Discreción y prudencia La discreción.- Capítulo 11
Capítulo 11 – Discreción y prudencia
La discreción.-
Cuando el autor era un niño de unos cuatro años de edad, sin que tuviera la intención de hacerlo, hacía reír a los mayores, haciéndoles preguntas como las siguientes:
¿Qué edad tienes?
¿Cuánto pesas?
¿Cuánto mides de altura? Etc.
Naturalmente que todos las toleraban y les causaba mucha gracia, pues sólo veían en ello la curiosidad de un niño inocente y sin malicia alguna.
Por supuesto que a su tiempo, sus padres le hicieron entender que eso no estaba bien, y así dejó de hacerlo. Fue en realidad su primera comprensión de lo que suponía ser indiscreto, si bien por ese entonces desconocía la palabra – es decir, sabía que estaba mal y no debía hacerlo, pero no sabía que eso se llamaba indiscreción.
Con el correr del tiempo aprendió ese vocablo, y a medida que se fue desarrollando, se dio cuenta de que había muchas más formas y maneras en que se puede ser indiscreto.
De nuestro antiguo, pero siempre bien valorado diccionario Sopena, extraemos la siguiente definición:
Discreción.- rectitud de juicio y tacto, prudencia o tino.
En realidad, si bien es una virtud muy afín a la prudencia, no es exactamente igual, aunque tiene muchos puntos en común con la misma.
Ahora bien, aceptando la definición del diccionario como una explicación concisa y correcta, nos encontramos con que en la práctica las proyecciones de la discreción, en contrate con la indiscreción, son muy amplias y variadas.
La buena educación, el buen gusto y una fina sensibilidad que busca siempre el bien, son las características de una persona realmente discreta.
A continuación citamos alguno ejemplos de lo que es ser discreto y de lo que no lo es.
Indiscreto.-
Preguntar a alguien cuánto le ha costado la prenda que lleva, su nuevo automóvil, o las vacaciones que se ha tomado.
Emitir juicio u opiniones cuando no se le ha invitado a hacerlo.
Quedarnos al lado de quien estamos acompañando, mientras efectúa una operación bancaria.
Ponerse al lado de los diáconos cuando están contando la ofrenda.
Ponerse a mirar dónde o cuándo no corresponde.
Terciar en una discusión entre un marido y mujer que uno está visitando, en vez de callar, o bien encauzar la conversación por un tema distinto.
Caer de visita a la hora de la comida o la cena, o bien cuando es totalmente inoportuno.
Preguntar a un hombre o una mujer cómo le va en la vida matrimonial, sin que haya causa justificada para hacerlo.
Discreto
Retirarse disculpándose al advertir que dos amigos
están tratando un tema personal.
Callar, o bien con mucho tacto cambiar el tema, cuando la conversación entre otros se ha vuelto tensa.
Salir del recinto al advertir que uno ha recibido una
llamada telefónica, posiblemente confidencial.
Cuando se pasa la ofrenda, no mirar cómo los demás echan en la misma.
No hacer preguntas con falta de tacto sobre temas delicados, que no son de la incumbencia de uno.
Llamar anticipadamente para fijar una fecha y hora propicia para hacer una visita.
Callar mientras otros hablan de un tema sobre el cual no estamos versados.
No hablar más de lo necesario, para dar lugar a otros que también se expresen.
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La mayoría de estos ejemplos, son situaciones que se pueden presentar cuando estamos de visita. Los hemos consignado, debido a que buena parte de la labor del discípulo al comenzar a tratar con otros, ya sea en plan de evangelismo o bien de animar, exhortar o consolar, consistirá precisamente en hacer visitas.
Aunque buena parte de lo ejemplificado para muchos será harto evidente, sin embargo creemos acertado consignarlo, pues no todos tienen el tino y el tacto necesarios, para ser realmente discretos y sabios en el trato con los demás.
En Proverbios 11:30 se nos dice que “El que gana almas es sabio.”
El verdadero discípulo ha de ser un ganador de almas, no sólo en el sentido evangelístico de ganar a un inconverso, sino en otros también, tales como restaurar a un descarriado, sanar a un herido, fortalecer a un debilitado, consolar a un enlutado, y también reconciliar hermanos distanciados o enemistados.
Para ello, aparte del llamamiento el Señor y la gracia del Espíritu sobre sus labores, necesitará una buena dosis de la sabiduría de lo alto.
Aprendiendo y recibiendo de su discipulador, y viviendo a diario a los pies el Maestro, con el correr del tiempo la irá absorbiendo y aplicando en el trato con los demás, para así venir a ser una persona discreta y prudente de verdad, que Dios podrá emplear para múltiples usos en la esfera de sus labores y ministerio.
La prudencia.-
La prudencia es una virtud que está regida por una fina sensibilidad, la cual nos permite advertir peligros, pruebas, dificultades y problemas, los cuales surgirían al hacer o decir una cosa determinada. Y por lo tanto nos induce a no hacerla o decirla
Por lo contrario, la imprudencia denota la falta de esa sensibilidad, de tal manera que no se ve el peligro o el perjuicio que podría venir, o bien no se le da la debida importancia y se va adelante, a menudo con consecuencias desagradables y perjudiciales.
La prudencia o falta de ella se manifiesta en temas muy prácticos, como en la conducción de un vehículo, o bien en el manejo del dinero.
El conductor imprudente se hace una norma excederse de los límites de velocidad, con frecuencia se lanza a adelantamientos arriesgados, va muy cerca del vehículo que tiene delante, e incluso a veces se salta semáforos rojos.
Aun cuando muchas veces no le pasa nada, muchas veces está latente el peligro de un accidente serio o fatal.
Esa imprudencia no es, claro está, sino un reflejo de una turbación o inquietud interior desmedida, y desafortunadamente, a veces se la encuentra en creyentes, hijos de Dios, que deberían dar un buen ejemplo.
La forma en que llevamos el volante, es generalmente un índice bastante aproximado de nuestro estado de ánimo, y un buen discípulo debe esmerarse en ser un conductor seguro y prudente.
En cuanto al manejo del dinero, no cabe duda que una mayordomía sensata y cauta, regida por esa misma virtud de la prudencia, nos habrá de evitar muchos problemas y dolores de cabeza, a la par que nos permitirá dar un buen ejemplo a los demás-
Una vida bien ordenada en las finanzas, libre del agobio de cuentas impagas, o de compromisos que van más allá de las posibilidades de uno, es algo muy de desearse, y el discípulo consciente siempre habrá de procurarlo por todos los medios a su alcance.
Naturalmente que esto no contradice el principio de la fe. Podrá haber ocasiones en que uno se siente guiado por el Señor, a dar pasos o acometer empresas que van más allá de sus posibilidades previsibles.
Esto no estará reñido con el principio de la prudencia, siempre y cuando se esté bien seguro de que en verdad se está siendo guiado por Él y no por nuestra imaginación o deseo natural.
En realidad, eso también será una señal de prudencia, pero a un nivel más alto – basándose no en lo que se ve o que se tiene, sino en la palabra expresa y clara de Dios, que seguirá de firme garantía para llevarlo a un buen fin.
En el ámbito de nuestra relación con nuestros hermanos y consiervos, la prudencia siempre habrá de acompañar al amor y todas las demás virtudes, si habremos de mantener lazos de comunión reales y duraderos.
La falta de ella, emitiendo juicios precipitadamente, siendo incautos y demasiado locuaces en el hablar, y no saber callar y esperar cuando corresponde, son algunas de las muchas formas en que se refleja la imprudencia.
Todas ellas empañan y deslucen nuestro testimonio, y a menos que aprendamos a superarlas, serán un fuerte impedimento que nos acarreará serios contratiempos y dificultades.
Un detalle final, pero de mucha importancia: un ingrediente sumamente útil que se ha de encontrar en estas dos virtudes – la prudencia y la discreción – lo constituye el saber callar y dejar que hable la persona que se se está visitando, cualquiera sea su necesidad o condición.
Hay muchos que no conocen, o bien no prestan atención, a las sabias palabras de Santiago 1: 19 – “…pronto para oír, tardo para hablar.”
Así se apresuran a expresar sus posturas, esgrimir sus argumentos, o presentar consejos, sin reparar en que a menudo será totalmente contraproducente.
Entre otras cosas, debemos tener muy presente que toda persona desea ser escuchada, y además tiene derecho a que así sea.
El privarla de ese deseo, o bien dárselo a medias, interrumpiéndole demasiado pronto para darle la opinión o el consejo de uno, con toda seguridad que habrá de predisponerla de forma negativa, aparte de ser una evidente falta de educación.
Desde luego, hay los casos de los que visitamos se ponen a hablar y hablar, contando con lujo de detalles cosas intrascendentes y consumiendo un tiempo precioso, hasta aun llegar a agotarlo a uno.
En tales casos habrá que interrumpir cortésmente, y exhortarles a que sean concisos y vayan al grano de lo que realmente interesa.
Pero hecha esta salvedad, el saber escuchar será una norma, sobre todo porque mientras lo estamos haciendo, podremos estar en silencio, buscando el consejo o la solución que viene de lo alto.
Y esto, seguramente que habrá de traer como resultado un diagnóstico certero de la necesidad o el problema del que visitamos.
Esto habrá brotado del hablar de su propia boca. En otras palabras, que al escucharlo atentamente y estando bien conectados con el Espíritu Santo, podremos recibir luz divina que nos permitirá comprender el problema, y al mismo tiempo, recibir la respuesta o clave que habrá de traer la solución.
Preguntas.-
1) ¿Qué personaje del Nuevo Testamento, siendo aun inconverso, dio señales de ser prudente, a la par que deseoso de oír la palabra de Dios?
2) ¿Hay constancia de que los obispos u ancianos deben ser prudentes? En caso afirmativo, dé las citas que corresponden.
3)¿Quiénes enseñó Pablo que deben enseñar a las mujeres a ser prudentes? Dé los versículos correspondientes.
4) ¿A quién le encomendó Pablo que enseñase a los jóvenes a ser ser prudentes. ¿En qué versículos?
5) El Señor Jesús empleó la palabra prudente en varias ocasiones. Elija de todas ellas las dos que le parecen más importantes. Puntualice en cada caso qué cosa señala como un rasgo de prudencia.
Oración.-
Señor Jesús, reconozco que muchas veces he dado muestras de imprudencia, y también de indiscreción. Tú nos has exhortado a ser perfectos, así como lo es nuestro Padre que está en los cielos.
Aun cuando he distado, y todavía disto mucho de serlo, te agradezco por la forma en que me alientas a no desanimarme por mis fallos y fracasos pasados.
En cambio, en tu gran bondad,me motivas a luchar con empeño y perseverar, echando mano de Tu gracia para superarme y asemejarme gradualmente más a Ti cada día.
De veras que ser como Tú es el ideal más noble que uno se pueda imaginar, y anhelo seguir progresando a diario, y no contristar más al Espíritu Santo con palabras, acciones o actitudes propias de personas imprudentes e indiscretas.
Te pido que me ayudes a lograrlo, agudizando mi sensibilidad, de tal manera que cuando algo fuera de lugar se me cruce por la mente, sepa darme cuenta en seguida de que debo desecharlo. Amén.
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