EL CIELO ANTES Y DESPUÉS DE LA VENIDA DE CRISTO AL MUNDO

(Apocalipsis Capítulos 4 y 5)

PRIMERA PARTE

En la exposición de la palabra de Dios, ya sea de enseñanza para edificación, o de evangelización, los siervos de Dios a menudo decimos que el Cristo que anunciamos no es un Cristo histórico.

 Con eso queremos decir que no es un personaje del pasado, que pasó a la historia y no tiene ninguna relevancia en la actualidad.

 Eso  – que no es un personaje histórico –  es así por cierto, pero también es verdad que Jesucristo es un personaje histórico, en el sentido de que vivió , murió y resucitó, todo ello ampliamente atestiguado por la historia,

 Como sabemos, los historiadores, con raras excepciones, son en general, agnósticos, escépticos o bien abiertamente ateos.

 No obstante, en la clasificación de la historia por etapas, si bien distinguen varios grupos,  tales como historia, antigua, moderna y contemporánea, o bien de un país en particular, se han puesto de acuerdo en algo fundamental.

 En efecto, como es bien sabido, han dividido la historia en dos partes determinadas, a saber, antes de Cristo y después de Cristo.

 Con esto, tácita pero muy puntualmente, están reconociendo la total veracidad de Su venida al mundo, y el gran impacto que la misma ha causado en el mismo.

 Al mismo tiempo, los creyentes renacidos tenemos algo que responde claramente a esa división. Ese algo es que la pequeña historia de nuestras vidas consta de las dos mismas partes: antes de venir Cristo a nuestras vidas, y después de haberlo hecho.

Pero hay más: conocemos el adagio nunca segundas partes fueron buenas. Pues en nuestro caso queda abiertamente contradicho, ya que la segunda parte ha resultado inmensamente mejor que la primera!

Otro punto adicional. Recuerdo  lo que me contó un siervo del Señor en la Argentina, hace muchos años, a poco de mi conversión.

Me dijo que al testificar sobre la salvación en Cristo a una persona inconversa, ésta le contestó con mucha incredulidad, diciendo que no creía para nada en eso, ni que Jesucristo haya existido.

Con mcho ingenio, el siervo le preguntó cuál era la fecha que figuraba en el periódico que tenía en su mano. No recordamos con precisión cuál era, pero a los efectos de nuestro relato digamos que fue el 24 de Octubre de 1943. Seguidamente le preguntó: ¿1943 años desde qué evento?

Dando muestra de crasa ignorancia, el inconverso le contestó: “Desde que empezó el mundo” ! A lo cual el siervo le explicó, que no era así, sino que esa fecha databa desde la venida de Cristo al mundo, como algo bien sabido e incuestionable, y que cualquiera lo sabe.

Hasta los mismos periódicos, y los medios de comunicación en general, y cada vez que uno pone la fecha en una carta, aunque sea un ateo rabioso y furioso, todos están atestiguando lo que nosotros por nuestra parte. sabemos que fue un hecho histórico absolutamente verídico y totalmente comprobado.

Ahora entramos en materia al pasar a los dos capítulos del Apocalipsis citados en el título, que nos servirán de inspiración para extraer reflexiones y comentarios, los cuales confiamos que han de ser de edificación y provecho.

“Después de esto miré, y he aquí una puerta abierta en el cielo; y la primera voz que oí, como de trompeta, hablando conmigo, dijo: Sube acá, y yo te mostraré las cosas que sucederán después de éstas.” (Apocalipsis 4: 1)

Leyendo las epístolas de Juan nos encontramos con el espíritu pausado y sobrio de un hombre fogueado y avezado, firmemente arraigado en las verdades cardinales de la vida cristiana. Y tanto en su evangelio como en las epístolas, las expone y reitera con claridad, con el ánimo de fundamentar sólidamente a los fieles a quienes iban dirigidas

En este libro de Apocalipsis en que estamos, a su avanzada y venerable edad, lo vemos pasar a una dimensión muy distinta. Quien leyera los dos – el Apocalipsis por una parte, y los evangelios y las epístolas por la otra – sin saber el nombre del autor, pensaría que se trata de dos persona distintas – tan grande es el contraste.

El versículo citado lo muestra mirando y viendo una puerta abierta en el cielo. Esto, dicho sea de paso, en contraste con lo que sucede en el Antiguo Testamento, en el cual se habla de abrir las ventanas de los cielos (Malaquías 3: 10) Aquí de la puerta abierta, lo que nos da mucho que pensar.

En seguida Juan oye una voz como de trompeta que le insta a subir, que se le han de mostrar cosas muy importantes que han de suceder.

“Y al instante yo estaba en el Espíritu, y he aquí, un trono establecido en el cielo, y en el trono, uno sentado.” (4: 2)

Aquí se presentan, ordenada y escalonadamente, por lo menos tres cosas muy significativas y provechosas.

Se oye la voz que viene de lo alto de una forma u otra, y por cierto, sin que necesariamente sea como de trompeta ni mucho menos. Esa voz nos quiere llevar más alto, aunque no a alturas de altanería o de grandeza egocéntrica, sino de madurez y conocimiento del Señor y Sus insondables caminos.

De inmediato estamos en el Espíritu, y esto nos hace ver todo desde una perspectiva muy distinta: la celestial.

Con anterioridad, tal vez se estaban viendo los problemas que parecían insolubles, o se estaba muy consciente de la malicia del enemigo y su secuaces, haciendo de las suyas y causando estragos por doquier.

Pero ahora se ve un trono, firmísimamente establecido en el cielo, y en el mismo Uno sentado. Es el eterno Anciano de Días, que no se inmuta, no se altera, ni nada lo toma por sorpresa o desprevenido. Aunque es invisible, todos los demás seres de las regiones celestiales están muy conscientes de Su presencia, Su señorío, dominio y control absoluto.

Cómo necesitamos esas tres cosas: la voz que nos hace subir por encima de todo lo banal y carnal,  y que nos lleva de veras a estar en el Espíritu y a ver el Trono establecido!

Cuando se está auténticamente en el Espíritu, no con los ojos naturales, sino con los de la fe y del espíritu de uno mismo, se ve ese trono de la majestad en las alturas, con el Eterno Padre sentado, y con el Cordero a Su lado.

Éste es un ejemplo muy vívido y real que nos hace ver  la enorme virtud de lo que antecede. Se sube a lo alto, como se ha dicho, desde donde la perspectiva y la visión son muy distintas.

Cabe ilustrar aquí con lo que sucede cuando un avión levanta vuelo. Antes de eso, por la ley de la gravedad está estacionado en la pista del aeropuerto, pero al ponerse en funcionamiento sus potentes motores, comienza a operar algo más poderoso que supera a esa ley de la gravedad, y lo eleva hasta llegar a un cielo despejado, con el sol brillando en su plenitud.

Las nubes que se veían estando en tierra, a menudo grises o muy oscuras, todavía subsisten, pero con dos grandes diferencias. Ahora están debajo de nosotros, no encima, y – por lo menos ésta es la experiencia del autor – desde arriba se las ve blancas, no grises ni oscuras.

Huelga decir que esa blancura nos habla de que representan meras pruebas temporales, con el fin de purificar e irrigar nuestras vidas.

A continuación, en el texto se nos da una descripción del trono celestial y del que está sentado sobre él, descripción ésta que nos habla de la grandeza, majestad y gloria del mismo, valiéndose de la comparación con piedras preciosas y el arco iris.

Aun cuando aquí se lo describe de esa forma particular, nos hace pensar en el Anciano de días de Daniel 7: 9, que luce las canas dignísimas de su eterna ancianidad.

Lo decimos por lo que sigue: “Y alrededor del trono había veinticuatro tronos, y vi sentado a veinticuatro ancianos, vestidos de ropas blancas y con coronas de oro en sus cabezas.” (Apocalipsis 4: 4)

El Eterno Anciano de días se hace rodear por veinticuatro dignísimos ancianos que ostentan una dignidad derivada de Él mismo, tanto por las ropas blancas que visten, como por las coronas de oro en sus cabezas.

Es una prueba de la forma en que Dios valora la ancianidad alcanzada en el camino de la justicia. “Corona de honra es la vejez que se halla en el camino de justicia.” (Proverbios 16: 31)

Tampoco es el único caso que encontramos en las Escrituras. En efecto, en Números 11:16,  en una encrucijada crucial para Moisés, como respuesta a su gran clamor, el Señor le dijo: “Reúneme setenta varones de los ancianos de Israel, que tú sabes que son ancianos del pueblo.”

Esta predilección por los ancianos no es algo  que queremos presentar como una postura rígida, máxime teniendo en cuenta que por nuestra avanzada edad podríamos estar pecando de parcialidad!

Como contraste,  hemos de puntualizar que Jesús eligió como Sus primeros apóstoles a hombres jóvenes, a fin de formarlos para la importante tarea que les tenía asignada.

El autor también fue llamado por el Señor cuando muy joven  – a los 15 años de edad – pero desde entonces ha tenido que andar un largo camino de aprendizaje para llegar a su ancianidad actual, y en la cual sabe que todavía le queda bastante por aprender!

“Y delante del trono ardían siete lámparas de fuego, las cuales son los siete espíritus de Dios.”

Alguno ha tomado esto al pie de la letra, entendiendo que se trata literalmente de siete Espíritus de Dios. Hasta hemos oído que en base a ello, y al versículo 6 del capitulo 5, alguien sostenía que el ser divino consta de nueve, a saber, Padre, Hijo- y los siete espíritus de Dios.

Creemos que la interpretación más razonable y lógica está en comprender que el número 7 representa en las Escrituras algo completo y perfecto.

Así, tomando como referencia Isaías 11: 2, tenemos el siete en uno, a saber: “Y reposará sobre él el Espíritu de Jehová (1) espíritu de sabiduría (2) y de inteligencia 3) espíritu de consejo (4) y de poder (5) espíritu de conocimiento (6) y de temor de Jehová. (7)

 

Continuando : “Junto al trono y alrededor del trono cuatro seres vivientes” (Apocalipsis 4: 6b)

Contando los personajes que se mencionan, tenemos entonces un total de treinta, a saber: el que estaba sentado en el trono, los siete espíritus con los cuales se representa al Espíritu de Dios, los veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes.

No estamos afirmando que en el cielo sólo había treinta, sino que es el número a que se llega por lo que nos dice el pasaje. Esto nos sirve a los fines de la comparación que estamos trazando.

Es decir, que nos encontramos con la visión de un cielo de solemne honra y adoración al que está sentado en el trono y vive para siempre; un cielo con treinta personajes y del que no se nos dice que en él haya música ni melodía, Por último, en el cual lo que más impacta es la proclamación de la gran santidad – SANTO!  SANTO! SANTO! del Dios poderoso, el que era, es y ha de venir.

SEGUNDA PARTE

 

El cielo después de la venida de Cristo.-

 

Al comenzar el capítulo 5 vemos que hay en el cielo, por así decirlo, una situación de bloqueo.

El que estaba sentado en el trono, tenía en su mano derecha un libro escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos.

Evidentemente, el mismo revestía la mayor importancia, y un ángel pregonaba a viva voz: “¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos? (5:2)

La respuesta fue totalmente negativa: ni en el cielo, ni en la tierra, ni debajo de la tierra, había quién fuese digno de abrir el libro, ni siquiera de mirarlo.

Esto dio lugar a algo sorprendente, de lo cual no tenemos ninguna constancia en las Escrituras de que haya acaecido anteriormente en las regiones celestiales: un ser humano – un hombre – llorando y llorando a raudales!

¿Por qué lloraba?

Porque intuía que en ese libro y sus siete sellos, había cosas de fundamental importancia que tenían que suceder, y no había forma de enterarse de ellas.

Bien podemos imaginarnos a los ángeles, ancianos y seres vivientes, asombrados por eso que estaba aconteciendo. Allí abajo, en la tierra, eso era y sigue siendo actualmente algo muy común y corriente – hombres y mujeres llorando por sus aflicciones, dolores y quejas de toda índole. Pero en los cielos era algo increíble, que nunca habían presenciado antes.

Sin embargo, ese llorar a raudales de un hombre – el venerable anciano y apóstol Juan – fue lo que dio lugar a que se desbloquease esa situación tan particular.

En efecto: uno de los veinticuatro ancianos, seguramente motivado por una mirada o un gesto del que estaba sentado en el trono, se le acerca para darle la gratísima y maravillosa nueva.

“No llores. He aquí que el León de la tribu de Juda, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos.”(5:5)

En seguida aparece en el escenario la figura de este gran vencedor, descrito como “un Cordero como inmolado, que tenía siete cuernos y siete ojos, los cuales son los siete Espíritus de Dios, enviados por toda la tierra.” 5:6)

Llama la atención que se nos diga que este gran vencedor estuviese en medio del trono, en medio de los cuatro seres vivientes y en medio de los ancianos.

Dando rienda suelta a nuestra mente, que a veces es algo ocurrente, en nuestra prédica oral a veces lo hemos planteado así:

“Imaginemos a vuestro pastor. Si os dijese que está en medio de la plataforma, pero también en medio de los cantores y músicos agrupados en el ala izquierda, y además en medio de la congregación, ¿no diríais: Aclarémonos, por favor, ¿en cuál de los tres lugares está?

Casi está demás decir que en el contexto de la visión en que estamos, la interpretación cristalina y lógica es que el Cordero se encuentra en medio de todo.

Y esto no es ni más ni menos que la voluntad del Padre en cuanto a Su Hijo amado, el Cordero inmolado.

Qué Él esté en medio de toda nuestra vida y todo nuestro mundo!

Eso es lo que produjo el desbloqueo de la situación en aquella ocasión, y lo que lo vuelve a producir en cada situación semejante o parecida porque atraviesen Sus redimidos.

Casi diríamos que, no siempre, pero muy a menudo, ése es también el orden preciso en que se desenvuelven las cosas.

Primeramente el status quo de algo que parece insoluble, y a raíz de lo cual se vierten lágrimas, derramando el alma con súplicas y rogativas intensas y profundas.

Como resultado, el Cordero con los siete cuernos y los siete ojos del siete en uno – el Espíritu del Dios viviente – toma cartas en el asunto y aparece en medio de todo, para transformarlo y bendecirlo como Él solo sabe hacerlo.

A continuación, y tras aparecer en escena el Cordero, se produce una transformación maravillosa y gloriosa en las esferas celestiales.

“Y cuando hubo tomado el libro, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero; todos tenían arpas y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos; y cantaban un nuevo cántico, diciendo: Digno eres de tomar el libro y abrir sus sellos, porque tú fuiste inmolado y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje, y lengua y pueblo y nación, y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra.” (5: 8-10)

El cielo ahora se llena de melodía y de canción, que reflejan el inmenso reconocimiento y una profunda gratitud para con el bendito Cordero inmolado. Al precio de Su preciosísima sangre, ahora hay redención plena y además, el enorme privilegio de pasar a ser reyes y sacerdotes, y de compartir un digno y glorioso reinado sobre la tierra.

Como si esto fuera poco, nos encontramos con que ahora, ese cielo, del cual antes sólo se habían consignado treinta personajes, ahora está totalmente repleto, colmado de millones y millones de ángeles, y de la gran multitud que nadie puede contar de los redimidos “…de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas que están delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas.” (7:9)

Como vemos, un cielo asombrosamente transformado, saturado de música y canción nueva, brotada de tanta gracia y tanta gloria. Y el escaso número de treinta multiplicado hasta alcanzar cifras incontables, al punto que todo está completamente lleno, absolutamente repleto, y por así decirlo, no queda un solo hueco.

En ese escenario tan glorioso y bienaventurado, no cabe sino un gran tema que lo abarca todo, y que al mismo tiempo excluye todo otro tema: alabanza y gratitud sin par, y las loas más sinceras y profundas, al que está sentado en el trono, y al Cordero.

Sólo cabe preguntar, en cuanto a tanta maravilla, si el oyente o lector está plenamente seguro de que él también será uno de los muy privilegiados que integrarán ese coro multitudinario.

Así se evitará la irreparable desdicha de quedar excluido, y podrá unirse a la gozosa y bienaventurada multitud de los redimidos.

¿Cómo ponerse a cuentas?

Lo explicamos brevemente. Con corazón contrito y humillado, póstrese ante el Padre de gloria sentado en el trono y el Cordero. Arrepentido sinceramente por cada una de sus faltas y pecados, dígale que cree de todo corazón en la muerte del Cordero en el Calvario, y Su resurrección al tercer día, y que le recibe plenamente como Su Salvador y el Señor de su vida.

Ésa es la única forma – el único camino – prescripto con toda claridad en la santa palabra de Dios. Usted puede comprobarlo hoy mismo para su dicha y bienaventuranza eterna. Amén.

F I  N