Peldaños del Discipulado # Capítulo 16 # Ansias de superarse
Peldaños del Discipulado
Capítulo 16
Ansias de superarse
El título de este capítulo y el siguiente nos habla de dos virtudes muy dispares, pero que deben necesariamente acompañarse y acompasarse la una con la otra.
Por una parte, las ansias de superarse, siempre serán un síntoma de una buena disposición del discípulo.
Pero cono a veces el progreso, así como el crecimiento, han de ser lentos, y a veces hasta casi imperceptibles, deberá haber una buena dosis de paciencia, virtud ésta que Jesús señaló como muy importante, no sólo en el desarrollo de uno mismo, sino también en todas las demás esferas de nuestra vida y servicio.
Empezamos, pues, a hablar de las ansias de superarse.
El cofre de tesoros.
“Todo escriba docto en el reinos de los cielos, es semejante a un padre de familia que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas.” Mateo 13:52.
Aquí, el Señor Jesús nos da la perspectiva de un siervo que ha acumulado tesoros – cosas viejas que ya tiene de hace años, y cosas nuevas, recientes – que ha seguido y sigue acumulando hasta el presente.
Eso de por sí implica un progreso y una superación. No se conforma con lo que ya tiene, sino que realiza un continuo avance, reflejado en la búsqueda y el aprendizaje de cosas que va agregando a las viejas, pero igualmente valiosas, que ya posee desde hace algún tiempo.
¿Cuál es ese tesoro? Y ¿cuál es el cofre que los guarda?
Los tesoros son verdades vivas, principios vitales, lecciones preciosas que se van absorbiendo a lo largo del camino.
El estudio asiduo y perseverante de las Sagradas Escrituras, la práctica consecuente de la oración cotidiana, el trabajo solícito en las cosas de Dios – todas, desde luego, tienen su lugar y juegan un rol importante.
Sin embargo, lo que en realidad les confiere sustancia, es el trato personal del Señor en la vida del discípulo.
El entregarse de forma total en las manos del Alfarero Divino, le permite a Éste ir forjando el vaso, enderezando torceduras, quitando defectos y añadiendo virtudes, a la par que inculcando enseñanzas que, por venir de Él, el Maestro de los maestros, dejan huellas indelebles, e imparten la verdadera sabiduría de lo alto.
Y por supuesto, que el cofre en el cual todo esto se encuentra, es el corazón – la vida – el alma de cada uno – en el cual se han ido depositando cosas aprendidas con el correr de los días, los meses y los años – perlas de valor inestimable.
De entre ellas distinguimos algunas, como por ejemplo advertencias, llamadas de atención, correcciones aquí y allá, y hasta con castigos correctivos a veces, voces de aliento y estímulo, lecciones absorbidas a través del fracaso y también del éxito, el bálsamo de los consuelos divinos, el volver sobre debilidades que aún subsisten para por fin superarlas, sinsabores y deleites, pruebas, luchas dolorosas que humillan y purifican, preciosas verdades y revelaciones extraídas del libro de los libros – en fin, todo eso, y mucho más, que se va convirtiendo, por el toque celestial del Maestro, en joyas, alhajas y piedras preciosas.
Y así el cofre se va ensanchando con el tiempo, y llenando con más y más tesoros, que convierten a su poseedor en un hombre verdaderamente rico en Dios, con todo el potencial para enriquecer también a otros.
Las ansias de superación van implícitas en todo esto. Cada cosa recibida y absorbida, por el encanto de ser traída por la mano divina, se vuelve en un nuevo acicate – un poderoso incentivo – que lo impulsa a uno a desear y buscar más y nunca quedarnos estancados en ese conformismo malsano, que nos quier hacer pensar que no hay más, que lo que tenemos es todo lo que hay para nosotros.
Pero al mismo tiempo, es importante que nuestra motivación, o sea la intención del corazón, no sea engrandecernos a nosotros mismos, o querer presentar una imagen encumbrada ante los demás.
Hemos de ser muy estrictos con nosotros mismos, cuidando bien de no estar motivados por nada de eso, sino por darle al Señor lo mejor de nuestras vidas, de manera que en cuanto a nosotros, Él no quede defraudado de ninguna forma,
Su amor y sacrificio por nosotros, y la mucha paciencia en Su trato personal con cada uno, merece que le retribuyamos con el máximo esmero, prodigándonos generosamente para darle a Él la mayor satisfacción posible.
Junto con lo anterior, también debe haber una apreciación honesta y sincera de nuestras propias limitaciones presentes, y los aspectos prácticos en que sabemos que todavía no hemos alcanzado el debido nivel de coherencia y madurez.
Aquello en que uno es consciente de que todavía no es el ejemplo que debiera ser, debe ser algo que no se rehuye, restándole importancia.
Por lo contrario, debe preocuparnos seriamente, e impulsarnos a corregirnos y superarnos, hasta alcanzar la meta deseada, claro está, con la ayuda y la gracia del Espíritu Santo.
Terminamos aquí para pasar al tema de la paciencia en el capítulo próximo.
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