Peldaños del Discipulado – Capítulo 17 – La paciencia.
Capítulo 17 – La paciencia.-
Un siervo de Dios que contaba más de 60
años, y más que medio siglo en la fe del
evangelio, padecía de una afección en una
rodilla que le resultaba muy molesta.
Un joven creyente, sin ninguna mala
intención, le preguntó por qué le tocaba
padecer eso, que evidentemente le ocasionaba
tantas molestias e inconvenientes.
El siervo le contestó que una de las razones
podría ser para que aprendiese la paciencia.
El joven, sabiendo la edad del siervo y los
muchos años que llevaba en la fe, le preguntó –
otra vez sin malicia – pero con toda franqueza:
¿Tantos años y todavía no la ha aprendido?!!
Esta breve anécdota pone de relieve algo muy
importante: para aprender la paciencia, se
necesita mucho tiempo y mucha paciencia!
Esta virtud, de la cual pasamos a ocuparnos
ahora, es una de las nueve que se nos dan en
Gálatas 5.22 y 23, como el fruto del Espíritu.
En el ritmo vertiginoso y febril, que
caracteriza a mucho de este mundo en estos
tiempos, la misma palabra paciencia, con todo
lo que supone, es algo casi fuera de lugar, y no
entra en el razonamiento de la mayoría.
Se busca lo rápido, o bien lo sensacional, el
camino más corto y fácil, para llegar al mayor
éxito a la brevedad posible, lo que atrae,
emociona o aun apasiona, aquello que no nos
incomoda y que más tiempo nos ahorra, y
mayores ganancias o ventajas nos brinda, etc.
etc.
Y en todo esto, valores morales tales como la
formación de un carácter realmente íntegro,
pacífico, humilde y disciplinado, cuentan y
valen poco o nada.
La epístola a Santiago nos exhorta a la
paciencia, y con mucha sabiduría nos
puntualiza sus virtudes y los beneficios que nos
otorga.
“…sabiendo que la prueba de vuestra fe
produce paciencia. Mas tenga la paciencia su
obra completa, para que seáis perfectos y
cabales, sin que os falte cosa alguna.” (Santiago
1:3-4.)
Cuando enfrentamos las pruebas o la
adversidad, perder los estribos, quejarnos de
que las cosas van mal, decir que ya no
aguantamos más, y que vamos a cambiar de
“oficio” y de rumbo en la vida, etc. etc., a nada
bueno conduce.
Muy por lo contrario, nos ha de dejar mal
parados, pues al proceder de esa forma,
entramos en el terreno del enemigo, y
corremos peligro de caer presos en sus garras.
La impaciencia y la reacción carnal de esa
índole o parecida, no es un rasgo de fortaleza,
ni de persona de buen carácter, como se podría
pensar equivocadamente.
En cambio, es una muestra de debilidad y
falta de carácter, que se doblega ante lo
adverso que le enfrenta, y se desentiende de la
senda que se había propuesto, y de los votos
que había hecho de perseverar en la misma.
Naturalmente que librados a nuestros propios
recursos, la mayoría de nosotros, antes las
pruebas difíciles y las fuertes presiones, somos
proclives a reaccionar negativamente.
Obviamente, necesitamos la gracia divina
para poder sobrellevarlas y capear el
temporal.
Pero lo que a menudo no comprendemos, es
que esa pruebas son permitidas por el mismo
Señor, precisamente de la forma y en la
medida que nos vienen, con un fin concreto.
Ese fin consiste en sanarnos y fortalecernos,
en aspectos en los cuales nuestro carácter
todavía padece de debilidades.
Si la prueba nos viniese de otra forma,
afectándonos donde no somos débiles ni
propensos a desanimarnos ni deprimirnos, no
podría lograr ese fin; pero al permitir que nos
llegue y nos toque donde acusamos el impacto
y nos duele, la diestra mano divina está
buscando, como se ha dicho, sanar esa
deficiencia, “para que seamos perfectos y
cabales, y que no nos falte cosa alguna,” según
nos dice Santiago en la cita previa que ya
hemos visto.
La experiencia nos enseña que si
reaccionamos negativamente, quejándonos o
murmurando, o preguntándonos con una mala
actitud ¿Por qué Dios ha permitido esto,? los
resultados serán muy desfavorables.
En efecto, nos sentiremos confundidos,
desmoralizados y perderemos la comunión con
el Señor.
Por otra parte, cuestionar lo que Dios hace o
permite, es de por sí una falta muy grave,
puesto que el Altísimo jamás se equivoca en lo
más mínimo.
Si enfrentamos las pruebas con resignación,
sin quejarnos y confiando en el Señor a Quien
amamos, y sabiendo, como debemos saber, que
todo lo que Él permite es para nuestro bien, las
cosas serán muy distintas, .
La prueba, la presión o lo que fuere, se hará
más ligera y llevadera, y el fin buscado de
fortalecernos donde hemos sido débiles, se irá
logrando progresivamente, después de lo cual,
muy posiblemente ya no será necesario que
seamos probados, por lo menos en ese aspecto
particular en que lo hemos sido.
En un orden no idéntico, pero sí similar,
tomamos Romanos 5:3-5, que también nos
instruye sobre la paciencia.
“Y no sólo esto, sino que también nos
gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la
tribulación produce paciencia; y la paciencia
prueba; y la prueba esperanza; y la esperanza
no averguenza, porque el amor de Dios ha sido
derramado en nuestros corazones por el
Espíritu Santo que nos es dado.”
Aquí vemos que escalonadas correctamente,
la tribulación, nos motiva a la paciencia; ésta
nos prueba en nuestra fe, así como lo fue José
cuando estaba encarcelado injustamente (Ver
Salmo 105:9) Probados de esta forma, vemos
que surge en nuestros corazones una
esperanza bien basada en las promesas del
Señor – entre ellas:
“Y sabemos que, a los que a Dios aman, todas
las cosas les ayudan a bien.” (Romanos 8:28)
Este bien, como se sabe, no se refiere a
nuestra mayor comodidad, bienestar, alegría o
prosperidad económica, sino que seamos
hechos a la imagen de Cristo, según se ve
claramente por el contexto.
Y la esperanza, a su vez, nunca nos deja
avergonzados ni desconcertados, de lo cual
tenemos prenda segura, la cual se nos da en el
amor de Dios, derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo.
Ese amor es la garantía de que detrás, y por
encima de todo lo que sucede, hay un Dios que
nos ama en forma tierna, sabia y perfecta, y
así las cosas, no hay nada que temer, pues todo
inevitablemente tendrá un buen fin, ya sea en
el presente en que vivimos, en el más allá que
nos espera, o en ambos.
Santiago ilustra esto en el caso tan notable de
Job, expresado en estos términos:
“He aquí, tenemos por bienaventurados a los
que sufren. Habéis oído de la paciencia de Job,
y habéis visto el fin del Señor, que el Señor es
muy misericordioso y compasivo.” (Santiago
5:11)
El fin que se logra esperando con paciencia
en la benignidad del Señor, resulta siempre
dichoso, con los tiernos consuelos y hermosos
galardones que nos depara.
El Señor Jesús sintetizó las cosas con la breve
sentencia, pero llena de peso y sustancia,
contenida en Lucas 21:19:
“Con vuestra paciencia ganaréis vuestras
almas.”
Según lo ya señalado, la impaciencia propia
de una actitud carnal y quejosa, no conduce a
nada bueno ni provechoso,.
En cambio, la paciencia, que en medio de la
adversidad se resigna y espera confiadamente
en la gracia divina, es una carta de triunfo que
permite que nuestra alma, lejos de sumergirse
en el fracaso y la derrota, se levante a su
tiempo, purificada, y a la postre perfeccionada
también.
Oración.-
Amado Padre Celestial, reconozco lo
mucho que todavía me queda por andar.
No obstante, confío en Tu mano diestra y
sabia que reposa sobre mi vida. Te pido que
ella logre encarnar en mí, todo lo que he estado
leyendo u oyendo sobre esta cualidad tan
importante. Amén.
F I N