Capítulo 30 – Abraham en el Nuevo Testamento
Segunda parte

Continuando ahora de donde dejamos en la primera parte, tomamos otra alusión a Abraham en el Nuevo Testamento.
“Abraham vuestro padre se gozó de que había de ver mi día, y lo vio y se gozó.” (Juan 8:56)
Al cuestionar los judíos la veracidad de estas palabras, el Maestro les respondió:
“Antes que Abraham fuese YO SOY.” (Juan 8:58)
Siempre ha sido algo de sumo interés, el tratar de identificar el punto al que se refiere Jesús en que Abraham vio Su día y se gozó.
Como ya otros lo han señalado, Jesús no dijo que Abraham lo había visto a Él mismo, sino a Su día, lo cual desde luego es muy importante.
Se ha propuesto que fue en la ocasión en que Abraham recibió la promesa de que iba a tener un hijo de Sara, su mujer, y que con ese hijo – Isaac – Dios confirmaba Su pacto como pacto perpetuo para sus descendientes después de él. (Génesis 17:19)
Aun cuando respetamos esa postura, no concordamos con ella, puesto que el contexto no parece respaldarla.
“Entonces Abraham se postró sobre su rostro, y se rió, y dijo en su corazón: ¿A hombre de cien años ha de nacer un hijo? ¿Y Sara, ya de noventa años habrá de concebir?”
“Y dijo Abraham a Dios: Ojalá Ismael viva delante de ti.”(17:17-18)
Para ser estrictamente francos, hemos de decir que en el relato del Génesis, no se advierte con claridad ningún punto en el que se pueda identificar con certeza y precisión la ocasión a que Jesús se refiere.
Debemos aceptar como una posibilidad que haya sido en una oportunidad no consignada en las Escrituras, pero naturalmente bien conocida por el Señor.
Si se nos apremiase para tratar de identificar esta ocasión dentro del marco de la narración bíblica, nos inclinaríamos por el encuentro con Melquisedec cuando volvía de la derrota de los reyes.
Lo primero que se nos dice es que Melquisedec sacó pan y vino. Ya hemos visto que Hebreos nos corrobora que Melquisedec representa a Cristo, si bien no era Cristo mismo.(Hebreos 7:15)
El pan y el vino hablan claramente del nuevo pacto que sólo podía ser en el día de Cristo y no antes, y esa muy bien podría la clave para dilucidar lo que no dejar de ser un pequeño enigma, aunque desde luego no uno que sea preocupante.
De todos modos, no proponemos esto a rajatablas, sino como reconociendo que es algo que no esta claro ni preciso.
Eso sí, sea cual fuere el punto en que sucedió, lo importante es que Abraham vio el día de Cristo y se gozó.
Nosotros, por nuestra parte, lo hemos visto con los ojos de nuestro espíritu y de la fe, por la revelación del Espíritu Santo a través de las Escrituras. Así, hemos visto Su día en gran parte de su gloriosa magnitud, e igualmente, como nuestro padre Abraham, nos gozamos de verdad.
Pero ahora veamos dos casos, en algo curiosos, de dos que no podían verle, y sin embargo la gracia de Dios permitió que lo vieran, tanto a Él como a su día. Los dos se encuentran en el evangelio de Lucas. El primero en el capítulo 13, en el pasaje del 13 al 17.
“…y había una mujer que hacia dieciocho años tenía espíritu de enfermedad, y andaba encorvada, y de ninguna manera se podía enderezar. “
“Cuando Jesús la vio la llamó y le dijo: Mujer, eres librada de tu enfermedad. Y puso las manos sobre ella, y ella se enderezó luego, y glorificaba a Dios.” 13:11-13.
“y a esta hija de Abraham, que Satanás había atado dieciocho años, no se le debía desatar de esta ligadura en el día de reposo?” (13:16)
Como una acotación al margen, pero que reviste importancia, recalcamos que, como claramente consta en el texto, éste no era el caso de una enfermedad física. Se trataba de un espíritu de enfermedad, al cual Jesús identificó como algo procedente de Satanás, que le tenía encorvada y no le permitía enderezarse.
Evidentemente, hay casos como éste, que no es simplemente una deficiencia o trastorno del organismo físico, sino la obra malvada de lo que la Escritura llama un espíritu de enfermedad.
Hemos de procurar discernir correctamente, y así diferenciar lo uno de lo otro, cuidando, claro está, de no caer en el extremismo de algunos, que atribuyen toda enfermedad a la obra de los demonios.
En este caso particular, y desde la perspectiva de nuestro hilo central – la paternidad de Abraham – debemos imaginar a la mujer encorvada y en la triste situación de no poder enderezarse. Había perdido la dignidad de andar erguida y con la frente en alto.
Esa ligadura le impedía mirar hacia arriba, y hacia adelante, para así, en esa ocasión, poder ver a Jesús.
El poder del maravilloso Maestro, y Su compasión y amor, pusieron fin a ese flagelo agobiante y denigrante, de tal manera que ella – reconocida por Jesús como una hija de Abraham – pudiera enderezarse y verlo a Él y a Su día – el día de la liberación de esa cruel ligadura, y gozarse como Abraham, y más aun, glorificar a Dios por tan maravilloso milagro.

El segundo es el conocidísimo caso de Zaqueo, a quien Jesús también reconoció como hijo de Abraham. Lucas 19:9.
Hemos oído el caso pintoresco – no sabemos si verídico o imaginario – de un joven con no mucho tiempo de convertido, y deseoso de predicar. Su conocimiento de la palabra no era muy preciso, y se dice que en una oportunidad, al intentar predicar sobre el caso de Zaqueo, se confundió, y al desarrollar el relato, iba nombrando a Nicodemo como el protagonista.
“Nicodemo era bajo de estatura y no podía ver a Jesus. Al ver que no podía se subió a un árbol” – y Nicodemo esperaba impaciente que llegase Jesús…”etc. etc., no oyendo ni enterándose cuando los que le escuchaban le susurraban vez tras vez Zaqueo, Zaqueo, Zaqueo.
Pero después de unas cuatro veces, por fin se percató de su error. La forma en que intentó remediarlo fue muy risible, y la consignamos textualmente, tal como se nos la narró, no creyendo caer en irreverencia al hacerlo.
“Entonces Jesús, al verlo llegar al lugar y verlo, le dijo: Nicodemo,¿qué haces ahí en lugar de Zaqueo.” !!

Pero volviendo ahora al relato en sí, el pequeño Zaqueo no podía ver a Jesús a causa de la multitud, compuesta sin duda por un buen número de hombres y mujeres corpulentos y de buena estatura.
Sin embargo, su determinación de verlo era muy firme, y aun a costa de que se pensase que estaba haciendo el ridículo – “¿Qué hace ese monito trepándose a un árbol para llamar la atención?” – se supo ubicar en lugar preferente – un diminuto palco improvisado, desde el cual lo podía ver mejor que ningún otro.
No nos dejamos tentar a seguir desgranando este relato tan singular, y desde luego riquísimo en verdades espirituales.
Solamente señalamos que la encorvadura de Zaqueo era moral y no física, pues no andaba con rectitud en el terreno de las finanzas.
Quizá en el principio no era así. El nombre Zaqueo – creo recodar que en el original griego es Zacur – y significa Puro.
Podemos colegir de ello – creo que con fundamento razonable – que sus padres, al darle ese nombre, ansiaban que fuese así – puro – y le inculcaron la rectitud, junto a las demás virtudes que todos los buenos padres saben inculcar a sus hijos.
Así que tal vez en un principio era totalmente honrado, pero tentado por tanto dinero que cobraba, y posiblemente al ver que otros lo hacían, él también se habrá propuesto cobrar más de lo que correspondía.
De este modo pasaba a enriquecerse, al igual que los demás cobradores de impuestos de ese entonces, a los cuales se los llamaba publicanos.
No obstante, a acercarse el Señor Jesús, y poder contemplarlo, algo de la bondad y desprendimiento absoluto del Maestro, como así también de Su estricta justicia, lo impactó profundamente en las fibras más íntimas de su ser.
De esta forma, dejó totalmente de lado su avaricia tan mezquina, para convertirse en un generoso, que daba la mitad de su dinero para los pobres.
Se quedaba con la otra mitad, pero a los fines de resarcir el cuádruple de todo lo que había cobrado en exceso.
Eso fue sin duda ver a Jesús – ver Su día y gozarse – y comenzar a dar firmes pisadas en la senda de la fe y el bien, andada muchos siglos antes por su padre Abraham.

Si perseveramos en la fe y en una cumplida fidelidad al Señor, nos espera un final dichoso de realización, así como lo tuvo nuestro padre Abraham.
Al igual que sus hijos Zaqueo y la mujer encorvada de Lucas 13, teníamos ligaduras morales y en algún caso físicas también, que nos impedían ver a Jesús y Su día del régimen de la gracia. Pero al igual que a ellos, Él ha venido a nosotros, y nos ha perdonado, lavado y liberado, para que también le pudiésemos ver a Él y Su día – día de salvación, libertad y gran gozo.
F I N