Capítulo 15 –
Peldaños del discipulado.
La gentileza – Filipenses 4:5
El título de este capítulo no debe hacernos pensar en una
etiqueta rigurosa, con alardes, ni de una pulcritud puntillosa
y excesiva. En cambio, apunta a una conducta decorosa y de
buen gusto, con nada fingido ni artificial.
Empezamos en un nivel muy elemental, y otra vez
abordamos con detalles prácticos, los cuales marcan la
diferencia entre la buena educación y la falta de la misma.
Lo que no debe verse en un buen discípulo.-
Para algunos podrá sonar innecesario lo que hemos de
señalar a continuación, y algo que hasta puede resultar risible,
pero la experiencia nos ha enseñado, que nunca se puede dar
por sentado que todos lo saben y comprenden.
Y existe a veces una cierta timidez, cuando se trata de hablar
de forma concreta de estas cosas, quizá por la sana intención
de no herir susceptibilidades, ni la sensibilidad de nadie.
Aprovechamos la oportunidad de hacerlo por escrito aquí,
seguros de que podrá ser de provecho para algunos, sin que se
sientan aludidos en forma personal o directa.
No adelantarse a los demás, sino dejar que ellos pasen, suban
bajen, entren o salgan primero.
Sonarse reciamente la nariz a la mesa, en vez de darse vuelta y
disculparse para hacerlo afuera, y otras faltas de índole
parecida.
Descuidar su aseo personal. (Algo que no pocas veces se da es
el mal olor de las axilas, que habla de una falta, a veces
prolongada, de la debida higiene corporal.)
Llevarse el cuchillo a la boca al comer, en vez de usar la
cuchara o el tenedor.
Hablar al oído de otro en presencia de más personas. (Secretos
en reunión, falta de educación).
Tomar la palabra, interrumpiendo a otro que está hablando.
(Esto es algo que se ve con mucha frecuencia,aun en personas
que deberían saber bien que no es correcto.)
Hablar con unos en presencia de otros en un idioma
desconocido para estos últimos. Por ejemplo, hablar con uno en
inglés o en catalán, cuando hay otros que sólo saben el
castellano.
A la mesa, con la bebida, el pan o lo que sea, no servirse a sí
mismo primero, sino ofrecérselos o alcanzárcelos a otros,
recordando lo que el Señor Jesús nos enseñó en Lucas 14:7-11,
sobre todo las palabras finales:- “Porque cualquiera que se
enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.”
Afinando un poco más, añadimos a continuación varios
ejemplos prácticos de lo que supone una verdadera gentileza
en el comportamiento.
Hay un proverbio que dice:
“El crisol prueba la plata, y la hornaza el oro.”
“Y al hombre la boca del que lo alaba.”
Cuando uno es alabado por algo, puede reaccionar de
diferentes formas. Una de ellas es envanecerse, sintiéndose
ancho y complacido, dando muestras de ello por su semblante,
sonrisa o gestos.
Otra puede ser la de añadir comentarios a esa alabanza,
ampliando o agrandándola.
Se puede también guardar un discreto silencio, o bien
limitarse a decir “Gracias,”
Pero mejor aun, atendiendo a las palabras de Pablo en
Filipenses 2:4 “…no mirando cada uno por lo suyo propio, sino
cada cual por lo de los demás.”
O muy bien se puede, con tacto, restar importancia a las loas
recibidas, cambiar el tema de la conversación, e incluso
ponerse a expresar beneplácito por la intervención acertada o
los méritos de otra persona.
Así se saca la atención de uno mismo, y se enfoca en otro – es
decir, lo contrario del egocentrismo.
En su juventud, quien esto escribe tuvo el ejemplo de siervos
del Señor verdaderamente exquisitos en este sentido.
En particular hubo uno de ellos, que por su extrema
caballerosidad, y su espíritu cortés y abnegado, le dejó huellas
muy hondas.
Es quizá por ello, que en muchas ocasiones le ha resultado
chocante oír a otros siervos, buenos y bastante usados por el
Señor en no pocos casos, hablar y comentar mucho de sí
mismos, sus labores y sus logros.
Por cierto que en épocas tempranas y de inmadurez, se puede
ser muy propenso a las loas, halagos y auto alabanza, sobre
todo cuando se comienza a ver un cierto grado de bendición en
las labores de uno.
Por ello, se les deben inculcar al discípulo con todo hincapié
las palabras de Proverbios 27:2.
“Alábete el extraño y no tu propia boca; el ajeno y no los labios
tuyos.”
Las palabras del Señor – “…de la abundancia del corazón
habla la boca,” dan a entender que en casos como ésos, hay un
egocentrismo o un deleite en los méritos propios, que se
asemeja claramente a la vanidad.
Con todo, no queremos enjuiciarlos indebidamente, sino
desear que caigan en cuenta de lo mal que suena, y que sería
mucho mejor oírlos ponderar a otros y no a si mismos.
Como contraste muy edificante, tenemos el caso de un siervo
muy usado por el Señor. En sus clases de enseñanza, que en
verdad son muy vivas y amenas, en más de una oportunidad
ha dado muestras de muy buen gusto.
En ef efecto, al ilustrar con anécdotas – todas ellas muy
instructivas por cierto – aquéllas en que él fue el protagonista,
las que ha elegido casi siempre han sido para puntualizar
errores o defectos de su parte, que el Señor le ha ido
corrigiendo.
En cambio, al tratar de narraciones o ejemplos de otro
siervos, ha sido para subrayar sus aciertos y virtudes.
“Vuestra gentileza sea conocida por todos los hombres.”
Filipenses 4:5.
Que junto con todas las demás virtudes, sepamos cultivar
ésta, para ser verdaderos dechados de caballerosidad y buen
gusto – y desde luego, haciéndolo para el Señor – con toda
naturalidad, y no queriendo en absoluto hacer alarde ante los
demás.
Preguntas.-
1) ¿Siente que en su costumbres y conducta hay fallos que se
deberían corregir dentro del marco de este capítulo?
2) En caso afirmativo identifíquelos, y dispóngase a
corregirlos, pero buscando hacer las cosas con toda sencillez
de corazón, y sin llamar la atención de nadie.
3) ¿Cree que el Señor Jesús fue también un modelo también en
este terreno de la gentileza, o piensa que de algunas de las
cosas señaladas Él no se preocupaba?
Oración.-
Señor Jesús, gracias que en Tu conducta durante Tu vida en
este mundo, fuiste un modelo perfecto en todo sentido,
negándote a Ti mismo, y anteponiendo siempre la voluntad de
Dios y el bien de los demás.
Jamás podría imaginarte corriendo para ponerte primero en
la cola, o congratulándote a Ti mismo por Tu palabra ungida o
Tu intervención acertada.
En esto, y todo lo demás, te mostraste como lo que de verdad
eres: el Caballero del amor, la verdad y la bondad.
Me averguenzo de veras por las muchas veces que, en mi
hablar, he distado tanto de alcanzar Tu ejemplo admirable.
Profundamente humillado y a Tus pies de verdad, te pido que
con Tu infinita gracia y paciencia, me perdones y me enseñes
día a día, hora a hora, a ser un poco más como Tú. Amén.
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Tal vez el lector se pregunte por qué no ponemos “en el
Nombre de Cristo” al final de las oraciones.
Como sabemos, el hacerlo es algo muy corriente, y que casi se
da por sentado en todas las vertientes del Cuerpo de Cristo.
Desde luego que no está mal hacerlo, pero debemos tenerlo
muy claro, que el solo poner esas palabras no garantiza de
ninguna manera que la oración sea contestada.
Seguramente que tenemos que comprender que deben ir
acompañadas de fe, y encajar dentro de la voluntad del Señor.
Orar en el Nombre de Cristo podemos decir que equivale a
orar en Su persona, pues eso es lo que Su Nombre representa –
Su persona.
Al hacerlo así, lo haremos en la voluntad del Padre, con fe y
sin ninguna intención egoísta o carnal.
Debemos notar que en ninguna de sus dos grandes oraciones
en la epístola a los Efesios (cap. 1:15-23 y 3:14-21) el apóstol
Pablo termina diciendo “…en el Nombre de Cristo.”
Evidentemente las dos fueron hechas en la persona de Cristo,
con la inspiración del Espíritu y con los requisitos del párrafo
anterior, de manera que por cierto estaba en el espíritu de orar
verdaderamente en el Nombre de Cristo.
Por lo tanto, el agregar al final las meras palabras a tal efecto
resultaba totalmente innecesario.
F I N