas 17: 6 para decirle a cuanto sicómoro que se viese que se desarraigue y se plante en el mar. Al hacerlo, de hecho fundaríamos la secta de los arranca sicómoros, y los ecologistas no tardarían en pronunciarla enemiga declarada, y a todos sus miembros dignos de prisión perpetua, o aun de la pena de muerte!
Por el contrario, como queda expresado en el versículo bajo revista, tiene como fuerza motriz que lo impulsa el verdadero amor, que es siempre un sello inconfundible de lo que viene de lo alto. Ese amor a nuestros hermanos que están padeciendo dolores o pasando necesidades, nos motiva a orar y obrar con fe en su favor delante del Dios de amor, al cual también amamos en virtud de Su amor, derramado en nuestros corazones.
Y todo esto libera el obrar de Dios en vuestras vidas y en las de nuestros hermanos, y constituye así una fuerza vital insustituible en nuestra vivencia diaria. Por el contrario, la circuncisión o la incircuncisión, y cualquiera de sus versiones en la actualidad, nada aportan, y si permitimos que nos inquieten u obsesionen, sólo será para engendrar polémicas, enfrentamientos, y males aun mucho mayores.
La nueva creación.­

“Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale nada, ni la incircuncisión, sino una nueva creación.” (Gálatas 6:15)
Aquí tenemos otra vez algo básico e indispensable: el ser una nueva creación en Cristo Jesús.
En comparación con esto, qué absurdo y falto de criterio es hacer un gran tema de lo otro! -algo superficial y completamente inocuo a los fines del Espíritu y la eternidad, como lo es el ritual externo de la circuncisión o la falta de ella.
Si hemos nacido de nuevo, estamos de veras en Cristo Jesús, y en Él, andando en fe, en obediencia y en el Espíritu, lo tenemos todo. Sin esto – con o sin la circuncisión o lo que fuere – en realidad no tenemos ni somos nada.
Centrarnos en esa verdad cardinal – la de la nueva creación o el renacimiento en Cristo Jesús – eso es lo que verdaderamente interesa. Saber que estamos bien basados en ese sentido, y llevar a otros a ese lugar dichoso y privilegiado, debe ser nuestra inquietud prioritaria. No un cambio de actitud en la vida, ni un parche ni un remiendo, ni meramente un cambio de rumbo – algo mucho más real y profundo: ser una nueva creación en Cristo Jesús, es decir ser renacidos de lo alto por el poder del Espíritu Santo,
Y en el versículo siguiente Pablo lo corrobora con estas palabras:
“Y a todos los que anden conforme a esta regla, paz y misericordia sea a ellos y al Israel de Dios.” (6:16)
En otras palabras, dejar de lado lo conflictivo, estéril o improductivo de la circuncisión o falta de ella – y todo lo accesorio que inquiete, separa y divide. Y en lugar de ello, a dejarse regir por esta normativa fundamental, que ella nos procurará la paz y misericordia, identificando esto con lo que señala al verdadero Israel de Dios – el espiritual que ha entrado en esta gloria, posibilitada por la muerte y resurrección de Cristo, el Mesías enviado del cielo.

Los mandamientos de Dios resumidos en el amor.
3) “La circuncisión nada es, y la incircuncisión nada es, sino el guardar los mandamientos de Dios. “ (1a.Corintios 7:19)
Este versículo, como se ve, no es de la epístola a los Gálatas Es muy posible que, tanto a Corinto como a otros lugares, hayan llegado por lo menos algunos ecos de la enseñanza de los judaizantes sobre la circuncisión, o bien que Pablo se adelanta a esta posibilidad.
De todos modos, aquí vuelve a tomar algo básico e imprescindible para contrastarlo con la circuncisión o la falta de ella, haciendo hincapié en que esto último no tiene ninguna importancia ni valor.
En esta tercera ocasión lo que toma como muy importante son los mandamientos de Dios. Claro está que no se está refiriendo a la parte ritual
o ceremonial de la ley mosaica y el sacerdocio levítico, que como sabemos han quedado abrogados a causa de su debilidad e ineficacia. (Hebreos 7:18)
En cambio, se está refiriendo a la ley moral, la cual Jesús nos enseñó que está perfectamente englobada en los dos más grandes mandamientos: el de amar al Señor nuestro Dios por encima de todo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. (Mateo 22:36-40)
Esta misma verdad fue recogida por Pablo y reflejada con matices ligeramente distintos en varios de sus escritos. Y por supuesto que el Señor Jesús también nos ha dado el nuevo mandamiento de amarnos entre hermanos los unos a los otros, así como Él nos ha amado.
Este último, por su parte lo ha recogido el apóstol Juan en su primera epístola, con el agregado de que quien lo hace permanece en la luz y no tropieza, mientras que el que aborrece a su hermano está todavía en tinieblas (1a. Juan 2: 8-10)
El reino de Dios en realidad se rige por la ley del amor. Huelga decir que este amor es muy diferente del amor humano, que a menudo puede ser sensiblero, egoísta o no acorde con la verdad.
Cuando nacemos de lo alto, en efecto nacemos del amor divino, y el mismo nos permite conocer de forma real al Dios de amor. (1a. Juan 4:7)
Asimismo, cuando amamos con ese amor puro y celestial, permanecemos en Dios, y Él en nosotros. ( 1a. Juan 4:16)
Cuánto encanto y riqueza hay en esto!
La claridad de visión, la paz, la libertad interior, la íntima satisfacción de estar en Su perfecta voluntad, el testimonio elocuente del Espíritu en nuestro espíritu – todo eso y mucho más, que brota de esa fuente bendita y dichosa: morar y permanecer en el amor y en EL GRAN DIOS DE AMOR.
Con razón que el enemigo declarado de nuestras almas, busca a toda costa sacarnos de esa esfera! Él sabe muy bien que mientras permanecemos en ella somos intocables para él, lo tenemos todo a nuestra disposición y somos de verdad útiles y fructíferos en el servicio del Señor.
Por eso, trabajando con la mayor astucia, día y noche y con dientes y uñas, lucha contra los hijos de Dios buscando introducir toda suerte de malentendidos, moda nueva que engendra controversia y confusión, y mil armas más, todas ellas con el mismo fin: hacernos salir del terreno del puro amor y entrar en el opuesto, que es, claro está, el que le pertenece a él.
Qué fácil resulta a menudo enredarse en una polémica – querer demostrar la razón que tenemos en cuanto a esto, lo otro o lo de más allá! Y tal vez nos salgamos con la nuestra, probando que estamos en lo cierto y los demás están equivocados. Pero a menudo insensiblemente nos habremos salido de órbita. Y aun con haber ganado en la disputa, habremos perdido esa dicha inefable de morar en el amor, para entrar en en vez en cosas como la turbación, el desasosiego y con frecuencia en cosas peores.
Desde luego que en determinadas situaciones se hace necesario aclarar y definir bien las cosas, y esto se ha de hacer con altura, paz, firmeza cuando quepa, y sobre todo movidos por el amor. No obstante, nos referimos a muchos otros casos en que no es asunto de vida o muerte, y si somos y estamos sensibles a la voz del Espíritu en nuestro fuero interno, Él nos dirá algo así:
“Honra es del hombre dejar la contienda, Mas todo insensato se envolverá en ella.” (Proverbios 20: 3) Cuánto mejor dejarlo de lado, esperando que el Señor lo resuelva a Su tiempo, y así quedarnos bien dentro de nuestro hogar y refugio del amor!
Éste es un aspecto básico y elemental de la vida cristiana: permanecer en la esfera del amor, con todos sus benditos beneficios, ya sea directos o derivados de la misma. Muchos en procura de cosas “más adelantadas” lo descuidan, e inconscientemente van entrando en un cristianismo falto de ese ingrediente fundamental. En su lugar podrá haber mucha apariencia de sabiduría, visión más amplia o “avanzada” pero no olvidemos lo que se nos dice con tanto hincapié y claridad en 1a. Corintios 13: 3:
“Si no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe.”

“ Si…no tengo amor, nada soy”
“ -si no tengo amor, de nada me sirve.”
Se ha dicho, y con mucha razón, que sólo podemos ser de real provecho y bendición para otros en la medida en que los amamos de verdad.
Que todo esto nos sirva de estímulo para vivir cada día en el genuino amor, como hijos del amor y de nuestro gran Padre de Amor. Así estaremos totalmente ajenos a las amarguras, odios, rencores y demás cosas del reino de las tinieblas, como dichosos abanderados de la luz, la verdad y el amor.
Interrumpimos aquí para continuar en la segunda parte. FIN