Peldaños del Discipulado – Capítulo 18 Sensibilidad
Peldaños del Discipulado – Capítulo 18
Sensibilidad
Esta cualidad, es propia de un buen grado de madurez, y viene con el correr del tiempo y de la experiencia, a veces de unos buenos años.
Ser sensible para con las cosas de Dios, es algo que requiere una disposición tierna del corazón, y también de la conciencia.
En cuanto a esto último, el Nuevo Testamento tiene mucho que decirnos.
En 1a. Timoteo 4.2 Pablo habla de mentirosos con un estado de conciencia cauterizada.
Por el mal trato que se le ha dado, brindándose a la mentira y a la hipocresía, es posible llegar a ese estado tan deplorable: una conciencia que no responde en absoluto a la verdad que se oye o lee, ni ante los valores sagrados de la luz y el amor de Dios.
En Tito 1:15 también dice:
“…para los corrompidos e incrédulos nada les es puro, pues su mente y su conciencias están corrompidas.”
Mirando el mal y no el bien, y entregándose de lleno a la corrupción, ésta penetra en el organismo de tal manera, que la forma de pensar y la misma conciencia se corrompen totalmente.
Esto desemboca en un trastrueque de valores, de modo que lo que es verdad y justicia, se vuelve, en su comprensión y apreciación, en todo lo contrario – mentira e injusticia.
Asimismo, a la vez lo bueno, noble y puro, se lo ve como algo egoísta, malo e impuro, y así sucesivamente.
Basados en todo esto, podemos puntualizar la necesidad de darle a la conciencia un trato muy tierno, y si cabe aquí el vocablo, muy respetuoso.
Es decir que, cuando la suave voz del juez moral interno que Dios nos ha dado, nos indica que algo está mal, o no del todo correcto u honesto, no debemos desatenderla con excusas o razonamientos carnales, tales como “no pasa nada” – “total todos lo hacen” – “ es una pequeñez y no me siento condenado por hacerlo, y además nadie se dará cuenta, y creo que Dios no se preocupa por insignificancias como ésta.”
La lectura asidua y ávida de la palabra de Dios, junto con buscar la comunión a diario con Él en oración, son dos medios que se prestan muy bien para mantener la conciencia tierna y “…sin ofensa ante Dios y los hombres.” (Los Hechos 24:16)
En cuanto a la disposición sensible del corazón, debemos recordar la promesa de Ezequiel 36: 26.
“Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré corazón de carne.”
Este último calificativo, se sobreentiende que no significa un corazón carnal, sino uno que es tierno y no duro, y cálido (a la temperatura normal del cuerpo humano) y no frío como la piedra o el mármol.
Desde luego que ese corazón nuevo que nos da en el verdadero renacimiento, como todas las demás cosas que se nos dan de lo alto, debe cuidarse y cultivarse.
La comparación muy corriente es la de un jardín, que si se descuida, pronto será invadido por gusanillos, cardos, espinos y abrojos. Al mismo tiempo, la tierra no trabajada y regada, se seca y vuelve dura y árida, y las males hierbas crecen y se multiplican por doquier.
* En cierta manera, Jesús estableció en esto una analogía en Juan 15, al hablar de sí mismo como la vid verdadera, y del Padre como el labrador, el cual está muy pendiente del estado de cada pámpano. Una condición indispensable es que hayamos puesto nuestras vidas de veras en Sus manos.
El Padre se preocupa de una manera muy especial por nuestra condición espiritual, pero resulta a todas luces evidente, que es indispensable para ello, que cuente con nuestra colaboración, que debe ser constante y solícita.
El muy bien conocido consejo de Proverbios 4:23: “Sobre toda cosa guardada guarda tu corazón, porque de él mana la vida” resulta de gran importancia, y nunca se lo debe olvidar o desestimar.
Como algo que nos muestra el contraste entre el corazón tierno y el que es duro, tenemos el caso de dos reyes de Judá que, ante el reto y la advertencia de la palabra de Dios, tuvieron dos reacciones diametralmente opuestas.
El uno fue Josías, que enternecido y con lágrimas, envió prestamente a consultar a la profetisa Hulda, y de ahí en más se dio de lleno a buscar a Dios y obedecerlo, y a llevar al pueblo a un retorno de todo corazón al camino de la obediencia y del bien. Ver 2a Crónicas 34:26 hasta 35.18.
El otro fue su hijo Joacim, que al oír las palabras del Señor, a través de un rollo dictado por el profeta Jeremías por medio de su escribiente Baruc, se endureció totalmente, lo cortó con su cortaplumas, y lo echó en el fuego. (Jeremías 36:23-24)
Ni qué decir que los dos reyes tuvieron un fin completamente distinto el uno del otro.
Josías fue honrado después de su muerte por todo el pueblo, y figura en los anales de la historia como uno de los mejores reyes de Judá. (2a. Reyes 23:25)
Por lo contrario, de Joacim profetizó Jeremías que sería enterrado en sepultura de asno, arrastrándosele y echándole afuera de las puertas de Jerusalén.(Jeremías 22:19)
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