Peldaños del Discipulado # Capítulo 20 # Solícitos en perseverar en la unidad, la oración y el ministerio.
Peldaños del Discipulado
Capítulo 20
Solícitos
en perseverar en la unidad, la oración y el ministerio.
“Todos éstos perseveraban unánimes en oración y ruego, con las
mujeres, y María la madre de Jesús, y con sus hermanos.”(Los
Hechos 1:14)
Éstas son otras dos buenas marcas del verdadero discípulo.
Empezamos por la primera.
Guardando la unidad.-
El guardar la unidad debe empezar, lógicamente, en su hogar
con su esposa e hijos si los tiene, y en la iglesia a la cual
pertenece.
Además, siempre sera bueno y saludable cultivar lazos
fraternales con sus hermanos de otras congregaciones de la
ciudad o de la zona. Sin embargo, habrá de cuidarse que esto
se haga sin que le absorba demasiado tiempo, para distraerlo
así de las tareas internas que le corresponden.
Igualmente, en el cultivo de esos lazos fraternales, no deberá
comprometerse a asistir a reuniones, retiros o convenciones de
otras iglesias, las cuales le hagan faltar a la suya, cuando en
realidad es importante que esté presente.
La unidad significa que no se albergan rencores, suspicacias
ni amargura contra nadie, sino que a todos los demás
hermanos y hermanas, inclusive a la esposa o el marido los
casados, se los ama de verdad y con transparencia.
Puntualizamos esposa o marido, porque tristemente, es
posible estar en buena relación con los demás hermanos y
hermanas, pero no con el o la cónyuge.
Y recordando el mandamiento de amar al prójimo como a sí
mismo, no debemos dejar que se nos pase desapercibida la
asociación de ideas que surge con toda naturalidad con la
palabra próximo o próxima, sabiendo que el marido y la
mujer son precisamente eso: el más próximo y la más próxima,
en el sentido real, cabal y verdadero.
La meta que todo discípulo debe tener presente en todo
momento, es la de poner mirar a los ojos de todo hermano,
hermana, marido y mujer con absoluta sinceridad , sabiendo
que no se anida en su corazón ninguna cosa indebida, ni mal
pensamiento contra nadie.
Es por eso que hemos subrayado que haya absoluta
sinceridad.
El conocidísimo Salmo 133 nos dice en los versículos 1 y 3b:
“Mirad cuán bueno y deleitoso es habitar los hermanos juntos
en armonía…porque allí envía el Señor bendición y vida eterna.”
Este salmo, en consonancia con muchos otros pasajes de las
Escrituras, nos señala con toda claridad que al encontrarnos
en relación estrecha y diáfana con nuestros hermanos, le
brindamos al Espíritu Santo libertad de acción, por así
decirlo, para derramar la bendición de lo alto, que siempre
resulta en vida eterna.
Pero inversamente, también nos da a entender con toda
claridad, algo que no siempre se tiene debidamente presente:
que al no haber esa relación límpida y correcta entre los
hermanos, se le cierra el paso al Espíritu de Dios, de manera
que no puede derramar una bendición verdadera y duradera.
La razón es muy evidente: las cosas que separan a los
hermanos, cualquiera sea su índole, como habladurías,
chismes, celos, resentimientos, enemistades, etc., son, al final
de cuentas, obras de la carne, que en realidad tienen su origen
en la serpiente y sus malos espíritus.
Pensar que en un lugar donde se dan esas cosas, por el hecho
de que quizás haya buena intención, cierta bondad, oración y
otras virtudes por parte de algunos, Dios pueda estar
dispuesto a pasarlo por alto e igualmente derramar Su
bendición, como si todo estuviese bien y en perfecto orden, es
un contrasentido que revela una gruesa falta de criterio.
Eso equivaldría a dar Su aprobación y visto bueno a todas las
obras de la carne, como si fuese un Dios “bonachón” que se
adapta a todo, bueno o malo, limpio o sucio, del Espíritu o de
la carne. Si hiciese semejante cosa, dejaría de ser el Dios santo y
puro y lleno de honor y gloria que conocemos.
No obstante, en situaciones como ésa, el Señor no retira
necesariamente Su presencia y bendición en su totalidad.
Habiendo en medio de congregaciones en ese estado – como a
menudo los hay – hermanos fieles y constantes que viven cerca
de Él, por amor de ellos sigue dando Sus bendiciones y
mercedes. Pero no es a esto que nos estamos refiriendo al
hablar de bendición y vida eterna.
En cambio, se trata de ese obrar sólido y continuo del
Espíritu, que hace que una iglesia esté funcionando sobre
bases firmes y progresos constantes y duraderos.
Esto sólo puede ser cuando hay una relación entrañable y
estrecha de unidad entre lo hermanos, sustentada por un
ferviente y sincero amor fraternal.
El discípulo consciente y responsable, cuidará celosamente de
no albergar rencor, reservas, malestar ni sombra de sospechas
o suspicacias contra nadie.
De manera especial, pondrá todo su esmero en cultivar y
permanecer en lazos de límpida comunión con los hermanos
de la iglesia a la cual pertenece. Esto será un ejemplo para los
demás, y será una muestra fidedigna de una sana y creciente
maduración, y además constituirá una aportación valiosa para
el bien de su congregación.
Aunque el tema de la unidad es muy vasto, y no corresponde
que aquí lo tratemos con mucha amplitud, resulta oportuno y
en sazón que aquí señalemos un par de cosas más que tienen
mucha importancia en el terreno de la práctica
congregacional.
La primera de ellas, la constituye la clara comprensión que
debemos tener de lo muy sensible y delicada que es la
verdadera unidad, a tal punto que cualquiera cosa que esté
fuera de lugar la afecta para mal, y casi siempre de forma
inmediata.
Tomemos algunos ejemplos:
Chismes y críticas a espaldas de otros.
Controversias o polémicas, ya sea en el ámbito doctrinal o
escatológico.
La infiltración del pecado, sin que se lo juzgue y deseche con
prontitud.
Rivalidad entre dos o más partes en cuanto al liderazgo, ya
sea éste en el singular o el plural.
Peleas entre los niños y adolescentes, llevando cada uno su
propia versión a sus padres, con posible distanciamiento entre
éstos.
Posturas dispares u opuestas en cuanto al rumbo y la visión
que ha de seguir la iglesia, sin que haya la debida tolerancia y
flexibilidad en busca de un acuerdo.
El descuido de la oración o el enfriarse el amor.
Discrepancia en cuanto a temas internos, tales como la
economía, el lugar y la función de la mujer, si debe cubrirse o
no, etc., sin que se ore y busque la guía del Señor para
alcanzar un consenso.
Como vemos, éstos y muchos más son temas que si no son
enfrentados con altura, sabiduría y humildad, pueden atentar
seriamente contra la unidad, incluso llegando a romperla,
causando un daño que bien podría resultar irreparable.
Al mismo tiempo, vemos que la unidad abarca en realidad
todas las esferas de la vida cristiana.
Esto nos ayudará a comprender mejor por qué el Señor
Jesús, en Su gran oración sumo sacerdotal que se consigna en
San Juan17, le acordó un lugar tan fundamental y prioritario.
La segunda cosa es comprender que la unidad de la iglesia
local, es parte importante del presupuesto – valga el vocablo –
con miras a un evangelismo fructífero.
En San Juan 17:21 el Señor relacionó el pedido de que
seamos uno, con la meta de “que crean que tú me enviaste.”
A nadie se le pasa desapercibido que, si los inconversos que
nos rodean ven a los creyentes distanciados o aun enemistados
entre sí, se les hará muy difícil abrazar la fe del evangelio.
En contraste, siempre que nos vean unidos y en tierno amor
fraternal, se les allanará el camino para unirse a nosotros,
convirtiéndose a Cristo.
La cuna espiritual.-
Otra forma de enfocar las cosas, y que puede ahondar
nuestra comprensión de todo esto, lo representa el entender
que la iglesia local, entre muchas otras funciones, tiene la de
ser la cuna espiritual en que han de nacer, y de hecho nacen,
nuevas criaturas para el Reino de Dios, alumbradas por el
Espíritu Santo.
Ahora bien, toda madre normal, cuando se aproxima la hora
del parto, cuida bien que la cuna esté bien limpia, y más que
eso, impecable y primorosa.
Sería impensable que estuviera sucia, con telarañas, sobras
de comida o cucarachas!
Se negaría de forma categórica y terminante, a colocar su
bebé recién nacido en semejante lugar, y seguramente que
buscaría otro que reuniese las condiciones necesarias,
No resulta nada rebuscado ni complicado trazar la analogía
espiritual.
Cuando una iglesia está infectada por gente amargada, o
con malestar, celos, envidias y cosas de esa índole, el Espíritu
Santo se niega a dar a luz a nuevas almas en ella.
La razón es clarísima – a muy poco tiempo, esa preciosa vida
traída al reino de la verdad, la luz y el amor, se contagiaría de
todo ese veneno, para convertirse en una persona sucia,
amargada y quejosa, es decir en un creyente carnal a ultranza.
Eso nos explica muy bien por qué en iglesias en ese estado,
muy rara vez se dan conversiones auténticas.
Al mismo tiempo, esto nos ayuda a visualizar la importancia
fundamental de prepararle al Espíritu Santo, por medio de
una unidad transparente y genuina, la cuna ideal que necesita
para depositar en ella preciosas nuevas criaturas en Cristo
Jesús.
Y esto robustece y pone bien de relieve lo dicho al principio
de este punto, y que reiteramos por su gran importancia: la
verdadera unidad de la iglesia local, es parte fundamental
para el presupuesto a los fines de una labor de evangelismo
eficaz y fructífera.
AQUÍ DESDOBLAR Y LEER LO SIGUIENTE EL SÁBADO
PRÓXIMO
Solícito en perseverar en la oración y en el ministerio
con los hermanos.
El versículo que hemos citado al principio de este capítulo
antepone el perseverar al adjetivo unánimes. Las dos cosas se
entrelazan y complementan estrechamente.
En efecto, la unidad de poco sirve si es esporádica y se
interrumpe por cualquier traspié inesperado. Necesita una
perseverancia que lo vuelva en algo continuo, y que nos
impulse a seguir bregando junto a nuestros hermanos.
Por su parte, la perseverancia también necesita
imprescindiblemente de la unidad y casi inevitablemente se
pierde si esta última se quiebra.
El bregar junto a nuestros hermanos se entiende que es en
cuanto a las cosas fundamentales del Reino de Dios. Aunque
las mismas abarcan una gama muy amplia, debemos
distinguir por su evidente relevancia la oración y el ministerio
de la palabra, esta última, sobre todo abarcando sus muchas y
variadas facetas.
Ya hemos visto anteriormente como los primeros apóstoles,
ante la distracción de ocuparse de otras cosas, tuvieron muy
claro que debían perseverar en la oración y el ministerio de la
palabra. (Los Hechos 6:4)
Siempre se debe tener el mayor cuidado de no dejarse
arrastrar, o sutilmente llevar a otras tareas que lo desvíen a
uno de su verdadera labor como discípulo, y que ha de ser no
trabajar para la comida que perece, sino para la que
permanece para vida eterna.
Por supuesto qu esto no significa dejar de trabajar para
ganarse el pan, salvo que uno haya tenido un llamamiento
claro y genuino al ministerio a tiempo pleno, lo cual no se
espera en la vida de un discípulo, por lo menos en la etapa
temprana de su formación.
En el terreno práctico de lo que se comprueba actualmente,
estamos viendo más y más casos de siervos que, habiendo
abrazado el ministerio como la visión prioritaria de sus vidas,
después de un tiempo quedan envueltos en otras tareas que les
absorben mucho tiempo y esfuerzo, quedándoles muy poco
tiempo y energías para la parte espiritual.
Esto se debe casi siempre a una combinación de factores. -a
veces, por resultarles la parte espiritual muy ardua e
infructuosa, les invade el desánimo. Paralelamente a esto se le
presentan otras opciones, como por ejemplo un trabajo en que,
sin tener que cumplir un horario concreto, logran
complementar sus ingresos considerablemente.
Otra es la de encontrarse en medio de personas necesitadas,
ya sea por ser misioneros en países subdesarrollados, o por el
contacto con inmigrantes pobres, generalmente procedentes de
dichos países.
Así pasan a desarrollar una labor social que insensiblemente
les va demandando más tiempo y esfuerzo, al punto que a la
parte que hace al reino de Dios se le brinda menos de lo que se
le debiera, o bien queda claramente relegada a segundo plano.
Tenemos presente un caso muy digno del siervo don Félix
Fontanet Solano, que por muchos años fue pastor de una
importante iglesia que levantó en Zaragoza.
En un momento dado se le ofreció un trabajo que, según le
decían, no absorbería mucho de su tiempo, y con una
considerable remuneración económica.
No obstante, el siervo no se dejó seducir, considerando que
sería traicionar su vocación, y rechazó el ofrecimiento, dando
un hermoso ejemplo de fidelidad al Señor y al llamamiento
que había recibido.
En estos días en que se comprueba, quizá más que nunca, la
verdad de que “el amor al dinero es una raíz todos los males”
(1a, Timoteo 6:10) un ejemplo como el que hemos dado,
resulta altamente digno de elogio.
Volviendo al hilo que llevábamos, no dudamos que estas
obras sociales son dignas y necesarias, pero lo fundamental es
saber a lo qué uno ha sido llamado, si a desarrollar una obra
social social de ayuda a los pobres, o a predicar el evangelio.
Quien tenga esto como algo muy concreto y claramente
recibido del Señor, deberá cuidarse bien de no dejar que
ninguna otra ocupación, por plausible y digna de elogio que
sea, le lleve a traicionar su llamamiento.
Perseverar en el mismo requiere determinación y tenacidad,
sobre todo en las ocasiones en que hay que enfrentar pruebas y
dificultades, o si no, sin que esto suceda, que las labores
parecen infructuosas y no se ve ningún fruto.
Sin embargo, eso es cuando se deben redoblar los esfuerzos y
persistir, en la seguridad de que a su tiempo, el trabajo hecho
para el Señor, siempre que se esté en el lugar de Su voluntad,
ha de ser premiado abundantemente.
El perseverar junto a nuestros hermanos, debe encontrar su
expresión correcta en el seguir unidos a ellos en la oración
congregacional o conjunta, tal como vemos en el versículo del
encabezamiento. (Los Hechos 1:14)
Pero también se debe hace lo propio a nivel individual. Si sólo
se persevera en el nivel colectivo, habrá huecos y lagunas en la
relación personal con el Señor, que la labor conjunta no podrá
llenar ni remediar.
En cuanto a la otra faceta – la de perseverar en el ministerio
de la palabra – se debe tener en cuenta que el mismo discurre
por una gran variedad de matices. Entre ellos, podemos citar
la consejería personal, el evangelismo de uno a uno, en
reuniones públicas dentro y fuera del local de reuniones de la
iglesia, la enseñanza a niños, jóvenes, adultos de mediana y
tercera edad, el discipulado en sus distintos aspectos, la
impresión de folletos, o sea tratados, manuales, libros, etc.
En todo esto, por supuesto que deberá haber una
coordinación estrecha y armoniosa con aquellos que el Señor
ha ubicado junto a cada uno. Así se evitará el desperdicio de
tiempo y esfuerzos que podría derivarse de la duplicación
innecesaria, o la confusión que a veces surge de no saber a
ciencia cierta quién hace qué cosa.
También está el peligro de que en trabajos conjuntos surjan
discrepancias por diferencias de criterio, celos o
protagonismos.
Naturalmente, no estamos en condiciones de proporcionar
una receta o fórmula para que nada de esto suceda, y todo
corra sobre rieles y sin ningún inconveniente. Como en todas
las demás cosas, deberán operar favorablemente todas esas
columnas fundamentales de la oración, el amor sincero y
desinteresado, una auténtica humildad, y un buscar
debidamente la voluntad del Señor para cada cosa que se
presente.
Si todo esto se hace plenamente y a conciencia, el Espíritu
Santo encontrará la buena tierra que necesita para una labor
conjunta, la cual ha de ser efectiva, ordenada y fructífera.
Como punto final muy importante, señalamos que la
verdadera perseverancia no sabe de claudicaciones, sino que
sigue y persigue tanto en las buenas como en las malas.
Cuando esto se evidencia en un discípulo, es señal casi
segura de que se trata de uno con con un auténtico
llamamiento, y que está bien encaminado hacia una madurez
satisfactoria.
Preguntas.-
1)¿Encuentra Usted dificultades en perseverar en la oración y
en el servicio al Señor, cuando está enfrentando pruebas y
dificultades?
2) En caso afirmativo, ¿cuál de estos tres versículos le parece
el más indicado para señalarle el camino para fortalecerse
para situaciones de esta índole?
a) Efesios 3:16. b) Juan 5:19 c) 1a. Corintios 1:11.
3) ¿Por qué razón hemos dicho que el caminar en una
estrecha unidad, es una gracia y virtud tan tierna y susceptible
de dañarse o aun quebrarse?
4) ¿Se encuentra Usted en una relación correcta y
transparente con todos los hermanos de la congregación a que
pertenece?
Oración
Padre Celestial, ahora comprendo con más claridad por qué
el Señor Jesús oró con tanto hincapié por la unidad de todos
los que habíamos de creer. Deseo de todo corazón que en
cuanto a mí, esa oración sea plenamente contestada. Ayúdame
por Tu Espíritu a que así sea.
Vivir en la dicha del amor y una genuina unidad con los
hermanos, es un tesoro muy grande que quiero conservar
siempre.
Asimismo fortalece mi espíritu y mi carácter, para que se
forjen en mi vida la perseverancia y la constancia y se
desarrollen en mi andar diario en mayor medida cada vez,
incluso hasta el final de mi vida aquí en la tierra. Amén.
F I N