SAMUEL EL GRAN RESTAURADOR

 

Novena parte

 

Consideraciones generales

 

Al seguir trazando la analogía de las ciudades que fueron restituidas a Israel, como representando los valores que el creyente individualmente y la iglesia de forma conjunta deben recuperar, se nos presenta  una reflexión que tal vez se ha estado ya cruzando por la mente de algún lector u oyente…

A esta altura de la civilización y el progreso, con toda su tecnología moderna: el ordenador, el teléfono móvil con sus múltiples aplicaciones, el correo electrónico, la economía global y tantas cosas más que hasta hace no mucho eran prácticamente desconocidas,; sí, en esto días en que, con tanto cambio, la perspectiva y el enfoque de la vida y el mundo entero se han hecho tan distintos; en estos días, decimos, hablar de unas ciudades que recuperó Israel hace ya muchos siglos, y delinear un simbolismo que  tenga vigencia y aplicación práctica en la vida cristiana de hoy día, en los albores nada menos que del siglo XXI…

Pensándolo fríamente, parece tan desubicado, tan fuera del compás y de la tónica de lo que es la vida actual, como algo de otra época y de un mundo muy diferente que nada tiene que ver con el actual.

No cabe duda de que tantos adelantos tecnológicos han traído grandes beneficios, que incluso se están aprovechando para la propagación del evangelio y para buena parte de la labor de la iglesia para el reino de Dios.

Pero no es menos cierto que todo esto también ha traído aparejada una óptica y una forma de vida altamente estructuradas, sobre criterios mecanizados, y a menudo muy comercializados, que han invadido muchas esferas, aun de la misma iglesia de Cristo, sobre todo en la parte más próspera de Occidente.

Nos resulta evidente que esta invasión ha sido sumamente perjudicial, y nos tememos que esto casi seguirá en aumento, en desmedro de esa sencillez y claridad en la visión que son tan propias del auténtico Espíritu de Cristo.

En lugar de esto último, se han ido perfilando sistemas, estrategias y formas de hacer las cosas que son muy “avanzadas” y para las cuales han surgido paralelamente términos y vocablos muy propios de la época actual, cuya tecnología está en continuo avance.

Sin entrar en controversias ni puntualizar tampoco más concretamente estas formas, sí hemos de recalcar algo que para el que ha alcanzado verdadera madurez y discernimiento, resulta clarísimo e indiscutible: que esa frescura y fragancia de lo que viene genuinamente de lo alto, de ese soplo vivificante del Espíritu Santo, inconfundible para quien lo ha vivido y lo conoce, tristemente ya no está en ese mundo nuevo que se ha ido creando dentro de muchas parets de la iglesia moderna.

Y paralelamente con esa ausencia se nota la pérdida de valores sustanciales, como el genuino gozo del Señor, la comunión fraternal entrañable, el esperar quedamente en Dios en vez de presentarle nuestra planificación para que la bendiga, y muchos otros valores espirituales que son totalmente ajenos a lo que se mueve y se hace actualmente: estadísticas, valores numéricos y materiales, y esquemas,  proyectos y metas concebidos por la mente humana.

Ahora bien, en los tiempos de Samuel, al devolver los filisteos el arca de Israel, la cargaron en un carro nuevo  (1ª. Samuel 6:7) construido especialmente para ese fin. Nos resulta muy significativo que, aun posteriormente, en tiempos de David, al intentar traer el arca a su lugar, los israelitas copiaron a los filisteos, poniéndola sobre un carro nuevo. (1ª Samuel 6: 3)

Esto era totalmente contrario a lo dispuesto por el Señor. En efecto, en Deuteronomio 10:8 y Números capítulo 4, vemos que los levitas de la familia de Coat debían llevarla sobre sus hombros, además de todos los utensilios del santuario.

Más tarde, advertidos del error cometido, lo corrigieron haciéndola traer sobre los hombro de los levitas (Ver 1a. Crónicas 15:2 y 12:15) Pero esa primera vez  el resultado fue fracaso, muerte, tristeza y temor. (Ver 2a. Samuel 6:7-10)

Aunque todo esto sucedió hace muchos siglos, y las circunstancias  parecen ser muy diferentes, hay unas claras coincidencias de fondo que no se nos deben pasar desapercibidas. En efecto, algo moderno, nuevo y que ahorra esfuerzo y trabajo, y si el mundo lo hace así ¿por qué no hemos de aprovecharlo nosotros  también?

Muy plausible y razonable en apariencia, pero la verdad es que en el corazón de Dios no está, ni ha estado nunca, hacer funcionar Sus designios espirituales y eternos a través de objetos inanimados, por más ingeniosos y avanzados que sean. Ya en el Antiguo Testamento,  en Su trato con Israel , Él siempre quiso estar en medio de Su pueblo, y que el arca del pacto, que representaba entre otras cosas Su presencia en medio de ellos,  como ya dijimos, fuese llevada sobre los hombros de Sus siervos,  aunque esto les costase un esfuerzo – que el altísimo honor hacía que bien valiera la pena.    

En el Nuevo Testamento esto es todavía más marcado; estamos en la dispensación del Espíritu y de la gracia, en el tiempo en que a Dios se le adora en espíritu y verdad. (Juan 4:24 y Romanos 1: 9)

Desde luego que no debemos caer en la estrechez de resistir o rechazar el uso de los medios que la tecnología nos brinda. Por supuesto que  pueden y deben aprovecharse en todo lo que pueden aportar para la difusión del evangelio y todas las labores del Reino de Dios en general.

No obstante, al hacerlo debemos cuidarnos mucho de que no se nos infiltre  insensiblemente casi, un espíritu mecánico gobernado por los dictados del ordenador, del organigrama, y de las metas que se han trazado, u otras facetas de la metodología moderna, tan en boga en la actualidad en casi todas las esferas de la vida.

El hálito original, fresco y vivificante del Espíritu es incomparablemente superior a todo eso, y es, al final de cuentas, lo único que produce fruto verdadero y eterno. Así entonces, debemos velar celosamente por conservarlo, cuidándonos bien de todo lo que lo pudiera estorbar o apagar de una forma u otra.

Esa unción de lo alto, sagrada y santa, que es la gloria y la corona de un hijo y siervo de Dios, es algo que debemos atesorar con temor y temblor y no perderla ni renunciar a ella por nada del mundo.

Resumiendo lo dicho hasta ahora,  y relacionándolo con la reflexión planteada al comenzar este capítulo, hemos de decir con todo hincapié, que a pesar de las apariencias en sentido contrario, el paralelismo que estamos trazando entre las experiencias de Israel hace muchos siglos y las crisis de decaimiento espiritual de muchos cristianos e iglesias en la actualidad, tiene un fondo común muy práctico y real.

Y esto es por la sencilla pero poderosa razón – antigua pero bien conocida – de que la Biblia es la palabra inspirada y eterna de Dios, cuyas verdades, ya sea que estén de forma explícita o alegórica, siempre han sido y son de relevante vigencia y actualidad para el ser humano, no importa la época en que se viva o se haya vivido. Las circunstancias externas y las forma de hacer las cosas pueden cambiar y evolucionar constantemente, pero las causas de fondo siguen siendo las mismas a través de los siglos.

Y en el terreno de lo que estamos tratando, es decir la pérdida de los verdaderos valores que le dan vida y sólida consistencia a nuestra vida como cristianos, hijos de Dios por renacimiento, puntualizamos dos claramente señalados en la historia de Israel por las Escrituras, y que siguen apareciendo hasta el día de hoy aunque con matices exteriores distintos.

El primero – la idolatría – es tan elemental y sin embargo qué fácil resulta que nos suceda! Consiste en permitir que el desgano, el cansancio, el desánimo, nuestro ego o ambición carnal, o lo que fuere, poco a poco nos hagan perder el filo y la visión límpida y nuestro amor y esperanza empiecen a declinar.

Luego, en su lugar, inevitablemente entran otros amores o intereses que se vuelven en ídolos, y que hacen que la fidelidad y obediencia al Señor queden de lado, con la consiguiente pérdida de las ciudades que los “filisteos” espirituales nos arrebatan, así como le pasó a Israel tantas veces en su historia.

El segundo se relaciona con copiar el uso del carro nuevo de los filisteos, a lo cual ya nos hemos referido en parte, o bien pedir un rey “como tienen  todas las naciones.” (1a. Samuel 8: 5b)

En esencia, como ya hemos visto, lo del carro nuevo consiste en absorber métodos y procedimientos que en el mundo seglar se emplean con éxito, pensando que en la labor ministerial sucederá lo mismo. De hecho, supone, aunque a menudo inadvertidamente, dejar de lado el auténtico camino del Espíritu y de la dependencia absoluta del Señor y Su palabra, con los mismos tristes  resultados, aunque en un principio pueda haber una apariencia de éxito.

Aclaramos finalmente, para que no se nos considere un extremista anticuado, por así decirlo, que esos métodos, empleados con tino y sabiduría, por supuesto que pueden ser útiles y provechosos en la labor ministerial. No obstante, siempre que se cuide muy bien de no permitir que el emplearlos vaya inconscientemente erosionando lo que consideramos como totalmente imprescindible e insustituible – la inspiración del Espíritu y de la palabra de Dios que vive y permanece para siempre.

 

F I N