COSECHAS DEL EVANGELIO DE MARCOS

PRIMERA PARTE

El evangelio de Marcos es el más breve de los cuatro. Pero aun así encontramos que contiene un buen número de puntos, detalles y pormenores de interés que no figuran en los otros tres.

Marcos va directamente al grano diciendo en el primer versículo: “Principio del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios.”

 Es decir que no se detiene a probarlo o documentarlo – eso ya está hecho en Mateo y Lucas – así que lo afirma como algo que se da por sentado y como innegable – que Jesucristo es el Hijo de Dios, revestido tanto de deidad como de eternidad.

 Cuatro pescadores y Zebedeo, el padre de dos de ellos.(Marcos 1: 16: 20)

Andando a la orilla del mar Jesús fija la mirada primeramente en Simón y su hermano Andrés.

Sus palabras dirigidas a ellos – “Venid en pos de mí y haré que seáis pescadores de hombres” – llevaban el peso de Su gran autoridad y al mismo tiempo de su fuerte poder de atracción.

Dejar atrás, de forma casi instantánea, lo que era su oficio y el medio de ganarse la vida, para lanzarse a una aventura nueva en que todo iba a ser distinto, y en una dimensión mucho más elevada y totalmente imprevista .

A cuántos de nosotros nos ha ocurrido algo similar, por el solo hecho de que un día Jesús se nos cruzó en el camino con Su amor incomparable!

Nos maravillamos de eso, y a veces nos preguntamos qué habría sido de nuestras pequeñitas y pobres vidas, de no haber mediado ese encuentro, íntimo y vital, que cambió nuestro rumbo y destino de una manera tan radical e inesperada.

Avanzando Jesús ahora no mucha distancia, divisa a otros dos hermanos – Jacobo y Juan. Estos no estaban echando las redes, sino remendándolas en la barca.

A ellos también los llama y el resultado es el mismo. No se detienen a calcular si les conviene o no, sino que, sin vacilar dejan todo atrás para seguirle a Él.

Bendita sencillez de una respuesta de obediencia incondicional, y carente de todo cuestionamiento.

Pero nos podemos preguntar: ¿No supondría esto arruinarle el negocio a la familia, dejándolo al padre plantado y privado de sus dos hijos que le eran tan útiles y necesarios?

Aquí es donde Marcos nos da un detalle importante que no figura en Mateo ni en Lucas. “…dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros…”

Zebedeo no se quedó solo para llevar adelante la empresa, sino que contaba con jornaleros que le habrían hecho posible continuar sin mayores problemas.

Nos detenemos aquí para rendir un merecido tributo a Zebedeo. Cualquier otro en su lugar muy bien podía haber levantado la voz  y en tono acalorado preguntarle al Maestro:  “Un momento – ¿Qué haces? Te llevas a mis dos hijos sin contar conmigo para nada, ni te das cuenta de la falta que me hacen.”

No hay ningún indicio de que Zebedeo dijese ni siquiera pensase semejante cosa. Por el contrario, todo indica que lo aceptó de buen grado, a pesar del dolor natural de la separación.

Nos atrevemos a decir que algo en su fuero interno le haria saber que era un honor  para sus dos hijos – y por consiguiente para él también – que fuesen llamados a seguir a semejante Maestro y Señor.

Al mismo tiempo, podría sentir que sería una grave falta estorbar o contrariar los designios del Maestro.

Que el Señor nos dé a nosotros la gracia y la sabiduría de no querer retener para nosotros mismos a nuestros hijos, u otros seres queridos, cuando el Señor los llama a otros horizontes.

Aunque no se la menciona aquí, no queremos que se nos quede en el tintero una reflexión sobre la esposa de Zebedeo, cuyo nombre se desconoce.

Hay mujeres que por cierto son maravillosas, y mi querida difunta Sylvia por cierto que lo fue,  tanto para mí como para muchos más.-Pero hay también las que podríamos calificar de “de las otras”

Se nos ocurre que la mujer de Zebedeo era de esta otra categoría. Podemos ver en ella, la forma en que, con esa intensidad del amor a sus dos hijos, Jacobo y Juan, se  presenta ante el Maestro con la petición de que a Su lado se sienten ambos,  uno a la derecha y el otro a la izquierda.

Desde luego resultó una muestra de desconsideración para los otros apóstoles, Pedro, Andrés, Bartolomé, etc. 

  Pero además no sabía que a uno de los dos – el de la izquierda  – lo habría ubicado en el lugar de los cabritos! 

 Al venir el Señor en Su gloria y sentarse en Su trono de gracia, serán reunidos delante de él de todas las naciones y habrá de apartar los unos de los otros,  como el pastor aparta las ovejas de los cabritos. Esto se nos dice claramente en Mateo 25: 31-46, y ya sea Jacobo o Juan, quedaría como un cabrito destinado al fin horrible de los cabritos!

Bien lo dice el refrán – hay cariños que matan.

Nuestro cariño hacia los seres queridos, debe llevar el aplomo que procede de un sano discernimiento espiritual, para no caer en desatinos y desvaríos propios de la carne y el ego.

Vieron lo que nunca les fue contado.

En el pasaje que va del versículo 21 al 28, Marcos nos narra la expulsión de un espíritu inmundo del cual estaba poseído un hombre que se encontraba en la sinagoga.

Jesús lo echó fuera con sólo pronunciar – con su irresistible autoridad, desde luego – las palabras “Cállate y sal de él” (1:25)

En el subtítulo hemos puesto las palabras de Isaías 52:15, dado que son un cumplimiento de la misma.

En el Antiguo Testamento en realidad son muy escasas las alusiones a malos espíritus, y nunca se consigna siquiera una sola limpia y clara expulsión de uno de ellos.

Por cierto que operaban, pero lo hacían de tal forma que pasaba casi desapercibido, con esa malicia tan astuta de hacer cuanto daño les fuese posible, pero sin que se supiese de dónde venía.

Hoy día operan con la misma astucia infernal, aunque donde hay creyentes espirituales y llenos del Espíritu Santo, se los detecta y discierne y a menudo se los echa fuera también.

Este terreno es lo que comúnmente se conoce por liberación o exorcismo, y cabe señalar que al aparecer Jesús en escena, Su persona llena de luz impedía que se pudiesen esconder.

Las expulsiones de los mismos que hacía Jesús siempre eran muy notorias para los que se encontraban presentes, y sin que los mismos fueran personas de discernimiento espiritual muy agudo.

Por el contrario, todo indica que eran hombres y mujeres normales y corrientes, y en nada avezados en la materia. Sin embargo, ellos quedaban sin ninguna duda de que un demonio o mal espíritu había salido de alguno.

Acotamos esto porque en algunas ocasiones hemos estado presentes cuando alguien oró por alguno, y tras haberlo hecho, manifestó que había salido de él o ella uno o más malos espíritus.

Por nuestra parte diremos cándidamente que no pudimos detectar nada en ese sentido, por lo cual nos quedamos con un interrogante. ¿Se había tratado en realidad de una auténtica expulsión, o podía ser algo supuesto o imaginado?

Desde luego que sabemos bien que el obrar de demonios sigue en pleno auge en estos días, pero el punto que queremos recalcar es que cuando Jesús lo hacía era algo que resultaba notorio a todos los presentes.

El terreno del exorcismo es en realidad muy escabroso, y quien entre en él deberá hacerlo sabiendo bien  lo que hace y con la plena armadura de Dios.

Resulta de suma importancia que notemos que después de Su bautismo, Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto para enfrentarse con el diablo, al cual, loado sea Dios, venció en forma total.

Es decir que la batalla tuvo que ganarse primero en Su propia vida.

Esto señala un principio importante. Tristemente, algunos que son bisoños en la materia lo desconocen, y se atreven sin embargo a practicar la liberación, son serio peligro de correr la misma desdichada suerte que los siete hijos de Esceva, la cual se consigna como advertencia y para nuestro bien en Los Hechos 19: 13-16.

Hace un buen tiempo supimos de una campaña que unos jóvenes estaban realizando. Se encontraron con una joven que evidentemente estaba poseída por un  espíritu inmundo. Pidieron a un adulto que parecía experimentado  que orase por ella, pero al hacerlo la joven reaccionó violentamente derribándolo en tierra.

 Esto es algo que subraya la gran importancia de que nadie se introduzca en este terreno sin tener plena conciencia de que el Señor lo llama a hacerlo,  que sabe lo que hace, y que la batalla se ha ganado primero en su propia vida.

Finalmente, y para establecer la verdad bíblica, volvemos a señalar que el ministerio de la liberación sigue en pie hoy día, y que Jesús afirmó en el último capítulo del mismo libro de Marcos en que estamos ”Estas señales seguirán a los que creen. En mi nombre echarán fuera demonios.” (Marcos 16: 17 )

– – – – – – ( ) – – – – –

SEGUNDA PARTE

El ciego sanado en las afueras de Betsaida

Marcos es el único evangelio que narra este milagro, y no hay ninguna otra ocasión que se consigne en las Escrituras en que para sanar a alguien Jesús recurrió a do toques.

El relato contiene varios cosas de sumo interés. En primer lugar, desde luego que la necesidad de dos toques no refleja de ninguna manera una deficiencia por parte de Jesús – eso descartado de forma terminante.

Tampoco nos parece acertado pensar que debió ser por falta de fe o por haber pecado en la vida del ciego. Nos parece algo en lo cual no resulta provechoso hacer conjeturas, y es más sabio en cambio dejarlo para el más allá, cuando comprenderemos todo en plenitud.

Notemos, no obstante, el tierno amor de Jesús, demostrado al tomarlo de la mano, y salir de la aldea, caminando a su lado, con la lentitud propia del andar de un ciego.

En tercer término, merece varios comentarios la forma en que el Señor procedió.

“…escupiendo en sus ojos, le puso las manos encima y le peguntó si veía algo.” (8;23)

A la respuesta del ciego – “Veo los hombres como árboles, pero los veo que andan” bien podemos imaginar a uno de esos que tras orar por uno lo declaran sanado. “Mal dicho- tendrías que haberte declarado totalmente sanado.”

Como es sabido, en muchas partes se ha puesto de moda esto de declarar a un enfermo sanado inmediatamente después de haber orado por él.

No dudamos que en algún caso particular el Señor pueda mover a un siervo Suyo a hacerlo. Pero lo malo es que se repite casi indiscriminadamente, y en la mayoría de los casos la supuesta sanidad no se comprueba ni confirma a posteriori.

Esto es grave porque lo convierte a quien lo hace en un testigo falso de Dios, atestiguando que Él ha hecho algo que en realidad no ha hecho. (Ver 1a. Corintios 15: 15)

Pero además puede hacer mucho daño y poner en descrédito al genuino ministerio de sanidad.

En ese sentido tenemos presente el caso de una joven universitaria que estaba afectada de cáncer terminal en una zona al Norte de España. Un evangelista que estaba de visita oró por ella, y le exhortó a que declarase que había sido sanada por el Señor.

Por lo tanto ella pasó a decirles a sus condiscípulos    que Dios la había sanado, pero tristemente, al poco tiempo falleció, dejando el episodio una estela de descrédito e irresponsabilidad.

Volviendo atrás ahora a la forma en que procedió Jesús, si bien escupir  a alguien señala un fuerte agravio, por cierto que en este caso no fue así. 

La saliva pura, brotada de los labios de Jesús, era, por así decirlo, la palabra líquida de Él, el Verbo eterno de Dios, que llevaba en sí una virtud curativa.

¿En cuántas ocasiones usó este procedimiento?

En ninguna que sepamos, lo cual nos muestra que nunca repetía mecánicamente las cosas, porque en una oportunidad anterior había dado buen resultado. sino que se desenvolvía en la frescura diaria de la inspiración del Espíritu para cada cosa.

Aprendamos de Él!

El jovenzuelo que huyó desnudo.

Damos un salto grande hasta el capítulo catorce, que nos sitúa en la víspera de la crucifixión.

 “Entonces los discípulos, dejándole, huyeron. Pero cierto joven le seguía cubierto el cuerpo con una sábana; y le prendieron; más él, dejando la sábana, huyó desnudo.”(14: 50-52)

Tenemos aquí otro hecho que no aparece en ninguno de los otros evangelios. Dando otra vez rienda suelta a nuestra imaginación, podemos ver representado en esto a un joven bastante engreído, que se creía superior a los demás. Su razonamiento podría haber sido algo así.

“Yo sabía que el Maestro se había equivocado al elegir a Simón y los otros once. Mira cómo han huido como gallinas cobardes, dejándolo solo.”

“No sé cómo no llegó a fijarse en mí.”

Y queriendo probar la razón que pensaba tener, se pone a seguir al Señor en ese momento crucial, cubriéndose con una sábana – probablemente blanca – como muestra de que era más santo y mejor que los demás.

Mas ay! Qué crudo desengaño le sobrevino muy pronto! La gente que había venido para apresar a Jesús con palos y espadas intenta prenderle, y su reacción muestra a las claras que él no era por cierto el valiente que se pensaba. Soltando la sábana se echa a correr, y lo hace con la vergüenza de la desnudez.

No faltan casos de esa índole que sin tener un verdadero llamamiento del Señor, se creen tenerlo, y desprecian a los siervos que en realidad lo tienen, sobre todo cuando éstos están pasando por pruebas o situaciones difíciles.

No obstante, tarde o temprano Dios se encarga de poner las cosas en su debido lugar, honrando a los que Él ha  llamado, pero también permitiendo que los hechos den un rotundo mentís a quienes presuntuosamente se creen y afirman ser lo que en verdad no son.

El canto del gallo.-

A estas alturas el panorama era muy sombrío. En Lucas 22: 53b Jesús afirmó: “Mas ésta es nuestra hora, y la potestad de las tinieblas.”

Desde la caída de Adán y Eva en un principio, el género humano comenzó a lanzarse en una cuesta abajo muy pronunciada, internándose a ultranza en el mundo del pecado y el mal, y Satanás se erigió en el príncipe de este mundo, con todas sus horribles consecuencias.

Nuestro amado Señor Jesús tuvo que enfrentarse en carne viva con toda esa densa oscuridad, y como dijimos más arriba, la situación a esta altura era francamente sombría y desoladora.

El maligno debe haber pensado que las cosas se estaban desenvolviendo de manera muy favorable para él, y sus huestes infernales. Otra vez damos rienda suelta a nuestra imaginación. Tal vez pensaría y hablaría con sus secuaces  de esta forma.

“A este invasor que nos ha venido de arriba ya lo tenemos en total derrota. “De los doce compinches que se eligió, uno lo ha traicionado y vendido por unas miserables piezas de plata. Los otros once han huido como cobardes. Al número uno de ellos ya lo vamos a zarandear, y lo dejaremos fuera de combate.”

“Sólo falta que al cabecilla, enemigo No. 1, lo hagamos quitar de en medio y matar, y aquí no ha pasado nada!  La invasión habrá fracasado y seguiremos gobernando como siempre!”

Pero ahora pasamos a la triple negación de Pedro, que figura en los cuatro evangelios.

Para los que tenemos la dicha de dominar la lengua castellana, hay algo muy significativo en el canto del gallo que le siguió de inmediato. Ignoramos si en algún otro idioma el canto del gallo es un modismo con el mismo significado.

Lo cierto es que el Señor muy bien podría haber dispuesto otra cosa ante la negación de Pedro. Por ejemplo, que se desencadenase una tremenda ola de truenos por semejante negación y traición de Pedro, o dar alguna otra señal de su desaprobación e ira santa.

Pero no, optó por eso – el sencillo canto del gallo.

Con nuestro estilo particular, a veces reñido con lo serio y formal de las teologías clásicas, esbozamos lo que vemos en ese canto del gallo, como una respuesta a los razonamientos satánicos ya planteados.

“Tú te crees que has ganado la batalla, y que esta invasión celestial termina en derrota.”

“Pero que sepas que bien pronto aquí va a cantar otro gallo.  El enviado celestial que piensas hacer matar, enterrar y quitar de en medio para siempre, se va a levantar de la tumba triunfante y con todo poder y gloria.”

“Esos Suyos que huyeron, pasarán a ser unos valientes formidables, que con fuego santo habrán de ser una fuerza incendiaria arrolladora e incontenible.”

“Y tu reino, que tú te crees que seguirá en pie como siempre, se ha de desmoronar por completo, por la muerte y resurrección del glorioso Crucificado y Su preciosa sangre derramada.”

Cuánta gracia y cuán insondable sabiduría hay en nuestro Dios! Nadie cómo Él para trocar la noche más oscura en un amanecer de maravilloso esplendor; el trago más amargo en una copa dulce de bendición sin par; lo que parece una derrota irreversible, en un triunfo rotundo y glorioso; lo negro en blanco, lo negativo en positivo, y en fin, todo color de Dios y de Cristo, de amor, de luz y de verdad!

No importa el atolladero en que te puedas encontrar, amado lector. Inclínate importuno, fervoroso y persistente ante el incomparable Dios nuestro, y verás que para ti, y en tu vida, también empezará a cantar otro gallo!

Antes de finalizar amenizamos narrando algo que se nos contó hace unos años.

Había dos gallineros contiguos. En uno de ellos un gallo bastante tímido y apocado, y en el otro uno prepotente y agresivo.

Este último a diario saltaba el alambrado para atacar el otro, y lo dejaba bastante maltrecho.

El dueño, al percatarse de lo que estaba sucediendo, esperó que oscureciese, y sacó del gallinero al gallo débil, y en su lugar puso un feroz gallo de riña.

A la mañana siguiente el prepotente saltó el alambrado como de costumbre, pensando en volver a hacer de las suyas.  Pero para su gran sorpresa y asombro, se encontró con el gallo de riña, el cual salió prestamente a enfrentarlo, y le propinó una paliza tal que nunca más se atrevió a invadir el gallinero vecino.

Para la batalla en que estamos empeñados, Dios no ha puesto en nosotros un gallo de riña, sino al formidable León de la tribu de Judá.

 Permitiendo que Él gobierne en nuestra vida, con toda seguridad que seremos más que vencedores.

Pero aquí debemos poner una nota final de absoluta seriedad y sobriedad.

Ese gobierno de Él en nuestra vida no tiene nada que ver, ni remotamente, con lo que pueda oler a machismo o autosuficiencia.

Muy por el contrario, se trata de un espíritu tierno y sumiso para con el Maestro, esmerándonos en obedecerle en lo grande y lo pequeño, en lo que los demás ven y lo que no ven, y tanto en nuestro decir, como en el hacer y el pensar.

En suma, una vida humilde delante de Él, siguiendo tiernamente los dictados de nuestra conciencia en el camino de la santidad, el amor genuino y desinteresado, la luz y la verdad.

Y sobre todo, no buscando las loas de los demás sino la gloria de Dios y del Cordero, a Quienes debemos cuanto somos y tenemos.

F I N