SÉPTIMA PARTE

 

EXPERIENCIAS INOLVIDABLES

 

El ajedrez y el golf

 

“Vendré sobre ti como ladrón.-”

“Pues si no velas, vendré sobre ti como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti. (3:3b)

En esta advertencia el Señor añade una cuarta palabra, también de mucho peso: velar – es decir, estar bien despiertos, alertas y vigilantes, y nunca bajar la guardia ni descuidarse. De no hacerlo, y desatender el consejo del Maestro,

“…vendré sobre ti como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti.”

Hace un buen número de años, un siervo del Señor, sintiéndose a veces cansado y frustrado, y con un deseo de recrearse y expansionarse, empezó a practicar el golf.

Me apresuro a consignar, por un lado para mi vergüenza y en aras de la verdad, y por el otro como tributo a la gran paciencia y misericordia del Señor, que ese siervo era quien esto escribe

No lo hacía en un club donde las cuotas son muy elevadas, sino en un modesto campo municipal, a una tarifa mínima y usando unos palos prestados. Tampoco lo hacía en día de reunión ni cuando tenía un compromiso ministerial, pero notaba igualmente el resultado negativo que le producía. Esa noche se le turbaba el sueño y en su conciencia sabía que el Señor le estaba llamando la atención; eso a Él no le agradaba y no debía seguir haciéndolo.

Sin embargo, altercaba con Dios diciendo;

“Si a grandes siervos como Billy Graham y Paul Yongi Cho les permites que jueguen al golf y lo disfruten, ¿por qué no a mí, que soy tanto más pequeño que ellos?

Para colmo, antes le había pasado algo semejante con el ajedrez. Cuando joven le había gustado con pasión, jugando en pequeños torneos locales o regionales, y dedicándole horas y horas al estudio analítico de partidas de grandes maestros.

No obstante, más tarde comprendió que esto no podía seguir ocupando un lugar más importante en su vida y lo dejó por completo. Pero años después, visitando a un médico hermano en Cristo, éste le propuso la idea de jugar contra el ordenador que él poseía. No era de los más modernos  y avanzados que existen hoy día, que le ganan a los mejores jugadores del mundo. Jugando contra uno de los niveles más altos del ordenador del médico hermano, y echando mano de su experiencia pasada, pudo lograr una posición ventajosa y ganadora.

Esa noche pasó lo mismo que con el golf  – estuvo muy turbado, y en su mente hervía otra vez todo ese mundo de la tensión central de peones, el ubicar las piezas estratégicamente para la ruptura central, etc. etc. Hasta se preguntaba cuándo podría volver a jugar contra el ordenador para darle una buena paliza!

Era evidente que se le había despertado otra vez esa obsesión por el juego ciencia, y bien pronto comprendió que debía cortar por lo sano, pues de otra manera, eso le resultaría un gran impedimento para su dedicación a la oración, la palabra de Dios y el ministerio en general.

En consecuencia, a la noche siguiente hizo un voto ante el Señor, muy difícil para él, pero sabía que debía hacerlo: no volver a jugar una sola partida de ajedrez todo el resto de su vida.

Ese voto lo ha guardado hasta el día de hoy. Con todo, con la sola excepción – otra vez en aras de estricta verdad – de que una hija y nietita que sabían que antaño jugaba al ajedrez, le pidieron que jugase con ellas. Y como no comprenderían lo del voto, y dada la insignificancia de las partidas – con jugadoras menos todavía que principiantes, accedió a hacerlo.

Retomando el hilo después de esta aclaración, ahora, unos años más tarde  le estaba brotando una nueva obsesión – la del golf –  aunque, como ya dijimos, lo practicaba de una forma limitada y modesta.

El Señor conocía muy bien su carácter apasionado y obsesivo que no le permitía hacer cosas como ésa como un mero pasatiempo, sino que las vivía intensamente . Y después revivía los momentos en que una pelota se le había ido al lago, un “drive” que le había salido desviado, o bien como había embocado para su gran satisfacción un “putt” de cuatro o más metros de distancia.

Para otros eso podía resultar un recreo agradable y hasta necesario, pero para él era todo lo contrario – algo absorbente, casi esclavizante. Sabiéndolo muy bien y que iba a redundar en perjuicio espiritual en su vida, el Espíritu Santo le daba en su conciencia un claro testimonio de que eso no era para él y debía dejarlo.

Sin embargo, como ya dijimos, le costaba aceptarlo y trataba de razonar buscando argumentos para justificarse, como hacerlo en días en que no tenía ningún compromiso ministerial, y además sin demasiada asiduidad. Sin embargo, en su fuero interno seguía sintiendo falta de paz.

Por último, la cosa llegó a una crisis un Sábado a la mañana, cuando después del desayuno tomó los 4 o 5 palos que usaba y se puso en marcha hacia el campo municipal. En el camino, de pronto se percató de que se había olvidado las pelotas! Era como si un alpinista se olvidase las botas que lleva para escalar – tan increíble, y por cierto que no era ni es una persona olvidadiza ni distraída o despistada.

Después, mirando retrospectivamente las cosas, comprendió que era la última oportunidad que el Señor le daba para que volviese a casa y dejase de desobedecer.

Emprendió el regreso por cierto, pero tristemente no fue para abandonar su propósito, sino para tomar las pelotas y retomar el camino al campo de juego. Algo le decía al decidir hacerlo que debería asumir hasta las últimas consecuencias de su desobediencia. Pero persistió en seguir adelante, y esa mañana no le fue bien en ningún sentido.

Sin embargo, lo peor estaba por venir. Esa noche, en circunstancias casi inverosímiles, al abrir la puerta de su casa, tres jóvenes asaltantes, uno de ellos con una pistola en la mano, irrumpieron, derribándolo en el suelo, haciéndole sangrar  y dándole desde luego un susto y un “shock” tremendamente impresionante.  Nunca le había pasado semejante cosa en toda su vida.

Para abreviar, pues la anécdota se está haciendo bastante larga, los tres atracadores se marcharon sin llevarse nada en poco más de un par de minutos, al advertir que en la primera planta de la vivienda había otras personas y podían caer apresados.

El impacto fue tan fuere que el siervo del Señor quedó consternado y nervioso por unas buenas horas. Hasta el día de hoy se maravilla de que no le ha dejado secuelas, y su corazón, a diferencia de lo normal en personas de edad avanzada, no es arrítmico.

La reacción, al marcharse los asaltantes  fue reconocer en diálogo con su esposa, que era la mano de Dios para darle un fuerte y merecido castigo y llamado de atención por su obstinación en desobedecer.

Para algunos podrá parecer extraño  y extremo pensar en un trato  tan severo  por parte de un Dios de amor –  un caso extravagante y exagerado, no fácil de asimilar o comprender.

Sin embargo, cuando la mano divina se ha posado sobre una vida para otorgarle una sagrada vocación, el Dios celoso de lo que es Suyo no ha de permitir así como así que uno le traicione, hipotecándose con estorbos e impedimentos.

Para mayor abundamiento, en más de una oportunidad el siervo que nos ocupa le había rogado encarecidamente al Señor que al menor asomo de que se estuviera desviando de la senda de la consagración total, se lo hiciera saber de inmediato y con toda claridad. Y todavía agregó que en caso de que no se diese por enterado, lo castigase fuertemente si fuera necesario, con tal de mantenerlo en el camino recto y absoluto, sin desviarse a diestra ni a siniestra.

Como podemos ver, en esa coyuntura, su petición fue contestada al pie de la letra!

Pero debemos agregar una parte final para tener el cuadro completo. Esa experiencia fue tan traumatizante que lo llevó por la vía del temor a dejar el golf.

No obstante, en su interior seguía teniendo una fuerte afición, y al pasar en sus viajes por otras tierras cerca de un campo de golf y ver a varios jugadores completar un hoyo cerca de un “green” de un magnífico verde esmeralda y liso como un billar, le brotaba una exclamación:-

“Qué suerte tienen – ojalá yo pudiera jugar como ellos.”

Unos cuantos meses más tarde tuvo una experiencia inesperada. Estando en oración y poniéndose en las manos del Señor para una nueva etapa ministerial que iba a comenzar, tuvo una visión en la que veía el rostro del Señor Jesucristo. Lo extraño era que lo veía totalmente inatractivo, y al inquirir, profundamente alarmado, sobre que podría significar eso que estaba viendo, bien pronto le vino la respuesta en su corazón: así  habría de terminar él, viéndolo al Señor Jesús a quien tanto amaba, como a una persona totalmente falta de atracción, debido a la obsesión del golf.

Aún hoy día, después de tantos años, al consignar este relato, me conmuevo y me brotan las lágrimas de que semejante cosa pudiera acontecer.

Pero gracias a Dios, en ese momento el golf  murió para siempre en su corazón. Y desde entonces no ha tenido el menor deseo de volver a  practicarlo. 

Esto nos muestra que el castigo y el temor que nos infunde, con ser buenos correctivos, nunca alcanzan la contundente eficacia de la gracia del Espíritu operando en nuestro fuero interno. Esa gracia se desenvuelve a menudo en función de la belleza y el encanto del Señor Jesucristo, el de “la gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y verdad,” como se nos dice en San Juan 1; 14.

Y eso, a los que lo aman de verdad, les llega y les toca en las fibras más intimas del corazón. y más que ninguna otra cosa.

Como vemos, a ese siervo que no velaba ni atendía debidamente al testimonio  que el Espíritu le estaba dando en la conciencia, le vino súbitamente el ladrón, sin que él supiese a qué hora le iba a suceder. Afortunadamente, esto le sirvió de fuerte escarmiento y pudo recuperarse plenamente y hasta el día de hoy sigue con pie firme en el camino.

Por cierto que este paréntesis no ha sido breve, pero creemos que bien vale la pena haberlo incluido, por lo mucho que nos enseña en cuanto al carácter de Dios y Su celo por lo que es Suyo, y que no se debe hipotecar por nada del mundo.

F I N