La humildad – CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 10
La humildad
“Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón” (Mateo 11. 29)
Estrictamente hablando, el discípulo es también un aprendiz. Todo lo que tiene que aprender es tan vasto, que lo seguirá siendo todo el resto de su vida, y además, aunque en un nivel más alto y encumbrado, por toda la eternidad también. Siempre habrá en el gran Dios nuestro, nuevas profundidades que sondear y alturas que escalar.
Hay aprendices muy listos, que asimilan bien y pronto cada nueva enseñanza. También los hay menos listos, tal vez algo lentos y aun torpes – de esos que tienen que volver y volver a la misma lección, hasta que al final la aprenden.
No obstante, aunque casi nos conceptuamos de esta última categoría, podemos tener buen ánimo. Nuestro Maestro, que aparte de ser manso y humilde, es muy paciente, con tal que seamos sinceros y transparentes con Él y con el discipulador que nos ha tocado, siempre nos habrá de tender una mano amorosa para animarnos a perseverar, hasta superar los escollos y aprender bien aprendida, esa lección que nos cuesta tanto aprender.
Ánimo hermano! Tenemos un Maestro muy bueno, sabio y comprensivo, a la par que perseverante y tenaz!
En la cita que acompaña el título de este capítulo, Jesús nos exhorta a aprender de Él, en este terreno particular de la humildad y mansedumbre de corazón.
Éste es un aspecto al que creemos que raramente se le da la importancia que en realidad tiene.
Debemos tener muy en cuenta, que el enaltecimiento fue la causa principal de la caída del Lucero, el hijo de la mañana.
Asimismo, que muchos siervos destacados han tenido a través del tiempo, caídas estrepitosas debido a la misma razón: haberse envanecido.
Esto es algo muy triste y doloroso, pero por lo menos nos sirve para que tomemos DEBIDA NOTA , para alertarnos de semejante peligro.
Al igual que el pecado en general, la vanidad o soberbia es algo sumamente engañoso, al punto que uno puede ser un envanecido sin darse cuenta de ello en absoluto.
Es sólo cuando se experimenta el trato personal del Señor en la vida de uno, que se empiezan a discernir las intenciones ocultas del corazón, que muchas veces alberga profundas raíces de vanidad o enaltecimiento.
En realidad, debemos comprender con claridad la diferencia entre una humildad natural, y haber sido humillado por el trato sabio y profundo del Espíritu Santo.
La primera tiene una importante relatividad . Cuando uno no ha descollado ni se ha destacado, sino que ha sido “uno más” por así decirlo, es comparativamente fácil ser “humilde” y no pensarse gran cosa.
No obstante, la prueba de fuego viene cuando se alcanzan el éxito y la fama de alguna forma. Es entonces que a menudo esa aparente humildad se muestra como lo que verdaderamente es: algo falso que cede paso al envanecimiento con todas sus funestas consecuencias.
En cambio, lo segundo – el haber sido humillado por el Señor – es algo muy distinto. No es natural, sino el resultado de haber obrado el Señor en este terreno en nuestras vidas.
La forma en que lo hace varía muchísimo de uno a otro discípulo o siervo Suyo. No obstante, generalmente se vale de la prueba y hasta el sufrimiento y el dolor. Bien afrontado, se prestan admirablemente para despojarnos de nuestra vanidad y propensión al engreimiento ante el éxito y la fama.
Un amado consiervo de la iglesia Filadelfia de Bilbao de los hermanos gitanos, conocido por el cariñoso apoyo de El Chinero, evidentemente dotado en cuanto a la poesía, lo ha expresado así en una estrofa de sus composiciones:-
Reconozco tu amor y mi pobreza,
Y a través de sufrir he comprendido
Que el dolor es yunque bendecido,
Donde forjan Tu manos la grandeza.
Desde luego que aquí se trata de la verdadera grandeza – no la falsa de una fama y una gran imagen ante los demás, pero debajo de la cual sutilmente enmascarado yace una soberbia altiva y engañosa.
Por lo contrario, se trata de la grandeza de quienes, a pesar de ser usados por el Señor para bendición de otros, se saben y se sienten de verdad muy, muy pequeños.
Siempre tienen presente la infinita paciencia que el Señor ha tenido con ellos, y a menudo se sienten hasta maravillados que Él se digne usarlos para tanto bien de los demás, sabiéndose tan poca cosa en sí mismos y en cuanto a sus propios recursos.
Antes del quebrantamientoes la soberbia,
Y antes de la caída la altivez de espíritu. Proverbios 16:18.
Algo que la mente humana muchas veces no percibe, es el peligro a que se expone quien se deleita en demasía en su corazón, ya sea por su éxito ministerial, o los logros que está alcanzando en su servicio al Señor.
Quien tiene olfato espiritual puede detectarlo, oyéndolo en el hablar de quien tiene esa tendencia.
“El pez muere por la boca” es un dicho muy conocido, y casi diríamos que fue refrendado por el Señor Jesús cuando expresó la misma verdad, pero en términos más apropiados y precisos:
“De la abundancia del corazón habla la boca.” Mateo 12:34.
El autor recuerda un caso muy aleccionador de hace unas buenas décadas. Un siervo del Señor muy maduro y perceptivo, le contó que se había encontrado en otro país con otro siervo conocido. Su comentario fue:
“Dios tendrá que hacer algo con …No hizo más que hablar de sí mismo y contar cuán grandemente está siendo usado. Y además, ahora tiene una panza muy grande.”
Esto último, obviamente se refería al mucho comer y aparentemente, al abandono de la saludable disciplina del ayuno. Aun cuando comprendemos y aceptamos, que hay personas que por su metabolismo son propensas a la obesidad, no es buena señal cuando un siervo del Señor come desmedidamente, hasta el punto de volverse un panzón.
Pero lo otro – lo de hacer continuas alusiones a sus éxitos – era sin duda un síntoma claro de un envanecimiento muy peligroso.
Como lo conocimos personalmente, preferimos por delicadeza, no entrar en más detalles. Sólo agregar que tristemente tuvo un fin muy desafortunado y triste, y además una muerte prematura.
Naturalmente, no es nada agradable narrar ni leer de casos como éste. Sin embargo, lo consignamos – y desde luego como se ve, sin nombrar a la persona para nada – al solo efecto de poner de relieve lo terriblemente peligroso que es anidar en el corazón la vanidad y el engreimiento.
Y digamos además, que éste caso no es sino uno entre muchos otros, similares o parecidos, que han acaecido a través de los años y de la historia.
El trato del Señor con Pablo.-
Pablo fue un siervo de Dios eminentemente sobresaliente, y por cierto que ninguno de nosotros, en su sano juicio, se atrevería a compararse en lo más mínimo con él.
Con todo, la forma en que el Señor obró en él para evitar que se envaneciese, resulta muy instructiva y aleccionadora para todo discípulo.
En el pasaje en que se trata el tema – el aguijón en la carne – 2a. Corintios 12:1-10 – termina englobando, a más del mismo, también las afrentas, necesidades, persecuciones y angustias que padeció.
Es decir, que no limita las cosas a ese determinado aguijón en la carne, sino que las hace extensivas a todo lo que le trajese sufrimiento, dolor o adversidad, y de lo cual, sabemos que a él, a lo largo de su gloriosa y heroica carrera, le tocó sobrellevar en grado superlativo.
Aun muy poco antes de su conversión, el Señor hizo saber cuánto le sería necesario padecer por Su nombre. (Los Hechos 9:16)
Aparte de otros importantes beneficios que el sufrir por el Señor le iba a aportar, estaba sin duda el de protegerlo contra el envanecimiento.
Como el mimo lo afirma en 2a. Corintios 12.7, perseguía ese importante fin, pero como ya hemos dicho, él englobaba bajo el mismo título todo lo que significaba prueba o padecimiento.
Y resulta muy evidente que cuando estamos siendo probados y experimentamos aflicciones, nuestra necesidad de la gracia del Señor para sobrellevarlo, nos mueve a fijar la mirada en Él y clamar en oración, pidiendo Su ayuda, gracia y consuelo.
Esto de por sí tiene una doble virtud: la de hacernos sentir muy pequeños y necesitados de Su gracia y socorro, y al mismo tiempo, de dejar de lado todo lo que sea engolosinarnos en cuanto a bendiciones o éxitos que hayamos alcanzado.
Así, la tribulación que pasamos, además de los otros efectos saludables que produce, pasa a constituirse, por así decir, en una vacuna eficaz contra la vanidad, ayudándonos sobremanera a ser manos y humildes como Él.
Estando en el tema del sufrimiento y la prueba, como un medio del cual el Señor se vale, a fin de alcanzar en nosotros el apacible fruto de la verdadera humildad, cabe que puntualicemos una aclaración en aras de un sano equilibrio bíblico.
Existe una postura en cuanto al sufrimiento que es absolutamente extrema, y que lo rechaza de plano, junto con la enfermedad, afirmando que es el resultado del pecado y la obra del diablo o sus demonios en la vida de uno.
Es bien cierto que la enfermedad y el dolor vinieron como resultado del pecado de Adán y Eva, y que antes del mismo no lo habían experimentado en absoluto.
Pero no es menos cierto que, desde entonces, en la vida de numerosos siervos del Señor los ha permitido, sobre todo la prueba con dolor y sufrimiento, para purificarlos, forjarlos y enriquecerlos posteriormente en gran manera.
Negar o contradecir eso, tácitamente supone afirmar que la trayectoria de varones como José, Job, Pablo y muchos más, y las enseñanzas que se desprenden de sus ejemplos – todas han sido un gran error – lo cual resulta claramente inadmisible.
No obstante, para dar la nota de equilibrio necesaria, debemos puntualizar que si bien el Señor permite, y aun usa para nuestro bien esas pruebas, dolores e incluso a veces hasta las enfermedades, en un plano normal, nunca deben ser vistas ni aceptadas como una constante continua en nuestras vidas.
Una vez logrados los fines de purificación, moldeo de nuestra vida y carácter, etc., lo normal debe ser vivir en la paz del Señor, en libertad espiritual y emocional, y disfrutando de bienestar, buena salud y el gozo del Señor.
Concluyendo el capítulo, volvemos por donde empezamos. Muchos se proponen como metas lograr grandes cosas o ser grandes personajes.
Busquemos ser lo que Jesús nos exhorta a ser: hombres y mujeres que, bajo la tutela del Espíritu Santo, procuramos ser mansos y humildes de corazón, así como lo es Él.
Preguntas.-
1) ¿Cree Usted que el envanecimiento es un defecto natural, y que debe tolerarse como algo normal y corriente?
Cite por lo menos dos versículos para apoyar su respuesta.
2) ¿Reconoce una etapa de su vida en que se creía una persona humilde, para luego descubrir que aunque inconscientemente, Usted era muy engreído?
3) ¿Se considera Usted una persona que ha sido humillada por el Señor en un trato personal en su vida?
En caso afirmativo, enumere los beneficios que esto le ha aportado.
Oración,.
Padre Celestial, mucho te agradezco por el ejemplo perfecto de Tu Hijo Jesucristo, que siendo el resplandor de Tu gloria y la misma sustancia de Tu imagen, vino a este mundo para vivir entre los hombres con tanta humildad y mansedumbre, con tanta sencillez y bondad.
Reconozco qu muchas veces, siendo tan pequeño y falible, me he pensado ser lo que no era en lo más mínimo.
Te agradezco por Tu trato firme y fiel que ha sabido humillarme para mi bien.
Te pido que aun en la hora de la bendición y el éxito, pueda mantenerme muy cerca de Ti, sabiéndome y sintiéndome muy pequeño, para así permitir que Tú seas Quien ocupe el lugar céntrico en mi vida, y además, que no haya nada de mi ego que empañe u opaque el brillar de Tu gloria en mi vida. Amén.
F I N